—ES una lástima que estés ahora de mal humor, cuando va a venir Lovisa —dijo mamá.
Lovisa era la nueva ama de llaves que mamá y Svea habían escogido entre varias solicitantes. Debería llegar hoy, y mamá tenía, naturalmente, miedo de que yo le diera una impresión desfavorable.
No creía haber dado motivos para que se pensase que estaba de mal humor.
—Sí. ¡Has estado estos días refunfuñando, y no comprendo lo que te hemos hecho!
—No, no me habéis hecho nada.
—No, eso pienso yo. Por eso no comprendo lo que te pasa. Te paseas con aire de víctima y no contestas a lo que te preguntamos. ¿Tiene algo que ver con la primera comunión?
No, yo casi lo había olvidado; pero no se lo dije a mamá, sino que dejé que así lo creyera.
El caso era que Roland debía hacer la primera comunión en el verano. Se había convenido, hacía ya bastante tiempo, que Roland pasara las primeras semanas de julio en casa de un pariente de papá, que era sacerdote en el campo.
Pero, de pronto, había pensado, que también yo podría ir allí y hacer la comunión al mismo tiempo. De esta manera, podríamos hacernos compañía mutuamente y no nos encontraríamos tan solos.
Mamá había hablado con mucho entusiasmo de esto, pero yo no quería de ninguna manera.
Iba a ser como empezar otra vez en una nueva escuela. Quería estar libre durante el verano. Creo que papá me comprendía, pero mamá era más obstinada. Creía que era una buena solución cuando papá no podía todavía decidir lo que íbamos a hacer en el verano. Por lo menos, entonces estaríamos nosotros dos colocados durante un mes.
Pero como he dicho, no quería oír hablar de eso, y tal vez por esto mamá creía que estaba malhumorada. Lo podía creer así. Tan sencillamente no podría ella disponer de mi persona.
—No quiero hacer ahora la primera comunión, mamá —dije—. No creo que me vayas a obligar.
Mamá suspiró y me dijo que debía tratar de dominar mi mal genio, ahora que iba a llegar Lovisa.
Lo prometí. Pero si estaba abatida era por culpa de Carolin. Era muy desagradable, puesto que de pronto sentía como si me fuera totalmente indiferente. Nunca creía yo que pudiera ser tan dura. Podía verla entrar y salir sin importarme lo más mínimo. Sencillamente, no reaccionaba en absoluto por lo que ella hacía.
Normalmente hubiera sido para mí muy difícil estar bajo el mismo techo con una persona con la que me sentía tan desilusionada, pero esto no me ocurría ahora. Esta frialdad, a la que no estaba acostumbrada, es lo que más me preocupaba. Es sumamente desagradable sentirse de pronto fría ante una persona a la que se ha estimado profundamente.
Podía, en efecto, sentir a veces una sensación dolorosa cuando la veía en el jardín con Nadja y los pequeños. ¡Qué bien jugaba con ellos! ¡Qué tranquilamente y qué atenta a lo que decían! Me hizo pensar en la noche de la cabaña de Flora, cuando había muerto Edvin. ¡Qué tiernamente se ocupó de Ejnar y Edit! ¡Con qué buen juicio los separó de su hermanito muerto y se los llevó al claro de luna y las anémonas! ¡Cómo consiguió transformar lo que podía haber sido una pesadilla en un hermoso recuerdo para ellos! ¡Sin quitarles la pena del todo!
Había muchos recuerdos parecidos de Carolin que me hacían daño, ya que no coincidían con la imagen que ella daba a menudo. La imagen de una déspota soberana y calculadora. ¿Cómo podía tener esas dos caras?
No sé si se daba cuenta de que mis sentimientos hacia ella habían cambiado. En todo caso, no lo demostraba. No habíamos vuelto a hablar desde que me enfadé con ella hacía algunos días. Tampoco ella lo había acusado después. Estaba amable como siempre, y yo hacía lo mismo y hasta podíamos sonreír mutuamente; pero existía un muro entre nosotras que ninguna de las dos hacía nada para derribar.
Llegó Lovisa, y se vio que era una personilla, gordita y alegre, que pronto se hizo con todos. Con ella no habría dificultades para ponerse de acuerdo. Era palpable. Desprendía bienestar allí por donde iba. Con sólo verla se ponía una de buen humor.
Svea se alegraba de haber encontrado la persona adecuada. Ahora ya no necesitaba seguir estando intranquila ante el traspaso del gobierno de la casa a otra persona. Lovisa, además de sus maneras agradables, era ordenada y concienzuda. Svea tenía todos los motivos para estar satisfecha de su elección.
Lo curioso era que en muchas cosas Lovisa era el polo opuesto de Svea. Era suave y fácil. Todo lo contrario al carácter duro y difícil de Svea. Cuando se le antojaba, Svea podía mostrarse extraordinariamente crítica e intransigente.
Lovisa, por el contrario, hacía creer que todo el mundo era bueno. Consideraba que todos creían en el bien de los demás. Svea no era así. Ni siquiera el cariño hacia los pequeños la hacía cambiar. Si bien en muchos aspectos había mejorado su personalidad, en el fondo seguía siendo la misma, y siempre mantuvo su carácter escéptico y desconfiado.
Por eso parecía extraño que Svea hubiera elegido a Lovisa como su sucesora. Yo creía que Carolin se iba a despedir ahora, pero no lo había hecho todavía.
Los colegios habían terminado y Nadja estaba ansiosa de ir al campo. Pero papá y mamá no lograban ponerse de acuerdo en cuanto al plan veraniego. Discutían una y otra vez.
A Roland y a mí no nos interesaba el campo; podíamos hacer durante el verano muchas cosas interesantes en la ciudad. Ante todo, queríamos ir a visitar a la abuela; pero no podía ser hasta agosto, después de la primera comunión.
Mamá había prometido preparar una habitación tranquila para que papá pudiera estar allí durante todo el verano y escribir. Pero papá dudaba de ello. Quería trabajar en la ciudad y sólo viajar de vez en cuando para descansar.
Pero, a su vez, mama no creía mucho en tal descanso. Papá pensaría siempre que no tenía tiempo suficiente. En consecuencia, no se movería de la ciudad, y si por cualquier circunstancia ella quería verlo, se vería obligada a ir a la ciudad.
Entonces, ¿Lovisa y Carolin? ¿Qué iba a ser de ellas?
Papá consideraba que debían estar donde mayor falta hacían, es decir, en el campo.
Pero mamá no podía, naturalmente, dejar a papá sin ninguna ayuda. La mitad del tiempo debía Lovisa estar en el campo y Carolin en la ciudad. Debían alternarse.
Mamá les preguntó qué les parecía el arreglo. ¿Estaban conformes?
—Creo que es justo —decía mamá.
Sí, a Lovisa le parecía muy bien. Le alegraba la posibilidad de ir al campo. Dijo que sí, y sonrió encantada.
—¿Y Carolin, entonces?
Yo, que sabía que Carolin quería irse, sentía curiosidad por saber lo que iba a decir. ¡Ahora tenía, en todo caso, que despedirse! Así mamá tendría tiempo de buscar una nueva chica. Pero adoptó un aire indiferente y solamente dijo:
—Sí, me parece justo.
Fue una contestación típica de Carolin. Había evitado la pregunta misma, es decir, si estaba conforme en pasar medio verano en la ciudad y el otro medio en el campo. Sólo había dicho que le parecía justo. Pero no había prometido absolutamente nada.
A pesar de todo, debía haber comprendido que mamá lo había tomado como una respuesta afirmativa. Pero a ella no le importaba esto. Si no oíamos bien, la culpa era nuestra. Yo comprendía perfectamente su razonamiento, y no me gustaba. Encontraba que era poco correcto, y le dirigí una mirada de reproche. Me devolvió la mirada, pero pasó de largo.
¡Qué ojos más fríos podía tener! No había pensado en ello anteriormente.
Aquella noche se abrió de pronto la puerta de mi habitación; eran más de las dos, y me llevé un buen susto.
Allí apareció Carolin con una vela de llama oscilante en la mano.
—¡Quiero hablar contigo ahora!
Dejó la palmatoria en la cómoda y yo me senté en la cama. Me había dormido profundamente y me encontraba atontada. Se veía que ella no se había acostado todavía. Estaba completamente vestida y se colocó entonces en medio de la habitación, comenzando a perorar.
Yo la escuchaba cada vez más asustada.
Era como oírme a mí misma. Lo increíble era que allí estaba ella acusándome de casi las mismas cosas que yo, en mi pobre mente, le había acusado.
Despotismo. Falta de consideración. Orgullo. Fatuidad. Presunción. Falta de sinceridad. Insensibilidad, etcétera.
Aseguraba también que una vez tras otra había intentado entablar conversación conmigo, pero yo no me había dado cuenta. Tan ocupada estaba yo conmigo misma. Ya no veía nada en absoluto de lo que pasaba a mi alrededor.
Sí, cuando se trataba de mi «sagrada» familia, entonces sí, mis ojazos se abrían de par en par. Pero de lo contrario, iba por la vida medio dormida.
¿No me había dado a entender claramente que tenía algo importante que decirme? ¡Pero le era terriblemente difícil decirlo!
¿Por qué no la ayudé?
Su mirada era acusatoria.
¡Pero todo esto era tan sorprendente que no encontraba las palabras! ¿Que yo no había intentado ayudarla? ¿Quién era la que, de pronto, había cambiado de idea? ¿La que se negó rotundamente a decir nada a pesar de mis ruegos? ¿La que, finalmente, me dijo que me fuera?
Sí, naturalmente que sabía que era cierto. Sabía muy bien lo que había dicho. ¡Pero era sólo para que yo la convenciera insistiendo! ¿No lo comprendía?
Para atreverse a decir lo que le salía del corazón, tenía que estar completamente segura de que aquello que era importante para ella, también lo era para mí. Esta seguridad no la había sentido.
Por eso había cambiado de parecer.
¡Y se alegraba de ello!
De pronto le había venido a la cabeza que era simple curiosidad lo que yo había mostrado. Sus sospechas se habían confirmado.
Cuando comprendí que mi curiosidad no iba a ser satisfecha, ya casi no tenía interés por ella. Últimamente casi ni le había mirado a la cara.
Yo le había hecho ver cuál era su puesto en la casa, mucho más de lo que nunca consiguió Svea.
Cuando Carolin dio a entender que no podía seguir con nosotros una eternidad, sino que tenía otros planes, me había enfadado muchísimo y le había colmado de reproches. ¡Precisamente como si ella fuera una esclava y no tuviera el derecho a disponer de ella misma!
Yo había dejado entrever que me interesaba por ella. Pero ahora comprendía que eran sólo palabras. ¡Con la fría indiferencia con que yo la había tratado últimamente! Tuvo verdaderamente suerte en descubrir a tiempo quién era yo, para no hacerme algunas confidencias.
—¡Lo único que te tengo que agradecer —dijo amargamente— es que te haya descubierto a tiempo!
Por lo demás, se sentía totalmente engañada.
Tomó la palmatoria para volver a marcharse, pero se paró en el camino de la puerta y dijo apenada:
—¿Qué voy a pensar de ti en realidad?
Levantó la luz y me alumbró. Yo la miré y sentí lo mismo.
¿Qué podría pensar yo de ella en realidad?
Las mismas cosas que ahora me decía a mí, había querido yo decírselas a ella. Era exactamente, palabra por palabra, lo que yo pensaba de ella.
Había estado convencida de que la razón estaba de mi parte. Ahora ya no era así…
Encontraba que era yo la que había tratado de acercarme a ella, pero que ella me evitaba.
Ella sostenía lo contrario.
¿Quién de las dos tenía razón?
¿Tal vez las dos? Sencillamente nos habíamos deslizado sin encontrarnos. Nuestros puntos de partida eran demasiado diferentes.
Ella decía que yo le había hecho saber cuál era su puesto. Yo encontraba que era ella la que constantemente me colocaba en mi pasado imposible. ¿Cuántas veces me había repetido la misma historia? Mientras que yo creía que nunca había sacado a relucir la suya. Pero no valía la pena; ella hubiera contestado que lo que verdaderamente pensaba yo de ella se veía bien claramente en todo lo que decía y hacía.
Suspiré. Encontraba que todo era absurdo. ¿Qué podía contestar? ¿Se me exigía realmente una respuesta?
—No sé qué decir…
Agitó la palmatoria.
—¡No, no, de ninguna manera… No te incomodes! No era mi intención. Había olvidado que tu educación te prohíbe mostrar sentimientos normales. ¡Gracias a Dios que una no ha nacido en tu familia!
¡Ya salió la misma historia!
¿Por qué debía decir tales cosas?
Era claramente la réplica final, pues después se dirigió a la puerta y sopló la luz.
Había comenzado ya a amanecer. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. El cielo estaba despejado y rosado, íbamos a tener un buen día.
Observé que Carolin se detuvo en la puerta.
Los pájaros se habían despertado y piaban como locos. Abrí la ventana y dejé que la brisa de la mañana entrara en la habitación. Olía a flores y a verano.
Carolin estaba allí. La oía moverse.
—¿Por qué no dices nada?
Parecía estar de mal humor.
—¿Qué iba yo a decir?
—¡No te hagas la graciosa! ¡Escúpeme en la cara!
Cerré la ventana y me volví hacia ella:
—¿Puedes explicarme lo que quieres decir?
—¡No lo intentes! ¡Sé lo que estás pensando!
—¡Pues dilo entonces!
Temblaba allí, donde estaba.
—Bueno, mira, yo lo sé todo… Tú piensas que si encuentro tu familia tan terrible, ¿por qué no me despido?, ¿por qué no me voy?
Se reía y agregó:
—Ya ves que puedo leer tus pensamientos. ¡Qué te adivino! ¡Lo sé muy bien! Pero tú no te atreves a decir nada, pues tienes miedo de lo que yo pudiera contestarte.
—¿Qué quieres decir?
—¡Ah, sí! ¡Qué miedo tienes! Pero no debes inquietarte. No quiero contarte el porqué yo no quiero haber nacido en tu familia. ¡Pobre chica! Tú no te podrías aclarar nunca… ¡Ahora lo sé yo!
Abrió la puerta y cuchicheo:
—Perdona que te haya molestado… Duerme bien, mi Bella Durmiente.
A la mañana siguiente, se fue a ver a mamá y se despidió.
Fue el mismo día que Svea se mudo.