EL PUESTO DE AVANZADA
Cuando el anochecer enfría el río amarillo
Y las sombras avanzan por los senderos de la jungla,
El palacio de Zimbabwe permanece iluminado
Pues un gran Rey teme abandonarse al sueño.
Porque sólo él entre todos los hombres
Vadeó el pantano que las serpientes rehuyen;
Y luchando por alcanzar el sol poniente,
Se internó en la meseta que se extiende al otro lado.
Ningunos otros ojos se han aventurado por aquella tierra
Desde que los ojos les fueron dados a los hombres…
Pero allí, a la hora en que el ocaso se torna en noche,
Descubrió la guarida del Antiguo Secreto.
Más allá de la planicie se alzan extraños torreones,
Murallas y bastiones se despliegan alrededor
De los lejanos domos que envilecen el suelo
Como hongos descompuestos después de la lluvia.
Una luna mezquina se retuerce en el cielo iluminando
Vastas extensiones donde la vida no puede tener cobijo;
Cada domo, cada torre, palidecen en la lejanía
Y revelan sus estructuras cerradas y malignas.
Entonces, aquél que en su infancia deambuló
Sin miedo entre ruinas cubiertas de enredaderas
Se estremeció ante lo que sus ojos descubrieron…
Porque allí no se levantaban los vestigios de una morada de los hombres.
Formas inhumanas, medio vistas, medio adivinadas,
Medio sólidas y medio engendradas del éter,
Surgieron de vacíos sin estrellas abiertos en el cielo,
Y descendieron hasta estas pálidas murallas de pestilencia.
Y desde esta zona de demente ponzoña, hordas amorfas
Regresaron misteriosamente hacia el vacío,
Con sus mórbidas garras cargadas con los despojos
De cosas que los hombres han soñado y conocido.
Los antiguos Pescadores del Exterior…
¿Acaso no revelaban las historias del sumo sacerdote
cómo descubrieron los mundos de otros tiempos
Y capturaron el botín que su imaginación codiciaba?
Sus puestos de avanzada secretos, rodeados de espanto,
Urden planes sobre un millón de mundos en el espacio;
Aborrecidos por toda raza viviente,
Y sin embargo, preservados en su soledad.
Sudando de miedo, el hombre que vigila se arrastró
Por el pantano que rehuyen las serpientes,
Para encontrarse, a la salida del sol,
A salvo en el palacio donde dormía.
Nadie le vio partir, o regresar al alba,
Ni su carne revela ninguna huella
De lo que descubrió en aquella tiniebla infame…
Sin embargo, la paz ha huido de su sueño.
Cuando el anochecer enfría el río amarillo
Y las sombras avanzan por los senderos de la jungla,
El palacio de Zimbabwe permanece iluminado
Pues un gran Rey teme abandonarse al sueño.