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El verdadero plan

Un rayo de luz cruza la sala y Kurgo cae muerto.

—Te había avisado: no podías volver sin Kisib. Y has vuelto sin él —acusa Usumgal, sentado en su trono con cara de asco.

Quizás Kurgo no habría corrido esa suerte si no hubiera vuelto al castillo de Zapp, o incluso si hubiera esperado unas horas más en presentarse. Pero ha aparecido en el lugar inadecuado y en el peor momento posible.

Y es que la proyección astral de Usumgal ha sido rechazada y bloqueada gracias al poder mental de la reina Laima. Y ésta ha sido la última maniobra que ha provocado que perdiera la batalla de Boma en la Segunda Guerra de los Reptiles.

Cuando el señor de Zapp ha comprendido la situación y se ha dado cuenta de su nueva derrota, ha empezado a destruir el mobiliario del castillo, una de sus diversiones de toda la vida. Esto sucedía muy poco antes de que Kurgo pidiera audiencia y se presentara ante él sin Kisib. Ha sido la gota que ha colmado el vaso.

¡Raknud! ¿Cómo van los preparativos? —pregunta Usumgal, mentalmente, al jefe de su ejército.

¡Bien, señor! Los cincuenta kushus están preparados y los ochenta mil musdagurs equipados y esperando órdenes. Cuando sepamos el destino, partiremos —informa Raknud desde el patio del castillo, donde está pasando revista a todos los efectivos.

—Muy bien, Raknud. No te habrás olvidado de preparar mi kushu especial, el del sofá cómodo, ¿verdad? Pronto te informaré de nuestro destino y nos iremos de aquí.

—Sí, señor.

Usumgal corta la conexión cuando la puerta de la sala del trono se abre y vuelve a cerrarse sin que se vea a nadie entrando por ella.

—Aku, ¡ya era hora! ¿Has traído los documentos? —pregunta Usumgal al espía. Las baldosas del suelo van adquiriendo un tono verde oscuro y en ellas se perfila poco a poco el cuerpo de Aku, que se arrastra hasta el pie de los escalones del trono, donde permanece inerte el cadáver de Kurgo.

—Sí, señor Usumgal —responde Aku levantándose y recuperando su color del todo—. Aquí los tiene. —Sube los escalones y le extiende el plano enrollado.

Usumgal lo toma y lo despliega con cuidado. Es el plano oficial de la estructura, composición y regulación de los alteradores de Kadingir; incluye la información necesaria para construirlos, arreglarlos e, incluso, modificarlos. Gracias a este plano, a los datos y esquemas que aporta, los científicos del señor de Zapp verán cómo las grandes incógnitas en las que están trabajando quedan resueltas.

—Perfecto. Llévalo al laboratorio. Dáselo a aquellos que se hacen llamar científicos y espera mis instrucciones.

—Sí, señor Usumgal —contesta Aku, que se da la vuelta y se dirige otra vez hacia la puerta.

—Espera, Aku. Ha habido una baja en nuestras filas… —indica Usumgal señalando el cadáver de Kurgo—. No sé qué le ha pasado… Estaba aquí tan tranquilo, explicándome no sé qué de Kisib, y de golpe y porrazo se ha puesto a temblar, me ha dicho que se encontraba mal y mira tú… se ha muerto. ¡Qué cosas! Vamos, coge su cetro.

—¿Señor?

—Las instrucciones son claras, ¿no? ¡Coge el cetro de Kurgo!

Aku se dirige al cadáver del consejero y, agachándose a su lado, coge el cetro que todavía aferra con la mano.

—Muy bien, Aku. Ahora tú eres el nuevo y único Gran Consejero. Sé eficiente y tendrás riqueza y poder. Sé como él —dice el señor de Zapp señalando a Kurgo muerto— y… bueno… Ya sabes cómo acabarás.

—Sí, señor Usumgal —repite una vez más Aku, antes de salir de la sala del trono con el cetro en la mano.

En el momento de salir se cruza con Musnin, señora de Zapp, que parece que está allí esperando turno para entrar.

—¡Oh, vaya! Y ahora, ¿qué quieres tú? —gruñe Usumgal al ver a la papanatas de su mujer, que observa con miedo evidente el cadáver.

—¿Todavía… todavía está aquí este muerto? —pregunta señalando miedosa el cadáver que yace en el suelo de la sala.

—¡Serás inútil! ¿No ves que no es el mismo? ¿Ni siquiera a Kurgo reconoces? ¡Vamos! ¡No me distraigas! Dime, rápido… ¿qué haces aquí y qué quieres?

—Yo quería… Yo quería… —balbucea ella sin dejar de mirar el cadáver de reojo—. ¡Quería decirte que en el patio del castillo hay un montón de soldados y kushus que lo están estropeando todo! Han aplastado mis plantitas… con lo bonitas que estaban… Ahora les tocaba florecer, ¿sabes?

—¡Oh! ¡Por faaaavor! —vomita más que dice Usumgal—. ¿Crees que debes contarme esto ahora? Acabo de perder cinco unidades en Boma, se me ha muerto un consejero y tú ¿vienes a llorar aquí por una mierda de plantas? ¡Lárgate de mi vista inmediatamente! ¡Fuera!

—Pero… Pero ¿han de quedarse ahí mucho rato? ¿Podré mañana pedirle al jardinero que vuelva a replantarlas?

—¡AAARRRGGGH! ¡Sí, sí! Exacto… ¡Mañana haz lo que te dé la gana! ¡Ya no estarán aquí ni ellos, ni yo! ¡Así te perderé de vista por unos días! Señor, señor, ¡qué mujer más estúpida! ¡Vete ya!

—Así que te marchas, ¿eh? ¡Ay…! ¿Y qué pasará si alguien entra en el castillo para raptarme? ¿Quién me protegerá?

La cara de Usumgal es de asombro total al ver el nivel de imbecilidad al que ha llegado su mujer.

—¡Fue… ra! ¡AHORA! ¡YA! ¡FUERAAAAAAA! —grita el señor de Zapp levantándose del trono y estirando en alto el brazo que aguanta el cetro, de modo que la piedra se ilumina.

—¡Ay, ay! ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Ya me voy! —exclama Musnin, y trota apresurada hacia la puerta—. Hoy no se te puede decir nada, ¿eh? —se queja justo antes de salir.

Usumgal se deja caer en el trono de nuevo y suspira profundamente. Luego cierra los ojos y se concentra:

—¡Abgal y compañía!

¿Sí, señor Usumgal? —responde Abgal.

—Pronto llegará Aku con el mapa maestro de los alteradores. Ahora ya tenéis todo lo que necesitabais. Y quiero la información con rapidez. Tengo al ejército esperando y esto me pone muy nervioso, ¿entendido?

Sí, señor Usumgal —responde Abgal—. En pocas horas tendremos los alteradores preparados y le proporcionaremos las coordenadas más adecuadas para dar el pistoletazo de salida a su plan.

¡Así lo espero, por vuestro bien! —amenaza Usumgal antes de cortar la conexión.

Por fin las últimas piezas de su plan encajan. Ha necesitado mucha paciencia y ha debido renunciar a muchas cosas, pero parece que lo está consiguiendo.

Los zitis, los anzuds y los tidnums en estos momentos están en Boma, en la región de Kibala. Una región que estaría ahora mismo bajo su dominio si sus tropas no se hubieran vendido al enemigo. Pero no importa; es una lástima haber perdido esa batalla, pero su plan se desarrollará igualmente. Aunque los ejércitos rivales concentrados en Boma sospecharan algo sobre sus verdaderas intenciones, están demasiado lejos para interferirlas.

Ha perdido una batalla, pero va a ganar la guerra.

Tres pisos más arriba de la sala del trono, Musnin está escribiendo un mensaje con letra blanca en un papel negro, muy intranquila. Mientras lo hace recuerda su reunión con Golik. El plan de acción quedó clarísimo: debía enviar instrucciones a la cúpula de la resistencia para que hablaran con todos los miembros de ésta y conseguir que se alistaran en el ejército voluntario, de manera que fueran a Boma y se unieran allí a los sutums.

El mismo Golik también formaría parte de ese ejército y sería el encargado de conectar con Kingal, tras sobrepasar la línea establecida por el bloqueo mental. Y según lo que ella ha oído y visto hace escasos minutos en la sala del trono, el plan ha sido todo un éxito. El señor de Zapp ha perdido la batalla contra los sutums. Pero aún así, Musnin está cada vez más nerviosa. Pese a la derrota de Usumgal en Boma, el triunfo de la resistencia musdagur y la nueva alianza entre los reptiles, hay algo que no pita.

Y es que su marido sigue maquinando un plan. Tiene a los kushus y al ejército preparados, como si la batalla de Boma hubiera sido únicamente una ocupación secundaria, una maniobra de distracción, una cortina de humo para mantener ocupados a sus enemigos. Pero… ¿en qué consiste ese otro plan? Seguro que no es nada bueno.

Recuerda haber repasado todos los planos y anotaciones de la sala de mapas, pero todo lo que comprobó se refería al ataque a Boma. ¿Qué se trae entre manos ese monstruo? Ni siquiera los miembros de la resistencia infiltrados en el ejército de Usumgal saben nada; están ahí, a punto de salir, y ni siquiera saben cuál es su destino.

Si pudiera comunicarse con Golik, podría avisarlo, pero entonces se traicionaría ella misma, puesto que Usumgal captaría inmediatamente la transmisión. Por eso ha decidido enviar un nuevo musen a Boma para que informe de las maniobras de su desagradable marido. Después de escribir la nota, la lee mentalmente:

Cincuenta kushus y ochenta mil musdagurs esperan armados las órdenes del señor de Zapp para salir de la ciudad. Ninguno de ellos sabe cuándo van a partir, ni adónde. Yo misma ignoro cuáles son sus planes, pero él también se va con el ejército. Quedo a la espera de instrucciones.

Se dirige a la ventana, donde Kasdal espera descansando.

—¡Kasdal! —le dice al musen mensajero, que se incorpora al oír su nombre—. Muy bien, Kasdal… ¡Espero que llegues a tiempo a Boma para avisar a nuestros amigos! —le dice mientras le coloca el mensaje enrollado en la pata—. «Y espero también que todo esto sirva de algo…», se dice a sí misma.

Le hace una señal al ave mensajera y ésta echa a volar en dirección a Boma.

Musnin siente una rabia inmensa al ver que no puede hacer nada más; siente rabia por no saber qué trama Usumgal; siente rabia por no poder avisar inmediatamente a Golik, y siente rabia al estar encerrada en el castillo, en lugar de haber ido a Boma y luchar con los suyos. Pero no puede hacer nada más. Es la señora de Zapp y cualquier acción de este tipo la pondría en evidencia. Además, ha de tener en cuenta a su nieta; si ella huyera del castillo de Zapp, Mirnin se quedaría sola en manos de su cruel abuelo.

Su nieta también se siente frustrada; ella quería ir a luchar a Boma, pero no ha podido alistarse en el ejército voluntario; es la nieta de Usumgal, y éste se hubiera dado cuenta de que pasaba algo extraño porque Mirnin siempre ha rechazado la guerra contra los sutums.

Y aunque hubiera mentido a su abuelo y hubiera tratado de alistarse por su cuenta, tampoco habría podido formar parte del ejército de la resistencia, porque nadie sabe que ella pertenece a la cúpula directiva y la habrían repudiado por ser la nieta del dictador. De modo que se siente atrapada entre dos mundos, pues nadie sabe quién es ella en realidad.

¡Señor Usumgal! —llama Abgal desde el laboratorio.

¡Adelante! —ordena Usumgal, sentado en su trono.

¡Ya tenemos las coordenadas! —anuncia el científico.

¡Voy al instante! —exclama el dictador, y corta la conexión. Saltando del trono para bajar los escalones rápidamente, pasa al lado de Kurgo, como si no existiera, y se dirige a toda prisa al laboratorio.

¡Nadie podrá detenerlo ahora! Su ejército está listo, preparado y armado, dispuesto a partir de inmediato. Los científicos ya tienen las coordenadas y sus enemigos están en el otro lado del hemisferio, sin tener ni la más mínima idea de lo que él, el señor de Zapp, está organizando.

Atraviesa rápidamente los corredores y se presenta en el laboratorio como un rayo. Allí encuentra a los científicos reunidos alrededor de la mesa, ante el mapa de los alteradores que les ha traído Aku.

—¿Y bien? ¿Qué tenéis por aquí?

—Tenemos bocadillos de queso y udusar cocido.

—¡IMBÉCIL! ¡Estoy hablando de mi plan! —grita Usumgal.

—¡Ah! ¡Pues ya estamos listos! ¡En poco más de una hora tendremos el alterador a punto y ya hemos localizado las coordenadas del portal! —anuncia Abgal, contento de dar buenas noticias a un dictador que suele matar a todo aquel que le da malas noticias.

—¡Muy bien! ¿Dónde está? ¡Vamos, dilo!

—Al oeste de Ereshkigal, señor —anuncia el científico portavoz quien, desplegando un mapa del hemisferio, lo coloca encima de la mesa.

—¿En los pantanos Amudur? —pregunta Usumgal mirando al mapa.

—No, más al norte. En Hurkel —replica Abgal, y señala un punto concreto.

—¿En Hurkel? —se extraña Usumgal haciendo una mueca—. Bien, pues que sea así. ¡Voy a enviar hacia allá todas mis tropas inmediatamente! Y gracias a los alteradores modificados, el portal no tan sólo transportará a mi ejército, ¡sino que lo hará crecer hasta conseguir dimensiones gigantescas! ¡Muy bien! ¿Y dónde se abrirá?

—En una ciudad del hemisferio este del planeta, denominada Penglai.

—Perfecto. Pues allí será donde empezaré a dominar la Tierra.