Capítulo 16

CADA primavera me entraba una especie de desazón, que no podía soportar, pues no sabía su origen. Si supiera cuál era su mensaje me bañaría agradablemente en él. Era un puro sentimiento. No podía encontrarle solución racional alguna. Acostumbraba a recobrar la calma, dejándome invadir por la luz de la primavera y el sol cegador, que entraba a raudales por las ventanas.

Carolin acostumbraba a hacer lo mismo, cuando podía. Me di cuenta de que ella, lo mismo que yo, se sentía atraída hacia las ventanas por las que entraba el sol, como por una fuerza magnética.

Pero también se sentía atraída por la luna. En cuanto había luna llena, se le podía ver en la misma posición con el rostro erguido y los ojos cerrados ante el claro de luna. A veces, producía un efecto un poco raro verla allí sola, en el frío del jardín, con los ojos cerrados como en éxtasis. Su postura casi se asemejaba a la de un fantasma.

Por entonces, yo tenía la impresión de que no avanzaba en mi conocimiento de Carolin.

Desde que se había curado no me había dedicado mucha atención. Roland era, naturalmente, el preferido. Yo no aprobaba esto. Pero mi opinión le tenía bastante sin cuidado. De lo contrario, no tontearía con él de la manera que lo hacía. ¿No se daba cuenta de la extraña situación que estaba creando? Pobre Roland. Carolin le tenía sorbido el seso. Si uno se interesa verdaderamente por alguien a quien se quiere, el sentimiento tiene que ser recíproco; de lo contrario, el amor muere. En su situación actual ninguno de los dos salía beneficiado.

Pero a Carolin esto la tenía sin cuidado. No pretendía vivir un sentimiento profundo, sino intervenir en un juego divertido.

¡Y pensar que tal vez la Olsen tenía razón!

¡Y pensar que verdaderamente Carolin revoloteaba alrededor de papá en secreto! ¿Y flirteaba con Roland para ocultarlo?

Por lo demás, mamá se había puesto un poco en guardia con Carolin. No era tan naturalmente amable con ella como anteriormente. No le había dicho nada a papá de las habladurías de Svea y la Olsen, pues consideraba que era innecesario. Papá podría encontrarse molesto y empezaría a portarse de una manera poco natural si supiera que Carolin estaba enamorada de él.

Y tal vez todo era una pura mentira. En esto, mamá tenía razón, pero me había rogado que tratara de saber qué clase de fotografía tenía Carolin y de dónde la había sacado.

No me gustaba hurgar en el asunto. Seguramente había arrancado la fotografía de alguno de nuestros álbumes, y mamá sabía mucho mejor que yo qué fotos había allí. Era mucho más fácil para ella ver si alguna foto había desaparecido. Pero no quería ocuparse tampoco de ello. En tal caso me parecía que era mejor no luchar contra molinos de viento. Pero mamá no pensaba así. No sabía, en realidad, lo que quería. Esto le ocurría a menudo.

Svea se paseaba con la boca muy apretada y bastante silenciosa. Trataba de aparecer como si supiera más que nadie; pero creo que se había arrepentido de haber propagado los chismes de la Olsen. Tal vez consideraba que esto no iba precisamente en su favor.

La situación en casa estaba un poco tirante. Entonces ¡ocurrió algo!

Una buena mañana, cuando yo estaba tomando el sol en mi ventana, divisé una personilla jugueteando por la calle. Era el pequeño Edvin, que iba camino de la escuela. Con la cartera de los libros, regalo de Svea, a la espalda. Le hice señas, abrí la ventana y le llamé, pero siguió su camino un poco asustado. Flora le había dado órdenes, sin duda alguna, de que nos ignorase por completo.

Pero en todo caso era significativo que hubiera escogido el camino que pasa junto a nuestra casa. Había otro. Además, más corto. Algo significaba, por tanto, el que voluntariamente hubiera pasado al lado de nuestra casa.

Corrí a la cocina y le conté la noticia a Svea.

Se entusiasmó, y se apresuró a ir a la escuela durante la hora de descanso del almuerzo. Trataba de cazar al pobre Edvin. Gustosamente vino a casa, de la mano de Svea. No comentó que se lo hubiera prohibido Flora, como nosotros esperábamos. Svea tampoco se lo podía preguntar por las buenas, y así, nunca pudimos poner en claro si lo había hecho a espaldas de Flora. Svea no lo creía así. El pequeño Edvin era la misma verdad. No había nada en él que fuera falso. Svea creía que Flora no le había hecho advertencia alguna ni en un sentido ni en otro, sino que había dejado correr las cosas. No quería tampoco privar a su hijo de la comida. Si por casualidad ocurría que era invitado, debería hacer la vista gorda y aceptar.

Por el contrario, Svea creía que era el pobre Edvin quien voluntariamente había escogido el camino cercano a nuestra casa, y esto le hacía estar contentísima.

Edvin se mostraba un poco tímido cuando llegó; pero cuando Svea le puso delante la comida, sonrió de buena gana. Y cuando después llegó Nadja y dijo que quería jugar con él, su alegría no tenía límites. Se veía claramente que se encontraba muy a gusto con ella y también con Svea.

No nos hacía mucho caso a los demás. Carolin acostumbraba a desaparecer cuando llegaba el pequeño Edvin. Lo había decidido así para evitar que Svea pudiera creer que quería hacerle competencia.

Edvin estaba un poco pálido, aun después de su enfermedad y la tos no se le había ido. Esto intranquilizaba a Svea. El pequeño necesitaba alimentarse bien. Ella cuidaba con todo esmero de que no le faltara nada de lo que necesitaba, y a la hora del almuerzo llegaba como un buen chico y se sentaba en la escalera de la cocina, en espera de que Svea le abriera. Pero no le pudo convencer de que llamara a la puerta.

En una ocasión, cuando volvían juntos de la escuela, lo engañó Nadja para que llamara a la campanilla de la entrada principal. Pero Edvin se asustó tanto al oír el ruido que había desencadenado, que se marchó de allí corriendo. Trabajo le costó a Nadja alcanzarlo para que volviera. Y, después, se sentó a la mesa con un ataque de hipo que le duró todo el almuerzo. ¡Hacer uno ruido era algo peligroso!

Svea parecía otra persona tan pronto como volvió Edvin. Era un fenómeno verdaderamente extraordinario. Cambió inmediatamente, más amable y más tranquila. Lo cual era, sencillamente, muy humano. Hacía olvidar su otra cara y se la apreciaba de verdad.

Se manifestaba de manera diferente. Hasta con Carolin. Eso que Carolin se ponía algunas veces pesada. Especialmente ahora que, para colmo de males, estaba decidida a despertar la política en la cabeza de Svea. Carolin podía parecer muy «obstinada» —como decía la propia Svea—, pero realmente no era así. Svea ya no lo tomaba a mal, y hasta podía hacer ciertas concesiones y estar conforme con Carolin en algunas cosas. ¡Naturalmente, dentro de ciertos límites; pero ya era algo!

El ambiente en casa mejoró notablemente.

Se notaba un clima de esperanza. Todos los problemas acabarían por solucionarse. ¡Tal era la importancia de Svea en la casa! Todos dependíamos, en mayor o menor grado, de su humor. En realidad, esto era terrible. Me preguntaba si ella misma se daba cuenta de eso. Desgraciadamente, mamá tuvo, justo entonces, una nueva llamada telefónica.

Era la misma mujer que volvía a llamar. Mamá contó lo que le había dicho.

Había oído que Carolin continuaba en nuestra casa, y creía que era un sacrificio para mamá y no quería mezclarse en ello; pero, a pesar de todo, consideraba que era su deber informarnos de ciertas cosas. ¿Era mamá realmente consciente de la situación? ¿No se daba cuenta de que Carolin se había puesto un poco «rara» en primavera, que reaccionaba extrañamente? Naturalmente, era tristísimo comprobarlo; pero precisamente por eso, por su propio bien, era muy importante que recibiera los cuidados que necesitaba. Había hospitales que recibían a personas con tales dolencias. Sólo era preciso un certificado de que necesitaba asistencia médica, y esto no era difícil de conseguir. Mamá debía pensar muy bien que suponía una responsabilidad ocuparse de tales personas.

En todo caso, mamá debía saber de qué se trataba, por si empezaban a ocurrir cosas extrañas con Carolin. Creía que era su obligación llamar; terminó la mujer y colgó el auricular.

Tampoco ahora pudo mamá decir una palabra. Al igual que en la ocasión anterior la mujer hablaba ininterrumpidamente y como si estuviera leyendo lo que quería decir. Era tan desagradable, que mamá se quedó como petrificada. No debía haber escuchado, sino colgado el auricular tan pronto como oyó el inicio del infundio. Pero se quedó tan paralizada, que continuó con el teléfono en la mano largo rato después de haber terminado la conversación. Esta vez la cosa era mucho peor.

La insinuación de que una persona que vive en tu casa no está bien de la cabeza, y de eso se trataba precisamente, es algo que no se puede tomar a la ligera.

¿Y pensar que, a pesar de todo, podía ser verdad?

No porque mamá lo creyera así, ni tampoco porque Carolin diera signos de tal cosa, pero ¿qué sabíamos nosotros en realidad de ella? Y debía de ser, en todo caso, una enfermedad que brotaba precisamente en la primavera, ahora, en este tiempo.

Pero… ¿Carolin se mostraba un poco rara?

¿Sus repentinos ataques contra Svea?

¿Sus devaneos con Roland?

¿Y si ella era también un poco amiga de aventuras?

¡Por ejemplo, cuando quiso secuestrar a Edvin!

Es posible que no fueran solamente niñerías, como nosotros pensábamos. ¿Y pensar que podían ser los primeros síntomas de que empezaba a ponerse gravemente enferma?

Mamá trató de hablar con papá, pero no quería escucharla.

Había trabajado mucho y bien últimamente, y no quería que ahora le fueran con cuentos cuando estaba más tranquilo.

—¡Ya he dicho que no debemos ocuparnos de llamadas telefónicas anónimas! ¡No quiero oír una palabra más sobre todo esto! ¡Es alguien que está molesto con Carolin y se venga de esta manera! ¡No hay por qué preocuparse!

Yo pensaba como papá. No creí, ni un solo momento, que pudiera correr algún peligro la razón de Carolin.

Pero era terrible pensar que había alguien que casi quería que fuera declarada demente, pues de eso se trataba en la llamada telefónica.

¡Carolin tenía que saberlo!

Pero, precisamente ahora, no era fácil encontrar la ocasión. Durante su enfermedad se había mostrado afectuosa y abierta. Ahora, en cambio, estaba intratable, negativa, displicente. Sencillamente a mí me hacía estar insegura. ¿Se arrepentía de la confianza que había existido entre las dos?

Fuera como fuese, no podía ahora hablarle detenidamente. Había que esperar.

Para mayor seguridad, mamá telefoneó a la abuela para preguntarle si le había ocurrido alguna vez a Carolin ponerse rara durante la primavera. Pero la abuela le contestó lo mismo aproximadamente que papá; que era alguien que quería mal a Carolin. Eso era todo. Parecía más bien que era la persona que llamaba la que no estaba bien de la cabeza.

Por lo demás, la abuela conocía a los padres de Carolin, y ninguno de ellos había padecido algo parecido. La respuesta era tranquilizadora —al menos para mamá—, pero continuó vigilando a Carolin.

Por aquellos días me volví a encontrar con su hermano.

Casi había olvidado su existencia; no lo había visto desde el invierno y pensé que tal vez se hubiera ido de la ciudad.

Era la noche de Walpurgis, que se celebra el 30 de abril. Una compañera de la escuela y yo habíamos ido a ver las hogueras que se hacen esa noche y a oír los cantos de primavera.

Después, fuimos paseando despacio hasta la ribera. Hacía fresco y olía fuertemente al fuego de las hogueras y a primavera. Las laderas tenían el tinte azul y amarillo de las hepáticas y ficarias. Nos detuvimos y cogimos algunas flores.

A mí me habían comprado unas botas para la temporada de primavera con un pequeño tacón. Brillaban y eran muy bonitas. Debía mantenerlas impecables.

Pero era difícil mantener el equilibrio por donde íbamos, pues la orilla era muy pendiente, y comencé a hacer piruetas muy peligrosas a causa de mis tacones. El paseo parecía divertido y empecé a reírme, vacilando y tambaleándome cada vez más.

De pronto perdí el equilibrio y estuve a punto de darme un chapuzón en el arroyo. Di un grito y al mismo tiempo sentí que una bicicleta frenaba en el camino de arriba. Era el hermano de Carolin.

Se paró con la intención clara de ayudarme si me hubiera caído al agua; pero había conseguido volver a guardar el equilibrio y no hizo falta. Y él pudo continuar su paseo en bicicleta.

Estaba tan atolondrada que no me fijé que iba con otro joven; hasta que éste saludó no me di cuenta de quién era. Al principio no le reconocí, pero después me di cuenta de que era Gustav, el chico alto que iba con Carolin en el coche cuando secuestramos a Edvin. Me hizo señas con la mano y me dirigió una sonrisa. Comprendí que pensaba en nuestra aventura y le devolví la sonrisa.

El hermano de Carolin continuaba pedaleando sin volver la cabeza. No parecía que conociera nuestro secreto. No hizo signo alguno de reconocerme. El que parara la bicicleta cuando estuve a punto de caer al agua, fue un simple reflejo que hubiera hecho con cualquier otro.

Seguramente Carolin le había exigido a Gustav guardar el secreto.

Qué extraordinaria era Carolin; quería mantener un muro infranqueable entre sus dos mundos.