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Boma recibe el aviso

Majestad, debemos ir a la reunión! ¡Majestad, por favor, salid de vuestra estancia! —grita con voz insistente Sasar, consejero de Laima, reina de los sutums—. ¡Por favor, majestad, salid!

La reina Laima está inmersa en sus ejercicios de relajación, en el centro de la sala real. En posición de flor de loto, se imagina que está en un prado de césped, rodeada de árboles, plantas y flores de todos los colores. Un grupo de pájaros pasa volando y realizan una maniobra perfecta. Pero entonces, sin saber por qué, uno de ellos se da la vuelta y le habla.

—¡Majestad, por favor! ¡Es una reunión urgente! ¡Muy urgente!

Laima abre los ojos, decepcionada, y desaparecen el prado, los árboles y la bandada de pájaros de perfectas maniobras.

—Adelante, Sasar… —dice, resignada—. Adelante… La puerta está abierta.

El pequeño turtur entra en la habitación, atolondrado como siempre, y corre hacia el centro de ella, donde ve a su reina reposando.

—¡¡Reina Laima, reina Laima!! ¡Rápido, rápido! ¡Se ha convocado una reunión extraordinaria! ¡Cosas terribles han pasado en Zapp! ¡Han llegado dos musens mensajeros con noticias aterradoras! ¡Corred! ¡Todo el mundo está en la reunión! ¡Una desgracia! ¡Una gran desgracia está a punto de caer sobre Boma!

—Sasar, Sasar… Tranquilo… Las desgracias más temidas son las que no llegan nunca.

—¡Vamos, vamos, reina Laima! —insiste Sasar, impaciente. La coge del cinturón, como siempre, y echa a correr arrastrándola por las galerías—. ¡Debemos darnos prisa! ¡He oído que Usumgal quiere atacar la ciudad!

—¿Atacar la ciudad? —pregunta Laima, dejándose arrastrar, con la mirada perdida y la mente en otro lugar muy lejano—. ¿Atacar una ciudad…? Quizás si no hubiera ciudades… ni regiones… Si no hubiera fronteras… entonces no nos atacaríamos los unos a los otros… ¿Te lo imaginas?

—Pero ¿qué decís, señora? ¿Cómo queréis que no haya fronteras?

—Te imaginas, Sasar… —continúa la reina ignorando a su pequeño Gran Consejero—. ¿Te imaginas que no hubiera ni países ni regiones? No sería tan difícil… ¿Que no hubiera nada por qué luchar ni por qué matar? Imagínate a todos los kiitas viviendo en paz…

—¡Oh, señora, por favor! —se queja Sasar sin aflojar el paso—. Mientras haya dictadores como ese maldito Usumgal, siempre habrá países que conquistar y riquezas que poseer.

—¿Y te imaginas que no hubiera posesiones? Me pregunto si podrías… ¡No habría envidias ni hambre! ¿Te imaginas que el mundo lo compartiera todo y viviera en paz?

—¡Oh, por favor, señora! ¡Dejad de soñar! Estamos en el mundo real…

—Puedes decirme que soy una soñadora… —responde Laima sonriendo—. Pero no soy la única. Y espero que algún día, te unas a nosotros… Y entonces Ki estará unido.

—¡Muy bien! ¡Hemos llegado! —dice Sasar, agobiado. Se detiene ante la puerta de la sala de juntas y llama mientras recupera la respiración tras la carrera de arrastre que acaba de realizar.

La puerta se abre un poquito. Como siempre, un sutum echa un vistazo por la abertura y, al ver de quien se trata, los invita a entrar. En el interior de la sala de juntas, las sillas alrededor de la gran mesa redonda ya están ocupadas, a excepción de los dos asientos de costumbre. Se hace un breve silencio cuando entra la reina y es Kingal quien se levanta a darle la bienvenida.

—Buenas noches, reina Laima —dice el delegado, y es imitado rápidamente por los restantes asistentes, que se ponen de pie para saludar a la reina—. Siento mucho que tengamos que vernos en estas circunstancias. Supongo que Sasar os habrá puesto al corriente de que han llegado noticias de fuentes fiables que nos informan que el señor de Zapp ha movilizado sus ejércitos para atacar Boma.

—¡Oh, Kingal, Kingal…! —murmura la reina, tranquila como es habitual, sentada en su silla—. Aquel que lucha contra nosotros, nos refuerza los nervios y nos ayuda a perfeccionar nuestra habilidad.

—Bueno… sí… —responde el delegado, sin saber muy bien qué replicar a tan extraña sentencia—. El caso es que estábamos decidiendo si era mejor evacuar la ciudad o bien luchar.

—¡Eso es totalmente inadmisible! —se queja uno de los sutums—. ¡Sería un suicidio! ¿Cómo queréis luchar contra el ejército de Zapp, si ni siquiera tenemos armas?

—Pero… ¡no podemos abandonar Boma! —replica otro—. ¡Es todo lo que tenemos! ¡Llevamos más de trescientos cincuenta años trabajando en su reconstrucción! ¡No debemos entregarla a Usumgal, o estaremos condenados a vivir siempre así! ¡Cuando nos mudemos a otro destino y empecemos de cero, volverá a pasar lo mismo! ¡Siempre tendremos en la retaguardia a un señor de Zapp, cada vez más fuerte, queriendo tomar lo que es nuestro, recogiendo los frutos que hemos plantado y atacando nuestras ciudades!

—¡Pero si nos enfrentamos a él, moriremos! ¡Y ése no es un gran destino! ¡Lo que debemos hacer es desaparecer! ¡Irnos a algún lugar donde no nos pueda encontrar nunca, donde vivir tranquilos!

—¿Dónde no nos encuentre nunca? Pero ¡qué dices! ¡Eso es del todo imposible! —asegura Sasar—. ¡Siempre nos localizará! ¡Es necesario hacerle frente ahora! ¿No veis que está debilitado? Hace poco perdió la batalla del valle del Oráculo y tiene a su pueblo en contra. ¡Si llega a conquistar Boma, lo reforzaremos!

—Pero ¿cómo quieres que luchemos? ¡Es imposible! ¿Pretendes atacarlo con palos y piedras? ¿Con las manos desnudas? ¡Por el amor de Krum! ¿No ves que no tenemos ni una triste ballesta? ¡¡No tenemos ejército, no tenemos nada!! ¡Nada de nada!

—Bien, pues quizás es hora de pedir ayuda al exterior, ¿no os parece? —propone Sasar.

—¿Ayuda al exterior? —se mofa un consejero—. ¿A quién? ¿No recuerdas la Guerra de los Reptiles? ¿Alguien se molestó en ayudarnos, acaso? ¡No! ¡Nos dejaron en manos de los musdagurs! ¡Nadie quiso dar la cara! Soportamos la neutralidad de los kuzubis, el pasotismo de los anzuds, el miedo de los zitis… ¡Si hasta los tidnums, que suelen estar encantados de luchar, se quedaron en Urgal!

—Sí, ¡pero ha llovido mucho desde entonces, en Ishtar sobre todo! Los tiempos han cambiado, los líderes han cambiado, incluso el contexto de nuestro mundo es diferente. Ten en cuenta que, antes de la Guerra de los Reptiles, nosotros éramos aliados de los musdagurs y nadie los veía con buenos ojos… ¡Ahora es el momento de que las nuevas generaciones rompan esta marginación de los sutums! ¡Debemos volver a Ki! ¡No podemos vivir aislados como hasta ahora!

—¡Oh, sí! ¿Y cómo pretendes hacerlo? ¿Llamaremos a la puerta de todos los líderes llevándoles una cesta de flores y diciéndoles que ahora vamos a ser buenos vecinos? ¡Por favor! Y aunque quisiéramos, no podemos comunicarnos con el exterior. Hace semanas que es imposible establecer conexión telepática fuera de Kibala porque los musdagurs nos han bloqueado. Y tampoco podríamos pedir ayuda. Por eso nos han mandado las noticias en musen.

—¿El mensaje de la resistencia no dice nada más? —pregunta Sasar, incómodo—. ¿Tan sólo nos informa del ataque?

—Todo son detalles de éste. Dice que se acercan cuatro unidades; más la que ya se ha establecido en las proximidades de Boma, son cinco. También dice que las primeras tropas están formadas por un ejército de voluntarios civiles.

—¿Voluntarios civiles? ¿Musdagurs de a pie? —se sorprende Sasar—. Pero… ¿no estaban en contra del régimen del dictador? ¿Cómo los ha convencido para que sean voluntarios? ¡No entiendo nada!

—Parece ser que los ha engañado, con no sé qué historias. Lo mismo da, el caso es que tenemos que tomar una decisión y debe ser rápido. No podemos contar con la ayuda de nadie. ¿Nos quedamos o nos vamos? ¡Debemos decidirnos! ¡Porque en estos momentos el ejército de Usumgal ya debe de estar situado en los límites de Ganzer!

Y así es. Las cuatro unidades del ejército de Usumgal se acercan al Sasuga, uno de los antiguos ríos de Ereshkigal que, tras las continuas erupciones del Ksir, se convirtió en un paso de lava volcánica, que ahora reposa, seca y fosilizada.

Cada unidad viaja en una plataforma arrastrada por un kushu gigante. La primera, tal como ha informado la resistencia, es la del ejército civil; la forman los musdagurs que, engañados por las mentiras de su rey y cegados por el odio que ha crecido de forma irracional en su interior contra los sutums, están dispuestos a luchar para recuperar el agua que, según creen, éstos les han robado. Van provistos de armaduras ligeras, lanzas, espadas cortas y alguna que otra barra de hierro, cogida de sus mesillas de noche.

La segunda unidad es la del ejército profesional de Usumgal: una formación de musdagurs, ataviados con armadura y casco con visor y armados con lanzas, espadas, arcos y fusiles. En el kushu que arrastra esta plataforma, viaja Usumgal o, mejor dicho, su proyección astral. Y es que el líder de los musdagurs tiene por costumbre no asistir nunca a las guerras, sino enviar su cuerpo astral para que el ejército crea que los acompaña.

Es tal la destreza que tiene en conseguir dicha imagen astral que casi es capaz de proyectarla en cualquier punto de Ereshkigal sin perder contacto con ella. Incluso, si la imagen no tiene que realizar demasiados movimientos, Usumgal la proyecta sin dejar su cuerpo en estado de tránsito y puede hacer vida normal. De hecho, las malas lenguas dicen que el rey jamás ha abandonado el castillo físicamente desde el día de su coronación.

En la plataforma del tercer kushu van los urgugs, aliados del señor de Zapp. Llevan armaduras pesadas y casco de carga con visor y van armados con hachas, espadas y ballestas.

Y en último lugar se hallan los musens, que no viajan en plataforma kushu alguna, sino que sobrevuelan a las otras tres unidades. Controlan el aire y guían a las tropas gracias a la cámara alojada en el casco, que retransmite continuamente todo lo que alcanzan a ver, desde su elevada posición, a la pequeña pantalla que los soldados del ejército de tierra llevan también incorporada en el casco.

Todos avanzan rápidamente en dirección a las afueras de Boma, donde se reunirán con la unidad de musdagurs que está allí establecida desde hace semanas, manteniendo el bloqueo, para evitar cualquier tipo de transmisión telepática entre Kibala y el exterior.

La proyección astral de Usumgal divisa ya las Hursag que quedan más allá de Boma; resulta una visión curiosa, puesto que la región de Kibala es prácticamente plana, salvo la zona volcánica del este, en la que se hallan los antiguos volcanes, testigos de aquellos tiempos remotos en los que vomitaban magma. Y mientras su proyección se acerca a la capital de los sutums, su cuerpo físico se dirige al laboratorio del castillo de Zapp y accede a su interior.

—¿Y bien? ¿Alguna novedad?

—Señor, los embutidos secos han subido de precio y se ha descubierto que comer pie de cerdo no engorda en absoluto —informa el científico con rapidez.

—¡Imbécil! ¡Me refiero a mi plan de ataque! —grita Usumgal.

—¡Ah! Estamos a punto, pero necesitamos los mapas completos del esquema de los alteradores para terminar de hacer los ajustes necesarios.

—No debéis preocuparos. En estos momentos se dirigen hacia aquí y pronto los tendréis en vuestras manos. ¿Cuánto tardaréis en preparar el portal cuando tengáis ese mapa?

—Unas pocas horas, señor. Después sólo deberemos esperar una fricción interdimensional adecuada para vuestro plan.

—¿Y cuánto puede tardar en pasar eso?

—Bueno… las fricciones son totalmente aleatorias y es muy difícil determinar cuánto tardarán en aparecer y, sobre todo, si necesitamos que se adecúe a unas circunstancias tan especiales…

—¡Dímelo clarito! —lo corta Usumgal—. ¡No quiero largas explicaciones sin respuesta, sino una respuesta corta sin explicación! ¿No lo has entendido aún? —pregunta amenazándolo con el cetro—. Te lo volveré a preguntar y sé breve: ¿Cuánto… puede… tardar?

—Entre cuatro o cinco horas, quizás algo más —larga el musdagur inmediatamente simplificando al máximo las teorías sobre la aleatoriedad de las fricciones interdimensionales.

—Así me gusta. Eso está mucho mejor —sentencia Usumgal, que sale del laboratorio donde el grupo de científicos se apresura, temblando, a volver al trabajo.

El señor de Zapp avanza con paso rápido por el corredor para dirigirse otra vez a la sala de los mapas.

¡Raknud! —piensa Usumgal.

Adelante, señor. Os recibo —responde Raknud, que está en la sala de reuniones marcando en un mapa de Ereshkigal la posición de sus tropas.

Prepara el ejército. Haremos una nueva incursión —ordena Usumgal mientras saca una llave de su manojo y abre la puerta de la sala de los mapas.

—Sí, señor. ¿Cuántas unidades?

¡Todas! —responde el dictador con una sonrisa cruel, al tiempo que despliega el mapa que ha sacado del interior de la túnica.

¿Todas, señor? —pregunta Raknud, extrañado.

Sí. Quiero a todos los kushus preparados y equipados para salir dentro de cinco horas y todas las unidades disponibles de musdagurs, urgugs y musens. Nadie debe quedarse en el castillo. ¿Me oyes? —dice y ahora extiende el mapa sobre la mesa.

—Pero, señor, dejar el castillo sin vigilancia puede ser peligroso… Pensad que será totalmente vulnerable y que si lo atacan estaréis sólo en él…

No, Raknud. Esta vez yo también iré. Prepara mi kushu especial, el del sofá cómodo y mueble bar. Y no te preocupes por este castillo ruinoso… No vamos a volver. Pronto tendremos uno mejor, mucho mejor —dice sonriendo el señor de Zapp, sacando su lengua bífida, mientras admira la imagen de su futuro hogar.