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Confesiones inesperadas

Todo ha terminado», piensa Musnin ante la espectacular aparición de Aku, el espía de Usumgal.

Su precipitada explicación de la verdad a Mirnin, causada por la frustación de no poder hacer nada y el miedo a ser atacada por el pueblo (que ignora quién es ella en realidad), ha provocado que diera un paso en falso y ya no tiene posibilidad de arreglarlo. Aku avisará al señor de Zapp y éste no dudará en eliminarlas, como no ha dudado en matar al viejo Kurgo.

—O sea que aquí tenemos al presidente de la resistencia musdagur, ¿verdad? —masculla Aku, que ya ha recuperado del todo su color verde oscuro—. Caramba, caramba… Quien lo hubiera dicho… La señora de Zapp… y su nieta… ¡Qué ironía! —El espía va mirando a una y a otra con su lengua bífida colgando, burlona, a un lado.

—Pues sí, Aku —afirma Musnin, colocándose entre él y su nieta, mientras discretamente se lleva las manos a la espalda para coger su daga—, ahora ya lo has descubierto. Pero te aseguro que, aunque sea lo último que haga en mi vida, ¡te mataré!

De un rápido movimiento, desenvaina el cuchillo y se lanza al cuello del musdagur, pero éste, con una velocidad y técnica muy superiores, esquiva el ataque, le coge la mano y, doblándole el brazo hacia atrás —en un movimiento muy parecido al que le hizo Golik en su momento—, consigue que la daga vaya a parar al suelo.

—Vaya… —dice él, serio—. Parece que después de todo la señora de Zapp no es tan estúpida…

—¡Déjala! —grita Mirnin, furiosa—. ¡Déjala inmediatamente!

—¡Oh! Y tú, ¿desde cuándo defiendes a tu abuela? Cuántas sorpresas tenemos hoy, ¿verdad? Muy bien, pues si hoy es día de confesiones, ahora vais a escuchar la mía.

—¿La tuya? —preguntan las dos musdagurs a la vez, sorprendidas al enterarse de que quiere hacerles una confesión precisamente a ellas.

Con un nuevo movimiento del brazo, Aku le hace dar la vuelta a Musnin y la sitúa ante sí.

—Musnin, ¡te quiero! —dice el musdagur contra todo pronóstico y, dejando de presionarla, libera a la señora de Zapp.

—¿¿¿Quéééé??? —exclaman nieta y abuela al mismo tiempo con el rostro desencajado.

—¡Sí, Musnin! ¡Te quiero! ¡Siempre te he querido! —afirma el musdagur cayendo de rodillas—. ¡Me hice espía de Usumgal sólo para poder estar a tu lado! ¡Le obedezco para poder vivir aquí, en palacio, y verte cada día!

De rodillas y con las manos en el suelo, aprieta los puños con fuerza al confesar su amor ante el rostro petrificado de las dos musdagurs, que no han sido capaces aún de asimilar del todo la situación.

—¡Te quiero desde el primer día que te vi! ¡Sueño con tus verdes escamas y tu bífida y dulce lengua! ¡Con tus ojos, fríos y distantes! ¡Con la cola que mueves con tanta elegancia! ¡Te adoro, Musnin! —repite el trovador levantando una vidriosa mirada hacia su amor platónico, hasta el momento.

—Ajá… Bueno… Esto… Me pillas algo fuera de juego, ¿sabes? Usumgal se larga del castillo y lo más seguro es que el pueblo venga a matarnos, y claro está…

—¡NO! ¡De ninguna forma! —grita Aku, asustando a las dos reptiles—. ¡No permitiré que nada le suceda a mi bella damisela! ¡Rápido! ¡Saldremos del castillo por un túnel secreto! —urge el espía, inspirado—. ¡Vamos! ¡Seguidme! ¡Os conduciré a las afueras de Zapp!

Y, tras estas palabras, el espía sale a toda velocidad de la habitación, sube por las paredes del corredor y desaparece una vez más entre las piedras. Musnin y Mirnin se miran, levantan los hombros en señal de desconcierto y, por fin, salen corriendo de la habitación.

—¡Aku, Aku! ¿Dónde estás? ¡No te vemos! —grita Musnin.

Rápidamente, aparece una mancha en la pared que, poco a poco, toma la forma de la silueta del enamorado musdagur.

—¡Uy, perdón! —se excusa Aku—. ¡Je, je! ¡Es la costumbre! ¡Vamos, rápido, seguidme! —Y fundiéndose con la pared, el musdagur acelera la velocidad de sus pasos silenciosos y ágiles y se va por el corredor.

Ellas, sin hacérselo repetir dos veces porque no tienen nada que perder, saltan al muro y sumiéndose en él, tal como lo ha hecho Aku, se apresuran a seguirlo.

La fina lluvia no ha dejado de caer en ningún momento, y fuera del castillo las tropas de Usumgal se movilizan por las calles de Zapp, llenas de barro. Los musens se han adelantado unos minutos y los primeros kushus se impulsan ya en dirección a Hurkel. Escoltado entre tres unidades de un total de cincuenta kushus, está el kushu real y transporte oficial de Usumgal, que utiliza físicamente por primera vez.

Los ciudadanos, que contemplan cómo las tropas abandonan el castillo y se van de la ciudad, salen a la calle con curiosidad creciente. El ejército se aleja con rapidez y ya ha alcanzado las afueras de Zapp, pero todavía no se ha cerrado la gran puerta Norte del castillo.

Cuando los kushus salen de las murallas que rodean la capital de Ganzer, se impulsan con mayor fuerza. Los que van en cabeza ganan velocidad —gracias a que el terreno está embarrado por la lluvia y les permite deslizarse más deprisa de lo habitual— y los que los siguen también aceleran. En pocos minutos los kushus pasan de ser tortugas gigantes a convertirse en pequeñas manchas en el horizonte.

Por fin los musdagurs salen a la calle en masa. Algunos han seguido al ejército hasta las murallas e incluso un poco más allá, para asegurarse de que no se trata de ninguna trampa del dictador; otros se han acercado a la puerta Sur del castillo y otros han subido a los pocos edificios altos que quedan intramuros o a las torres de defensa de la muralla para comprobar que el grueso del ejército, con su señor incluido, se alejan de verdad de la capital.

El rumor de que Usumgal ha abandonado el castillo a su suerte se extiende como la pólvora por la ciudad y, del mismo modo que si se evacuaran los edificios, se produce un rápido éxodo de todos los hogares y las calles se ven invadidas por una especie de manifestación improvisada. Las ventanas y los balcones también están repletos de curiosos que miran la ciudad llena a tope, como nunca había sucedido con anterioridad.

Y entonces tiene lugar un fenómeno, inevitable en estos casos: el pueblo se siente unido y fuerte y, primero como individuos, después en pequeños grupos o colectivos y, finalmente todos a una, los musdagurs, armados con antorchas, piedras e incluso barras de hierro de las mesillas de noche, se dirigen al castillo para tomarlo.

Se animan unos a otros y se deja oír una sola voz. Y cuando el pueblo entra en el castillo, los kushus, minúsculos ya, desaparecen en el horizonte.

—¡Vamos, rápido! ¡Por aquí! —urge Aku al oír el griterío del pueblo, que está llegando ya al patio del castillo—. ¿No podéis ir más rápidas? ¡Sacaos estas abigarradas ropas de noble de una vez!

—Sí, hombre, ¡qué más quisieras! —replica la joven Mirnin.

Ella y Musnin siguen tan veloces como pueden a Aku pero, como él es mucho más rápido y ágil y cada dos por tres desaparece camuflándose —de forma casi involuntaria— entre los elementos del castillo debido a su costumbre de viajar oculto, se van quedando atrás.

—¡Vamos, rápido! ¡Ya hemos llegado! —afirma él atravesando sin dudar ni un instante un corredor húmedo y frío.

—Pero, Aku, ¿se puede saber adónde vamos? —pregunta Musnin—. ¡Hemos bajado ya tres sótanos! ¡Ignoraba que el castillo tuviera tantas plantas subterráneas!

—¡Oh, bella dama, ésta es la única forma segura de salir de Zapp! ¡El resto de túneles y pasillos dan a edificios próximos al castillo y de nada nos serviría salir de él para ir a parar en medio del populacho! ¡Sería como salir del fuego para caer en las brasas! ¡Debes confiar en mí, amor mío! —la anima Aku moviendo brazos y piernas a velocidad vertiginosa mientras se desplaza por el techo del corredor subterráneo.

—Musnin, ¿confías de verdad en Aku? ¿No te parece que podría estar engañándonos y conduciéndonos hasta Usumgal? —pregunta Mirnin, un poco mosqueada.

—Te parecerá extraño, pero tengo la intuición de que es buena persona. De hecho, nunca he llegado a percibirlo como un ser malvado.

—Musnin… Estás de broma, ¿no? Si ha conseguido engañarnos hasta ahora, ¿quién nos dice que no volverá a hacerlo? ¿Y todas esas cursilerías que dice, de amor mío y bella dama…? Oh, ¡por favor! ¿Quién va a creérselo?

Su abuela no responde y, seguramente, de no ser una musdagur, se habría ruborizado. Pero los musdagurs son reptiles y no pueden ruborizarse.

—¿Musnin? —insiste Mirnin—. ¡Oh, no! ¡Vamos, por favor! ¿No me digas que te gusta que te diga esas cosas? ¡Pero si son una cursilada! ¡Por favor! ¡Parece que las haya sacado de una película de época de serie B!

Musnin se limita a no decir nada y sonríe sin quitar los ojos de Aku… puramente por motivos de seguridad, claro está.

Y mientras los tres musdagurs se alejan de Zapp a través del subsuelo, Usumgal hace lo mismo por la superficie. Desde que ha salido del castillo con el kushu real no ha vuelto la vista atrás para contemplar su castillo ni su ciudad, a pesar de estar convencido de que no regresará jamás. Cuanto más se aleja, más feliz se siente. Por fin ha logrado abandonar la ciudad a la que tanto ha aprendido a odiar, casi desde el día en que nació.

—¡Adiós, Zapp! ¡Adiós para siempre! —se despide haciendo al mismo tiempo una señal a un grupo de musens que, al observarla, se separan automáticamente de los demás, cambian el rumbo de su vuelo y se dirigen al sudeste.

Nadie sabe nada acerca de este grupo ni de su misión: ni el ejército, ni Raknud, ni siquiera lo sabía Kurgo, el Gran Consejero, cuando estaba vivo. Porque esos musens que vuelan en dirección al Risk, ignorantes de lo que llevan en el interior de sus proyectiles, son la pieza clave del plan más oscuro, siniestro y cobarde del señor de Zapp.

Porque si bien es cierto que el nuevo plan de Usumgal tiene como objetivo la dominación del planeta Tierra, también lo es que dicho objetivo no es el único. Hay otro mucho más oscuro y turbio; tanto es así que ni siquiera se ha atrevido a comentárselo a sus consejeros, ni a expresarlo en voz alta, ni a reflexionar sobre él, sino que se ha limitado a seguirlo sin pensar en todo lo que suponía y se ha dejado llevar, como si alguna fuerza superior a él mismo moviera los hilos que lo empujan hacia su destino. El grupo de musens, que tiene órdenes de dirigirse al centro del Risk para dejar caer las pequeñas bombas que transportan, es el último paso de ese plan.

Usumgal es consciente de que, aunque consiga conquistar el planeta Tierra, siempre habrá quien quiera y pueda contraatacarlo; siempre habrá un Nakki o una Ishtar que pasarán a través de esos malditos portales para tratar de derrocarlo. Y por eso su plan incluye una última gran jugada maestra que impedirá cualquier tipo de contragolpe que amenace su nuevo imperio: la destrucción del planeta Ki.