Capítulo 18

UN par de días después, Carolin hizo algo imperdonable.

Svea le había rogado que se ocupara del pequeño Edvin durante la comida. Ella tenía que ir al dentista. Había estado despierta toda la noche con una botella de agua caliente en la mejilla y no había pegado ojo ni un momento. Estaba pálida y ojerosa y hablaba muy nerviosa. Seguramente le tenían que arrancar la muela; pero esto no le preocupaba demasiado. Su gran problema era el no poder estar en casa cuando llegase el pequeño Edvin para comer. Tenía que dejar a Carolin como responsable de todo y la única que sabía lo que su Edvin necesitaba era ella. ¿Qué iba a pasar?

Carolin trató de tranquilizarla.

Todo estaba preparado. Svea tenía hecha la comida de Edvin y hasta le había puesto la mesa. Lo único que Carolin tenía que hacer era calentarle la comida y procurar que comiera bien.

Pero lo más importante era que tuviese cuidado cuando llegara Edvin. Nadja estaba de excursión con la escuela y no vendría a comer. El pequeño Edvin seguía sin atreverse a llamar a la puerta. Carolin tenía, por tanto, que estar vigilante. Edvin no debía quedarse sentado en la escalera de la cocina. Todavía seguía con su tos y hacía frío y viento.

Svea fijó sus ojos en Carolin. ¿Podía confiar en ella?

Naturalmente, aseguró Carolin; Svea podía estar segura.

Pero… Carolin, que estaba sola en casa, se olvidó por completo de todo, a pesar de las repetidas advertencias de Svea. O tal vez, precisamente por eso. Era incomprensible. Estaba desesperada. No le había pasado algo parecido nunca. No podía explicárselo. No tenía excusa alguna. Había estado ocupada limpiando las ventanillas de las estufas de azulejos. Son muchas las que hay en nuestra casa, y había estado subiendo y bajando con las ventanillas en la mano. Había mirado la hora varias veces, sin dejar de pensar en el pequeño.

Incluso se había puesto junto a la ventana para verle venir. El sol resplandecía, había cerrado los ojos y dejado que el sol acariciara su cara. Después no se acordaba de más. Era como si la noción del tiempo hubiera desaparecido.

Carolin no se despertó hasta que mamá entró de regreso. Entonces se acordó de todo, pero ya era demasiado tarde. En la escalera de la cocina no había ni rastro de Edvin. Se había vuelto a la escuela sin comer. ¡Más de una hora debía haber estado allí en la ventana y soñando! Era la única explicación. Ella misma no lo podía comprender. No había visto llegar a Edvin.

Svea se puso fuera de sí. Creía que Carolin lo había hecho por pura maldad, para vengarse. No quiso escuchar ni sus explicaciones ni sus excusas. Era una traición. Era algo imperdonable. ¡Carolin había demostrado de lo que era capaz! No había dudado en engañar a un pobre muchacho con tal de hacerle daño a Svea. Era todo lo que Carolin tenía en la cabeza.

¡La única vez que Svea le había pedido un favor! ¡Svea lo había previsto! Había estado intranquila e inquieta, pero lo que había sucedido no lo podría jamás ni haber soñado. Era algo demasiado rastrero.

¿Cómo podía Svea ser tan tonta para fiarse de Carolin? No se lo podría perdonar.

Lloraba y estaba furiosa. Carolin le había pedido que la perdonase; estaba deshecha. Pero Svea le gritaba que no fuera hipócrita. Sin darse cuenta que la desesperación de Carolin era auténtica.

—¡Desaparece de mi vista! —gritó, y echó a Carolin de la cocina. No podía soportar su presencia.

La situación no mejoró al día siguiente, cuando Edvin tampoco apareció a la hora de comer. Svea creyó inmediatamente que no se atrevía a venir debido a que el día anterior no le habían abierto la puerta. Svea esperaba y esperaba. Finalmente se fue corriendo a la escuela, pero llegó demasiado tarde. La clase había ya comenzado.

Cuando Svea regresó de la escuela se fue directamente a mamá y le exigió que debía despedir a Carolin inmediatamente.

—¡O se va ella, o me voy yo! ¡La señora tiene que decidir!

Mamá no tenía nada que argumentar. Había tratado de convencer a Svea de que Carolin no lo había hecho adrede. Era una falta imperdonable, pero, a pesar de todo, era una desgracia involuntaria. Svea se había negado a escucharla, hizo un gesto desdeñoso y se fue. Mamá no podía con ella. Le había pedido que por lo menos se calmase hasta que papá volviese a casa.

—¿Es que el señor es el que va a decidir cuál de nosotras es la que tiene que marcharse? ¿Quiere la señora decir eso?

No. Mamá no quería decir nada. Solamente quería hablar con papá. No podían despedir a Carolin sin más ni más. Esto lo debía comprender Svea. Pero ella no lo comprendió en absoluto.

—¡Ella o yo! ¡Piénselo bien, señora!

Y después dio media vuelta. Todo sucedió muy deprisa.

Por la tarde, cuando regresé de la escuela, el silencio que reinaba en la casa era desconcertante. Todos estaban muy ocupados en sus habitaciones.

Entré en la cocina. Svea no estaba allí. Carolin tampoco. Pero Roland me había oído llegar y vino pálido y muy serio.

Papá había hablado con Carolin. Había sido una conversación muy corta. Lo que dijo papá no lo sabía Roland. Pero Carolin había corrido a su cuarto inmediatamente después. Y por primera vez se había encerrado.

Roland había estado allá arriba y había llamado a la puerta, pero ella no quiso abrir. Quería estar sola. Ni siquiera le abrió a Nadja, a pesar de que estaba llorando. Ella creía que papá había estado duro con Carolin. Roland no era de la misma opinión. Papá no parecía especialmente agitado. Más bien triste. Antes, mamá y él habían hablado largo rato a solas. Cuando después papá había rogado a Carolin si podía hablar con ella, estaba completamente tranquilo. Roland creía que no habían discutido. A pesar de todo, él debió decirle algo muy serio para que Carolin se fuera corriendo y se encerrara en su habitación.

¿Qué podía haber pasado?

Roland le preguntó a papá, pero él le contestó diciéndole que le había hecho a Carolin una propuesta sobre la que podía pensar hasta mañana.

¿Qué clase de proposición podía ser?

No lo quiso decir. Era algo que no necesitábamos saber ahora. Si ella decía que sí a la propuesta, sería ya otra cosa. Entonces lo sabríamos. Teníamos que tener paciencia.

A Carolin no se la vio más aquel día, tampoco salió de su cuarto por la noche.

Fue Svea sola la que sirvió la cena. El ambiente estaba bastante tenso. Svea cumplía su trabajo en silencio. Parecía que ya no estaba enfadada, pero a menudo dirigía una mirada interrogante a papá. Se preguntaba, naturalmente, lo que le podía haber dicho a Carolin y qué iba a pasar ahora.

Horas más tarde me deslicé silenciosamente hasta la buhardilla y llamé con precaución a la puerta de Carolin. No contestó. Pude ver que la habitación estaba a oscuras. Tal vez dormía. Esperé un momento. Volví a llamar y susurré que era yo. El mismo silencio y la misma oscuridad. Entonces volví a bajar.

A la mañana siguiente Carolin había desaparecido. Había abandonado la casa durante la noche, llevándose todas sus cosas. Ninguno de nosotros había oído el menor ruido.

Lo único que había dejado detrás de sí eran unas líneas escritas en un papel, que Svea había encontrado sobre la mesa de la cocina. Eran dos líneas:

No traten de buscarme.

Yo siempre me las arreglo.