XI

EL BOSQUE

Talaron los árboles y, en el corazón del bosque,

Cuya noche perpetua oculta secretos eternos,

Elevaron a los cielos torres y pabellones de mármol:

Una ciudad para el disfrute de sus placeres.

Aquel magnífico esplendor de domos y torreones se alzaba

Resplandeciente para asombro de las tierras colindantes;

Cristal y marfil, coronados por sublimes pináculos

Que cubrían nieves perennes.

Y en sus salas resonaba la flauta y el sistro,

Mientras el vino y la orgía dejaban sus huellas escarlatas;

Jamás una voz cantó a las antiguas maravillas,

Ni una sola mirada recorrió las colinas y las llanuras.

Así pasaron los años, hasta que una noche purpúrea

Un trovador ebrio recitó en sus desatinados versos

Las abyectas palabras que nunca debieron ser pronunciadas,

Conjurando las sombras de una antigua maldición.

Los bosques pueden desaparecer, pero nunca las tinieblas que albergan;

Por eso, en el lugar donde se asentaba aquella arrogante ciudad,

El estremecedor amanecer no encontró ni una sola piedra,

Pero sí tuvo que evitar la negrura de un bosque primitivo.