Bienvenidos a Roquesas de Mar

El equipo forense, llegado desde Madrid, verificó que el cadáver hallado en el bosque de pinos la noche del 4 de junio no era el de la joven Sandra López Ramírez. Sus padres recordaron que de pequeña había sufrido un accidente en Madrid con fractura del fémur. La copia de las placas que le hicieron entonces confirmaron que el cuerpo exhumado no pertenecía a la hija de los López. Álvaro Alsina guardaba una radiografía de la boca de la sirvienta argentina, de unos implantes que le había costeado en una clínica dental de Ciudad Motera, una localidad limítrofe de la provincia. Gracias a ellos se pudo certificar que el cadáver encontrado pertenecía a Sonia García, la antecesora de María en las tareas del hogar de los Alsina.

El conductor de la excavadora que derribó la casa ilegal construida en el número 16 de la calle Reverendo Lewis Sinise oyó el grito de una chica pidiendo auxilio. Llamó al capataz de la obra y entre todos los trabajadores levantaron los cascotes del sótano de la vivienda ilícita de César Salamanca Trellez. Sandra López se encontraba deshidratada, hambrienta, herida y con signos de lipotimia. Estaba tumbada en el suelo y a su lado había un agujero de prácticamente su tamaño. En su mano sostenía una linterna apagada y dentro del agujero había un pico y una pala. El hedor era irrespirable y la habitación estaba repleta de heces y orín. La chica hizo acopio de todas las fuerzas que pudo reunir y chilló, aulló como nunca antes en un intento de salvar su débil vida de la pala de la excavadora. Los obreros se quedaron mudos cuando la vieron. Estaba completamente desnuda y sus ojos parecía que fuesen a salirse de las órbitas. La abrigaron con una chaqueta y dieron aviso a los equipos de emergencia.

Agentes de la Unidad Especial Antiterrorista detuvieron al director de Expert Consulting. Los informes aportados por la agente Silvia Corral Díaz y las investigaciones posteriores llevadas a cabo por la Brigada Central de Información, demostraban que Juan Hidalgo Santamaría vendía componentes informáticos a organizaciones integristas. No se le pudo acusar de un delito contra la seguridad nacional porque la compraventa de las tarjetas de red alteradas para utilizarse como hardware espía había sido un cebo puesto por el propio servicio secreto; ningún juez autorizaría esa detención. Quedó claro, también, que Álvaro Alsina, presidente de Safertine, no tenía responsabilidad alguna en las acciones delictivas de su socio.

El listado de las llamadas efectuadas por Sandra López la noche que la secuestraron no dejaba lugar a dudas. La chica había estado haciendo el amor con su amiga Natalia Robles. Habían permanecido en el bosque de pinos hasta bien pasadas las cuatro de la madrugada. Natalia se fue porque Sandra le pidió que la dejara sola, tenía muchas cosas que pensar y quería descansar de la noche de juerga, del exceso de alcohol y las horas de pasión desenfrenada con su amiga. Se quedó sola en el bosque, tumbada en el húmedo suelo. Se empezó a encontrar indispuesta. La cabeza le dolía tanto que parecía a punto de estallarle. Asustada, cogió su móvil y marcó el número de la policía local. César Salamanca respondió enseguida, esa noche estaba de guardia él solo y acudió a la llamada como el eficiente policía que era. Al llegar al lugar donde estaba Sandra López, no se creyó lo que vio, la chica yacía medio desnuda en el suelo del bosque. Aprovechó su desvalimiento y la violó repetidas veces. Besó todo su cuerpo mientras su mente enferma pensaba que era una pena que aquello acabara así, que no pudiera disfrutar más de aquella dulce jovencita. Así que le amordazó la boca, le ató las manos a la espalda y la llevó al número 16 de la calle Reverendo Lewis Sinise, donde reposaban los restos mortales de Sonia García, la argentina que César había matado hacía dos días y cuyo cuerpo empezaba a descomponerse por el calor del sótano. Se sintió dichoso de poseer a las dos mujeres que más había querido Álvaro. El jefe de policía tenía previsto sepultar el cadáver de la anterior sirvienta de los Alsina en la casa que se estaba construyendo frente a la vivienda de Álvaro. Pero al tener a Sandra cambió de planes y el cuerpo de la argentina lo trasladó al lugar de donde había traído a Sandra. Recopiló los objetos personales de la hija de los López y los dejó al lado del cuerpo sin vida de Sonia García. Le destrozó el rostro. Primero con un martillo, luego con una piedra. La golpeó hasta que le empezaron a fallar las fuerzas, no quería que pudieran reconocer su cara.

Los agentes de Madrid escucharon la llamada que hizo Sandra a las cuatro y media de la madrugada del 4 de junio pidiendo ayuda al jefe de policía local. Oyeron atónitos la cinta sacada de las grabaciones de la compañía telefónica y desde allí telefonearon al equipo de intervención policial de Santa Susana para que se dirigieran, sin perder tiempo, a la sede de la policía municipal de Roquesas de Mar. Las instrucciones eran bien claras: detener a César Salamanca Trellez como autor de un delito continuado de violación y varios delitos de asesinato.

Los agentes especiales que llegaron a casa de César solo pudieron constatar que este se había marchado.

Horas más tarde hallaron su cuerpo sin vida en la casa de Hermann Baier. El nazi aún sostenía en una delgada mano la Luger, sentado en su mecedora, tocándose con la mano libre la herida que le hiciera aquella joven polaca en el campo de Majdanek.

El juez dictaminó defensa propia en favor del alemán, aunque fue juzgado por un delito de tenencia ilícita de armas. No entró en prisión al ser mayor de setenta años.

Meses más tarde moría de un ataque al corazón en su casa de la calle Gibraltar.

El inspector Eugenio Montoro y el oficial Santos Escobar abandonaron Roquesas una semana después. Estuvieron todo ese tiempo tomando declaraciones y elaborando el atestado policial. Las declaraciones eran muchas. La comisaría de Santa Susana les prestó un coche para que se desplazaran hasta Madrid. Al final de la avenida principal, en la prolongación de la calle Reverendo Lewis Sinise, pudieron ver cómo unos obreros clavaban en el suelo un letrero. Al pasar por delante, leyeron en letras bien grandes la inscripción:

BIENVENIDOS A ROQUESAS DE MAR