EL MENSAJERO
El Engendro, dijo, vendría esa noche a las tres
Desde el viejo cementerio que se extiende al pie de la colina;
Pero yo, acurrucándome al benévolo calor de un fuego de roble,
Intenté convencerme a mí mismo de que era imposible.
Seguramente, reflexioné, se trata de una broma macabra
Urdida por alguien que no conoce el verdadero
Signo de los Antiguos, legado de tiempos pretéritos,
Que libera las perversas formas de las tinieblas.
Él no había querido decir eso… no… pero yo encendí
Otra lámpara mientras el constelado León surgía
Por encima del Seekonk, y resonaba un campanario…
Las tres… y el resplandor del fuego se apaga poco a poco.
Entonces, aquel augurio vino a golpear la puerta…
¡Y la delirante verdad me devoró como una llama!