Capítulo 27

SVEA debía marcharse.

Lloraba cuando vino para decírnoslo. No había sido para ella una decisión fácil de tomar. Mamá se quedó de una pieza.

—¡Pero querida Svea! ¿Va usted a dejarnos?

Sí. Era a causa de los pequeños. Siempre había tenido la nostalgia de no tener hijos propios. Por eso consideraba ahora que sus esperanzas se habían cumplido con estas dos pequeñas vidas, Edit y Ejnar, que habían aparecido en su camino.

—Usted sabe, señora, lo muy apegada que estaba yo al pequeño Edvin. Y si quiero ser franca, claro que quería encargarme de él; me precipité y tuve que arrepentirme. Pero esta vez es otra cosa. ¡Hasta Flora me lo ha pedido! ¿Podría decir que no? ¡Cuando es lo que había soñado durante toda mi vida!

No. No era lo que quería decir mamá. Naturalmente que Svea tendría los niños. Pero no tenía necesidad de marcharse. Si encontraba que el vivir allá arriba, en la buhardilla, era incómodo, con toda seguridad se podría remediar de alguna manera.

Svea había cambiado de cuarto con Carolin y vivía ahora en la habitación de la buhardilla con los pequeños. Podía utilizar también la otra habitación contigua, si lo necesitaba.

Pero a la larga tal vez ese arreglo resultara molesto; mamá lo comprendía así. Reflexionaba:

—¡Pero, Svea, el lavadero! ¡Tenemos precisamente un lavadero para la colada!

Es una casita de madera, espaciosa y sólida. Papá había pensado muchas veces en transformarla en vivienda. Mamá hablaría con él. ¡Y pensar qué estupenda casita podría ser para Svea y los niños! Teníamos también un jardín grande. Podrían disponer de una parcelita para cultivar legumbres y flores. Y los niños podrían jugar fuera todo el día.

Mamá se lo encomiaba a Svea. ¡Difícilmente podría estar en otro sitio tan bien!

La casita estaba, además, muy bien situada. A la debida distancia de nuestra casa. Los unos no podrían molestar a los otros.

—¡Y así yo podría seguir con Svea!

Tendríamos que procurarnos, naturalmente, otra ama de llaves que pudiera hacer las labores más pesadas. Svea no tendría que hacer más que lo que ella quisiera y lo que pudiera. La decisión la debía tomar ella misma.

—Yo estoy satisfecha con sólo tener cerca a Svea…

Pobre mamá. Demostraba abiertamente cómo dependía de Svea. Svea acabó por echarse a llorar en los brazos de mamá. No era su idea abandonar a la «señora», y, naturalmente, se encontraría muy bien en el lavadero cuando estuviera acondicionado. Si sólo tuviera que pensar en ella, cualquier solución sería de su agrado. Pero ahora se trataba de los niños.

Lo mejor para ellos era que se alejaran de la ciudad lo antes posible.

—No es porque yo crea que Flora quiera recuperarlos. Ha comprendido que no puede con ellos. Pero seguirá viniendo por aquí. Tan pronto como se le acabe el dinero y se encuentre abandonada, aparecerá de nuevo. Siempre ha hecho lo mismo. Y ahora tiene un motivo especial para presentarse aquí. Hasta ahora respeta a los niños, pero puede cambiar. No es de fiar. Nadie sabe de lo que puede ser capaz.

Svea había conseguido tener bastante bien protegidos a los niños. No quería exponerlos a la presencia de Flora cuando llegaba bebida y empezaba a contar tonterías, como hacía siempre que se encontraba en tal estado. Entonces se podía venir abajo todo y hacer nuevamente desgraciados a los pequeños. Flora era, en todo caso, su madre, y había cuerdas muy sensibles que podría pulsar.

No, los pequeños debían estar ahora defendidos a toda costa. Ya habían pasado lo suyo. Pero eran todavía muy pequeños e inocentes y seguramente podrían olvidar y empezar una nueva vida más feliz. Svea así lo esperaba. Y por su bien era necesario mudarse de allí. Por muy triste, por lo demás, que pudiera ser para ella.

—Pero si la señora lo piensa, haría lo mismo. Si se tratara de los hijos de la señora…

Sí. Mamá comprendía muy bien. No había que volver a hablar del asunto.

—Pero ¿dónde vas a ir, Svea?

Ya estaba todo arreglado. Svea tenía parientes en el campo. Ella misma no era tan pobretona, pues tenía algunos ahorrillos. Eran suficientes para arreglar una buena vivienda para los niños. Desde luego, debería seguir trabajando. Ella era de familia de labradores, y en el campo siempre hay cosas y trabajos que hacer. El porvenir no le inquietaba. Ahora tenía algo digno por lo que vivir.

—¡Ésta es mi ocasión! —decía—. ¡Y la de los pequeños!

Estaba alegre y con aires de victoria. Era imposible no compartir su alegría.

Yo pensaba que su optimismo contagiaba a mamá. En todo caso, cesó inmediatamente de lamentarse de que Svea pensara dejarnos.

—En realidad, es mucho mejor para ella dedicarse a dos niños pequeños que servir a una familia —dijo mamá pensativa—. Ahora Svea va a ser ella misma y así se lo deseo.

Mamá deseaba lo mejor para Svea. Iba a ser difícil romper los lazos que las unían, pero se consolaban mutuamente, prometiéndose escribirse y visitarse alguna vez.

El gran problema era ahora encontrar a alguien con quien sustituir a Svea. Como de costumbre hubo que recurrir a la abuela. Pero no se sustituye tan fácilmente a una ama de llaves como a una doncella. La abuela iba a hacernos diversas propuestas. Además, Svea había prometido ayudar a mamá para elegir a su sucesora. Como siempre, mamá tenía más confianza en Svea que en ella misma.

Aquí apareció Carolin inesperadamente y protestando. No comprendí lo que le ocurría. Se oponía tajantemente a que Svea tomase la responsabilidad de contratar a la nueva ama de llaves. Creía que debía ser cosa de mamá. Svea tenía otras cosas que hacer. Y si la nueva mostraba algún defecto después, la culpa habría que echársela a Svea. No, Carolin no había oído nunca una cosa tan disparatada.

Svea no hizo caso de lo que decía, ni le prestó la menor atención, y hubo un momento en que la armonía entre las dos estuvo a punto de romperse.

Carolin acusaba a Svea de mandona. Svea se había encargado de mandar y disponer hasta el último momento.

Me inquieté. ¡Svea y Carolin que habían vuelto a ser buenas amigas! ¿Se iban a enfadar otra vez? Y tal vez a separarse enemistadas.

Me extrañaba que Svea no hubiera ya explotado. Anteriormente, antes de que se hubiera encargado de los pequeños, lo hubiera hecho hacía mucho tiempo. Ahora tomaba las cosas con mucha más calma, pero yo sabía que había cosas que no podía soportar. Y Carolin no se rendía tan fácilmente.

Finalmente, encontré que la situación se ponía demasiado tensa y le dije que no metiera sus narices donde no debía.

—Svea lo hace para ayudar a mamá. ¿Es que no lo comprendes?

Sí, naturalmente que lo comprendía. Por eso precisamente protestaba. Me miró y sus cejas se levantaron con ese aire de enfado de otras veces.

—Creo que tu mamá se acobarda —dijo—. ¿No has observado que se aprovecha de su debilidad para sacar partido? Constantemente se hace la conmovedora…

Me indigné.

—Pero ¿qué estás diciendo? ¿Crees que puedes decir lo que te dé la gana?

—¡Pues no preguntes entonces! ¡Si no quieres que te contesten, cállate!

Ahora se mostraba otra vez imposible, reía con aire de superioridad y me ponía furiosa.

Yo creía que iba a terminar de meterse con nuestra familia, después de nuestra conversación bajo la lluvia. Entonces parecía como si hubiera comprendido, pero era claramente demasiado prematuro creerlo así. Ahora, otra vez, lo mismo; pero no conseguiría nada. Decidí no ocuparme de lo que decía, sino limitarme al asunto.

—Tal vez Svea tenga razón —dije— cuando creía que tú no querías que te hicieran competencia, sino que querías ser dueña y señora aquí. En tal caso, hubiera sido mejor decirlo así, claramente, en lugar de reñir con Svea. Tampoco tendría ella nada que decir en contra de que tú te quedaras de ama de llaves, cuando ella va a terminar. Era lo mejor que pudiera ocurrir. Con lo hábil que eres, te las arreglarías a las mil maravillas.

Me miraba indiferente.

—Pero ¿de qué hablas ahora? Yo tampoco he pensado seguir aquí.

¡Bueno, creí que me atragantaba! ¡Enloquecía de rabia! ¡Allí estaba ella plantada, como si fuera un pensamiento absurdo que pudiera quedarse con nosotros! ¡Como si yo fuera una idiota que podía creerme eso!

Pues no, debería marcharse lo antes posible. Había sido sólo por los pequeños por lo que había vuelto. Creía que yo lo comprendería. Aquella triste noche en la que murió Edvin, ellos se habían confiado a ella; no le había sido posible dejarlos; por eso había vuelto a casa con Svea.

Pero su intención había sido siempre inclinar, disimuladamente, los sentimientos de los niños hacia Svea.

Lo había conseguido, por lo que su cometido aquí había terminado.

Posiblemente podía pensarse en que se quedara todavía un tiempo, para ayudarnos a que todo quedara en orden cuando se marchara Svea. Ésta se lo había rogado. Podía crearse una situación difícil con dos nuevas muchachas en la casa al mismo tiempo; esto lo comprendía ella, por lo que no se iría antes de que la nueva ama de llaves estuviera ya al corriente de todo.

Hasta allí podía ella llegar, pero no más allá.

No sé lo que me pasó, pero me puse furiosa contra ella.

¡Con qué facilidad disponía de todo! ¡Fue ella la que dirigió todo para que Svea, al fin, pudiera tener sus anhelados pequeños! ¡Ella, la que le dijo a Svea que no nos ayudase a encontrar una nueva ama de llaves! ¡Ella fue la que prometió a Svea quedarse hasta que las cosas se arreglaran en nuestra casa!

En todas partes era ella, Carolin, la que dirigía y disponía. No había nadie que, en realidad, pudiera decir una palabra.

Segura de sí misma y presuntuosa, allí estaba ella ordenando lo que teníamos que hacer.

Estaba tan indignada que no me salían las palabras.

—¡Tú eres una déspota! —le solté—. ¡Ahora me doy cuenta! ¡Y no quiero tener nada que ver con una persona así! ¡Odio a esas personas que utilizan a otras para demostrar su poder!

Me fui de allí. Mis lágrimas estaban muy próximas y no debía verme llorar.

Me sentía totalmente engañada. Abusaba de su fuerte personalidad. Últimamente con Svea. ¡Qué triunfo! ¡Svea, que tenía fama de ser difícil! ¡De la que todos tenían un poco de miedo! Y a la que Carolin había logrado domesticar.

Todo estaba ahora rendido a sus pies.

Roland había caído de rodillas ante ella.

Nadja la adoraba.

Yo me había dejado dominar por ella.

A mamá, por alguna razón, no le había derrotado todavía su encanto. Mientras mamá estuviera bajo la influencia de Svea, no había nada que hacer. Pero después, cuando Svea ya no estuviera al alcance de la mano, no se podía saber lo que podría ocurrir.

¡La intrigante! ¡Y pensar que tal vez era por ello por lo que trató de que Svea no ayudara a mamá a encontrar una nueva ama de llaves!

¡Divide y vencerás!

Pero ¿y papá?

Sí, aquí había un interrogante. No se había ocupado tampoco de él. Desde que había regresado, se habían evitado mutuamente. Tenían algo entre ellos que no estaba muy claro, que los otros no conocían. Carolin había estado a punto de confiármelo, pero se había arrepentido.

¿Quién sabe? Papá era, tal vez, el único que no se había dejado engañar por su encanto. Y ante tales personas, se sentía insegura. Se ponía recelosa. Al mismo tiempo que despreciaba a los que se rendían ante ella.

¿Cómo podía tener verdaderos amigos?

No, me sentía engañada. Y nada quería saber en adelante de ella. Aquella persona tan egoísta.