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Medidas desesperadas

A diferencia de lo que sucede en el hemisferio norte, en el cielo de Ereshkigal no se ve ni un solo cometa. Y es que la suciedad y los detritus acumulados en la cúpula que lo cubre tapan la luz, y provocan que las noches sean tan oscuras que no se ve absolutamente nada: ni el paisaje, ni el horizonte, ni el suelo por el que andas. La falta de luz es total y absoluta.

Pero en esos momentos, a diferencia de otros días, tres manchas de luz destacan en Kibala desplazándose a gran velocidad. Son los tres kushus que transportan al ejército de los reptiles hacia Hurkel y la luz que emiten proviene de las antorchas que han encendido sus ocupantes, para ver algo de noche. Debido a la extrema oscuridad ambiental, los musens y los anzuds han aterrizado en las plataformas que los kushus arrastran para reposar hasta que Utu haga su aparición y nazca el nuevo día.

El primer kushu lleva una gran tienda de campaña montada en su caparazón y, gracias a la luz que hay encendida dentro, se proyectan las sombras de sus ocupantes, tan diferentes unos de otros. Fuera de la tienda, una ziti rodeada de xíbits por todas partes, está sentada en la parte delantera del kushu, con los pies colgando al lado de la cabeza del animal.

Ishtar observa los dos relojes que le regaló Galam. Uno de ellos, el de Ki, avanza a velocidad normal y le informa que todavía quedan tres horas de oscuridad. El otro adelanta poco a poco; muy poco a poco. Siete veces más lento, indica la hora en la Tierra, en Can Sata; faltan cinco minutos para las doce de la noche. Seguramente, Jacques y Anna estarán en el comedor, viendo alguna película, y Gerard debe de estar durmiendo, recuperándose de su gastroenteritis. Siente no poder estar allí para reírse de él un rato y hacerle pasar vergüenza ante papá y mamá. Pero también lo añora. Bueno… a los tres.

—Cuánta oscuridad, ¿no? —comenta una voz tranquila y agradable.

Ishtar se vuelve y ve a un conocido personaje, de pie a su lado, mirando también hacia la oscuridad infinita. Viste de forma extraña, con un traje de muchos colores, capa y turbante. Sin saber por qué, ella no se sorprende de su presencia.

—¡Buenas noches, Gizzalkalamma! ¿Cómo te va la vida?

—Bien; no puedo quejarme, chica… —dice él, despreocupado—. Por cierto… ¿Ya has decidido que vas a hacer en aquel asuntillo nuestro?

—¿En aquello de la yaya? ¡Uf! No sé, no sé… ¡Debo meditarlo todavía un poco! —responde Ishtar volviendo a mirar hacia delante—. Sería chulo, ¿eh? Pero… mmmmm… No sé, no sé.

—Claro… También sería chungo, ¿no? Chulo pero chungo, ¿verdad?

—¡Sí! ¡Eeeexacto! ¡Tú lo has dicho! ¡Es chulo pero chungo a la vez! Tío, ¡estás hecho un filósofo! —dice Ishtar, volviéndose de nuevo hacia él y descubriendo que vuelve a estar sola—. ¿Gizzalkalamma? ¡Joder! ¡Cada vez me la pega! ¡Qué rabia me daaaas! —grita la joven reina, y levanta un puño amenazador mientras mira al cielo de Ereshkigal.

Xirribitiku, kurruklú? —le dice un xíbit, preocupado, al verla contrariada.

—¡Ah! ¡No pasa nada, guapo! Es que me han hecho una propuesta muy interesante, ¿sabes? —le explica la reina y, cogiéndolo con las dos manos, se lo acerca a la cara para darle un beso.

Kurrusku! Xilibitik! Uixhi? Uikiiiii! —suelta el xíbit con una gran sonrisa, contento y feliz por el beso de Ishtar.

—¿Qué pasa? Estás contento, ¿verdad? —Le rasca la cabeza con cariño.

Y entonces, sorprendiéndola una vez más, el xíbit empieza a iluminarse. Primero, de forma casi imperceptible, pero poco a poco con mayor intensidad y, finalmente, lo ilumina todo alrededor.

—¡Caramba! ¡Te has encendido como una bombilla! ¡Esto es nuevo!

Parece como si a sus espaldas hubiera salido el sol. Imaginándose de qué se trata, se da la vuelta para confirmar sus sospechas: todos los xíbits se han iluminado de la misma manera que lo ha hecho el que tiene entre las manos, y ahora el caparazón del kushu gigante brilla con un curioso tono amarillentoanaranjado, que ilumina todo lo que queda cerca de él igual que si fuera de día.

En ese momento la puerta de la tienda se abre y sale Nirgal, que, provista de gafas, observa el bonito espectáculo de luz y color.

—Caramba… ¿Se han encendido los xíbits? —pregunta, curiosa.

—¡Sí! —afirma Ishtar, contenta.

—¡Ah! ¡Muy bien! —Y dicho esto, vuelve a entrar en la tienda.

Entonces Ishtar se levanta y sigue a su abuela. Todo el mundo se ha organizado en pequeños grupos:

Golik está con la reina Laima y Sasar intercambiando información muy interesante sobre los musdagurs y los sutums.

Ullah y Zuk —de guardia— se han sentado en un rincón, en posición de flor de loto. Zuk, gran experto en geografía kiita, vigila el rumbo del kushu y comprueba que no se desvíe de las coordenadas establecidas; Ullah controla con sus habilidades sensoriales las posibles presencias, como un radar de precisión; detectará a cualquier ser vivo que se aproxime al kushu, aunque se trate de un animalito.

Nirgal se ha tumbado de nuevo en la hamaca que ha instalado al fondo de la tienda para llegar relajada a la batalla que se acerca.

Mashua está con Nakki, que trata de explicarle las estrategias del combate que pronto sostendrán contra Usumgal. El éxito del Gran Consejero es relativo, pues el tidnum no entiende por qué es necesaria una estrategia si el sistema más fácil es ir directamente contra el enemigo y aplastarle la cabeza con una hacha.

Galam se ha ido a otro rincón de la tienda, rodeado de la mayoría de sus inventos, y lo acompaña su nuevo aprendiz. Éste, sentado en el suelo, sigue haciendo inventario y toma diversas notas en una pequeña libreta, mientras el viejo sabio ronca como una marmota encima de su equipaje. Ishtar decide acercarse a ese rincón y pregunta al joven ziti:

—Oye, Malag… ¿Qué estás haciendo?

—¿Eh? —se sorprende él, tan concentrado en sus cosas que no la ha oído llegar—. ¿Yo? Nada, tomo apuntes de algunas cosas.

—Oye… ¿sabes que has tenido una excelente idea con eso de la glimp? ¡Seguro que ganaremos mucho tiempo! —asegura Ishtar y, arrodillándose a su lado, echa un vistazo a los inventos que están esparcidos por el suelo.

¡A Ishtar le gusta Malag! ¡A Ishtar le gusta Malag! —le canta Nirgal mentalmente a la reina de los zitis; está haciéndose la dormida en su hamaca, con el salacot tapándole la cara y las manos detrás de la cabeza.

—¿Eh? Ah… Bien, gracias… Era… No sé… Una idea… Y eso…

—Pues eso que… Bueno. Ya sabes, ¿eh? —responde con claridad meridiana el joven Malag.

¡A Malag le gusta Ishtar! ¡A Malag le gusta Ishtar! —vuelve a cantar mentalmente Nirgal a su nieta.

—¿Sabes? ¡Estoy muy contenta de que te hayas unido al grupo! Aquí todos son muy simpáticos y tal, pero me ha hecho ilusión que llegara alguien de mi edad. —Y lo abraza amistosamente unos segundos—. Seremos muy amigos, ¿vale?

—¡Ah! Sí… Yo… Esto… Ya. ¡So! —consigue decir Malag, rojo como un pimiento.

Ishtar se levanta y lo deja con una sonrisa para ir al encuentro de su abuela, que sigue simulando estar dormida como un tronco.

¡Todo tuyo, niña! —le transmite Nirgal sin mover ni un músculo.

¡Pero, yaya! ¡Si sólo es un amigo! —responde Ishtar, divertida.

—Sí, sí… ¡Seguro! No me han faltado a mí de ésos… ¿Y el abrazo? ¿Qué querías? ¿Que se iluminara como un xíbit?

—¿Ese abrazo? ¡Oh! ¡Pero si era de teletubbie! ¡Te aseguro que no hay nada entre nosotros!

—Ya, ya… Pero es mono, ¿verdad?

¡Mmmmm…! —murmura Ishtar esbozando una sonrisa traviesa—. ¡Ah! Por cierto… He hablado con quien tú ya sabes.

—¡Ah! ¿Y qué le has dicho? ¿Que sí o que no?

—Que está a punto de bajarme la regla y que mejor lo hablábamos otro día.

—¡Ajá! ¡Bien hecho! Eso siempre lo acoquina. Pero dime… ¿Sabes ya si aceptarás? Si es por mí, yo me apunto, ¿eh? ¿Vamos o qué? ¿Sí o no? ¡Las dos juntas!

—¡Hemos llegado! ¡Hemos llegado! —grita de pronto Ullah, que abandona su estado de tránsito, se levanta de golpe y sale disparada de la tienda—. ¡Todo el mundo a sus puestos! ¡Todo el mundo a sus puestos!

Al oír el aviso de la anzud, todos corren a sus posiciones.

—¡Dos minutos para el lanzamiento! —anuncia Zuk, que no ha abandonado su posición de flor de loto y sigue concentrado.

—¡Galam! ¡Haz el favor de despertarte! —grita Malag al viejo sabio tirándole de la túnica—. ¡Vamos, vamos, que ya hemos llegado!

Los restantes pasajeros, menos Nirgal que sigue tumbada en la hamaca, ya están fuera.

Yaya, ¿vienes a ver el lanzamiento? —pregunta Ishtar.

—¡Ah! No, gracias. Prefiero reservar mis fuerzas. Estoy convencida de que Galam lo hará perfectamente. ¡Es un gran sabio!

—¿Eh? ¿Qué pasa? ¿Ya hemos llegado a Itaca? ¿Dónde está mi taza de chocolate? —pregunta Galam, más dormido que despierto.

—Pero ¡¿qué dices, joder?! —lo regaña el joven aprendiz—. ¡Hemos llegado al punto de lanzamiento! ¡Vamos, hombre! ¡¡Apresúrate, que nos toca a nosotros!!

Al fin el sabio recuerda dónde está y su privilegiada mente se pone en marcha.

—¡Ah, sí! ¡Cierto, cierto! ¡Tranquilo, Malag! ¡Podéis contar conmigo! ¡Tranquilos! ¡Lo tendré todo preparado en cinco minutos!

—¡Un minuto y treinta segundos para el lanzamiento! —informa Zuk.

—¡Glups! —exclama Galam, que coge la caja negra y sale a toda velocidad de la tienda, aunque tropieza en tres ocasiones antes de llegar a la puerta.

Los xíbits todavía brillan y se han puesto a botar, felices, para recibir a Ishtar cuando ha salido de nuevo. Los demás miembros de la tripulación están colocando una pequeña zagtag encima del caparazón del kushu, justo en el lugar en el que un rato antes Ishtar estaba sentada. Ullah, con un alterador en las manos, consulta los datos de la pequeña pantalla de cristal líquido.

—¡Muy bien! —grita Galam dirigiéndose a la catapulta con la caja negra a cuestas—. No sabemos seguro si esto va a funcionar, ¿de acuerdo? O sea que procuraremos, en lo posible, hacerlo bien ¡y no morir en el intento!

—¡Oh, Galam, tú siempre tan delicado! —opina Ullah a sus espaldas.

—¿Qué pasa? —se queja el sabio—. ¿Prefieres que no lo diga? Si morimos en el intento, morimos, ¿no?

—Os agradecería que discutierais este interesantísimo pero poco útil uso del léxico en otro momento —les pide Nakki con gran amabilidad—. ¡Y que os limitarais a seguir el plan de acción, por favor!

—¡Un minuto para el lanzamiento! —grita Zuk desde el interior de la tienda.

—¡Dejadme solo! ¡Dejadme solo! —pide Galam abriéndose paso hasta el zagtag. Entonces deja la caja negra en el suelo, la abre y saca de ella un recipiente parecido a una glimp, aunque unas diez veces más grande que ésta.

—¡Uala! —se asombra Malag al ver la medida del objeto—. ¿Cuántas uannas has metido aquí? ¿Quinientas? ¿Mil?

—¡Tres mil! —responde Galam con orgullo.

—¿¿Tres mil?? —grita Malag con el rostro desencajado—. Estás como una chota… ¿Adónde crees que vas a parar? ¿Tres mil? ¿Qué quieres hacer? ¿Cargarte el planeta?

—¡Hala! ¡Exagerado! ¡Tres mil es lo que toca, ni más ni menos! ¡Lo he calculado! —replica el sabio, y coloca la glimp gigante en la catapulta.

—¿Tú? ¿Lo has calculado tú? ¡¡Por favor!! ¡Tus cálculos son menos fiables que los de un bebé kushu! ¡Está demasiado cargada! ¡Te lo digo yo! ¡No podemos lanzarla así! ¡Debo reajustarla!

—¡Treinta segundos para el lanzamiento! —grita Zuk desde el interior de la tienda.

El alterador de Ullah da señales de vida con un sonido agudo, llamativo e impertinente, y un rayo —semieléctrico, semisólido— sale disparado del aparato hacia delante y se detiene a unos treinta metros del kushu, como si hubiera chocado contra algo invisible. En ese punto exacto se desgarran el tiempo y el espacio y se abre un portal, que no sólo se traga al primer kushu, sino también a los dos que van detrás.

¡Luz, luz y más luz! Centenares de miles de luces atraviesan la nada en medio de un espacio sin gravedad, sin sonido, de inmensa soledad… El vacío absoluto en el que los tres kushus flotan, si es que se puede flotar en ese espacio intemporal, puesto que el tiempo parece haberse detenido. Lo que no amaina, sin embargo, es la actividad verbal de la tripulación de uno de los tres kushus.

—¿Revisarla? ¿Tú? —grita Galam—. Perdona, pequeño impertinente… ¿Puedo recordarte quien se ha cargado mi mesa de análisis químicos?

—¡Oh! ¡Pero eso no ha sido culpa mía! ¡El problema es de la mesa que estaba por en medio! Y, además, ¡era la primera vez que probaba mi invento! ¡Todavía no conocía su alcance!

—¡Dos segundos para el lanzamiento! —insiste Zuk, desde el interior de la tienda.

—¡Mira, hombrecito! ¡Si quieres ser mi aprendiz deberás aprender a escucharme! ¡Y si yo te digo que lo he revisado!…

—¿Yo, tu aprendiz? Pero ¡de qué hablas! ¡Si te doy diez vueltas! ¡Soy el representante de una nueva generación de inventores! ¡Tú ya estás para criar malvas!

—¡Cinco segundos!

—¿Para criar malvas? ¡Pero si apenas he llegado a la flor de la vida! ¡Eres tú el que está en la edad del pavo!

—¡Un segundo!

Al oír esto, Nakki aparta a los dos científicos de delante de la zagtag, ya cargada con la cápsula, y, con un golpe seco de cetro en la base de propulsión, la activa, con la intención de que coja impulso y lance la glimp gigante en una perfecta parábola hasta llegar justo delante del kushu; en ese momento una chispa azul de electricidad estática, parecida a las que saltan de los jerséis cuando uno se los quita por la noche, salta de la cápsula.