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La chica se despertó con la boca pastosa. Necesitaba beber un poco de agua. Tenía los párpados enganchados. El calor era asfixiante y desnuda como estaba se sentía ridícula. Probó, como había hecho los días anteriores, a soltarse las amarras. Fue del todo inútil. El dolor de las muñecas se incrementó. Esta vez no quiso gritar, la mordaza de la boca la ahogaría en su propia saliva. Parpadeó varias veces y distinguió en la penumbra el sótano donde se hallaba recluida. Su captor no tardaría en regresar y le entraron ganas de vomitar al pensar en las cosas que le haría. Lo importante era seguir con vida. Aquello tenía que acabar un día u otro. Quiso ponerse en pie. Quería encontrar una posición en la oscuridad donde pudiera sorprenderle la próxima vez que volviera a entrar. Cualquier objeto contundente le vendría de perlas para aturdirlo. Era un hombre fuerte, pero un golpe en la cabeza con una barra de hierro le dejaría mareado al menos el tiempo suficiente para escapar por la puerta. Pensó que fuera quizás habría algún cómplice. Pero él siempre entraba solo y si hubiese otra persona con él también participaría en las violaciones. Se dijo que lo mejor era negociar, tratar de llegar a un acuerdo. De otra forma nunca saldría de allí con vida.