Los habitantes de Zapp están nerviosos, pues pocos son los que saben qué está pasando, y la intranquilidad reina en la capital de los musdagurs al romper el alba. Es una mañana oscura y fría. El aire helado se cuela entre las ruinosas calles de cemento y las negras nubes matutinas dejan caer una fina lluvia que, al entrar en contacto con el polvo y la suciedad de la ciudad, crea un barro líquido que embadurna las calles.
Los ciudadanos, inquietos, observan cómo el ejército de Usumgal al completo se ha desplegado por la avenida del Castillo, pero no saben ni por qué, ni adónde se dirige. Ni siquiera los soldados lo saben a ciencia cierta. Hace poco más de una hora, Raknud ha abierto la puerta de los kushus y, circulando entre los soldados, la lluvia y el barro, ha empezado a dar órdenes y a organizar a las tropas.
Usumgal admira el espectáculo desde la torre más alta del castillo de Zapp: el viejo, fiel y eficiente Raknud está siguiendo sus instrucciones al pie de la letra. Una primera unidad de diez kushus más ligeros, con un número reducido de soldados, abrirá paso hacia Hurkel. A continuación, el gran bloque de veinte kushus, con las plataformas llenas de efectivos militares, seguirá a los guías y se adelantarán a él mismo, que irá en el kushu real (el del sofá cómodo y el mueble bar). Y para cerrar la gran escolta, los últimos veinte kushus, con sus plataformas, cubrirán la retaguardia.
Los musens, como siempre, sobrevolarán el ejército a la altura de la primera unidad de kushus. Esta vez, considerando lo que les espera en Hurkel debido a la especial problemática del terreno, su ayuda será más valiosa que nunca.
El señor de Zapp quiere irse de aquella ciudad que odia profundamente. Tiene ganas de marcharse y de no volver a verla nunca jamás. Quiere olvidarse de la historia que lo persigue y que le amarga la existencia desde que era un bebé.
Ahora sólo quiere pensar en el nuevo planeta que va a conquistar: el planeta Tierra, más grande, más limpio, lleno de riquezas naturales y, sobre todo… inferior. Su tecnología tiene décadas de retraso respecto a la kiita, y ningún humano posee habilidades mentales, sensoriales ni conceptuales. Gracias a estos detalles, además del factor sorpresa, está seguro de poder conquistarlo con rapidez.
Conoce el plan a la perfección. Se lo sabe de memoria, porque ha soñado con él tantas y tantas veces que jamás ha tenido que escribirlo en ninguna parte. Lo primero que hará, cuando hayan atravesado el portal, será crear un bloqueo mental en la misma frecuencia que los satélites de telecomunicaciones y ordenará a los musens que bombardeen las centrales de información más importantes de los cinco continentes de ese planeta.
De esta forma suprimirá cualquier posibilidad de comunicación entre los humanos. Y entonces, una vez incomunicados y aislados, repartirá su ejército por las principales capitales del mundo y eliminará sus gobiernos.
Por lo que ha podido averiguar, la eficacia en la Tierra es posible gracias a su red de telecomunicaciones, pero si la elimina, serán incapaces de reaccionar. Así pues, bloqueará todos los canales existentes, inutilizando de esta forma la televisión, la radio, las parabólicas, los teléfonos fijos y los móviles, Internet… Todo quedará incomunicado.
Los ciudadanos estarán desinformados y eso minará su moral, puesto que los jefes de Gobierno no podrán tenerlos al corriente de lo que está ocurriendo, ni podrán comunicarse entre ellos para analizar la situación. La información significa poder y su carencia acelerará el fin de los humanos.
Y allá, en la Tierra, se podrá olvidar de sus grandes enemigos. Allá, en la Tierra, no habrá otros líderes con habilidades mentales, ni con cetros de poder. No habrá Kuzus, ni Nimurs, ni Nakkis que hagan temblar su imperio. Únicamente estará él, Usumgal, solo en la cumbre del poder más absoluto.
En aquel momento alguien llama a la puerta de la estancia, en la que Usumgal se está recreando en su plan.
—¿Usumgaaal? —llama Musnin con su tono tan estúpido—. Usumgal, ¿se puede? —Y la señora de Zapp abre la puerta y entra con unas flores aplastadas en la mano.
Él ni siquiera la mira.
—Usumgal, ¿se va por mucho tiempo el ejército? ¿Sabes si puedo ordenar que vuelvan a plantar esto ya? Y, oye, ¿adónde vais tanta gente? Sois muchos, ¿no? ¿Quedará alguien por aquí para cuidar de mí? Si vais a algún lugar guapo, podría ir con vosotros, ¿no? Podríamos ir al Ksir porque me haría mucha ilusión ver el mar. He oído que en el otro hemisferio hay lugares donde la luz del sol llega a todas partes, ¡y por la noche se ven las estrellas! Sería un viaje chulo, ¿no crees?
Usumgal, pasando de su mujer e ignorándola absolutamente, se da la vuelta con cara de asco y sale de la habitación. En su gran plan maestro ella no tiene entrada, por supuesto.
Musnin se queda sola, con las plantas mustias en la mano, mirando la puerta con cara de estúpida y de no entender nada, mientras su arisco marido se va por el corredor.
Pero cuando los pasos del dictador dejan de oírse, la expresión de inocencia y estupidez de Musnin se transforman en rabia y astucia. Endurece las facciones y entorna los ojos, con un odio intenso reflejado en gélida mirada. Tira las plantas al suelo, se dirige a la ventana, frente a la que hace poco estaba situado su marido, y observa cómo el ejército ya está prácticamente a punto.
—¿Qué diablos tramas, Usumgal? —murmura—. ¿Qué diablos estás tramando que no quieres decírselo ni siquiera a la estúpida de tu mujer? ¿Adónde se dirige tu ejército? ¿Cuál es tu plan?
La mente de la señora de Zapp funciona a toda velocidad: su marido quiere largarse con todas las tropas y ha quedado suficientemente claro que piensa hacerlo sin ella. Por el equipamiento que llevan los kushus, parece que el viaje será largo, y eso es lo que más le preocupa y lo que menos entiende. Si el señor de Zapp desaparece con el ejército, dejará el castillo totalmente indefenso, no tan sólo ante los rebeldes, sino también ante sus enemigos.
¿Por que actúa de esa forma tan extraña? ¿Quiere quizás que ataquen Zapp? ¿O tal vez abandonar el castillo forma parte de su plan? ¿Y si es una trampa? ¿Y si Usumgal quiere que sus enemigos, que ahora están en Boma, se dirijan a Zapp al ver la posibilidad de atacar el castillo? Es la única respuesta lógica que encuentra. Es imposible que su marido sea tan mal estratega que deje el castillo indefenso por error.
Musnin, viendo que no puede sacar el intríngulis de la situación, decide actuar y, saliendo rápidamente de la estancia, se dirige a la de Mirnin. Ya no puede ni debe seguir jugando a su papel de estúpida señora de Zapp, porque ha perdido su utilidad. Usumgal se irá enseguida y, queriéndolo o no, dejará abandonado el castillo a su suerte. Eso significa que el pueblo lo asaltará al ver que el dictador y su ejército se han ido, y si eso ocurre, no puede quedarse, puesto que su identidad como presidente de la resistencia musdagur no la conoce nadie, excepto Golik.
Y si el pueblo las encuentra, a ella o a Mirnin, duda que las crean, o incluso que las escuchen, y las querrán eliminar por ser quienes son. Debe mover ficha; no tiene otra alternativa. Mientras avanza rápida por los corredores, pensando en su propio plan y cómo huir del castillo, no se da cuenta de que dos ojos invisibles la observan desde el techo de los pasillos. La están siguiendo desde antes de que entrara en la estancia donde se hallaba Usumgal. Llega al corredor en el que está la habitación de su nieta y va hacia allá muy deprisa.
Mirnin, con los nervios a flor de piel, está escribiendo una carta con letras blancas sobre papel negro, pero es tan grande su desazón que le salen temblorosas. Y es que se siente sola; siempre lo ha estado desde que sus padres murieron cuando era un bebé y nunca ha sabido nada de ellos porque sus abuelos jamás le han hablado de este tema, a pesar de que su padre era el único hijo de Usumgal y Musnin.
Ha estado siempre sola desde que empezó a tener criterio propio y se dio cuenta de que su abuelo y señor de Zapp no era nada más que un cruel dictador. Ha estado siempre sola, incluso desde que se unió a la resistencia porque allí actuaba de forma anónima. Y en el presente se siente más sola que nunca.
El pueblo la odia por ser la nieta de Usumgal y éste la odia por defender al pueblo. Pero ahora el ejército y el señor de Zapp se van dejándola en el castillo, donde será cuestión de tiempo que el pueblo entre una vez más, como ya ha tratado de hacer en varias ocasiones. Entonces nadie les impedirá que lo asalten. Y sabe perfectamente que lo primero que harán será eliminarla a ella y a todos los que queden dentro.
Por eso escribe una carta a la única persona que conoce su verdadera identidad: el presidente de la resistencia musdagur. Él podrá esconderla o protegerla del pueblo furioso; él fue quien contactó con ella y la presentó a la resistencia; él ha sido su única familia. Tan sólo espera que reciba el mensaje a tiempo para que la vaya a buscar, antes de que sea demasiado tarde.
—¡Mirnin! —grita la señora de Zapp llamando a la puerta con fuerza. La joven se sobresalta de tal forma que da un bote en la silla donde se sienta y salen disparados el lápiz blanco y los papeles negros que tenía encima del escritorio—. ¡Mirnin! ¡Mirniiin! ¡Abre! ¡Rápido!
La joven musdagur, con el corazón a quinientos por hora, recoge a toda velocidad los papeles esparcidos por la habitación.
—¿Qué quieres tú, ahora? ¡No me da la gana de abrirte! —dice para ganar tiempo, mientras guarda en un cajón las pruebas que la podrían relacionar con la resistencia—. ¡Vete!
—¡Mirnin! ¡Haz el favor de abrir! ¡Es urgente!
Cierra el cajón y, haciendo un último repaso rápido por la habitación, se frota los ojos, medio llorosos, se dirige a la puerta y la entreabre.
—¿Qué quieres tú, ahora? —repite sacando la cabeza por la rendija.
Con una fuerza totalmente inesperada en ella, Musnin abre la puerta de par en par y entra en la habitación.
—Mirnin, Usumgal se va del castillo y se lleva consigo a todo el ejército. No podemos quedarnos aquí; el pueblo entrará a buscarnos y nos matará. ¡Debemos irnos!
El extraño comportamiento de Musnin sorprende a la joven porque siempre la ha visto mucho más estúpida y blandengue. Aquella Musnin no parece la de siempre. Seguramente, debe de ser debido al miedo a morir linchada por el pueblo. El miedo cambia a las personas y su abuela está actuando de esa forma a causa de los nervios.
—¿Y a mí me lo dices? ¡Vete a hablar con tu marido! ¿Desde cuando me diriges la palabra? ¿A que viene esto? —le espeta Mirnin, decepcionada por no haber tenido jamás relación alguna con su abuela.
—¡No me hables de ese desgraciado! —suelta Musnin de golpe, ante la sorpresa de su nieta.
Consciente de que ha hablado demasiado fuerte, Musnin vuelve hacia atrás y cierra la puerta de la habitación, mientras la joven musdagur se va recuperando poco a poco de la sorpresa.
—¡Escúchame bien, Mirnin! Lo que voy a decirte quizás te parecerá algo extraño, pero no tenemos tiempo para charlas; debemos darnos prisa. Los acontecimientos se están precipitando y necesitamos actuar rápido, aunque no podamos evaluar adecuadamente todas las posibilidades.
El discurso de su abuela y la convicción con que dice las cosas sigue sorprendiendo a la joven musdagur.
—Mira, Mirnin… Yo también odio a Usumgal —afirma finalmente Musnin—. Siempre lo he odiado. Y vivir tantos años haciendo este papel de estúpida señora de Zapp, recluida en el castillo, tampoco me ha gustado nunca y estoy segura de que entiendes de qué te estoy hablando, porque tú, aunque no ocultas tus pensamientos ante tu abuelo, también vives una doble vida.
—Pero, pero… pero… —tartamudea Mirnin sin saber adónde quiere ir a parar su abuela.
Habría esperado cualquier cosa de mucha gente, pero aquella revelación de Musnin la sobrepasa.
—Sí, Mirnin. Lo sé todo. Sé quién eres, sé que estás en la cúpula de la resistencia musdagur y estoy al corriente de todo lo que has estado haciendo desde el principio con tus incursiones contra el régimen del señor de Zapp. ¡Lo sé todo, Mirnin! ¿O debería llamarte… Geula?
Al oír ese nombre, a Mirnin se le ponen las escamas de punta. ¡Conoce incluso su nombre en clave!
—Pero… ¿cómo puedes saber…? —Es la única frase a medias que sale de su reseca boca.
—¿… tu nombre en clave? —remata Musnin—. Muy fácil. Yo misma lo escogí el día que te envié la primera carta negra.
En una infinitésima fracción de segundo, las neuronas de la mente de Mirnin se ponen de acuerdo para asociar los hechos de los últimos años que relacionan a su abuela con el presidente de la resistencia. Entonces, como una centella que la atraviesa de arriba abajo, la información le cuadra y lo comprende todo.
¡Su abuela es el presidente! La persona que ha velado por ella siempre. Su única familia. Y lo ha hecho desde el más profundo anonimato, no tan sólo de cara a Usumgal, al pueblo musdagur y a la propia resistencia, sino también ante su propia nieta.
—Sí, Mirnin —asiente Musnin—. Yo soy el presidente de la resistencia.
Y después de unos momentos de silencio, la joven musdagur estalla en llanto a causa de la tensión acumulada en las últimas horas, pero sobre todo por la que ha soportado en los últimos años. Abuela y nieta se abrazan con ternura. No necesitan palabras, no hacen falta explicaciones. El simple gesto de abrazarse es suficiente.
—¡Ooooh, qué escena más tierna…! —exclama una voz que sale de la nada, provocando que ambas se den la vuelta sobresaltadas, con los ojos todavía llorosos.
Lentamente, un trozo de pared de la habitación se desprende y echa a andar. Tiene una forma peculiar y conocida; sus colores cambian a un verde oscuro y se adivina la fina silueta de un musdagur.
—Es muy, pero que muy interesante todo esto —dice Aku con una sonrisa malévola.