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Lo primero que hizo su captor, nada más entrar, fue quitarle la mordaza de la boca. La chica respiró hondo y notó que en el sótano no había suficiente aire como para saciar sus pulmones. Evitó mirarle directamente a los ojos. Entonces él apretó sus labios contra los de ella y resbaló la mano por su cintura desnuda deteniéndose en su sexo.

—Tengo hambre —le dijo ella antes de que siguiera.

Al punto se dio cuenta de lo desafortunado de su frase. Él aprovecharía para hacer un chiste fácil e introducirle su miembro en la boca para obligarla a hacerle una felación.

—Ya sé de qué tienes hambre —repuso él, riendo.

De un macuto que llevaba extrajo un sándwich de queso y jamón dulce.

—Ten —le dijo—. Luego ya te daré el postre.

Y se quedó de pie allí, mientras ella devoraba el bocadillo lo más lentamente posible, sabía que cuando lo acabara la violaría otra vez.