Ya llevaba tres días sola. Estaba tumbada en el suelo y su mente se había paralizado entre sueño y realidad. No tenía fuerzas ni para levantarse. Cuando tenía ganas de orinar se lo hacía encima y las heces las tenía pegadas a las piernas. El sótano estaba más sucio que antes de la última limpieza.
«Lo habrá cogido la policía —pensó—. El muy hijo de puta bien que podría decirles dónde estoy».
Era muy extraño que no viniese a verla durante tres días, aunque ella había perdido la percepción del tiempo y ya no sabía cuánto hacía que él no venía a violarla.
Estiró la pierna izquierda hasta que se le pasó el dolor de un tirón en el muslo. Se desplazó con dificultad unos centímetros hacia la pared contraria, donde las heces ya estaban secas, y procuró cerrar los ojos y dormir. Pensó que, con un poco de suerte, despertaría en otro sitio, en otra condición física.