20
Zagtag

La noche es plácida y tranquila en Shapla. El cielo es negro y oscuro como el carbón, pero los miles y miles de estrellas que se ven en el firmamento iluminan tanto que se adivina la peculiar silueta de la ciudad, formada por las altas, finas y esbeltas torres kuzubis.

Nadie diría que tan sólo unas horas antes el caos, la confusión y el desconcierto reinaban en la capital de Zag. El único testigo de los momentos de angustia pasados es la torre de los Conceptos que, segada a la altura del décimo piso, recuerda a la ciudad —y lo hará durante un montón de tiempo— el ataque pirata de aquella misma tarde.

Las ruinas que ocupaban la base de la torre han sido retiradas por los propios ciudadanos que, tras la derrota de Belaabba, se han dedicado de forma íntegra a hacer esa tarea. Por suerte, no ha habido víctimas mortales; la mayoría de pisos estaban vacíos en el momento del ataque y los pocos ocupados eran los primeros niveles, que han quedado intactos.

Sin embargo, han sido muchos los kuzubis que han debido recibir atención médica, incluyendo a Satam, el director de la escuela, que en el momento del ataque se hallaba en uno de los pisos que han caído.

Desde la azotea de la torre del Origen, la más alta de la ciudad, Ishtar contempla Shapla a oscuras. Es una azotea plana, redonda, sin barandillas y su suelo es un inmenso espejo circular, que refleja el cielo estrellado, dando así la maravillosa impresión de que andas por el firmamento.

La reina de los zitis está sentada en el borde del círculo y balancea las puntas de los pies en el vacío. A su espalda, más de tres mil xíbits se entretienen curiosos y sorprendidos mirando su propio reflejo en el suelo y cambian de posición para ver si el espejo también lo refleja.

Ishtar no se cansaría nunca de contemplar Shapla desde aquel punto. Incluso distingue los dos barcos piratas anclados a la entrada de la ciudad, ahora con las velas recogidas y toda su tripulación en el interior; concretamente, en sus propios calabozos, donde los han encerrado tras la rendición.

Mientras contempla la magnífica obra de arte que es la capital kuzubi, recuerda el primer día que la vio. Fue desde la torre de la Estación cuando iba en el ascensor de vidrio con Nakki. Entonces no era reina todavía, ni tenía casi ningún factor de habilidad, ni se imaginaba lo que le esperaba allá.

Desde el momento de su llegada a Ki siempre se ha sentido apoyada por todos sus amigos: Nakki, Galam, Ullah… siempre han estado con ella; incluso Golik la ayudó cuando fue preciso; Nimur, Zuk… todos han hecho que se sintiera segura y acompañada.

Pero esta tarde ha sido diferente. Ni siquiera Kuzu, el líder más veterano de Ki, ha podido hacer nada de nada por ella. Ha estado completamente sola. Y todavía más: todo el mundo estaba pendiente de lo que ella hiciera o dejara de hacer. No se puede sacar de la cabeza el momento en que Uma, la profesora kuzubi, tan segura de sí misma dando clase a los alumnos y las alumnas unas horas antes, le ha pedido ayuda. ¡Le ha consultado acerca de qué se podía hacer! ¡A ella! ¡Abortar el plan de los piratas para raptar al heredero kuzubi! ¡La mismísima sucesión al trono de los kuzubis ha estado exclusivamente en sus manos!

—Pesa tanta responsabilidad, ¿verdad? —oye Ishtar a su espalda.

La reina se vuelve y ve a Nakki. Estirado y serio como siempre, el Gran Consejero está de pie apoyando una mano en su cinturón y aguantando el cetro con la otra.

—¡¡Nakki!! —grita ella. Levantándose de un salto y pisando xíbits a porrillo, corre hacia él, se le echa encima y lo abraza—. ¡Oh! ¡Nakki! ¡Qué ilu volver a verte!

—Bien… Mmm… Sí —murmura el consejero sin saber muy bien qué decir, y le da unos golpecitos en la cabeza.

—Nakki… ¡La que se ha liado! —suelta Ishtar despegándose del consejero, aunque lo coge de la mano y lo conduce hasta el extremo de la azotea—. ¡Mira, mira! ¿Ves aquella torre rota? ¡Ha sido un pirata! ¡Era peor que la mierda de gato! ¡Se ve que tenía una colección de anillos de ésos de Melam, como el tuyo! ¡Después hemos sabido que los había robado de sitios distintos! —sigue explicando casi sin respirar—. Han lanzado una cadena muy grande allá, en la torre. ¿Ves? ¡Y ha explotado todo! ¡Bum! ¡Y entonces otros piratas con muy mala baba querían raptar al heredero! ¡Que, por cierto, es un empollón que se sienta en primera fila! ¡Pero entonces yo he podido hacer un viaje astral! ¡¡Cómo tú!! ¡Y hemos dejado fuera de combate a un pirata! Y después…

Mientras Ishtar sigue su narración a una velocidad frenética y prácticamente ininteligible, Nakki la mira. La joven reina ha sido capaz de hacer frente a una situación más que complicada, gracias a sus aptitudes y sobre todo a sus actitudes. Es exactamente igual que su abuela Nirgal. Cuando las cosas iban de mal en peor, siempre sacaba fuerzas e imaginación de donde fuera para resolver la situación.

—Sí, Ishtar… Ya me han contado tu interesante método para abatir piratas. La verdad es que no lo había leído en ningún manual de tácticas bélicas eso del lanzamiento de pirata.

—¡Uaaaaala! ¡Ha sido genial! ¡Ha volado por toda la ciudad! ¡Uuuuuuf! Y ¡patapaaaam! Ha reventado la pared de vidrio de Kuzu y ¡pumbaaa! ¡Ha empotrado a Belaabba contra el ascensor! ¡¡Deberías haberlo visto!!

—¡Oh! Me lo imagino, no te preocupes. Bien… ¿Qué tal si me lo sigues explicando de camino a Glik? —dice el Gran Consejero invitando a la reina a dirigirse a la puerta que da acceso al interior de la torre.

—¿¿A Glik?? ¿Ya he terminado en Shapla? Pero ¿no debía entrenarme aquí? ¡Debo aumentar mis factores! Sólo tengo… —De pronto Ishtar calla y recuerda las palabras de Uma: «Sólo soy profesora y conozco la teoría, ¡pero no tengo ni mucho menos tus dieciocho factores!»—. Oh… Espera… Tengo… ¡Madre mía! ¡Tengo dieciocho factores!

Y, tras decir esto, la reina de los zitis se pone a saltar por la azotea gritando que tiene dieciocho factores. Evidentemente, como no puede ser de otra forma, los tres mil xíbits y pico, contentos porque Ishtar salta y grita, la imitan, saltando también y emitiendo pequeños sonidos de felicidad, sin saber muy bien qué se celebra.

—Ishtar, me parece muy bien que estés tan contenta y te dediques a celebrarlo con tus amigos —comenta Nakki señalando a los xíbits—, pero nos esperan en Glik. Y es urgente.

—¡Ah, sí! ¡Es cierto! —Ishtar deja de saltar—. ¡Vamos a Glik! ¡Olé! ¿Qué vamos a hacer allí? ¿Seguiremos con el entrenamiento? ¿Voy allá para lograr los tres niveles que me faltan?

—Mmmmm… Bueno… Podríamos decir que sí. Pero no es ésa exactamente la causa principal… Ha habido un pequeño… gran… mmm… gigante problema y digamos que necesitan nuestra colaboración. Pero mejor será que no te lo cuente. Ya lo verás por ti misma. No podemos perder tiempo.

—¡Viva, vivaaaa! ¡¡Vamos a Glik!! ¡Veremos a Nimur y Mashua! ¡Y nos bañaremos en el Kashkal y tomaremos el sol y nos pondremos morenos! —grita Isthar volviendo a saltar entre los xíbits.

—Sí, todo lo que quieras, pero nuestro transporte ya nos espera en la torre de la Estación, o sea que si haces el favor de ir pasando… —indica Nakki dirigiéndose nuevamente hacia la puerta.

—¿En la torre de la Estación? —se extraña ella y, corriendo hasta el extremo de la azotea, se pone una mano a modo de visera, como si le sirviera para ver mejor—. ¡Ajá! ¡Ya la veo! ¡Está allí! —Señala una de las torres—. ¡Pues allí te espero!

Y, dicho esto, se acerca a los xíbits, coge uno al azar y corre de nuevo hasta el perímetro de la azotea, desde donde salta y se lanza al vacío. Y es así como, tras casi tres meses en compañía del Gran Consejero, consigue que a éste se le desencaje la cara del susto que se lleva al ver a la reina —de la que es responsable— lanzarse felizmente al vacío desde más de ochocientos metros de altura.

El espantoso susto desaparece en el momento en que ve cómo Ishtar vuelve a aparecer encima de una gran pelota gigante. Es el xíbit, que se ha hinchado como un globo, amortiguando la caída y rebotando con fuerza en dirección a la torre de la Estación.

—¡Iuuuuuuupiiiiiiii! ¡¡Yaaaaaaaaahoooo!! —se escuchan los gritos de Ishtar en la lejanía.

Todos los restantes xíbits, al ver que Ishtar se aleja, no dudan ni un instante en saltar de la terraza para seguirla. Visto desde los jardines de la ciudad, parece como si una cascada de agua de color amarillentoanaranjado caiga por los bordes de la torre del Origen. Estos xíbits no se hinchan al llegar a tierra, sino que dan un par de saltitos para incorporarse y avanzan botando decididos para encontrarse con ella.

Mientras tanto, Nakki se ha quedado totalmente solo en medio de la azotea de la torre, en la que ahora, libre de xíbits, se refleja el firmamento. Es como si estuviera solo en medio del universo.

—¡Oh, vaya…! He creado un monstruo.

Ishtar, rebotando a toda velocidad, nota cómo corta el viento; le recuerda el vuelo de un anzud. Con una mano se coge a la cabeza del xíbit, puesto que estos animalitos siempre hinchan el cuerpo, y lo cabalga como si se tratara de un caballo; en la otra mano, levantada al aire, lleva el cetro. Cuando el xíbit desciende, ella se le agarra con fuerza, pero los pies y las piernas se le van hacia arriba al no disponer de estribos; y al rebotar el animalito contra el suelo y volver a salir proyectado, el culo y las piernas de Ishtar se enredan en la gigantesca pelota amarilla.

Se han ido acercando a la torre de la Estación, más baja que la de los Conceptos, y al haber perdido altura, calcula que puede aterrizar encima. Desde donde se halla, ve a algunos kuzubis que esperan al lado de un par de máquinas que le recuerdan las catapultas. A medida que se acerca, comprueba que entre los kuzubis que la esperan están el rey Kuzu y Kinnim, su heredero.

—Muy bien, xíbit precioso… ¡Y ahora vete deshinchando, como hemos estado practicando antes! Vamos, despacio, ¿eh? —dice Ishtar viendo que ya falta poco para llegar.

El xíbit, sea porque no ha entendido las instrucciones de Ishtar, sea porque no acaba de controlar la técnica del deshinchado, abre la boca y empieza a perder aire como lo haría un globo hinchado hasta el límite. Y del mismo modo pierde por completo la dirección que llevaba y vuela sin ton ni son alrededor de la torre de la Estación, de forma incontrolable, imprevisible, volátil y loca, hace piruetas y giros inesperados, hasta que aterriza repentinamente sobre unas matas de kleps y desaparece en su interior. Los kuzubis que esperaban a la reina se quedan mirando el arbusto sin entender del todo la maniobra de aterrizaje de Ishtar.

De repente ella reaparece de entre los arbustos esbozando una sonrisa.

—¡Ningún problema! —dice, feliz y contenta—. Tooooodo controlado. Estaba comprobando que no tuvierais pulgón en las plantas, pero he visto que están muy limpias y muy sanas. ¡Felicidades! —Y sale de la pequeña selva seguida del xíbit.

—Ishtar… —balbucea el rey Kuzu utilizando el habla por primera vez en muchos años—. Quiero darte las gracias de nuevo…

—¡Ooooh, ningún problema! —repite ella cortándolo, pues no se siente cómoda recibiendo agradecimientos—. Ya sabes. ¡Si otro día te apetece patearle el culo a unos piratas, me llamas y ya está!

—No, Ishtar… Lo decimos de todo corazón. Si no hubiera sido por tu intervención, Belaabba se habría llevado a Kinnim. Gracias a ti me he librado del bloqueo. Y con el capitán de los piratas capturado, hemos podido obligarlos a rendirse. El mérito es sólo tuyo. Por eso quiero hacerte entrega de este presente —dice el rey kuzubi, y le ata a Ishtar un cordel de cuero alrededor del cuello con un pequeño cristal azul cilíndrico que cuelga en forma de racimo.

—¡Oh, gracias! No tenías por qué hacerlo… ¿Has gastado mucho dinero? ¿Tienes el tique? ¿Se puede cambiar?

—Escúchame bien, Ishtar. Éste es un cristal de Zusukibur. Consérvalo y llévalo siempre contigo. Si algún día estás en peligro, rómpelo. Sólo es necesario que lo lances con fuerza contra el suelo.

—¿Debo romperlo? Mmm… De acuerdo… ¡Lo recordaré! —dice ella poniéndoselo por debajo del jersey—. A cambio, ¡yo también os haré un regalo! —Mete la mano en un bolsillo y saca un trozo de udusar medio mordido.

—¡Aquí lo tenéis! ¡Esto es udusar! —indica, seria y solemne—. ¡Una verdura de excelente calidad, que únicamente puede encontrarse en Zink! ¡Plantadla, cultivadla y alimentad con ella a vuestros pequeños kuzubis! ¡Ya veréis cómo crecen fuertes y sanos, y os lo agradecerán con una preciosa sonrisa de delfín!

El rey Kuzu acepta ceremonioso aquel trozo de verdura azul, en el momento en que se abre el ascensor y llega Nakki, acompañado de unos centenares de xíbits que han podido colarse en él.

—¡Hola, Nakiiii! —grita Ishtar—. ¿Cómo has tardado tanto? ¡Me has hecho sufrir! ¿Tú crees que éstas son horas? ¡Y mañana tienes cole! ¡Madre mía! ¡No volveré a dejarte salir jamás por la noche! ¿Tú crees que debes hacerme padecer de este modo? ¿Tanto te costaba llamar para decir que estabas bien y que tardarías algo en llegar? ¡Estás castigado! ¿Me oyes? ¡No volverás a salir con estos amigotes tuyos hasta que te de permiso de nuevo!

—Reina Ishtar… No creo que saltar de la torre del Origen para cabalgar un xíbit sea la conducta más apropiada de una reina… —suelta Nakki, ignorando de cabo a rabo el discurso que ella le ha largado, y saluda al rey Kuzu con una inclinación de cabeza—. Y ahora, apresurémonos; debemos ir a Glik.

El Gran Consejero pasa de largo la entrada de la estación y se dirige hacia los extraños artefactos que Ishtar ha visto mientras se acercaba cabalgando el xíbit.

—¡Nakki! ¿Adónde vas? El tren está aquí, ¿no lo ves? —dice señalando la entrada de la estación.

—No iremos en tren.

—¿Ah, no? Ah, es verdad… todavía no hay vía hasta Glik. ¿Y cómo vamos a ir? ¿En kushu? —pregunta ella siguiendo al consejero, intrigada.

—No vamos en kushu.

—¿Acaso volando con un anzud?

—No vamos volando en anzud.

—¿Entonces? ¿Cómo diablos vamos a ir?

—Situaciones desesperadas necesitan medidas desesperadas, Ishtar. Iremos en zagtag. —Y señala dos artefactos.

—¿¿En eso?? ¿En esta cosa? ¡Pero si parece una catapulta! ¿Y qué hará? ¿Nos catapultará directamente a Glik? —pregunta Ishtar riendo y bromeando.

—Exactamente —contesta Nakki, y se encamina hacia la cuchara de una de las dos grandes catapultas, en la que hay una gran esfera preparada para el lanzamiento.

—Vamos, Nakki, en serio. ¿Qué haremos? ¿Se abrirá un portal, o algo así?

—No. Nada de portales. Esto nos catapultará a Glik —afirma Nakki, muy serio. Pulsa un botón de la gran esfera, abre una compuerta y descubre que en el interior, totalmente almohadillado, hay un gran sofá con unas barras de sujeción.

—¡Oh, no! ¡¡No estás bromeando!!

—Yo siempre hablo en serio, Ishtar —asegura el Gran Consejero mientras la coge por las axilas y la coloca en el interior de la esfera, ante la mirada intranquila de los xíbits que se dan cuenta de que allí dentro no caben todos.

—¡Oh! Esto es una venganza por lo de antes, ¿no? En realidad esto no nos catapultará a la otra punta del Ksir, ¿verdad que no? —pregunta Ishtar al mismo tiempo que su consejero cierra las barras de sujeción y le abrocha tres cinturones de seguridad.

—Ishtar, esto es alta tecnología. Está todo calculado: la dirección del viento, la gravedad, el impulso, la fuerza, tu peso y dos mil quinientas variables más que sería poco eficiente mencionar. Tú tranquilízate, relájate y disfruta del viaje, que te parecerá corto. Yo iré en la otra catapulta. ¡Hasta ahora! —Y, dicho esto, cierra la compuerta.

Los xíbits empiezan a dar pequeños saltitos de intranquilidad, pues no saben por qué Ishtar está allí dentro. Nakki sube al otro artefacto, abre la esfera y se instala cómodamente en ella.

Rey Kuzu, ha sido un placer. Gracias por vuestra hospitalidad. Espero volver a veros pronto —transmite Nakki, ceremonioso como siempre, antes de cerrar la compuerta.

—Hasta la vista, Nakki, Gran Consejero de los zitis. Siempre seréis bienvenidos a Shapla.

Cuando Nakki hace una señal desde el interior de su esfera a través de la ventana redonda de un lateral, un kuzubi, que esperaba ante un ordenador conectado a los zagtag, pulsa un botón. Un ruido sordo de energía que se acumula sale de la base de las catapultas, se convierte en más y más agudo y más y más fuerte hasta que, finalmente, llega a un determinado grado y, tras hacerse el silencio, las esferas desaparecen.

Pero no desaparecen en realidad, sino que son proyectadas a tal velocidad que parece que se han esfumado. Al fin y al cabo es tan y tan rápido que ni siquiera los ojos de un anzud lo habrían percibido. En el tiempo que se tarda en cerrar los ojos, las dos esferas vuelan a través del Ksir a quince veces la velocidad del sonido.

Y, una vez más, los xíbits se ponen en marcha.