Nota de la autora

Acerca de la presente novela…

Viene ahora una nota adicional, bastante larga, que atañe a la redacción del libro. Q de Quién se basa en un homicidio sin resolver que se cometió en el condado de Santa Bárbara en agosto de 1969. El catalizador fue una conversación que tuve con el doctor Robert Failing durante una cena que nuestros amigos Susan y Gary Gulbransen celebraron en su casa a principios de septiembre de 2000. El doctor Failing es un patólogo forense que estuvo contratado por la oficina del sheriff del condado de Santa Bárbara desde 1961 hasta 1996. Acababa de terminar el manuscrito de «P de Peligro», y la conversación giró, como suele suceder, alrededor de lo que iba a escribir a continuación. Bob habló del cadáver sin identificar que habían arrojado cerca de una cantera de Lompoc, California, a una hora al norte de Santa Bárbara. Él hizo la autopsia y señaló de pasada que la Oficina del Forense había guardado los maxilares. Según él, la dentadura de aquella Juana Nadie debería haberse aprovechado para identificarla. Por desgracia, o no habían denunciado la desaparición de la muchacha en su momento o la denuncia no había llegado a manos de los agentes que trabajaron en aquel caso. A pesar de que se esforzaron durante meses, no pudieron identificar a Juana Nadie ni a su asesino. En la actualidad sigue sin saberse quién era, de dónde procedía y quién la mató.

Como novelista me han propuesto muchísimos argumentos, historias, anécdotas personales, sucesos de la «vida real» y homicidios «auténticos», experiencias importantes para mis interlocutores, pero que, por una u otra razón, a mí no me han estimulado ni incitado. Aquella idea, en cambio, arraigó en mí. Expresé un interés inmediato, consciente de que es impredecible saber si una idea va a sobrevivir. Conocía al investigador forense Larry Gillespie, ya jubilado, por conversaciones que habíamos tenido mientras preparaba otras novelas de la serie. Bob se ofreció a hablar con Larry sobre aquella mandíbula. También se ofreció a presentarme a algunos agentes de la oficina del sheriff con los que había colaborado mientras trabajaba para las fuerzas del orden.

Mientras escribo el Alfabeto del Crimen llevo un diario; un ritual, este, que empecé informalmente con A de Adulterio y he mantenido —extendiéndome y profundizando cada vez más— durante la redacción de las diecisiete aventuras de Kinsey Millhone que se han publicado hasta ahora. Las primeras anotaciones que hago en el diario a propósito de cualquier novela son por lo general un registro de mis esfuerzos por encontrar un argumento. Reflexiono, hablo conmigo misma, me inquieto, experimento. Lo extraño, desde mi punto de vista, es que lo primero que anoté en el diario sobre el tema de Juana Nadie data del 8 de noviembre de 2000, unos dos meses después de mi conversación con Bob Failing. En aquel momento ya había aceptado el asunto como base de la presente novela, aunque tardé meses en idear los detalles. Lo de la cantera me atrajo sobre todo porque, en inglés, quarry significa tanto «cantera» como «cacería».

El 11 de enero de 2001, Bob Failing y yo nos reunimos con el sargento Bill Turner y con Bruce Correll, a la sazón jefe del grupo de homicidios de la oficina del sheriff de Santa Bárbara, y los cuatro fuimos a Lompoc para ver la cantera. Volví a reunirme con Bruce Correll y Bill Turner el 19 de enero de 2001. Fue entonces cuando, en un alarde de generosidad, me dieron una copia del expediente del caso de Juana Nadie. Contenía notas, partes, informes y fotografías, tanto en blanco y negro como en color, del cadáver y de la zona en que lo habían encontrado. También me proporcionaron fotos de sus efectos personales, incluyendo sus sandalias de cuero y los pantalones con las margaritas azules de centro rojo estampadas sobre fondo blanco.

En el curso de aquel año, y contando con la bendición del sheriff Jim Thomas, me reuní con los dos agentes en varias ocasiones. Bill Turner en particular se convirtió en una fuente de datos inapreciable, que me dio información sobre cuestiones de procedimiento, técnicas y los mil detalles básicos del trabajo. Resolvió mis muchas (y a veces estúpidas) dudas con una paciencia y un entusiasmo infatigables, contestando con esas respuestas pormenorizadas que convierten el trabajo literario en un placer. Por cierto, cualquier error que contenga la novela se debe a la mala interpretación de sus explicaciones o a licencias que me he tomado en beneficio de la historia.

Mi fascinación por el caso reavivó el interés de la oficina del sheriff y se planteó la posibilidad de exhumar el cadáver para que se le hiciera una reconstrucción facial con la esperanza de que alguien identificara a Juana Nadie. No me enteré de las conversaciones que, sin duda, se celebraron en la trastienda. En el condado de Santa Bárbara, las exhumaciones no son comunes y entró en juego el presupuesto, no sólo por el coste de la exhumación en sí, sino por lo que representaba contratar a un artista forense para que utilizara diversos huesos del cráneo y la mandíbula de Juana Nadie para reconstruir sus rasgos. También estaba el problema de volver a enterrarla, de conceder a Juana Nadie la irrenunciable dignidad de un sepelio adecuado, que todos considerábamos esencial. Me ofrecí a financiar el plan porque yo también guardaba la esperanza de que saliera algo de todo aquello.

La exhumación tuvo lugar el 17 de julio de 2001. Aquel día volvimos a Lompoc, pero al cementerio donde habían enterrado a Juana Nadie treinta y tres años antes. El doctor Failing estaba de vacaciones en Colorado y llegó en avión. Mi marido, Steve Humphrey, nos acompañó, así como el sargento Bill Turner. También estuvieron presentes el agente investigador Hugo Galante, su mujer, la agente Kathryn Galante, y el agente Terry Flaa, de la unidad de investigación del grupo de homicidios del distrito norte del condado; el agente David Danielson; el investigador forense sargento Darin Fotheringham; el ayudante Joe Ayala; su mujer, Erin Ayala; la secretaria de la oficina del forense; la sheriff en prácticas Danielle Goldman; el teniente Ken Reinstadler, de la comisaría de Santa María, División de Patrullas; Deborah Linden, de la oficina del sheriff de Santa Bárbara, jefa de la División de Patrullas de la Costa Sur; y el señor Mark Powers, director del cementerio. El proceso duró casi todo el día. Una vez que sacaron el cuerpo de Juana Nadie, lo llevaron a la oficina del forense del condado de Santa Bárbara.

Antes de exhumar el cadáver, Bill Turner se había puesto al habla con Betty Gatliff, de Oklahoma, cuyo trabajo como artista forense está reconocido internacionalmente. Betty Gatliff es una dibujante médico retirada que no sólo practica la escultura forense, sino que dirige talleres y seminarios por todo el país. Es miembro de la Academia Americana de Ciencias Forenses, miembro emérito de la Asociación de Ilustradores Médicos y miembro asociado de la Asociación Internacional para la Identificación. El cráneo y los maxilares de Juana Nadie se enviaron a la señora Gatliff, cuyos servicios se habían contratado previamente.

En el ínterin, yo había comenzado una reconstrucción propia y personal, elaborando una historia del todo ficticia sobre una joven cuyo destino era idéntico al de Juana Nadie. Donde me ha sido posible, he utilizado detalles del expediente del caso de Juana Nadie, a saber, fragmentos del informe de la autopsia, notas y partes redactados por los agentes a los que se encargó el caso en su momento. Hay dos excepciones importantes: 1) No hubo ninguna Iona. Inventé este detalle para dar a mis investigadores de ficción más medios para proseguir las indagaciones; 2) En el escenario del crimen real se encontró una camisa vaquera azul, con corchetes blancos en vez de botones, cuello del 42, manchada de sangre. He omitido este detalle para no cargar demasiado el argumento. Aparte de esto, aseguro al lector que todos los personajes de la novela son ficticios. Todos los sucesos son producto de mi imaginación. Fueran cuales fuesen la personalidad y naturaleza de la auténtica Juana Nadie, mis afirmaciones son fruto de mi imaginación y no tienen intención de pasar por reales, auténticas ni representativas. Quiero subrayar este punto por respeto a la difunta y por consideración a quienes la quisieron y se extrañaron de su silencio durante todos estos años.

A mediados de septiembre de 2001, Betty Gatliff había reconstruido un retrato de Juana Nadie y devolvió el cráneo y los maxilares. Además nos envió multitud de fotos en color de Juana Nadie, cuatro de las cuales se reproducen más abajo en blanco y negro. A Juana Nadie volvieron a enterrarla el martes 26 de febrero de 2002. Desde la oficina del forense hasta el cementerio la acompañó una uniformada guardia de honor de la oficina del sheriff; un capellán del sheriff dirigió el acto; hubo flores y plegarias sinceras de parte de quienes nos habíamos introducido un poco en su vida. Esperamos que algún lector, al ver las fotografías, reconozca a esta joven y aporte alguna información. Aunque tanto Bruce Correll como Bill Turner se jubilaron el verano de 2002, Bill Turner estará localizable para responder a cualquier pregunta por correo en:

Sheriff’s Department, County of Santa Barbara

4434 Calle Real

P. O. Box 6427

Santa Barbara, CA 93160-6427

o a través de la página web de la oficina del sheriff: www.sbsheriff.org.

Atentamente,

Sue Grafton