VIII

EL EIDOLON

Sucedió en la hora innombrable de la noche

Cuando las fantasías en su delirante vuelo

Giran en torno al inmóvil durmiente

Y se deslizan en sus visiones inconscientes;

Cuando la carne yace en su lecho terrestre

Como un cuerpo muerto y deshabitado…

Abandonado por el alma que vuela libre

A través de mundos nunca vistos por ojos carnales.

Por encima de la torre la luna cornuda

Se elevaba a las alturas con gracia siniestra,

Y en su pálido e inquietante fulgor

Revivía recuerdos de antiguos sueños.

Arriba, en el firmamento, los signos de las estrellas

Centelleaban fantásticos y malignos,

Y unas voces surgidas del inmenso abismo

Me persuadieron para que olvidara mis penas en el sueño.

Tuve esta revelación una fría noche de noviembre

Y perdurará en mi memoria a través de los años.

Otra luna había cuando contemplé

Una región árida y desolada

Por la que reptaban oscuramente sombras espectrales

Sobre túmulos pantanosos donde dormían cosas muertas.

La siniestra luna proyectaba su luz mortecina

Sobre formas insólitas y deformes,

Formas aéreas procedentes de extraños dominios

Que se desplazaban de acá para allá

Revoloteando como si buscaran angustiadas

Un remoto lugar lleno de luz y de paz.

En medio de aquel oscuro tropel mis ojos descubrieron

Seres que habitan el espacio etéreo;

Un caos viviente se había reunido allí

Venido de inmemoriales esferas,

Pero con el mismo objetivo y el deseo común

De encontrar el Eidolon llamado VIDA.

La sombría luna, como ojo demoníaco

Parpadeando ebrio en el cielo,

Se elevó más y más sobre la llanura

Y arrastró a mi espíritu tras su estela.

Vi una montaña, coronada

Por grandes y populosas ciudades

Cuyos habitantes yacían en su mayor parte

Sumidos en un profundo sueño nocturno

Mientras la luna vigilaba aviesa durante largas y oscuras

Horas las calles solitarias y las torres silenciosas.

La montaña se erguía con una belleza indescriptible

Sobre un bosque que circundaba su base;

Ladera abajo fluía un arroyo cristalino

Que zigzagueaba bajo la luz espectral.

Todas las ciudades que engalanaban su cima

Parecían ansiosas por destacar sobre las demás,

Con sus imponentes columnas, cúpulas y templos

Que resplandecían magníficos y fascinantes por encima de las llanuras.

Entonces la luna se quedó inmóvil en el cielo

Como si fuera el símbolo de un mal presagio,

Y, al contemplarla, el tropel aéreo supo

Que la VIDA al fin estaba ante sus ojos;

Que la hermosa montaña que contemplaban

Era la VIDA, ¡el Eidolon tanto tiempo buscado!

Pero, de pronto… ¿qué son esos rayos que iluminan la escena

Como una aurora que disipa las tinieblas?

El oriente resplandece horriblemente con una luz

Del mismo color que la sangre… una luz deslumbrante…

Y la montaña adquiere una gris palidez,

El terror de las tierras vecinas.

El abominable bosque de árboles retorcidos

Agita sus horribles garras azotado por la brisa,

Y el arroyo, fluyendo ladera abajo,

Refleja el día con brillo restallante.

En lo alto avanza lentamente la luz del conocimiento

Salpicando los agrietados muros de las ciudades

Por los que reptan en torpes cuadrillas

El fétido lagarto y el gusano.

Mientras el mármol leproso expone a la luz

Esculturas que producen repulsión y espanto

Muchos templos revelan el pecado

Y la blasfemia que reina en su interior.

«¡Oh poderes de la Luz, del Espacio y la Sabiduría!

¿Está la VIDA tan llena de infames horrores?

Os ruego que no ocultéis más la maravillosa creación,

Y nos mostréis la gloria viviente… ¡El Hombre!».

Entonces las casas vomitaron a la calle

Una nauseabunda pestilencia, una caterva

De criaturas que no puedo, que no me atrevo a describir,

Cuya forma era tan vil como negra su infamia.

Y en el cielo, la perversa mirada del sol

Se burla de la devastación que ha producido,

Despiadado con las vagas formas que huyen

De regreso a la Noche eterna.

«¡Oh claro de luna, Pantano de los Túmulos de la MUERTE!

¡Vuelva a nosotros tu reino! El soplo letal

Es un bálsamo delicioso para el alma

Que ve la luz y conoce el absoluto».

Quise unirme al cortejo alado

Que se sumía de nuevo en la oscuridad,

Pero el horror devoraba mi mente

Y paralizaba mis pobres pasos vacilantes.

De buena gana habría huido del día en mi sueño…

Demasiado tarde: ¡he perdido la pista!