Capítulo 8

CAROLIN tenía derecho, naturalmente, a recibir a su propio hermano. Nadie en esta casa lo vería como algo inadmisible. Eso lo debía comprender ella.

Pero ¿por qué tenía que dedicarse a aquel tráfico misterioso, en plena noche? ¿Por qué no nos lo podía presentar? Parecía como si le hiciese daño la luz del día o como si el hermano fuera un tipo raro no presentable. Sí, ¿qué se podía creer?

¡Si yo pudiera comprender por qué se comportaba así!

¡Ella, que siempre quería ser muy franca! Pero seguramente no le gustaba que nos metiéramos en sus cosas. Quería conservar también su libertad. Demostrar su independencia. Y a menudo chocaban libertad y sinceridad.

No había duda de que no estaba obligada a contarnos que tenía un hermano en la misma ciudad. Si tenía algún motivo para guardar el secreto, no había tampoco nada malo en que lo hiciera.

Pero tampoco debía entrar y salir de nuestra casa como se le antojara, cuando no había nadie despierto. Esto a mí no me parecía correcto. Y por otro lado, no podía imaginar que Carolin fuera culpable de algo malo. Pero me sentía preocupada. ¿Por qué no se fiaba de nosotros? ¿De mí? ¿De qué podía tener miedo? ¿Pensaría Carolin que íbamos a prohibir la entrada a su hermano al ser un pobretón?

No, no podía esperar esa reacción de nuestra parte. Pero podía tener sus razones para callar. ¿Qué sabíamos nosotros de la situación de su familia?

No hay que ser mal pensado. Pero, a pesar de todo, no podía evitar que estos interrogantes me preocuparan. Puesto que yo era evidentemente la única persona en casa que conocía la existencia del hermano, sentía cierta responsabilidad.

En algún momento creía que lo mejor era hablar claramente con Carolin. Pero enseguida me convencía de que era la mayor tontería que podía hacer. Tal vez entonces perdería su confianza para siempre.

Así cavilaba yo, dando mil vueltas al problema; pero me callaba. No hay nada más desagradable que tener que dudar de algo que a uno le gusta. Todo esto me producía dolor de cabeza.

Pero lo más terrible era que tan pronto como veía a Carolin desaparecían todas mis dudas. Volvía a estar tranquilísima y el dolor de cabeza se evaporaba. Sólo necesitaba ver su mirada para estar totalmente segura de que ella no podría ser nunca responsable de algo feo. ¿Cómo podía desconfiar de ella? Me dolían mis dudas.

Mientras Carolin estaba visible, mientras oía su voz, todo iba bien. Entonces no había la menor duda. Pero tan pronto como me quedaba sola, por las noches, la intranquilidad volvía. Oía ruidos por todas partes. Se colaban por las puertas, chirriaban en las escaleras y crujían sobre la nieve helada delante de la ventana. Pero me dominaba y no miraba fuera.

Estaba totalmente decidida a poner término a mis sospechas.

Tenía que confiar en Carolin.

Seguramente llegaría un día en que ella se explicaría. Tenía que esperar hasta entonces.

Durante los días en que se ocupaba ella sola de los trabajos de la casa, se mostraba simpatiquísima. No había que echar a perder todo.

Svea no debía regresar antes de un par de días después de Año Nuevo, con el tiempo suficiente para hacer los preparativos de la fiesta de Reyes. Casi todo lo que ella había cocinado no había sido utilizado; así, tendría menos trabajo. Carolin creía que esto le agradaría, aunque en el fondo no estaba tan segura. Carolin compartía mis dudas.

—¡Pero le tiene que gustar no tener que ponerse a cocinar en cuanto llegue! —afirmó ingenuamente.

Casi se había terminado el pan que Svea había amasado para Navidad. Seguramente habría sido suficiente hasta su regreso. Pero, a pesar de ello, Carolin preparó nueva masa. Tenía su propia receta y quería ofrecer algo diferente. Se trataba de aprovechar el tiempo y demostrar de lo que era capaz. Svea no se lo hubiera permitido nunca, lo sabía muy bien. Tenía fantasía y encontraba que era divertido. Svea quería estar sola en la cocina cuando trabajaba pero, en cambio, cualquiera podía ayudar a Carolin. Lo que significaba que tanto Roland como yo y Nadja estábamos allí metidos. La más entusiasmada era Nadja que encontraba estupendo ser la ayudante de Carolin, acostumbrada como estaba a que Svea la despachara tan pronto como la veía por allí.

Sí, todo era paz y tranquilidad y todos se encontraban a gusto aquellos días. Roland se dedicaba a su fatigante manía de bromear a tiempo y a destiempo. Era su manera de agasajar a Carolin. Yo encontraba que era una infantilidad, pero era posible que lo interpretara de otro modo si no se tratara de mi hermano. Carolin parecía que no se enfadaba. Tenía la paciencia de un ángel.

Entonces regresó Svea. Llegó con aire de ángel salvador. El esperado, que al fin llega para poner orden en el caos. Constituyó una decepción para ella comprobar que nuestra casa no estaba en el triste estado de desorganización que se había imaginado. Y tampoco dio señales de entusiasmo ante las pequeñas sorpresas de Carolin. Inspeccionó la despensa, levantó las tapas de los pucheros y comprobó la turgencia del pan con aire de desconfianza. Pero le fue difícil encontrar algo que criticar. Lo inspeccionó todo, pero tuvo que batirse en retirada.

No, no era el espectáculo desolador que se había imaginado. Nada necesitaba su ayuda. Todo había sido perfectamente hecho. Estaba desconcertada. Naturalmente, no se podía esperar de ella ningún elogio. En cambio, dejaba entender que no era tan importante lo hecho; en realidad no había que darle mayor importancia a que Carolin hubiese cumplido su obligación. Es lo menos que se podía pedir. No, Svea no se dejaba impresionar como nosotros. Era más fuerte. ¡Pero realmente lo estaba!

Su amor propio había recibido un duro golpe. Llegaba a estar intranquila.

¿Aquella chiquilla empezaba a competir con ella?

¿Tal vez intentaba eclipsarla?

¡Esto no podía seguir así!

Svea no era tonta, estaba en realidad rabiosa con Carolin, pero aparentemente no perdía la tranquilidad. Trataba de no demostrar nada, pero me di cuenta enseguida de que no era la misma. Se notaba hasta en hechos tan sencillos como entrar en una habitación. Cuando Svea se aproximaba, caminaba con pasos decididos y seguros, que no podían confundirse. Después de una rápida llamada a la puerta, entraba directamente, hacía lo que tenía que hacer y desaparecía sin dirigir su mirada ni a la derecha ni a la izquierda.

Ahora, sus pasos eran felinos; se movía sin hacer el menor ruido, no llamaba a la puerta, sino que se detenía silenciosamente ante ella, estiraba el cuello como un pájaro para ver si había alguien en el cuarto. Si era así, se marchaba al momento; parecía como si investigara con cara de desconfianza.

Todo esto era muy diferente a su manera de ser. Ahora no se la sentía ni cuando llegaba ni cuando se iba.

¿Se sintió amenazada por Carolin? Tal vez fuera así. No había estado fuera de casa muchos días, pero sí los suficientes como para no sentirse ya la dueña de su propia cocina. Carolin le había reemplazado. Ya no era necesario que nos dirigiéramos a Svea para preguntar dónde estaban las cosas; exactamente igual podíamos preguntárselo a Carolin, que, de pronto, se desenvolvía en los dominios de Svea con la misma seguridad que ella misma. Es natural que esto le hiciera sentirse molesta.

Svea se preparaba a dar la batalla. En un principio creyó que las cosas iban a ser fáciles. A ella, con sus muchos años en la casa, no le tenía que ser difícil poner a Carolin en su sitio. Pero resultaba más fácil de decir que de hacer. Carolin no se dejaba aplastar. No era fácil cogerla en falta. Especialmente ahora que evitaba disputar con Svea y siempre se mostraba amable y servicial. Desgraciadamente, Svea no comprendía lo que podía disfrutar con Carolin si se lo proponía. Si hubiera olvidado su egoísmo, se habría dado cuenta de la lucha que por su parte tenía Carolin para encontrar un apoyo en su vida. Era, en realidad, de lo que se trataba. No pretendía competir con Svea. Simplemente aprovechaba cada ocasión para hacerse útil y demostrar de lo que era capaz.

Pero para Svea todo aquello era puro cálculo. Sólo podía ver en Carolin una rival, una enemiga. Por eso se arrepentía vivamente de no haber seguido su primer impulso y haber convencido a mamá para que la pusiera de patitas en la calle desde un principio. Hubiera sido mucho más fácil entonces, pero todavía no era demasiado tarde. Nadie podía, sin castigo, tratar de suplantarla en aquella casa.

Svea decidió minar despacio, pero con seguridad, la popularidad de Carolin. Desgraciadamente era yo la única que se percataba de ello. Veía cómo Svea vigilaba cada paso que daba y comprendía lo mal que lo iba a pasar Carolin en el caso de que Svea pudiera tener la menor sospecha acerca de ella.

La misteriosa historia de su hermano era algo peligrosa.

Tenía que hablar con Carolin.

Pero después comprendí que la mirada maligna de Svea se dirigía totalmente en otra dirección. Había descubierto el enamoramiento de Roland por Carolin. No era en realidad nada raro, pues él no hacía nada por ocultarlo. Se portaba como un mequetrefe, como si estuviera enamoradísimo.

Si se veía a Carolin, se podía estar seguro de que Roland no andaba muy lejos. No podía dar un paso sin que fuera detrás de ella. A mí me parecía agobiante y si yo hubiera sido Carolin no lo hubiera podido resistir.

Pero, desgraciadamente, ella le daba pie. Y esto ya lo había observado Svea. ¡Vaya, qué ocasión! Los ojos le brillaban. Comprendía muy bien lo que podía ocurrir si mamá y papá se enteraban de ello. La ocasión no podía ser mejor. Carolin se perjudicaba voluntariamente ella misma. Svea no tenía necesidad de levantar un dedo. Era sólo cuestión de tiempo, pues podían quedar al descubierto en cualquier momento, dado lo imprudentes que eran. Svea podía frotarse las manos tranquilamente y esperar.

Cuando fueran descubiertos por mamá y papá, sabía muy bien lo que tenía que hacer. Defender a Roland. Hacer que mamá y papá comprendiesen que la falta no era suya, sino de Carolin. Ante el comportamiento de ésta no era extraño que el pobre chico cayera. Debían comprender que tenían en casa una seductora de mucho cuidado. Lo único que se podía hacer con ella era ponerla de patitas en la calle sin pérdida de tiempo. Los papás lo verían así con toda seguridad.

Sí, Svea olfateaba su presa; se veía a distancia. Tranquila, pero triunfante, observaba a Roland y a Carolin.

¡Esto podía ser una catástrofe! Tenía que ponerlos en guardia. Empecé con Roland, pero me mandó a paseo. No tenía yo que meterme donde no me importaba. No comprendía las posibles complicaciones. No tenía por qué discutir conmigo sus sentimientos respecto a Carolin. Ni con ningún otro. Y además, él no le tenía miedo a Svea. Una vieja chocha que tenía celos de Carolin porque era joven y guapa. ¡Si alguien tenía que largarse de casa era la vieja!

No, con Roland no había mucho que hacer para que entrara en razón; me dirigí a Carolin en su lugar, aprovechando que estaba limpiando la nieve en el jardín cuando regresé del colegio. Cogí una pala y la ayudé. Lo mejor era ir directamente al asunto.

—Roland está muy entusiasmado contigo —empecé yo.

—¿Qué me dices?

—Lo has tenido que observar…

Se puso enseguida en guardia y me volvió la espalda.

—En todo caso no me interesa Roland.

—No lo dices en serio.

—¿Y por qué no?

Se mostraba totalmente negativa, pero yo insistí:

—No, si quieres ser sincera. Si te tiene tan sin cuidado, como tú dices, ¿por qué lo animas? Mientras sigas comportándote así estará él más y más encaprichado.

—¿No crees que eso es asunto suyo?

—No, no lo creo cuando afecta a todos.

—¿A quiénes?

—En primer lugar, a ti misma. ¿No te has dado cuenta de que Svea va por ti?

—Tampoco eso me interesa.

—¡Bueno; la culpa será entonces tuya! En todo caso, ahora ya estás avisada.

Me di cuenta de que Carolin estaba muy afectada, no contestó una palabra, pero seguía limpiando la nieve como si estuviera mareada. Yo, también. Durante un rato seguimos dedicadas a la nieve. Trabajaba de espaldas. Por lo que no me era posible ver la expresión de su rostro. ¿La había ofendido de alguna manera?

Daba por descontado que Carolin no compartía los sentimientos de Roland. ¡Pero pensar que no fuera así! Para mí, aquello era casi imposible; me parecía que Roland era un niño y consideraba absurdos sus devaneos, olvidando que Carolin lo podía ver con otros ojos. Era su hermana, lo había conocido durante toda su vida; ella acababa de conocerle. Tal vez creía que la situación era divertida. En este caso, la había ofendido de verdad.

Tal vez la induje a pensar que no la consideraba suficientemente distinguida para mi hermano, pero al no poder decirlo, salí con el cuento de Svea.

¡Esto era terrible! Ahora sí que había metido la pata. Estos pensamientos estaban muy cerca de los de Carolin. Fue seguramente por lo que de inmediato rechazó de plano lo que le dije, negando toda complicidad. Estaba mortalmente herida. ¡Precisamente hacerle ver como una ruindad lo que tanta importancia tenía para ella! Pero ¿qué podía hacer yo para que comprendiera? ¡No podía decirle que carecía totalmente de importancia para mi hermano!

¡Hay que ver cómo puede una enredar las cosas! La miré con precaución. Seguía quitando la nieve, dándome la espalda. ¡Triste y desgraciada, naturalmente! No, lo mejor era no darle tanta importancia al asunto, seguir hablando como siempre, para que, finalmente, comprendiera que se había equivocado.

—¡Oye, Carolin! —le dije en tono suave—. ¿Qué te parece en realidad Roland?

Se encogió de hombros. Fue toda la respuesta. Ni siquiera se volvió hacia mí. Pero yo me hice la desentendida y continué en el mismo tono:

—Cuando se trata de hermanos es difícil saber… Yo no puedo juzgar el físico de Roland…

Me detuvo, para decir a continuación algo que de alguna manera hubiera querido decir; me salió sin pensarlo:

—¿No te ocurre a ti lo mismo con tu hermano?

¡Al fin lo solté! Pero Carolin no reaccionó. Creí que no lo había oído. Continuaba quitando la nieve, pero ya no me daba la espalda. Podía ver su cara. Ni pestañeo.

—En realidad, esto no sirve de mucho —dijo. Yo creía que se refería a mis palabras, pero al cabo de un rato continuó—: Pues sigue nevando.

Comprendí que lo que quería era cambiar de conversación, pero no cedí. Lamentaba haber tenido que sacar a relucir a su hermano, pero tenía que aclarar el malentendido con Roland. Debíamos seguir la charla:

—¿Cómo encuentras tú a Roland? ¿Te parece guapo?

Carolin se encogió de nuevo de hombros, pero dejó de trabajar.

—Sí, lo es. No está mal.

Dirigió su mirada alrededor como si estuviera pensando con qué montón de nieve debía continuar. ¡Pero había contestado! ¡Siempre era algo! Mi duda creció:

—¿Cuál es la situación? ¿Le correspondes?

Traté de aparecer como bromista, pero no pareció interpretarlo así.

—No, ¿por qué? ¿Por qué lo iba a hacer? —quizás había ido demasiado lejos y tendría que haber sido más prudente. Me olvidé además de mí misma y me enfadé. Se trataba de mi hermano y ella mostraba una afectada indiferencia.

—¡En ese caso, creo que debes guardarte muy bien de alentarle para que no se haga ilusiones! —exclamé duramente—. ¡Es verdaderamente cruel!

Carolin se encogió de hombros por tercera vez.

—¿Por qué tomas las cosas así? Roland se da perfectamente cuenta de que sólo bromeo con él. No es tan tonto.

—¡No, pero está enamorado! ¡No se trata de ninguna broma! Lo toma en serio. ¿No lo comprendes?

—Pero, querida mía, ¿qué puedo hacer? Debes hablar con él, tú misma, si tan inquieta estás por él.

Comenzó de nuevo a palear nieve. Fui hacia ella y le quité la pala. Ahora tenía que oírme.

—¡No es él quien me preocupa, sino tú!

Impasible, alargó su mano y dijo:

—¡Haz el favor de darme la pala! Tengo que concluir mi trabajo; de lo contrario, Svea se va a meter conmigo.

Le alargué la pala, al mismo tiempo que sentía yo que ya no era dueña de la situación.

—Pero ¿no has oído lo que te he dicho?

Sopesaba la pala en su mano.

—¡Tú no estás bien de la cabeza!

Arrojé mi pala sobre un montón de nieve. Me sentía sin fuerzas y desesperada. ¿Era esta Carolin? ¡Esta actitud innacesible! ¡Qué orgullo! Me trastornaba la cabeza.

Fue, en efecto, una tontería perder la compostura. Ahora estaba todo perdido. De todas formas, hubiera sido lo mismo. Ésta no deja a nadie vivo. ¡Es más dura que una piedra! Sin mirarla, me fui de allí para entrar en casa. Pero, de pronto, me cerró el paso. No dijo nada, sólo estaba allí mirándome. ¿Qué podía querer?

—Perdona que me haya enfadado —dije yo—. Pero quería en realidad hacerte un favor.

Sonrió de una manera extraña.

—¡Pero yo no me he enfadado! ¡Quisiera que lo tuvieras en cuenta!

Me sentía confusa.

—Simplemente te creí una hipócrita cuando decías que estabas más preocupada por mí que por Roland. Es exactamente todo lo contrario. Y no lo puedes evitar —añadió Carolin.

Me quedé muda. Dijera lo que dijera, sería mal interpretado. No hay nada más difícil que tener necesidad de convencer a las personas de que uno siente lo que dice. Pero ella podía muy bien pensar por sí misma. ¡Roland no corría el peligro de ser puesto de patitas en la calle! Pero, por el contrario, ella, sí.

Pero no quería escuchar. Debía haberlo comprendido. Ella pensaba en otras cosas. No tenía ningún sentido continuar la conversación, sólo quería marcharme de allí. Pero no me dejaba pasar cuando traté de esquivarla. Extendió los brazos y me cortó el camino, mientras me miraba con tranquilidad.

—No es extraño, y no te lo reprocho —dijo—. La sangre es más espesa que el agua, lo sé muy bien. Yo también tengo hermanos, sólo medio hermanos, mejor dicho, pero es lo mismo. Sé lo que se siente; ellos antes que todos los otros. Los quiero.

Me miró hasta el fondo de mis ojos con su sonrisita extraña. Quería contestarla, pero no encontraba palabras. Era la alegría la que me dejaba muda ¡Al fin se había confiado! A su manera había reconocido que tenía un hermano. Y, seguramente, más de uno.

—Oh, Carolin, tú, tú… Estoy tan contenta. Lo sabía. Ya lo he…

Pero me interrumpió. De pronto me dejó el camino libre, y me abrió la puerta. Me hizo una reverencia irónica.

—¡Pase usted, señorita!

Vislumbré a Svea detrás de la ventana, pero tuve tiempo de volverme y decir:

—¡Carolin tú eres verdaderamente una persona extraordinaria! ¿Cuándo podré llegar a comprenderte?