El grajo nos resulta un bicho normal y corriente hasta que lo observamos con detenimiento.

Su plumaje es una de las cosas más extravagantes y hermosas de la naturaleza. Como comprobaron los muchachos aquel día, las plumas de un grajo pueden refulgir con los deslumbrantes colores de un pavo real, pese a que, hablando con propiedad, el grajo no posea ningún pigmento azul ni violeta ni verde. De un negro satinado de la cabeza a la espalda, por la parte delantera y bajando hacia las patas su negrura se atenúa y vira hacia un negro aterciopelado. No se limita a ser negro: es mucho más. El grajo es una sobreabundancia exuberante de negrura nunca vista en otro animal. Es la esencia de la negrura.

Entonces, ¿de dónde sale ese espléndido color?

Bueno, en cierto modo, el grajo es un mago. Sus plumas negras son capaces de producir un efecto óptico arrebatador.

«¡Ajá! —diréis—, ¡así que no es más que una ilusión!»

Ni por asomo. El grajo no es un ilusionista con una chistera a cuestas repleta de trucos que confunden vuestros ojos para que perciban lo que no es. De hecho, es todo lo contrario: un mago de lo real. Preguntad a vuestros ojos: ¿De qué color es la luz? No os pueden dar una respuesta. Pero un grajo sí puede. El grajo captura la luz, la divide, absorbe una parte e irradia el resto en una asombrosa manifestación óptica, mostrándoos la verdad sobre la luz que vuestros pobres ojos no son capaces de ver.

Este fascinante despliegue de suntuosidad no es el único truco que oculta entre sus plumas. Aunque se trata de algo extremadamente raro, más de uno ha visto cómo, en un día claro de verano, al enfilar hacia el sol, un grajo pasa del negro al blanco angelical. Resplandece y exulta en su blancura con un fulgor de azogue.

Dada su belleza, y teniendo en cuenta las mágicas y aparatosas alteraciones a las que es capaz de someter su aspecto, os preguntaréis por qué lo normal es encontrar grajos en cualquier campo picoteando en busca de larvas. ¿A qué se debe que las princesas no guarden estas excelsas criaturas para sí mismas, alojadas en aviarios bañados en oro y alimentadas a base de exquisiteces servidas en bandejas de plata por lacayos de librea? ¿Por qué pierden el tiempo estos pájaros con las vacas cuando seguramente son los compañeros naturales de unicornios, grifos y dragones?

La respuesta es que el grajo vive como quiere. Cuando le apetece entretenerse con la compañía del ser humano, lo más probable es que se decante por el poeta borracho o la vieja malcarada antes que por una damisela con corona. Sin embargo, no dirá que no a un pedacito de hígado de dragón o de lengua de unicornio si se presenta la ocasión, y no le hará ascos a la carne de grifo si se cruza en su camino.

Hay un sinfín de sustantivos colectivos para los grajos. En algunos lugares la gente se refiere a ellos como una «parroquia» de grajos.