EL EIDOLON
Sucedió en la hora innombrable de la noche
Cuando las fantasías en su delirante vuelo
Giran en torno al inmóvil durmiente
Y se deslizan en sus visiones inconscientes;
Cuando la carne yace en su lecho terrestre
Como un cuerpo muerto y deshabitado…
Abandonado por el alma que vuela libre
A través de mundos nunca vistos por ojos carnales.
Por encima de la torre la luna cornuda
Se elevaba a las alturas con gracia siniestra,
Y en su pálido e inquietante fulgor
Revivía recuerdos de antiguos sueños.
Arriba, en el firmamento, los signos de las estrellas
Centelleaban fantásticos y malignos,
Y unas voces surgidas del inmenso abismo
Me persuadieron para que olvidara mis penas en el sueño.
Tuve esta revelación una fría noche de noviembre
Y perdurará en mi memoria a través de los años.
Otra luna había cuando contemplé
Una región árida y desolada
Por la que reptaban oscuramente sombras espectrales
Sobre túmulos pantanosos donde dormían cosas muertas.
La siniestra luna proyectaba su luz mortecina
Sobre formas insólitas y deformes,
Formas aéreas procedentes de extraños dominios
Que se desplazaban de acá para allá
Revoloteando como si buscaran angustiadas
Un remoto lugar lleno de luz y de paz.
En medio de aquel oscuro tropel mis ojos descubrieron
Seres que habitan el espacio etéreo;
Un caos viviente se había reunido allí
Venido de inmemoriales esferas,
Pero con el mismo objetivo y el deseo común
De encontrar el Eidolon llamado VIDA.
La sombría luna, como ojo demoníaco
Parpadeando ebrio en el cielo,
Se elevó más y más sobre la llanura
Y arrastró a mi espíritu tras su estela.
Vi una montaña, coronada
Por grandes y populosas ciudades
Cuyos habitantes yacían en su mayor parte
Sumidos en un profundo sueño nocturno
Mientras la luna vigilaba aviesa durante largas y oscuras
Horas las calles solitarias y las torres silenciosas.
La montaña se erguía con una belleza indescriptible
Sobre un bosque que circundaba su base;
Ladera abajo fluía un arroyo cristalino
Que zigzagueaba bajo la luz espectral.
Todas las ciudades que engalanaban su cima
Parecían ansiosas por destacar sobre las demás,
Con sus imponentes columnas, cúpulas y templos
Que resplandecían magníficos y fascinantes por encima de las llanuras.
Entonces la luna se quedó inmóvil en el cielo
Como si fuera el símbolo de un mal presagio,
Y, al contemplarla, el tropel aéreo supo
Que la VIDA al fin estaba ante sus ojos;
Que la hermosa montaña que contemplaban
Era la VIDA, ¡el Eidolon tanto tiempo buscado!
Pero, de pronto… ¿qué son esos rayos que iluminan la escena
Como una aurora que disipa las tinieblas?
El oriente resplandece horriblemente con una luz
Del mismo color que la sangre… una luz deslumbrante…
Y la montaña adquiere una gris palidez,
El terror de las tierras vecinas.
El abominable bosque de árboles retorcidos
Agita sus horribles garras azotado por la brisa,
Y el arroyo, fluyendo ladera abajo,
Refleja el día con brillo restallante.
En lo alto avanza lentamente la luz del conocimiento
Salpicando los agrietados muros de las ciudades
Por los que reptan en torpes cuadrillas
El fétido lagarto y el gusano.
Mientras el mármol leproso expone a la luz
Esculturas que producen repulsión y espanto
Muchos templos revelan el pecado
Y la blasfemia que reina en su interior.
«¡Oh poderes de la Luz, del Espacio y la Sabiduría!
¿Está la VIDA tan llena de infames horrores?
Os ruego que no ocultéis más la maravillosa creación,
Y nos mostréis la gloria viviente… ¡El Hombre!».
Entonces las casas vomitaron a la calle
Una nauseabunda pestilencia, una caterva
De criaturas que no puedo, que no me atrevo a describir,
Cuya forma era tan vil como negra su infamia.
Y en el cielo, la perversa mirada del sol
Se burla de la devastación que ha producido,
Despiadado con las vagas formas que huyen
De regreso a la Noche eterna.
«¡Oh claro de luna, Pantano de los Túmulos de la MUERTE!
¡Vuelva a nosotros tu reino! El soplo letal
Es un bálsamo delicioso para el alma
Que ve la luz y conoce el absoluto».
Quise unirme al cortejo alado
Que se sumía de nuevo en la oscuridad,
Pero el horror devoraba mi mente
Y paralizaba mis pobres pasos vacilantes.
De buena gana habría huido del día en mi sueño…
Demasiado tarde: ¡he perdido la pista!