Ah! Pero… Entonces, ¿era todo verdad? —pregunta Galam, realmente sorprendido—. ¿Mientras yo dormía habéis encontrado la cueva en la que Nirgal ha estado cautiva, Ishtar ha desaparecido sin dejar rastro, se ha montado la Segunda Guerra de los Reptiles y en estos momentos los tidnums están en plena guerra civil, luchando ahí afuera?
—¡Y yo me lo estoy perdiendo! —dice Mashua, disgustado.
—Exactamente —responde Nakki, que acaba de poner al día, de forma exhaustiva, a los dos recién llegados, mientras el Consejo de sutums ha ordenado retirar la mesa rota y la ha sustituido por otra mientras los restantes asistentes a la reunión se han dedicado a minimizar los destrozos causados por la destructiva llegada de los dos zitis.
—¿Así que no era broma? —insiste el sabio tratando de asimilar la información recibida.
—Pero a ver… —dice Nakki armándose de paciencia, pero con un puntito de irritación en la voz—. ¿Cómo es posible que todo el mundo insista en que yo hago bromas? ¿Alguien puede explicármelo? ¿Quizás veis maquillaje blanco en mi rostro y llevo nariz de payaso? ¡NO! ¡Pues hacedme el favor de entender que yo NUNCA —repito—, NUNCA bromeo!
—Pues es usted un rancio, señor Nakki —opina Malag sin dejar de ordenar el equipaje.
—¡Exactamente! —afirma Nakki señalando al chico—. ¿Lo veis? ¡Rancio! Él lo ha dicho. No soy un bromista. Yo soy… Por cierto, y tú ¿quien diablos eres?
—Es mi aprendiz —responde Galam.
—¡Qué más querrías tú! —replica Malag insistiendo en la tarea de ordenar las maletas y los bolsos que han cargado desde Zink.
—¡Claro que sí! ¡Tú me lo has pedido cuando me has tratado tan justamente de erudito! —se vanagloria Galam.
—¿Erudito? —salta Golik, y se ríe a mandíbula batiente—. ¿Galam erudito? ¡Ja! ¡Pero si no hay nadie más desastroso en todo el planeta!
—¡Ya basta! —grita Nakki—. ¡Estoy hasta las narices! ¡Me importa un comino quien seas, joven ziti! Ahora Galam responde por ti mismo y listo. Y si podemos proseguir con mi plan de acción, os lo agradecería infinitamente.
—¡Sí, sí! —salta Mashua, nervioso—. ¡Vamos a por él, que me estoy perdiendo la batalla! Vamos, porfa, ¡a ver si va a terminar sin que yo pueda intervenir en ella!
—¿Ya estamos otra vez con los planes de acción? ¿No sabes hacer otra cosa, Nakki? —pregunta Ullah—. ¡Es un rollo! ¡Siempre estamos diseñando planes de acción!
—Exactamente. Porque es una estrategia que funciona a la perfección. Llevo ya cientos de años utilizándola y…
—Sí. Todo lo que quieras… Pero primero perdiste a Nirgal y ahora a Ishtar, ¿eh? —le recuerda Ullah—. ¡Vaya con el consejero!
—Te recuerdo que cuando raptaron a Nirgal, Bastian era el responsable de su seguridad. Además, ¡yo estaba convertido en osito de peluche!
—¡Nada! ¡Excusas!
—¿Cómo que excusas? ¡Es una verdad objetiva!
—Tranquilidad, tranquilidad… —pide Zuk.
—¿Qué quiere decir tranquilidad? —se queja Galam—. ¡Acaban de decir que soy un chapucero! ¡Esto es intolerable! ¡Es una injuria!
—Reina Laima… —pregunta discretamente Sasar a su reina, al ver que aquel grupo de extraños se enfada de nuevo sin dejar de recriminarse cosas unos a otros—. ¿Creéis que este grupo es de fiar? Son algo extraños, ¿no os parece?
—Uy… Y porque no está Nimur, ¡que si no, sería peor! —dice Golik al pequeño turtur.
—¡Oh, Sasar, Sasar…! —exclama la reina Laima—. Ningún grupo puede actuar eficazmente si no hay confianza entre sus miembros.
—¡Ya basta! ¡Silencio! ¡Quieto todo el mundo! —pide Nakki—. ¿Podríamos, por favor, dejar este interesante pero no urgente debate para tratar sobre la no tan interesante pero sí urgente derrota de Usumgal? Por favor…
—Vaaaaleee… —contestan todos a la vez arrastrando la palabra como niños pequeños que dan la razón al profesor.
—Muy bien… Veamos, pues. Resumiré el análisis, el diagnóstico y la estrategia que se debe seguir en esta situación, y procuraré que no sea un rollo —sugiere Nakki, y mira con fijeza a Ullah.
Todos los asistentes centran de nuevo su atención en las palabras del Gran Consejero de los zitis.
—Ahora Usumgal es tan débil como peligroso. Por una parte, se ha debilitado por su reciente derrota en Boma, pero por eso mismo es muy probable que esté furioso y piense en la forma de vengarse. Por otra, sin embargo, se encuentra en uno de sus momentos más difíciles, puesto que hace poco también perdió en la batalla del valle del Oráculo y, además, según nos ha informado amablemente la resistencia, las revueltas populares se dan cada vez con mayor frecuencia. Por ello propongo que nos dirijamos a Zapp para derrocar su régimen de una vez por todas.
—¡Caramba, Nakki! —se sorprende Ullah—. ¿Atacar Zapp? ¿Así, por el morro? ¿Qué cojones, no?
—Te entiendo, Ullah, pero ¡analicemos la situación! Ahí fuera tenemos el ejército de los anzuds, el de los tidnums, la mitad del de los musdagurs, el de los sutums y algunos musens con explosivos. Es el momento de llevar a cabo lo que no se hizo más de trescientos cincuenta años atrás cuando Kanasul atacó a esta gente a traición, en la Guerra de los Reptiles.
El silencio se palpa en la sala. Todos parecen muy compungidos y Mashua silba disimulando escandalosamente mientras mira hacia la puerta.
—Exactamente… —dice Nakki, con un tono de voz más grave todavía—. Todos nosotros debemos pedir disculpas al pueblo sutum: musdagurs, anzuds, kuzubis, tidnums, zitis… Nadie movió ni un dedo cuando Kanasul atacó y sometió a los sutums, porque consideramos que no era nuestro problema.
Los presentes lo escuchan atentamente con ademán avergonzado.
—De hecho, incluso hemos estado más de trescientos cincuenta años mirando hacia otro lado, sin preocuparnos siquiera por este pueblo que ha ido creciendo por sí solo y no ha pedido ayuda a nadie. Pues bien, ¡ya es hora de arreglar lo que no supimos hacer entonces y luchar todos juntos para derrocar al señor de Zapp! ¡Las seis razas de Ki unidas contra el dictador! ¡Contamos con ejércitos rápidos, fuertes y capacitados! ¡Y contamos también con grandes líderes!
Hace una pequeña pausa en su discurso y da un vistazo alrededor.
—Por parte de los tidnums, está el rey Nimur, ¡la fuerza y la vitalidad personificadas!; por los sutums, la reina Laima, ¡que ha demostrado su gran poder mental ante todos nosotros!; por los kuzubis, el Gran Consejero Zuk, ¡el mejor estratega que nunca he conocido!; por los musdagurs, Golik, ¡quien ha conseguido con su astucia que el propio Usumgal trajera hasta aquí a la resistencia!; por los anzuds, Ullah, ¡la exploradora más rápida y valiente de las Hursag! Y, finalmente, por parte de los zitis, un servidor, que aportará su experiencia de más de cien años como Gran Consejero. ¡Es ahora o nunca! —grita Nakki con rotundidad, y estira el brazo, con la mano tendida, hacia el centro de la mesa.
Los otros cinco representantes se van levantando de sus asientos y uno tras otro ponen sin dudar la mano tendida sobre la de Nakki, mirándose sonrientes.
—¡Todos para uno… —grita Nakki.
—… y uno para todos! —gritan a la vez alzando las manos de golpe.
Y justo en ese momento, dos dimensiones —hasta entonces paralelas— que comparten tiempo y espacio, se tocan en un punto, debido a la inminente apertura de un portal dimensional que se abre en medio del techo de la sala de juntas. Pero no se trata de un portal cualquiera, ¡sino uno que ocupa casi la totalidad del espacio disponible!
Los asistentes a la reunión miran hacia arriba al oír el característico zumbido que se produce en estas ocasiones, y admiran el gran círculo, casi perfecto, que se está formando en el techo convexo de la sala.
—Y ahora, ¿qué pasa? —pregunta Sasar con discreción.
—Bueno… Se supone que debería aparecer alguien o algo en el portal —responde Malag con toda tranquilidad.
—Sí. Pero no aparece nada… —añade Ullah.
—¿Y si se ha estropeado? —pregunta Mashua.
—¡Oh! ¡Cómo quieres que se estropee un portal! —gruñe Galam dirigiéndose al felino—. ¡Los portales no se estropean!
—¿Que no se estropean? ¡Ja! ¡Pues explícame qué hace una gata gigante durmiendo delante de mi casa! ¡¡Esto ocurre porque tu portal se estropeó!!
—¡Oh! ¡Pero eso no es estropearse!
—¿Se te estropeó un portal? —pregunta Malag—. ¿Y tú quieres ser mi maestro? ¡Anda ya!
—¿Queréis hacer el favor de callaros? ¡Me estáis poniendo la cabeza como un bombo! —se queja Ullah.
—Uy, ¡qué piel más fina tiene la anzud ésta!
En un instante todo el grupo vuelve a discutir muy animado, para decidir si los portales se estropean o no, si los anzuds son muy delicados o cualquier otro tema que va saliendo en el ínterin. Pero entonces, en plena discusión, un ser vivo hace su triunfal entrada justo por el centro del agujero y cae encima de la mesa.
El ser en cuestión es un animalito adorable, de unos cinco centímetros de altura, pelaje corto y de un color amarillo anaranjado; una esfera hace de cuerpo o barriga, según se mire, y otra —algo más pequeña y situada encima de la anterior— es la cabeza; no tiene brazos ni piernas, pero dispone de dos ojos redondos, bastante grandes, y una boca, en la que luce una gran sonrisa.
Por un momento los asistentes a la reunión se quedan mirando fijamente a la pequeña aparición, que también los observa a ellos, contento como unas pascuas.
—Xirribitiku! —suelta al fin el animalito, y da unos divertidos saltitos, contento y feliz.
Todo el mundo sonríe observando al pequeño aparecido… O casi todo el mundo, porque hay alguien que no sonríe lo más mínimo; de hecho, observa al xíbit con una expresión de preocupación en el rostro. Ese alguien es Nakki.
Despacio y casi sin atreverse a hacerlo, eleva la mirada hacia el techo, en dirección al portal, y en pocas décimas de segundo se da cuenta de que su temor era bien fundado. Pero ahora ya es demasiado tarde y sólo tiene tiempo de hacer una pequeña reflexión ante la asamblea:
—¡Oh… mierda!
Y una lluvia torrencial de xíbits se precipita desde el portal, y sepulta literalmente a todos los asistentes. Como si fuera un alud de nieve, el tsunami amarillentoanaranjado mana del agujero interdimensional tanto rato que a los pobres sepultados les parece que están pasando días en vez de minutos.
Hay tantos xíbits que parece que nunca dejarán de manar. Pero por fin lo hacen. Justo cuando la gran sala alcanza ya más de tres metros de profundidad xibiática, cesan de caer. En ese momento tan sólo sobresale la cabeza de Mashua entre el mar de animalitos.
—¡Mashua! ¡Abre la puertaaa! —se oye que dice la voz de Golik desde el interior de la masa xibiática—. ¡Abre la puerta de la salaaaa!
El tidnum reacciona y se dirige hacia la entrada. Tras probar a tientas entre los xíbits y apretar la cabeza de algunos de ellos confundiéndolos con el picaporte, al final pierde la paciencia y, con la mano abierta, da un golpe de tal potencia a la puerta que la hace saltar junto con las bisagras, el marco y un trozo de pared.
Su acción consigue el objetivo propuesto, puesto que los miles de xíbits, como un nuevo alud, se desperdigan por las galerías; de este modo baja el nivel de la sala y deja a cuerpo descubierto a los pobres asistentes a la reunión, que no ganan para sustos. Todos están sentados, estirados o esparcidos por el suelo, debido a la furia del tsunami xibiático sufrido.
Y entonces, como final estrella, como guinda del pastel, como traca final, dos siluetas más aparecen en el portal. Pero éstas no son xíbits, sino un par de zitis bastante más crecidas, que caen de pie encima de la mesa; las patas de ésta, como las de su predecesora, no soportan la fuerza de la caída y ceden, de tal manera que el pobre mueble acaba también destrozado en el suelo, como el resto de la gente.
Inevitablemente, todos centran su atención en las recién llegadas, que observan a los presentes esbozando una gran sonrisa traviesa.
Una de ellas viste unos anchos pantalones verdes con chaleco a juego, lleno de bolsillos, y debajo un jersey de color negro. Las tres piezas, como es evidente, son de kampuk, un resistente tejido de lana de limp.
La otra lleva un uniforme similar, pero todo de color negro; el chaleco, la camiseta y los pantalones están repletos de bolsillos; un salacot a juego y unas gafas de montura fina, rectangular, de vidrios tintados ligeramente de un fucsia elegante completan el conjunto, pero ninguno de los dos complementos logran esconder el maravilloso color plateado de los cabellos, ni el color claro de los ojos, que miran, pícaros y astutos, a los presentes.
Algunos de éstos no conocen ni a la una ni a la otra; otros conocen a una de ellas y alguien sabe quién es la otra. Incluso se da el caso de que alguien, aparte de no haberlas visto nunca, no tiene ni la más mínima idea de quiénes son, aunque parece que está muy claro que no sólo comparten el gusto por la ropa, sino también la genética.
Son, evidentemente, Ishtar y Nirgal Sata.
—¿Se puede saber qué carajo hacéis todos aquí charlando, mientras Usumgal está movilizando a su ejército en pleno para invadir la Tierra? —pregunta Nirgal, mirando por encima de sus gafas a los presentes, desperdigados por el suelo.
—¿Ves, yaya? —comenta Ishtar, divertida—. Ya te decía yo que a éstos no se les puede dejar solos. En vez de hacer algo de provecho, ¡míralos! ¡Aquí todos por el suelo echando la siesta con los xíbits! ¿Que te parece? Madre mía, ¡adónde vamos a ir a parar!
—Esto en mis tiempos… no pasaba.