PROLOGO

A lo largo de su vida, Virginia Woolf sólo escribió una pieza teatral: Freshwater. A Comedy[1]. Sin embargo, y pese a tratarse de una aportación singular al conjunto de su obra —o quién sabe si precisamente por ello—, la propia autora nunca concedió excesiva importancia a esa breve comedia. «La pieza, bastante tonta —anotaría en su diario el 1 de enero de 1935—; pero no voy a molestarme en causar una buena impresión como dramaturgo.»[2].

No deja de ser curioso advertir que los escritores más significativos del denominado Grupo de Bloomsbury, aunque proclives a las representaciones escénicas en cuanto formas lúdicas de comunicación, jamás se embarcaron seriamente en la aventura del teatro. Quizás el libreto de E. M. Forster[3] para la ópera Billy Budd, de Benjamin Britten, sea una de las escasas y relativas excepciones que confirman la regla general. Podrían constituir otra opinable excepción los dramas poéticos de T. S. Eliot[4], si bien sería lícito poner en tela de juicio la estricta vinculación del autor de Murder in the Cathedral (Asesinato en la catedral) al Grupo de Bloomsbury.

Freshwater —al igual que otros textos menores representados por los «bloomsberries» en sus veladas particulares— no debería ser considerada como una excepción, sino más bien como el reconocimiento tácito de una incompatibilidad personal con las fórmulas convencionales del teatro; fórmulas que, en Inglaterra —haciendo la salvedad de Christopher Fry[5] y del ya mencionado T. S. Eliot—, apenas habrían de experimentar modificaciones sustanciales hasta la aparición, a mediados de los años cuarenta, de los «angry young men[6]».

La técnica narrativa de Virginia Woolf —basada más en la sugerencia que en la declaración explícita— tenía que contrastar radicalmente con una forma literaria caracterizada por el predominio del significado factual sobre el lenguaje implícito. Es sumamente reveladora, a este respecto, una serie de comentarios que la propia Virginia incluyera en su diario el 17 de abril de 1934 (o sea, poco antes de escribir la segunda y definitiva versión de Freshwater):

Una idea acerca de Shakespeare: la obra teatral exige llegar a la superficie. De ahí que insista sobre una realidad que la novela no necesita poseer, aunque pudiera tener contacto con la superficie, llegar hasta ese límite. Eso sería trabajar al margen de mi teoría sobre los distintos niveles de la escritura y cómo combinarlos; pues estoy empezando a pensar en esa combinación como en algo necesario. Esa particular relación con la superficie le es impuesta forzosamente al dramaturgo: ¿hasta qué punto influyó en Shakespeare[7]?

En Freshwater, Virginia Woolf alcanzaría esa superficie metodológicamente prohibida a la novelista; más aún, la rebasaría hasta trabar contacto, no con una realidad explícita, sino con una realidad hiperbólica, deformada por exceso. Virginia siempre calificó a su único producto teatral de «farsa», «chiste» o «broma[8]»; y no olvidemos —así lo comprobó Bergson a comienzos de siglo— que la deformación premeditada es uno de los ingredientes fundamentales de lo cómico. Sin embargo, esa distorsión no se originaría, como en el esperpento valleinclanesco, al reflejarse la realidad en los espejos cóncavos de algún hipotético «cat’s alley», sino en los ojos irónicos de una mujer demasiado inteligente para despreciar el valor terapéutico de un heterodoxo capricho literario.

Virginia Woolf escribió la primera versión de Freshwater en 1923. En una anotación de su diario correspondiente al 8 de julio, Virginia expresaba la esperanza de concluir la comedia al día siguiente, dando asimismo a entender que dicha tarea constituía un gran alivio en su agobiante trabajo cotidiano. No obstante, en una carta remitida seis meses más tarde a su hermana Vanessa[9], se lamentaba de no haber podido cumplir su propósito: «Podría escribir algo mucho mejor si tuviese un poco más de tiempo para ello; y preveo que todo este asunto es bastante más comprometido de lo que yo pensaba[10]». El manuscrito de Freshwater penetraría sigilosamente en el cajón sin fondo de las buenas intenciones.

El abandono de la primera versión de Freshwater no supuso, afortunadamente, ninguna frustración personal: se justificaba por el exceso de actividad que, aquel año, se acumuló sobre Virginia. Durante el primer trimestre de 1923, los Woolf habían permanecido en Hogarth House[11], residencia habitual del matrimonio y sede de la aún embrionaria y casi artesanal Hogarth Press[12]. La noticia de la prematura muerte de Katherine Mansfield[13], acaecida el 9 de enero, afectó profundamente a Virginia, causándole una intensa depresión, de la que no se repondría hasta transcurridas varias semanas; las relaciones entre ambas escritoras habían estado dominadas por una mezcla de admiración y desconfianza recíprocas, pero la circunstancia de la muerte borraba todos los antagonismos v destruía la contingencia de una rivalidad nunca formulada. A finales de marzo, Virginia y Leonard Woolf emprendieron un viaje por España; del 4 al 13 de abril disfrutaron de la hospitalidad de su compatriota Gerald Brenan[14], asentado en el pueblecito granadino de Yegen. De regreso a Inglaterra, los Woolf se alojaron nuevamente en Hogarth House; pero, al llegar el verano, se trasladaron a Monk’s House[15], una modesta casa de campo situada en las afueras de Rodmell (Sussex). Durante los meses de agosto y septiembre, Monk’s House estuvo saturada de invitados: Lytton Strachey[16], Dora Carrington[17], Ralph Partridge[18] y E. M. Forster, entre otros. Del 7 al 10 de septiembre, Virginia y Leonard visitaron en Lulworth a John Maynard Keynes[19] y a Lydia Lopokova[20]. En octubre regresaron de nuevo a Hogarth House. Virginia había comenzado a sentir el peso de la soledad; según ella, Hogarth House estaba excesivamente aislada, y los constantes viajes de ida y vuelta a Londres representaban tiempo perdido, incremento de gastos y fatigas innecesarias. Leonard, por su parte, temía que el ajetreo de la gran metrópoli afectase desfavorablemente el equilibrio mental de su esposa. Pero Virginia insistía: era preciso encontrar una casa en Londres y, a ser posible, en el barrio de Bloomsbury. Durante el otoño, Virginia se dedicó sin tregua a la búsqueda de vivienda. Al fin, en enero de 1924, hallaría lo que tan afanosamente había estado persiguiendo: una casa amplia, de ladrillo oscuro, integrada en un bloque construido a comienzos del siglo XIX, en el flanco meridional de Tavistock Square[21].

Pese a los viajes, las gestiones inmobiliarias y los compromisos sociales, Virginia Woolf, cuya estabilidad mental pareció haber estado exenta de riesgos graves a lo largo de 1923, tuvo ocasión de desarrollar una ardua tarea creadora. Además de revisar The CommonReader[22], dedicó la mayor parte de su tiempo a trabajar en una de sus novelas más importantes, «The Hours» (Las horas), aún no rebautizada con el título definitivo de Mrs. Dalloway[23]. Cabe incluso suponer que había comenzado el pergeño de «Mr. Bennet y Mrs. Brown[24]», ensayo que, en forma de conferencia, daría a conocer a los «Heretics[25]» de Cambridge a mediados de mayo de 1924, y que, en opinión de Quentin Bell, sobrino y biógrafo de Virginia, ha de ser considerado como el «manifiesto particular» de la escritora[26].

Así, pues, la primera versión de Freshwater resultó ser el fruto fallido de unos escasos y excepcionales «ratos libres»: un afable y regocijante capricho que, como tal, debió ceder la preeminencia a obras de mayor envergadura y, lo que es más grave, a ocupaciones extra-literarias. Fue sepultado, como queda dicho, en el insondable cajón de los proyectos. Habrían de transcurrir doce años hasta su resurrección.

A mediados de la década de los treinta, los supervivientes del Grupo de Bloomsbury —Leonard y Virginia, Vanessa y Clive Bell[27], Duncan Grant[28], Desmond Mac Carthy[29], Maynard y Lydia Keynes…—, reforzados por miembros de generaciones más jóvenes, implantaron la costumbre de celebrar esporádicas veladas teatrales «en petit comité». Por esa época, los antiguos «bloomsberries» habían cumplido ya los cincuenta. E incluso habían fallecido algunos de los miembros esenciales del primitivo Grupo: Thoby Stephen[30], Lytton Strachey y Roger Fry[31]. La propia Virginia escribiría en su diario el 3 de diciembre de 1934: «Nosotros —Bloomsbury— hemos muerto[32]». No obstante, el espíritu de tales veladas detentaría nuevamente el clima lúdico, exquisito y desenfadado que presidiera sus tertulias y reuniones de antaño. Lucio P. Ruotolo, en su prólogo a la primera edición de Freshwater, nos proporciona algunos datos francamente sabrosos:

Estos espectáculos se iniciaron con una representación del Comus[33] de Milton, en una versión asainetada que, en palabras de la misma Virginia, era «sublimemente obscena». Entre las primeras comedias, señala David Garnett[34] en su autobiografía, hubo una titulada «Don’t Be Frightened, or Pippington Park[35]», inspirada en una noticia de prensa acerca de un adinerado caballero que había abordado con propósitos deshonestos a una joven en el parque. Vanessa Bell hacía el papel de víctima[36], y en el último acto interpretaban un «pas de deux» Lydia Lopokova y Maynard Keynes. Una obra escrita por Quentin Bell presentaba su propia casa, en Charleston, como si se tratase de unas ruinas arqueológicas visitadas por turistas en un futuro remoto. Bell también recuerda un drama cómico en cuplés rimados titulado «The Last Days of Old Pompeii[37]». Las representaciones se celebraban en los domicilios de unos y otros.

Aquellas jocundas veladas se prolongaron hasta el comienzo de la segunda guerra mundial. La última fue la celebrada el 6 de enero de 1940 en Charleston, con ocasión del vigesimoprimer cumpleaños de Angélica, la hija de Vanessa Bell. En su biografía de Virginia Woolf, Quentin Bell resume el desarrollo de la sesión:

Lydia (Lopokova) bailó por última vez, y Duncan (Grant) bailó con ella; Marjorie Strachey[38] cantó «The Lost Chord»; un joven refugiado alemán hizo una parodia del Führer; y Virginia obsequió al público con «The Last Rose of Summer», poema del que recitó, acaso inventándolos, un gran número de versos. Aunque todos estaban alegres, sabían que ya no habría más diversiones como aquélla[39].

El estreno de la segunda y definitiva versión de Freshwater debe inscribirse en esa serie de veladas íntimas. Tuvo lugar en el estudio de Vanessa Bell, en 8 Fitzroy Street, a las nueve y media de la noche del viernes 8 de enero de 1935. A la convocatoria, impresa en una tarjeta en la que aparecían como anfitrionas «Mrs. Clive Bell y Mrs. Leonard Woolf» —pero en la que no se mencionaba que Virginia fuese la autora de la obra—, respondieron con su presencia alrededor de ochenta personas; el estudio de Vanessa, un espacioso local de planta acodada, se hallaba totalmente repleto de invitados. Según parece, la comedia fue representada en medio de una atmósfera frívola y ruidosa; las estentóreas carcajadas de Clive Bell y de su hermano Cory impedían frecuentemente oír el diálogo. Virginia aludiría en su diario a la sesión calificándola de «velada desaforadamente jocosa».

Virginia Woolf había escrito esta versión de Freshwater durante el segundo semestre de 1934. La hipótesis es perfectamente viable si se tiene en cuenta no sólo la fecha de estreno de la comedia, sino, además, la circunstancia de que, en el texto de la segunda versión, aparece, en calidad de personaje obviamente mudo, un pequeño mono —inexistente en la primera versión—, y Leonard había comprado, el 25 de julio de aquel año, un tití, que fue bautizado con el nombre de «Mitzi» y al que la propia Virginia incluiría en el reparto de la representación.

No deja, sin embargo, de ser paradójico que la elaboración de una pieza tan inequívocamente optimista como Freshwater se produjera en una época en la que Virginia se vio afectada por frecuentes desequilibrios nerviosos. Estaba a punto de terminar el manuscrito de The Years (Los años[40]), novela iniciada en octubre de 1932 bajo el título provisional de «The Pargiters», cuyo proceso creador le había causado repetidos accesos de hipocondría. Durante el verano, Monk’s House había sido, como de costumbre, invadida por visitantes. El 9 de septiembre falleció Roger Fry; los Woolf asistieron a su funeral, en Golders Green. El 30 de septiembre Virginia puso punto final al borrador de Losaños; y, como era habitual en ella siempre que concluía una tarea literaria de importancia, sufrió una intensa crisis depresiva. A su regreso a Tavistock Square, la crisis no disminuyó. Virginia continuaba manteniendo serias dudas acerca de su novela; esas dudas se verían acentuadas por la aparición de un libro de Wyndham Lewis[41], titulado Men Without Art, en uno de cuyos capítulos se atacaba a Virginia con inusitada dureza. Virginia Woolf siempre había sido muy sensible a las críticas —las provenientes de Leonard o de E. M. Forster constituían, para ella, verdaderos oráculos—, y el ataque de Wyndham Lewis, que en otras circunstancias sólo le hubiera ocasionado un disgusto pasajero, recrudeció su ya preexistente desaliento. A mediados de noviembre la crisis debió de ser superada, ya que por esas fechas emprendió la tarea de rehacer totalmente Los años. Las Navidades transcurrieron apacibles en Monk’s House. Y el 18 de enero, la novelista y ensayista Virginia Woolf debutaba «a puerta cerrada» como autora teatral, estrenando Freshwater. A Comedy.

Al levantarse —o, mejor dicho, descorrerse— el telón, el escenario representaba el estudio de la fotógrafo Julia Margaret Cameron[42] en Freshwater Bay (Isla de Wight). En escena, la propia Mrs. Cameron, su marido[43], el pintor G. F. Watts[44] y la actriz Ellen Terry[45]; poco después aparecía el poeta Alfred Tennyson[46]. Se trataba, pues, de una recreación histórica, fabulosamente libre y —como el lector podrá juzgar por sí mismo— un tanto irreverente, de situaciones reales acontecidas en la época victoriana. Virginia Woolf siempre había profesado un gran afecto, no exento de ironía, a la pintoresca figura de su tía-abuela Julia M. Cameron; incluso había escrito una breve semblanza de la célebre fotógrafo para el libro Victorian Photographs of Famous Men and Fair Women (Fotografías victorianas de hombres famosos y mujeres hermosas[47]). En realidad, Mrs. Cameron poseyó una fuerte personalidad, ante la que no podían mostrarse indiferentes quienes la conocieron. Una de sus sobrinas-nietas, Laura Gurney, nos ofrece un interesante testimonio de primera mano:

A mí, lo confieso francamente, me parecía una anciana terrorífica, baja y rechoncha, sin rasgo alguno de la gracia y la belleza de las Pattle[48], aunque poseía en alto grado su apasionada energía y su testarudez. Vestida de oscuro, salpicada de manchas de los productos químicos que empleaba en sus fotografías (y también impregnada por su olor), con rostro mofletudo e impaciente, mirada penetrante y voz ronca y algo áspera, aunque en cierto modo convincente e incluso atractiva, la vi por vez primera en su estudio en Dimbola, la pequeña casa de campo de Freshwater, a un cuarto de milla del mar; e inmediatamente mi hermana Rachel y yo fuimos obligadas a ponernos a disposición de su cámara[49].

La incesante actividad de Julia M. Cameron en Freshwater se desplegaba en una doble dirección. Por una parte, se dedicaba fervorosamente a la fotografía; un aspecto accesorio, pero inevitable, de esta dedicación se cifraba en la afanosa, constante y a veces disparatada búsqueda de modelos[50]. Por otra parte, mantenía una intensa vida social, cristalizada primordialmente en torno a la figura de Tennyson. No me parece gratuito traer a colación otro testimonio directo:

Comienzo por decir que soy consciente de que sonará a paradójico afirmar que, en aquellos días, la sociedad de Freshwater se encontraba más cerca de llevar a cabo los propósitos e ideales de un salón francés que cualquier otro grupo social que yo conociera en Inglaterra. Es, por supuesto, exagerado comparar a unas personas que se reunían de la manera más informal en las verdes praderas de la Isla de Wight y en las casas de amigos que no eran por lo común gentes elegantes, con una «coterie» parisiense tal como la que se agrupara en torno a Madame Récamier y Chateaubriand. Sin embargo, me parece que la idea de «salón», cuya realización se había mostrado inviable en Londres, se había logrado plenamente en Freshwater. Tenemos nuestro Chateaubriand en Tennyson y, por sorprendente que pueda ser la comparación, tenemos nuestra Madame Récamier en Mrs. Cameron[51].

Pero Freshwater no se limitaba, naturalmente, a glosar la personalidad de Julia Margaret Cameron. La era victoriana ofrecía en sí misma una elevada dosis de sugestión y unas posibilidades satíricas que Virginia Woolf no podía desaprovechar. Y así, el personaje de Mrs. Cameron se vio enriquecido, si no desbordado, por la presencia de otros seres vinculados en la vida real a la eximia pionera de la fotografía. Algunos de ellos habían sido famosos: Alfred Tennyson, G. F. Watts, Ellen Terry y, ¡cómo no!, la mismísima reina Victoria. Otros —como Charles Hay Cameron o Mary Magdalen[52]— pertenecían al círculo familiar o doméstico de Julia M. Cameron. Virginia incluiría también un personaje absolutamente imaginario, el teniente de navío John Craig[53], y dos extraños animales: un tití[54] y una marsopa[55].

Podría temerse que una escritora como Virginia Woolf, dedicada principalmente a la novela y —en menor medida— al ensayo, hubiese de incurrir en fallos técnicos a la hora de componer una pieza de teatro. Pero no es así. Freshwater no aspiraba a ser una obra «realista» —en el sentido que convencionalmente se suele conferir a este vocablo cuando de creaciones escénicas se trata—, ni tan siquiera una pieza nutrida de un denso contenido ideológico o simbólico, sino una farsa poética, irrespetuosa y jovial, sembrada de innumerables alusiones íntimas y guiños eruditos. Sin intentar rebasar jamás tales límites, Virginia supo mostrarse como una notable dominadora de lo que se ha dado en llamar «carpintería teatral»; en Freshwater no hay situaciones de relleno, pérdidas de ritmo ni desequilibrios estructurales. Ese dominio de la eficacia escénica y de sus recursos técnicos no debe asombrar a quienes hayan leído Between the Acts (Entre actos[56]), la última de las grandes novelas de Virginia, en cuyas páginas se desarrolla, como trasfondo de la acción sustantiva, una representación de aficionados tan inefable como inteligentemente construida.

Nos consta que Virginia Woolf nunca pretendió «consagrarse» públicamente como dramaturgo. Sabemos que Freshwater fue sólo un juego, una broma privada; de ahí que permaneciera inédita —en cuanto texto literario susceptible de publicación— hasta 1976. Y sin embargo, al día siguiente de la representación, la propia Virginia anotaría en su diario: «La obra se estrenó anoche, con el resultado de que esta mañana tengo la cabeza deshecha y sólo puedo usar este libro como almohada. Se dijo, inevitablemente, que había sido un gran éxito… Tengo una idea para otra pieza. Noche de verano. Alguien en un asiento. Y voces que surgen de entre las flores…»[57] Virginia Woolf sintió el momentáneo impulso de reiterar su primera y única experiencia teatral. Pero no se dejó arrastrar por la tentación. Ninguna cortina habría de descorrerse sobre esos imprecisos murmullos nocturnos, sobre esas flores estivales vagamente presentidas en una mañana de resaca. Freshwater sería para siempre una diminuta piedra de toque solitaria e irrepetible.

***

Para la traducción de Freshwater. A Comedy he utilizado la primera —y, por ahora, única— edición de The Hogarth Press, de la que ha sido responsable Lucio P. Ruotolo, profesor de inglés de la Universidad de Stanford y editor de Virginia Woolf Miscellany. He respetado todas las notas originales de la edición inglesa (que van señaladas con las iniciales L. R.). Por otra parte, a causa de la mencionada proliferación de alusiones particulares y referencias al ámbito cultural británico, me he visto obligado a añadir nuevas notas (que van marcadas, excepto las correspondientes al prólogo, con la sigla habitual N. del T.), cuya considerable abundancia espero me sea disculpada en méritos a una más profunda comprensión y a un mayor disfrute de la obra.

Santiago R. Santerbás

Madrid, agosto 1979