III

LA LLAVE

No sé qué vericuetos en la desolación

De aquellas extrañas callejuelas portuarias me llevaron a casa,

Pero en mi porche temblé, lívido con la prisa

Por entrar y echar el cerrojo a la pesada puerta.

Tenía el libro que indicaba la vía secreta

Para atravesar el vacío y las pantallas suspendidas en el espacio

Que mantienen a raya a los mundos sin dimensiones

Y confinan a los eones perdidos en su propio dominio.

Al fin era mía la llave de aquellas vagas visiones

De agujas contra el sol poniente y bosques crepusculares

Que se ciernen borrosas sobre los abismos, más allá de las precisiones

De esta tierra, acechando como Memorias de infinitud.

La llave era mía, pero mientras estaba allí sentado, musitando,

Vibró la ventana del desván bajo una leve presión.