Capítulo 23

ESTUVE en casa sólo un rato para cenar; después debía volver inmediatamente al río para encontrarme con Carolin. Durante este tiempo ella entregaría sus peces.

Le había prometido no decir nada, ni una palabra, en casa.

Pero me manaba la alegría a borbotones y encontraba que todo mi ser pregonaba que algo extraordinario había ocurrido; tampoco era tan fácil dominar la lengua, y me era difícil probar bocado.

—¿Qué te pasa? —dijo Roland.

Carraspeé un poco y contesté sin pensar.

—¡Hay un circo en la ciudad!

No sé de dónde me saqué esto, pero daba la casualidad de que era cierto. Nadja picó enseguida y empezó a convencer a papá para que comprara las entradas.

Papá me miró y dijo que, dado mi entusiasmo, no podía negarse. Iríamos, por tanto, al circo toda la familia.

—¡Pero no esta noche! —dije yo—. Otro día.

Todos me miraron. ¿Por qué no hoy? Es precisamente el estreno. Sería estupendo.

—Sí, pero yo no puedo.

—¿No puedes? —Nadja estaba hecha un lío y decepcionada—. ¿Por qué no?

—Tengo muchos deberes.

Se oyó la risa de Roland. Los deberes no acostumbraban a ser un impedimento para mí. Era extraño.

Le dirigí una mirada suplicante a mamá. Cuando se trataba de los deberes, se podía esperar mayor comprensión de su parte. A pesar de que papá era maestro, tomaba la escuela mucho más a la ligera que mamá.

—Todavía no he abierto ni un libro —dije tratando de aparecer culpable.

Mamá sonrió ligeramente.

—Has hecho mal. Pero las mejores entradas para esta noche estarán ya vendidas. Será mejor esperar…

—Entonces podemos ir mañana en lugar de hoy —dijo papá—, pues también estará bien.

Di un suspiro de alivio, pero era demasiado pronto. Cuando me iba a marchar apareció mamá.

—¿No tenías tantos deberes?

Así era, pero hacía tan buen tiempo que había pensado llevarme los libros y estudiar en algún sitio al aire libre.

—¿Entre los mosquitos? —Mamá me miraba con aire de sospechar algo. Sabía cómo detestaba yo los mosquitos, especialmente sus zumbidos. A menudo me había quejado de que no podía concentrarme si había mosquitos en mi habitación. ¿Cómo me iba ahora fuera?

—Pero mamá, la cosa no es tan peligrosa. Si se ponen insoportables, me vuelvo a casa.

Mamá sacudió la cabeza, pero se rindió.

—¡No olvides coger los libros!

Carolin estaba ya esperando en el río. Colocamos las bicicletas junto al mismo árbol y nos alejamos de allí paseando. Los libros se tuvieron que quedar en el portaequipajes.

Tardaría en anochecer aquel día, teníamos tiempo. Al principio, caminábamos en silencio. Carolin canturreaba algo para sí misma y me miraba alegre de vez en cuando.

—¿Por qué te marchaste? —le pregunte finalmente.

—¡Tú hubieras hecho lo mismo!

La contestación vino rápida, con una voz que dejaba entender claramente que no diría mucho más sobre el asunto. Tampoco se lo pregunté.

—¡Te hemos echado tanto de menos!

Ella hizo una mueca.

—¿Svea no, naturalmente?

—También, pero a su manera.

Carolin se puso de repente seria, y cesó de canturrear:

—También yo os he echado de menos. Hasta a Svea.

Se hizo el silencio de nuevo. Iba con las manos a la espalda, con la cabeza inclinada hacia atrás y contemplando las altas copas de los árboles. Caminábamos por un bosquecillo de abedules, que acababan de brotar.

—Qué bonito hacen los brotes tiernos —dijo.

—Sí, creía que no seguías en la ciudad.

—¿Por qué no?

—No; creía que te habías marchado inmediatamente.

—¿Por qué? ¿Adónde iba a ir?

—Creía que tenías tu casa en el campo. En algún lugar cerca de la abuela.

—¡Tú crees tantas cosas!

Se veía que tampoco quería hablar de ello. La conversación se hacía difícil. Se componía en su mayor parte de preguntas mías y de respuestas, más o menos evasivas, de ella. De vez en cuando había silencios. Ahora iba a callarme un rato y ver cómo respiraba ella. Pero no hablaba, empezaba a canturrear de nuevo y soltaba alguna que otra palabra sobre la naturaleza.

—¿Dónde vives? —era yo la que no podía dejar de preguntarle.

—En casa de unos amigos.

—¡No sabía que tuvieras tantos amigos en la ciudad!

—¡No, pero ahora ya lo sabes!

Cada vez se interrumpía y me hacía estar más insegura. Probablemente creía que yo era una pesada. Pero, a pesar de todo, debía comprender mi afán de preguntar. Podía hablar ella si quería que terminasen mis preguntas.

Pero no lo hizo, sino que continuaba con su canturreo y sus propios pensamientos; pero yo no la dejaba en paz.

—¿Por qué simulabas que eras tu hermano?

—¿Mi hermano? —me miró sorprendida—. ¿De qué hablas?

Le conté que, en efecto, yo había visto a su hermano varias veces. Que sabía que incluso había estado en nuestra casa. Lo había visto por la ventana una noche, por Navidad, cuando había visitado a Carolin y se iba a casa. La Olsen le había visto también.

Carolin me dedicó una pequeña sonrisa.

—¡El caso es que no tengo ningún hermano!

Tenía aspecto extraño y pensé que ahora no sabía lo que decía.

—¡Tu hermanastro, entonces! —dije.

Me había contado que tenía medio hermanos; por eso no lo podía negar.

—No, tampoco los tengo. Pero no era mi hermano a quien tú viste. En realidad era yo.

—¿Qué dices? Pero yo sabía que estabas en casa, en tu cuarto con Roland, cuando me encontré con tu hermano en el otro extremo de la ciudad. ¡Tú no puedes estar en dos sitios a la vez!

No, pero no había estado con Roland todo el tiempo. Había estado fuera, pero había regresado a casa antes que yo. Tan sencilla era la cosa.

¿Sencilla? Para mí era algo incomprensible.

—Pero ¿no viste que era yo? Estábamos a un metro de distancia, y cuando cogiste la naranja me miraste.

—Naturalmente que vi que eras tú.

Pero no había querido que yo la reconociera. Para circular libremente por la ciudad y encontrarse con sus amigos, se ponía a veces traje de chico. Era una medida práctica. Puesto que trabajaba durante el día, y casi siempre, no podía salir sino por la noche, era sencillamente molesto ser chica y ser importunada. Por lo demás, no quería que la reconocieran. ¿Es que era tan extraordinario?

¿Que no? ¡Había cruzado su mirada con la mía! ¡Sin pestañear! ¡Con la misma indiferencia que si se tratase de un extraño! ¡Yo nunca lo hubiera podido hacer!

—¡Oh, y yo lo hice a las mil maravillas!

Reía encantada como una niña. Se había encontrado también con mamá y papá y no habían reaccionado en absoluto. Ni siquiera Svea la había reconocido.

—Pero ¿Roland, entonces?

Sí, tuvo que reconocer que había sido más difícil. En una ocasión, en invierno, le había visto venir, y entonces se vio obligada a esconderse en un portal para evitar encontrarse con él. Fue cuando no hacía mucho que estaba en casa y él estaba más entusiasmado con ella, y entonces consideró que podía ser peligroso.

Después, se había encontrado con él no hacía mucho, pero entonces iba ella con un grupo de amigos y no había habido problema. La había mirado fijamente, pero como si la viera en un sueño.

—¿No encuentras tú que eso era muy desagradable?

—¿Desagradable? ¡Era apasionante! ¡Yo gozo en tales situaciones! Especialmente en aquella ocasión con la naranja. Casi nos rozamos… ¡Había que tener sangre fría!

Volvió a reírse.

—¿No tenías miedo de que fuese con el cuento por ahí?

—No. ¿Por qué ibas a hacer eso?

—Sí. Pero ¿por qué no?

—Porque hubiera sido una tontería. Y tú no eres tonta.

—Tú crees que hubiera sido una tontería, sí. ¡Pero a alguien, tal vez, le hubiera parecido lo contrario!

Carolin se encogió de hombros.

—¿Tú misma? ¿Qué crees tú?

No lo sabía en realidad, pero se me podía haber escapado.

Sonrió muy segura.

—No, tú no. Una persona medianamente inteligente no lo dice sin querer. ¡Si ella misma no quiere!

—¿Qué quieres decir ahora?

Sí, era sólo divulgar ciertas cosas pretendiendo que ha sido sin querer. Si se le escapa a uno es que por una razón u otra quiere que se sepa. Sin hacerse responsable de ello.

Pero yo no tenía razón alguna para querer traicionar a Carolin, por lo que ella no tenía por qué estar intranquila de que me pudiera ir de la lengua.

—Con otras palabras, ¿tú tenías confianza en mí?

—Sí.

—¿Por qué me evitabas? Observarías que yo quería entrar en contacto contigo, pero siempre ponías trabas.

Miró al suelo y no contestó.

—También lo estás haciendo ahora. Pareces muy abierta, pero es sólo en apariencia. De pronto pones la pantalla, te refugias detrás y tu vida queda en el misterio.

Sí. Era verdad lo que yo decía. Empezó a darle a una piedra que hacía rodar de aquí para allí por el camino, habíamos llegado a las afueras. El sol lucía todavía, en el horizonte se amontonaban grandes nubes y se había levantado el viento.

—El sol se ha puesto. Esto significa lluvia —dijo Carolin.

Continuaba dándole a la piedra por delante de ella Era molesto y hacía difícil el pensar. Se lo dije.

—Pero es seguramente tu intención. ¿No quieres hablar?

—Pues, sí.

La voz se hizo más suave, me miró a hurtadillas y terminó de darle a la piedra. Íbamos en silencio una junto a la otra. Después dije yo:

—Carolin, ¿comprendes que debes volver con nosotros?

—Gracias, ¡pero no puedo!

—Todos nos alegraríamos mucho… Yo creo que Svea se ha arrepentido; no era en absoluto culpa tuya que Edvin no pudiera entrar. No vino aquel día.

Carolin me miró fijamente.

—¿Qué no vino?

—No. Había caído enfermo otra vez. Todo se ha aclarado ahora. ¡Tú puedes muy bien venir! ¡Aún sigues en la ciudad!

—¡No lo estoy voluntariamente!

Parecía impaciente y cambió de tono de voz.

—¿Qué quieres decir?

—Justamente lo que acabo de decir. ¿Adónde voy a ir?

—¿Tienes familia? ¿Un hogar?

No. Ya no tenía a nadie.

—¿Tus padres, entonces? ¿Dónde viven?

Tampoco tenía padres. Nadie con quien poder contar, en todo caso. Reía al mismo tiempo. Dijo que sus relaciones familiares eran bastante extrañas, y hasta divertidas, en algún aspecto.

—¿Te atreves a escuchar?

Asentí en silencio, y ella empezó a contar que, desde un principio no había tenido padre. Sólo madre. El papá había desaparecido antes de que ella naciera. Había muerto, según mamá. No habían estado nunca casados. Pero para que Carolin tuviera un verdadero padre, la mamá se había casado con otro hombre, que fue divertido, pero no un buen padre.

Después, había fallecido mamá.

Y allí estaba ella con un padre que para procurarle una madre se había vuelto a casar muy pronto. La nueva madre no era, desgraciadamente, ni buena ni divertida.

Ahora tenía una nueva madre y un nuevo padre, no siendo ninguno de ellos ni su verdadera madre ni su verdadero padre. Y, poco a poco, había visto que ninguno de los dos la quería, porque ella no era tampoco su verdadera hija. ¿Por qué los iba a aceptar como a padres cuando, realmente, ni lo eran ni querían hacer de tales?

Su padre había sido bueno. Había tenido un negocio que, desgraciadamente, había fracasado. Carolin trató de ayudarle de nuevo, con una idea astuta, pero no demasiado legal, que casi salió bien. Si no hubiera fallado, podía haberse convertido en vendedor ambulante.

No salió bien, debido a que la nueva madre metió sus narices en el asunto y lo echó todo a perder; su padre dio con los huesos en la cárcel. Y, ahora, la madrastra culpaba a Carolin, a pesar de que, en realidad, la culpa había sido suya.

La idea de Carolin era buena, incluso hasta genial; todos habrían salido ganando con ella, si la madrastra no hubiera malogrado todo por tener celos de Carolin.

Sólo faltaban tres días para que la idea se hubiese transformado en un negocio brillante e ingenioso. En su lugar, resultó una estafa con grandes pérdidas y casi la ruina, como consecuencia. Naturalmente, Carolin aceptaba su participación en todo ello. Desde el punto de vista legal, la idea tal vez no era feliz, y no lo volvería a repetir nunca. Lo había hecho para ayudar a su padrastro. Como agradecimiento a que se había ocupado de ella y no la había abandonado cuando murió su madre.

Realmente no había sido un buen padre, pero sí un buen compañero, y esto tenía mucho valor.

La idea era que los dos, Carolin y él, iban a hacerse buhoneros. Pensaban hacer buenos negocios. Carolin era mujer de recursos y ella lo sabía.

La madrastra no aceptó el plan. Tenía que separarlos a cualquier precio. No reparó en medios. Tan pronto como tuvo posibilidad de comprometer a Carolin, la atacó inmediatamente, pero olvidó que Carolin no era mayor de edad. En su lugar echaron mano a su padrastro, lo que hizo que su madrastra se volviera aún más rencorosa. Por eso, Carolin ya no tenía un hogar; no lo consideraba como una gran pérdida. Estaba acostumbrada a arreglárselas ella misma. Y esto tenía mucha mayor importancia que todos los hogares del mundo.

Trató de describirme el golpe que había planeado y me lo expuso con todo detalle, pero no pude seguir la trama. Se dio cuenta y me miró sonriente.

—¿Tal vez no entiendes de negocios?

—No, no mucho.

—No importa. Comprendes otras muchas cosas que son más importantes.

Estaba bien dicho y yo quise devolvérselo.

—Nadie sabe tanto como tú —le dije.

Carolin rió suavemente y me cogió la mano.

—Esto no lo creía mi madrastra —dijo—. Ella creía que yo no estaba bien de la cabeza. Consideraba que me debían encerrar.

—¿Qué dices? —dije bruscamente.

Sí, la madrastra quería encerrarla en un manicomio.

—¡Si hubiera podido decidir, yo no estaría ahora aquí!

Carolin reía, pero no había mucho de qué. Ahora comprendía yo quién era la de las llamadas telefónicas anónimas a casa. Se lo conté a Carolin de la manera más suave posible. Pero no le afectó mucho.

—Ella es capaz de cualquier cosa, así es que no me extraña —agregó simplemente.

Yo encontraba que todo aquello era terrible. Me hacía sentirme mal. ¿Cómo podía Carolin hablar de ello tranquilamente?

—He vivido una vida mucho más dura que tú. Pero no hay por qué lamentarse. De esta manera no estoy atada a nadie. Es una sensación muy agradable. ¡Soy libre!

Guardó silencio y yo también. No tenía nada que contestarle. De repente me miró.

—¿Pero tú no sabes qué es eso? ¡Ser libre!

A juzgar por el tono que empleaba me daba cuenta de que se estaba creando un nuevo distanciamiento entre las dos. ¿Creía, tal vez, que había sido demasiado sincera, había contado demasiadas cosas de sí misma?

Pareció de pronto irritada, y no me atreví ni a abrir la boca. Estaba en guardia, y yo tenía la impresión de que todo lo que pudiera decirle sería mal interpretado.

Me puse furiosa.

Comprendía que se quería meter de nuevo con mi imposible pasado. Mi vida protegida. Mi desgraciada familia. Pero según su manera de ver las cosas, todo esto le daba una ventaja que yo nunca podría recuperar.

¡Era su forma de sentirse satisfecha!

¿Por qué debía criticarme a mí por ello? Había dicho ella que yo no era responsable. Que no era mía la culpa. Yo era sencillamente «una víctima». Las víctimas no deben ser castigadas. ¡Ya lo han sido!

No pude contenerme.

—¡Empiezas otra vez! ¿Por qué vas a ser más libre que yo?

—Porque yo puedo irme cuando quiera. Y a donde quiera. Tú no puedes.

¡Qué va! Yo podría ir donde quisiera igual que ella, si quisiera ser igual de desconsiderada. Todo era, por tanto, un punto de vista.

—¡Pero, seguramente, no sabes lo que significa una familia!

Me parecía que le había dado un golpe certero, pero no hacía más que reírse de mí, triunfante.

—¡Es precisamente lo que yo digo! ¡Tú tienes que tener siempre en consideración a tu familia, porque no eres libre!

—Pero ¡bueno! ¡No se trata sólo de la familia! ¡Existen otros seres también! ¡Nosotras, por ejemplo! ¿Qué crees tú que sentimos todos cuando te marchaste?

Permaneció en silencio. Y le hablé de Nadja.

—Tú sabes muy bien lo mucho que representas para ella. Tenía confianza en ti. Y creía que ella también significaba algo para ti. Cuando fuiste capaz de marcharte así, sin decir nada, ella creyó que te traía completamente sin cuidado. Estaba inconsolable. Sumamente decepcionada. ¿Crees que esto es bueno para ella? Cuando se es pequeña se necesita tener la sensación de que se puede confiar en las personas.

Carolin callaba. Caminaba con la cara medio vuelta, pero escuchaba, no estaba indiferente. Fue un verdadero sermón de moralidad lo que le cayó encima, pero yo encontraba que, al menos una vez, necesitaba oír que también en nuestra «mimada» familia podía haber agradecimiento sincero y sentimientos verdaderos. También éramos capaces de sentir desilusión y dolor. A pesar de que estábamos tan echados a perder. Y sólo «disponíamos» los unos de los otros, como ella decía.

—¡No, no acabo de comprender por qué te largaste de aquella manera! Tenías que tener razones muy poderosas para portarte así con nosotros.

Me callé. Había dicho lo que quería. Por primera vez no me había visto impedida por su personalidad, su estilo soberano. Me había salido de la forma más natural. Sólo necesitaba pensar en los de casa, en Nadja y en Roland, en todos, que habíamos estimado verdaderamente a Carolin, y también tratado de demostrárselo, cada uno a su manera. No nos había sido difícil.

Pero ¿en qué medida ella correspondía a nuestros sentimientos? ¡Había razones para preguntárselo! Es verdad que en muchas ocasiones había mostrado amabilidad, y hasta cariño, especialmente en el caso de Nadja. Pero ¿verdadero afecto? ¿Lo podía sentir ella?

La miré con precaución. No había despegado los labios durante un buen rato. No era corriente. Acostumbraba, al contrario, a eliminar todo lo desagradable con una broma, un gesto gracioso, una risa encantadora.

Entonces vi que caminaba llorando. Las lágrimas se deslizaban lentamente. Ni se preocupaba de secárselas.

Yo tenía un poco de miedo al principio. Nunca la había visto llorar; la hubiera querido abrazar, pero no lo hice. Había algo que me retenía.

Las lágrimas tienen poder. Especialmente las que no se prodigan. Empezaba a sentirme insegura de nuevo. ¿Qué le había dicho yo en realidad? ¿La había ofendido? ¡Pero todo era verdad! Tenía que aguantar la verdad. Al igual que lo hacía yo. Y ella quería que fuéramos igualmente fuertes. Ahora lo éramos, lo sentía yo. Ella con sus lágrimas y yo con mis dudas.

No, yo no debía secar lágrimas aquí, ahora. Carolin debía llorar. ¿Tal vez íbamos camino de encontrarnos verdaderamente por primera vez? Se trataba sólo de esperarnos mutuamente. Si yo hacía algo precipitado ahora, lo echaría todo a perder.

Creo que Carolin sentía lo mismo. No me miraba, seguía andando.

De pronto noté frío. Soplaba un viento fuerte y la lluvia estaba encima. Nos habíamos alejado de la ciudad, empezaba a hacerse tarde y hubiese sido prudente regresar; se avecinaba la tormenta, pero Carolin parecía que no se daba cuenta, y yo no quería molestarla. Seguía llorando y continuábamos nuestro camino en silencio.

Al cabo de un rato se volvió hacia mí.

—Sí, hay algo que no te he contado. He tenido miedo todo el tiempo de que no quisieras creerme.

Me miró, no contesté nada, pero le clavé la mirada en sus ojos, y continuó:

—Vas a recibir un choque, lo sé, y hasta tal vez me detestes. Pero si me prometes tratar de permanecer tranquila, voy a intentar ser franca.

Sentía cómo mi corazón se desbocaba, pero asentí en silencio. Carolin dio un suspiro y no esquivó mi mirada.

En aquel momento empezó a llover. Un aguacero de primavera que nos duchó la cara.

—Comprendo que estéis dolidos conmigo porque yo os dejé de aquella manera. Yo también lo estoy. Pero consideré que era lo único que podía hacer precisamente en aquel momento. Parecía cobarde, y tal vez lo era. Pero de modo distinto a lo que tú crees. No era sólo por aquello de Edvin y Svea. Fue un pretexto. Hacía tiempo que pensaba marcharme. Por otras razones. Es por lo que el enfado de Svea llegó muy a tiempo. Pero como he dicho, no fue Svea en absoluto…

Hablaba despacio, con pausas reflexivas. Llovía sin cesar; la tormenta arreciaba y la lluvia nos azotaba la cara.

—Había pensado que jamás iba a contar todo esto a ninguno de vosotros. Pensaba que era innecesario; vosotros tenéis vuestros problemas y ninguno de vosotros puede hacer lo más mínimo para mejorar la situación. ¿Qué necesidad teníais de saberlo —pensé yo— cuando nadie puede ayudarme?

Hizo una nueva pausa y se secó la lluvia de la cara.

—Pero tal vez, tarde o temprano, lo llegaríais a saber, cuando yo me encontrase en cualquier rincón del mundo, y entonces puede ser conveniente que, por lo menos, tú conozcas la verdad de mis propios labios.

Ninguna de nosotras pensaba en volver, estábamos caladas y la lluvia persistía implacable. Carolin caminaba de nuevo en silencio y reflexionaba. Yo no había dicho una palabra mientras ella hablaba, pero ahora pensé que podía ayudarla y dije:

—Sí, todos sospechamos de que la culpa de que te fueras no era exclusivamente de Svea.

No contestó. Como no decía nada, continúe yo con precaución:

—Fue tras la conversación con papá cuando desapareciste… ¿Fue algo que él…?

No contestó. Apresuró la marcha. Temí haber echado a perder todo.

—Fuera lo que fuera lo que te dijo, no pudo ser su intención el perjudicarte —esto lo sé yo—. Quería ayudarte. Él…

—¡Quieres callarte!

Se había parado y me miraba con hostilidad. ¡Se trataba, por tanto, de papá!

—Querida Carolin… Perdona que te haya interrumpido. No voy a decir nada más.

Me miró y empezó, de pronto, a tiritar bajo la lluvia.

—Qué frío se ha puesto el tiempo. Estoy helada…

Se quitó la gorra de visera que había tenido todo el tiempo en la cabeza y sacudió el agua contra una de sus rodillas. Entonces me di cuenta que estaba rapada como un chico. Las trenzas habían desaparecido.

Entonces era como había dicho, que había pensado marcharse antes y se había cortado el pelo, pues era mucho más fácil ser chico.

—¡Querida Carolin, continúa! ¡Cuéntame más!

Me dirigió una mirada rápida y se pegó en la rodilla con la gorra, con tanta fuerza, que el agua salpicó.

—¡No! ¡He cambiado de idea! ¡No digo nada más!

Y se puso en camino nuevamente, seguida de mí.