EL AULLADOR
Me dijeron que no fuese por el sendero de Brigg’s Hill,
Que había sido antaño la carretera de Zoar,
Pues Goody Watkins, ahorcado en mil setecientos cuatro,
Había dejado allí algún vástago monstruoso.
Pero cuando desobedecí, y tuve ante mí
La quinta cubierta de hiedra junto a la gran ladera rocosa,
No pensé en olmos ni en sogas de cáñamo,
Si no que me pregunté por qué la casa parecía aún tan nueva.
Me había detenido a contemplar el crepúsculo
Y oía débiles aullidos que parecían venir del piso superior,
Cuando la hiedra que cubría los cristales dejó pasar
Un rayo de sol poniente que cogió por sorpresa al aullador.
Llegué a verlo… y huí frenéticamente de aquel lugar
Y de aquella criatura con cuatro patas y rostro humano.