Durante varias horas estuvo picando el suelo. De vez en cuando acumulaba un montón de tierra, cogía la pala y llenaba unos sacos de tela enormes, que arrastraba maldiciendo fuera del sótano. No había que ser muy lista para saber que el muy cabrón estaba cavando una tumba. Así que ese era su último día, se dijo crudamente. Ya nada le importaba, pero quería que él se acordara de ella el resto de su vida. Hizo el gesto de querer hablar para que le quitara la mordaza. Con dieciséis años era demasiado lista para morir así, sin más.
—¿Qué coño quieres? ¿No ves que tengo trabajo, cabrona?
—Ummmh.
Él dejó el pico en el suelo y se acercó para aflojarle la mordaza que le oprimía la boca.
—¿Qué?
Sin apenas aliento, la chica puso toda la carne en el asador. Era su última oportunidad.
—¿Ya no quieres sexo conmigo?
—Luego.
—Es que me muero por hacerlo —dijo ella, buscando ser lo más sugerente posible.
—Lo primero es lo primero —repuso él sin dejar de mirar el agujero medio hacer del suelo.
—Lo primero es satisfacer mi culo. Ven, deja que se ponga dura en mi boca.
Ella percibió una leve erección en los pantalones sudados de su captor y supo que su invitación estaba surtiendo efecto.
—Está bien. Come un poco de esto —dijo bajándose la cremallera.