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Él salió fuera del sótano arrastrando un pesado saco de tierra. En el suelo quedaron el pico y la pala. Se había olvidado de atarle las manos y la boca la última vez que la forzó y ahora ella era libre. Apenas unos segundos para correr hasta el pico y ponerse al lado de la puerta. Cuando regresara sería hombre muerto. Vio su espalda sudorosa tirar del saco y vio cómo desaparecía por la puerta. El agujero del suelo empezaba a tomar forma.

«El muy hijo de puta no sabe que está cavando su propia tumba», se animó la chica a sí misma.

Se puso en pie con menos dificultad de la que creía. Dio tres pasos hasta el pico y lo cogió con furia. Era pesado, pero no lo suficiente como para que ella no pudiera levantarlo por encima de la cabeza y aguantar allí los segundos que faltaban para su regreso. Se apostó al lado del marco de la puerta. Echó el pico todo lo atrás que pudo para que no se reflejara el brillo de la linterna que había en el suelo.

Y esperó a que él volviera…