Al día siguiente y a pesar de que tenía muchas cosas en la cabeza, Álvaro Alsina quiso acompañar a su hijo Javier, de quince años de edad, al colegio de Santa Susana. Le venía de camino hacia su empresa y solamente tenían que cuadrar las horas para hacer coincidir sus ocupaciones. Su hijo tendría que levantarse un poco antes y Álvaro llegaría unos minutos más tarde a su despacho, pero así le ahorraba tener que coger el autobús.
—Estás muy callado —le dijo al ver la inquietud en su mirada.
Tampoco es que Javier fuese muy hablador, pero su padre quería sonsacarle los motivos de sus recientes devaneos.
—Es muy temprano para hablar —se excusó.
El colegio estaba a la entrada de la ciudad y Álvaro no tenía que desviarse demasiado del centro, así que aprovechaba, cuando el trabajo se lo permitía, para acompañar tanto a Javier como a Irene.
—¿Es por los estudios? —insistió su padre.
—No —dijo tajante.
—¿Una chica?
—Tampoco.
Ese «tampoco» le dio una pista de que iba por buen camino en su interrogatorio. Si no, su hijo simplemente hubiera respondido: no. Álvaro sabía que las notas del colegio, puesto que las tenía que firmar, eran buenas. Aceptables. Por lo que suponía que su hijo no tendría problemas para pasar el curso, como cada año.
—¿Qué dicen tus amigos de la desaparición de Sandra López? —le preguntó como si se tratara de un policía y sin andarse con rodeos.
—Poca cosa. Irene te podría responder mejor a esa pregunta.
—¿Tú no tienes nada que decir?
El chico negó con la cabeza.
—Podrías aprovechar el mes de julio para venir algún día a la empresa conmigo —dijo Álvaro cambiando de tema.
—¡Uf, papá!
Era sabido por Álvaro que su hijo no mostraba interés alguno por los asuntos de la empresa familiar, la poderosa Safertine.
—Pasa algún día y te enseñaré la nueva cadena de montaje. Podrías llamarme antes y comeríamos en algún restaurante del centro.
Javier asintió con la barbilla y se bajó del coche en la rotonda donde paró su padre. Álvaro lo siguió con la vista mientras se perdía, cabizbajo, en los Porches de la calle Mistral.
Cuando dejó de verlo, encendió un cigarro y continuó el trayecto hasta la empresa, muy cerca de allí.