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—Javier, hola, hijo…, ¿cómo estás? —dijo Álvaro sentado en la cama del hotel tras encender otro cigarrillo.

—Papá, ¿estás de viaje? —preguntó Javier, sabedor de que solía ausentarse poco por temas empresariales.

Álvaro siempre había sido un hombre familiar, y pese a presidir una empresa importante, para las reuniones fuera de Santa Susana solía enviar a Juan Hidalgo, al cual no le importaba salir de la ciudad y permanecer en cualquier punto del territorio nacional, incluso del extranjero, varios días.

—Sí, hijo —respondió para tranquilizarlo—, estoy en Madrid. He tenido que ausentarme unos días para una reunión de empresarios. ¿Cómo marcha todo por Roquesas? Ya falta poco para las vacaciones —dijo tratando de dirigir la conversación.

—Aquí estamos bien, como siempre. Bueno, hay una cosa que… —Se detuvo un instante, tiempo suficiente para que su padre se diera cuenta de que su hijo sabía algo.

Javier era muy vivaracho y dinámico, enseguida se le notaba si tenía algún problema, cualidad de los niños despiertos como él.

«¿Sabrá lo de la acusación de violación y asesinato de Sandra?», se preguntó Álvaro al notar un acento apagado en la voz de su hijo.

—¿Ocurre algo, hijo? —preguntó. A pesar de todo lo que le había caído encima, Álvaro sabía que lo más importante eran sus hijos. No quería que Javier pensara que su padre pasaba de él.

—Nada —aseveró en tono poco convincente—, que tengo ganas de que lleguen las vacaciones.

—¿Vais de colonias Ramón Berenguer y tú, como cada año? —preguntó Álvaro en un intento de sonsacarle qué le ocurría para estar tan abatido.

—Me parece que este año no vamos a ir a ningún sitio —refunfuñó Javier—. Me voy a quedar todo el verano en Roquesas de Mar.

—Está bien, hijo, ya hablaremos en otro momento —dijo Álvaro, viendo que Javier se mostraba reticente—. Cuando vuelva a Roquesas quedaremos un día para charlar.

Guardaron un momento silencio, esperando que alguno de los dos dijera algo.

—Un beso —dijo Álvaro finalmente.

—Otro —replicó Javier antes de colgar.

Era evidente que algo preocupaba a su hijo, pensó Álvaro. No sabía si tenía conocimiento de todo lo ocurrido o si había escuchado su conversación con Rosa, ni siquiera si estaba en casa con su madre. De todas formas, el ambiente estaba tan enrarecido que cualquier cosa podía disparar la tensión acumulada.