Las dos grandes esferas catapultadas por los zagtags sobrevuelan el Ksir a tanta velocidad que, aunque se desplacen a más de cien metros sobre el nivel del mar, dejan dos grandes cicatrices temporales encima del agua allá por donde pasan, gracias a la fuerza con la que desplazan el aire.
El zagtag es el antiguo método de transporte rápido que se solía utilizar en Ki antes de la Revolución de los Transportes. Desde ese época, el tren ha sido el protagonista de los viajes rápidos, seguido del más peligroso e inestable kushu. El gran problema del primero es que requiere montar toda la infrastructura de vías para cada destino, y el del kushu, que nunca queda muy claro el tema de la seguridad de los viajeros.
Ahora bien, el récord de lesiones y muertes de pasajeros lo tenía el zagtag. Y, pese a que fuera un mal menor, el elevado grado de mareo del viajero también era preocupante, puesto que la esfera no dejaba de girar aleatoriamente durante todo el viaje. Y muchas veces, aunque el pasajero consiguiera llegar sano y salvo, nadie hubiera puesto la mano en el fuego diciendo que la esfera caería exactamente donde estaba previsto. Por todo ello dejó de utilizarse e incluso llegó a prohibirse su uso.
Pero por suerte los kuzubis todavía guardaban un par de ejemplares para su Museo de Historia Kiita, ubicado en el primer nivel de la torre del Origen.
Mientras Ishtar rescata toda esta información de los archivos akásikos, se acuerda de Nakki y de más de doce generaciones anteriores a él, a las que seguramente les deben estar silbando los oídos.
—Nakki, cuando decías: «… esto es alta tecnología. Está todo calculado: la dirección del viento, la gravedad, el impulso, la fuerza, tu peso y dos mil quinientas variables más que sería poco eficiente mencionar», ¿a qué te referías con exactitud? ¡Porque no encuentro ninguna información al respecto en los kakásikos! —pregunta Ishtar mentalmente a Nakki sin dejar de dar vueltas dentro de la esfera, como si se tratara de una lavadora, mientras él viaja la mar de tranquilo en la otra.
—De acuerdo, quizás he exagerado algo el nivel técnico de los zagtag, pero debes creerme: está todo controlado. Nuestro destino es el lago Kashkal, al cual llegaremos en breve. La superficie que ocupa es de unas dimensiones y profundidad tales que es prácticamente imposible que no caigamos dentro —se justifica Nakki—. Puedes estar tranquila.
—No, si tranquila ya lo estoy. Lo que pasa es que también estoy mareada, sobre todo porque estoy dando tantas vueltas que no sé si estoy del derecho o del revés. Y me pregunto qué pasará si vomito aquí dentro, ¿sabes? Más que nada porque a la velocidad que esto se mueve y con la de vueltas que da, creo que puedo acabar totalmente duchada de vómito.
—Ishtar, en ocasiones eres muy desagradable.
—Nakki, eres un mentiroso.
Las dos grandes esferas han atravesado ya el Ksir y se dirigen hacia Glik. En breve sobrevolarán el río Kas y, si no falla la teoría, aterrizarán en pleno lago Kashkal. Poco a poco empiezan a perder velocidad.
—Nakki, parece que esto va a menos, ¿eh?
—Exactamente. Ya estamos llegando. ¿Ves los verdes cerros de Glik en el horizonte?
—¿Me tomas el pelo o qué? ¡No, no veo los verdes cerros de nada! ¡Me estoy muriendo del mareo que llevo! ¡Y el paisaje que se ve por esta ventanilla pasa tan rápido que no distingo nada más que colorines!
—¡Ah! Es que yo estoy observándolo todo a través de la proyección astral que he creado fuera de la esfera. Así no me mareo, ¿sabes?
El número de insultos por segundo que le vienen a la mente a Ishtar, para decorar el nombre de su consejero, es tan elevado que la colapsa. Pero, antes de perder el tiempo en estos aspectos secundarios de su vida de reina, prefiere concentrarse en hacer aparecer su representación astral fuera de la esfera.
Cuando lo logra, advierte cómo las dos bolas y el cuerpo astral de Nakki se alejan de su lado a gran velocidad y, de pronto, su propio viaje astral se interrumpe y se halla de nuevo, desilusionada y mareada, dentro de la esfera.
—¡Nakki! ¿Qué ha pasado? ¡Se ha truncado mi viaje y vuelvo a estar dentro de la maldita bola!
—Exactamente. Veo que, aunque dominas la técnica del viaje astral, tu sentido común no está a la altura todavía. Ishtar, el viaje se ha interrumpido porque, cuando estabas en tu cuerpo astral, no lo has desplazado con las esferas, sino que te has quedado quieta en un punto. Tu cuerpo físico dentro de la bola, como dices tú, se ha alejado tanto que tus habilidades mentales no han resistido y has regresado. Cuantos más factores tienes, más lejos puedes llegar a viajar astralmente.
Ishtar, con muchas ganas de decirle cuatro cosas a su consejero sobre la posibilidad de que debiera haberla avisado antes de pasar por todo esto, decide dejarse de palabrería y lo intenta de nuevo. Rápidamente su cuerpo astral aparece junto a las dos esferas y al de Nakki, pero ahora procura que se mueva a la misma velocidad que éstos. Así podrá mantenerse siempre cerca de su cuerpo físico sin perder el contacto.
—Muy bien, Ishtar. ¿Lo ves? Desde aquí fuera todo se ve mucho mejor —asegura el consejero señalando el horizonte.
—Nakki… Tú y yo debemos hablar seriamente… —dice la reina.
—Cuando quieras, pero después de aterrizar. ¿Te das cuenta? ¡Ya se ve el lago Kashkal! ¡Llegaremos enseguida! Vete preparando. Recuerda que caeremos al agua y que estas esferas se hundirán, pues no flotan en el agua. Por lo tanto deberás volver a tu cuerpo para poder abrir la compuerta y salir nadando rápidamente.
La reina de Kigal mira el paisaje. En el horizonte, como siempre, las grandes Hursag y en su base, las verdes colinas de Urgal. Todo parece crecer muy rápido, a medida que se van acercando: las montañas, el río, el lago, las nubes… Incluso una pandilla de musens que vuela tranquilamente y que provoca una extraña sensación en Ishtar.
—Nakki… Ese grupito de musens de allá… ¿No crees que está justo en nuestro camino? —pregunta ella, como quien no quiere la cosa.
—¿Mmm? ¿Ese grupo, dices? —Un rápido cálculo aritmético del consejero lo lleva a una conclusión evidente—. Pues de hecho… sí. Y puedo decirte que chocaremos en veinticinco milésimas de segundo.
Pocos kilómetros más allá, el pueblo tidnum se esconde en sus cuevas, atemorizado por la presencia de un ser gigantesco, al que han llegado ya a considerar como un antiguo animal mitológico, adorado por sus ancestros. Raramente se puede ver a un grupo de tidnums tan asustados. Sólo dos de ellos son inmunes al miedo.
Nimur, el rey, y Mashua, su tío y consejero, se lo están pasando teta jugando con Grati. Y la gata de Ishtar no se aburre con ellos, precisamente. Los tres están jugando cómo hacía años que no lo hacían. Grati corre y salta, contenta, acorrala a uno de los dos tidnums, lo golpea con la pata, lo proyecta en el aire y vuelve a perseguirlos incansablemente a los dos una y otra vez. Y ambos felinos, que nunca parecen tener suficiente diversión, compiten entre ellos para ver cuál de los dos consigue cruzar todo el lago con la ayuda y el empujón de la gata gigante.
Cuando Grati consigue un nuevo récord de lanzamiento de tidnum protagonizado por Mashua, se oye el chillido atroz de un grupo de musens que ha topado con una extraña esfera de las dos que se acercaban por el cielo. Los dos tidnums y la gata levantan la vista y observan cómo la bola que ha impactado con los pequeños pterodáctilos se desvía de su trayectoria, se la pega contra una de las cuevas próximas y le practica una nueva entrada. Se trata precisamente de aquélla en la que se habían reunido un montón de tidnums que admiraban, desde su estratégica posición, la titánica lucha de su rey contra el ser mitológico.
La otra esfera, tal como estaba previsto, llega al lago Kashkal, provoca una gran explosión de agua y, acto seguido, se hunde. Grati, Nimur y Mashua observan con curiosidad las dos zonas en las que han impactado las esferas.
La primera en salir del peculiar medio de transporte es Ishtar, que aparece en la superficie del lago, medio ahogada, respirando profundamente en cuanto encuentra aire alrededor. La otra esfera tarda algo más en abrirse, porque los mecanismos automáticos se han ido al carajo y la apertura debe hacerse de forma manual; de ella sale Nakki, renegando y expresando su opinión —poco positiva en general—, referente al sentido común de las pandillas de musens.
—¡¡NAKIIIII!! —grita Mashua al ver salir al consejero de la cueva parcialmente destruida, rodeado de un grupo de tidnums llenos de polvo.
—¡¡¡ISHTAAAAR!!! —grita a su vez Nimur saliendo disparado hacia la orilla del Kashkal, donde la joven reina ha llegado nadando.
Los dos se abrazan con alegría e ilusión a los recién llegados, con una fuerza próxima a la dislocación o rotura de algunos huesos, y los levantan del suelo.
—¡¡MASHUAAAA!! ¡Miraaa! ¡¡Ha venido Ishtaaaaar!! —grita Nimur desde el lago.
—¡NIMUUUUUUR! ¡¡Aquí está Nakkiiiiiii!! —responde su tío, emocionado también.
—¡¡NAKIIII!! ¡¡¡Holaa!!! —grita Nimur, corriendo hacia la cueva, sin soltar a la pobre Ishtar.
—¡¡ISHTAAAR!! ¡¡Ja, ja, ja!! ¡Bienvenidaaa! —grita Mashua, que corre hacia Nimur con Nakki bajo un brazo, como si fuera un jugador de rugby.
Cuando los dos anfitriones se encuentran a medio camino, intercambian a sus pobres víctimas, que reciben otra vez los abrazos de los alegres tidnums.
—¡Ishtar! ¡No sabía que ibas a venir! Tenía muchas ganas de verte… ¡Uy, cómo has crecido desde aquel día en el balcón del castillo de Sata! ¡Ja, ja, ja! —ruge Nimur, loco de contento.
Los dos tidnums siguen riendo mientras saludan a los dos máximos representantes de los zitis, que apenas consiguen recuperarse de la estrepitosa caída, y lo que es peor, de la efusiva bienvenida de los dos máximos representantes de los tidnums.
—Ostras… ¿Crees que he crecido? —pregunta Ishtar observando encantada a los dos grandes felinos—. Sí, quizás estos días de entrenamiento han hecho que… —La reina de los zitis se queda sin habla y con la mirada fija en un punto del prado.
—¿Ishtar? ¿Qué te pasa? —pregunta Nimur al comprobar que su amiga se ha quedado absolutamente descolocada.
Sin decir nada todavía, Ishtar levanta un brazo y, extendiendo un dedo, señala lo que ve; no tiene palabras para poder describirlo. Tanto Nimur como Mashua se dan la vuelta, preocupados, pero tan sólo ven al gran gato legendario y mitológico (seguramente en estos momentos considerada ya una gran divinidad por la inmensa mayoría del pueblo tidnum), que está efectuando el mágico ritual de lamerse una pata primero y, a continuación, rascarse la oreja.
—Es… Es… ¿Es… Grati? —farfulla Ishtar.
—¿Eh? —pregunta Nimur sin entenderla del todo.
—¿Uh? —dice Mashua, también en la inopia.
—Exactamente —responde Nakki, el único que tiene la cabeza en su sitio—. La gata ha llegado aquí por accidente y hemos venido para tranquilizarla y devolverla a Can Sata. Galam está trabajando intensamente para tratar de averiguar cómo ha llegado con estas extrañas dimensiones y el porqué de su aparición en Ki.
—¿Uh? —vuelve a decir Mashua.
—¿Eh? —añade Nimur.
—Es… Es… ¡Es… Grati! —sigue farfullando Ishtar—. ¡¡Es Grati!! ¡¡¡¡ES GRATIIIII!!!! —repite una y otra vez corriendo hacia la gata gigante y saltando por el césped con los brazos abiertos.
—¡Ishtar! —le grita Mashua a la joven ziti—. ¡Ten cuidado; a lo mejor es peligrosa! Ten en cuenta que tiene mucha fuerza, ¿eh? ¡De un solo golpe te puede tumbar!
Y así sucede. En un instante, visto y no visto, se encuentra en el suelo. Pero no se trata de Ishtar sino de Grati que, panza arriba y con las patas en alto, se deja acariciar el cuello por su propietaria, a la que hacía mucho que no veía. Algo extrañada, eso sí, porque la recordaba más grande, pero se trata de Ishtar, su ama al fin y al cabo.
De entre todos los humanos de Can Sata es la que más comida le da por debajo de la mesa, y ella, avispada como es, sabe que debe dejarse mimar de vez en cuando para asegurarse el suministro de pitanza.
Nimur, Mashua y los centenares de tidnums que contemplan la escena se sorprenden muchísimo viendo cómo aquella pequeña ziti ha logrado que el gran ser mitológico, venido del Olimpo de los felinos, se ha tumbado de espaldas para recibir sus caricias. Y no tan sólo eso, sino que, además, escuchan su ronroneo, tan potente que hasta el suelo vibra.
—¡Grati, guapaaaaaaa! ¿Qué haces aquí, cariñitooo? ¡Guaaapa! ¡Guaaaapa! —exclama Ishtar mientras mima a la gata gigante, moviendo los dos brazos arriba y abajo, como si la abrazara—. ¡Uy! Cómo has crecido, ¿¿eh?? ¡Tú sí que has pegado un estirón! ¿Qué te dan para comer? Esto seguro que es el brécol, ¿eh? ¡Ya te decía yo que si te lo comías, crecerías fuerte y sana!
Grati, extremadamente satisfecha, no hace otra cosa que frotarse el lomo contra el césped y, con los ojos cerrados, tiene claro que se dejará mimar tanto rato como sea necesario.
Los tidnums, admirados, van saliendo de las cuevas en las que se habían refugiado y se acercan a la zona donde están Nimur, Mashua y Nakki. Todos contemplan la escena y se les acaba contagiando la sensación de paz, tranquilidad y relax que transmite la gata gigante con aquel suave murmullo. Parecen hipnotizados con el agradable ruido que sale de la garganta de la gran felina.
A Ishtar le ha hecho mucha ilusión tener la inesperada oportunidad de reencontrarse con algún elemento de su casa, pues ya hace casi tres meses que no tiene noticias de Can Sata y, tras todas las emociones que ha pasado en el planeta Ki, el encuentro con su gata querida le recuerda a su familia.
Seguro que Gerard debe de haber recibido sus cartas, se las habrá leído a sus padres y éstos no le habrán hecho ningún caso. Quién sabe si su madre no debe de estar pintando cuadros kiitas, sin saber siquiera que aquellos fantásticos paisajes existen e incluso tienen nombre. Su padre, por otro lado, debe de estar empezando a escribir otro libro, encantado con una nueva gran idea. Está convencida de que, al regresar a casa, los verá a todos con otros ojos.
Cuando Grati ya se ha quedado medio adormecida por el exceso de relax tras la sesión de mimos, Ishtar se da la vuelta y descubre que todos los tidnums se han reunido tras ella mientras acariciaba a la gata, se han arrodillado y le están haciendo reverencias de reconocimiento como domadora oficial de la región.
—¡Oh, gran Ishtar! —dice un tidnum mientras los demás siguen haciéndole reverencias—. ¡Oh, gran domadora de Grati, diosa del amor y de la guerra! ¡Te damos las gracias por haber salvado a nuestro pueblo y a nuestro rey!