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En apenas unos segundos él se corrió en su boca. Ella no encontró el momento de arrancarle el pene de un mordisco. No era una asesina y ni siquiera en la situación que estaba tuvo la fuerza suficiente. Ya era igual, iba a morir de todas formas y creía fervientemente que se haría justicia. Algún día alguien compraría esa casa o haría obras en el sótano y entonces encontraría sus restos. Había visto infinidad de series donde se cazaban asesinos después de varios años de haber cometido sus crímenes.

—Sigo cavando un poco y luego voy a por tu culo —le dijo él.

Ella escupió varias veces y se sentó en el suelo, en el rincón más alejado del agujero que estaba cavando.

Cuando su captor reinició la tarea se olvidó de atarla, por lo que ella quedó libre de manos y de boca. Aún tenía fuerzas para clavarle ese enorme pico en la cabeza. Era relativamente sencillo, cada vez que tenía un montón de tierra en el saco la extraía a rastras fuera del sótano, y entretanto dejaba el pico y la pala en el suelo. Ella había calculado el rato que él tardaba en regresar. La próxima vez quizá se encontrara con la punta del pico clavada en medio de su cabeza.

Le pareció una buena idea.