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—Está aquí su hija, don Álvaro —dijo sonriente la secretaria, apostada en el marco de la puerta.

Solo le daba el tratamiento de «don» cuando había alguien delante, si no, lo llamaba por su nombre. Era una forma de encumbrar al presidente de Safertine.

—Pasa, Irene —dijo Álvaro sin levantar la cabeza de los papeles de la mesa, algo que sabía molestaba a su hija.

—¿Se sabe algo? —le preguntó ella entre preocupada y expectante.

—Aún no.

Los dos sabían de qué hablaban. Era el tema estrella de la última semana: la desaparición de la hija de los López, la pequeña Sandra.

—¿Y tú te has enterado de algo? —replicó Álvaro, no sin malicia.

—No.

Álvaro sospechaba que su hija sabía más de la desaparición de Sandra que la policía de Roquesas de Mar. Pero por algún extraño motivo que no llegaba a comprender, ella no decía nada.

—Ah, las adolescentes —murmuró—, siempre llenas de secretos.

—Fue un comentario en voz baja, pero su hija lo oyó y no le sentó nada bien, cosa que Álvaro ya sabía.

—Piensa lo que quieras, papá.

—Ayudarías mucho a los López y a tu amiga si nos dijeras a todos dónde está.

—Ya te he dicho que no lo sé.

Álvaro asintió con la cabeza e Irene se marchó, sin siquiera despedirse. La secretaria hizo una mueca de connivencia; aunque no quedó claro si hacia Álvaro o hacia Irene.