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Ya eran las once y media de la noche cuando Sofía Escudero Magán se adentró en las ruinas romanas de la calle Tibieza, descubiertas a finales de los años sesenta, cuando se hicieron las reformas de los baños termales. Los romanos asentados en la antigua Petragrandis, nombre original de Roquesas de Mar en alusión a las enormes rocas características de la costa, habían construido las termas de la calle Tibieza alrededor del año 100, durante la dictadura del emperador Trajano. Funcionaron durante cientos de años. En la Alta Edad Media fueron sepultadas y no fueron descubiertas hasta pasados muchos siglos. Fue un acontecimiento no solo local, sino a nivel nacional, la prensa de todo el estado se hizo eco del hallazgo. Vinieron periodistas famosos de las cadenas de radio y televisión y anclaron sus cámaras y micrófonos en las maltrechas calles de Roquesas de Mar para narrar in situ el descubrimiento más importante de toda la provincia y posiblemente del país. Una cámara captó por casualidad la imagen del viejo Hermann Baier. Cuando emitieron el programa titulado Romanos en Roquesas, un telespectador de un pueblecito de la provincia de Soria se quedó estupefacto al reconocer a Hermann. Llamó a las autoridades para denunciar la presencia de un criminal nazi en suelo nacional. A la semana de irse la radio y la televisión de Roquesas, llegaron unos forasteros vestidos con trajes oscuros y sombreros de ala ancha. Estuvieron en el pueblo un par de días. Nadie habló con ellos y ellos no hablaron con nadie. Se llevaron a Hermann Baier, el alemán adoptado por Roquesas, a la capital del país y el bar Oasis estuvo cerrado tres días. «Lo han cogido los judíos», dijeron las chismosas del pueblo en el mercado municipal.

Pasado un tiempo volvió al pueblo como si nada, y poco a poco Roquesas fue recuperando la tranquilidad perdida durante el hallazgo de las ruinas romanas.

Sofía Escudero buscó los restos óseos del emperador Trajano. Se decía que estaba enterrado en los baños termales de la calle Tibieza. El emperador de origen hispano fue enterrado en Petragrandis en el año 100 de nuestra era, junto con los tesoros reunidos durante las campañas germánicas, al menos eso indicaban los papiros hallados en las primeras excavaciones. La Cíngara estuvo buscando los huesos de Trajano para hacer el conjuro de los espíritus. La cábala decía que la persona que trajera el espíritu de Trajano a este mundo, podría preguntar lo que quisiera y el emperador no se podría negar a responder. Para llevar a cabo el sortilegio Sofía necesitaba restos óseos del romano nacido en Hispania.

A las once y cuarenta y cinco minutos, la Cíngara estaba escarbando entre un mosaico medio derruido. «Espero que no me vea nadie», se dijo mientras golpeaba con un martillo las maltrechas baldosas romanas, obcecada en tropezarse con una tibia o un cúbito del ilustre emperador. El mayor deseo de Sofía era pedirle a Trajano que le mostrara el rostro del asesino de Sandra López. «Qué importan unos cuantos azulejos viejos si puedo descubrir al criminal más abominable de Roquesas de Mar», reflexionó sin dejar de percutir el suelo de los baños termales.

Se hizo la medianoche…