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Fue el peor día de su cautiverio, casi prefería ser sodomizada que pasar por eso. Mientras él la forzaba, su odio se iba incrementando de tal manera que deseaba matarlo, pero lo que le hizo ese día de obligarla a ponerse a horcajadas sobre él le provocó un orgasmo, asqueroso, sí, pero orgasmo a fin de cuentas.

—¡Hijo de puta! —farfulló tras la mordaza.

No debía haberle dicho eso, ya que entonces él supo que ella había disfrutado.

—¿Ves como yo también sé satisfacer a una perra como tú? —se jactó—. Ahora haz tu parte.

Su captor lanzó la pistola al suelo y se sentó en el puf de mimbre. Con una enorme navaja le cortó la tela que la amordazaba y, agarrándola por la nuca, le dijo:

—Chupa. No tardaré en irme.

En apenas unos segundos se corrió en la boca de la chiquilla, y cuando ella iba a escupir él la besó con furia y le obligó a tragarse el semen.

—Hoy has estado fenomenal —le dijo antes de ponerle una botella de agua en la boca para que bebiera—. ¿Ya has comido? —Y rio estruendosamente.