Escuchadme bien, ciudadanos de Zapp! —clama Usumgal a través del equipo de megafonía—. Os he reunido hoy aquí para explicaros una tragedia. ¡Una tragedia injusta y abusiva!
El pueblo musdagur, reunido a las puertas del castillo, escucha a su señor sin demasiado entusiasmo. Usumgal es un líder totalitario y absolutista y, año tras año, ha extorsionado a sus súbditos con elevados impuestos y leyes intransigentes. Y, además, obliga a los musdagurs más jóvenes y fuertes a formar parte de su ejército, separándolos así de sus hogares.
—Todos sabéis que desde hace unos meses no llega agua potable a Zapp. ¡Ni una gota!
Al oír esas palabras, como ha previsto el listo dictador, los ciudadanos murmuran entre sí y prestan atención, curiosos. Y es que la falta de agua potable es su principal preocupación desde hace tiempo. Muchos de ellos aseguran que en el castillo tienen tanta como quieren y han llenado las calles de agujeros y excavaciones buscando las supuestas cañerías de agua limpia que lo abastecen, sin ningún éxito.
—Pues bien… ¡Os comunico que mis espías, tras largos meses de profunda investigación, precisamente hoy me han entregado este informe! —indica Usumgal levantando una carpeta llena de papeles, que el pueblo se queda mirando hipnotizado—. Aquí, en estos papeles que tengo en mi mano, está el resultado de su duro trabajo. Este informe explica por qué nuestro pueblo pasa sed. ¡Este informe dice quién es el responsable de la sequía en toda la región de Ganzer!
El pueblo permanece en silencio y todos los ojos están fijos en la carpeta amarilla, que Usumgal mueve desde la torre. Todos quieren saber las respuestas a estas preguntas: ¿Por qué no tienen agua y cuál es el motivo de una sequía tan pertinaz?
—En esta carpeta… —sigue diciendo Usumgal por los altavoces—… también hay soluciones. El informe explica dónde está el agua, dónde se esconden los ladrones que nos la han robado y cómo recuperar lo que es nuestro por derecho… Y ahora yo os pregunto… —El silencio es agobiante hasta el momento en que Usumgal grita tan fuerte como puede—: ¿QUERÉIS QUE LA ABRA?
Algunos musdagurs gritan que sí, animados por la esperanza de saber la verdad, de resolver el misterio.
—¿Queréis saber qué dice? —vuelve a preguntar el dictador.
El pueblo, que sigue mirando la carpeta y al dictador, repite su grito, al cual cada vez se añaden más voces.
—¿Queréis que os diga quiénes están robando el agua de vuestros hijos? —grita una vez más el señor de Zapp.
La multitud, más y más exaltada a cada instante, continúa diciendo que sí con más energía cada vez, en respuesta a su dictador.
—Os diré quiénes son los ladrones. Síííí… ¡Digo ladrones porque no se trata de uno, ni de dos, ni de cien, ni de doscientos! ¡Son millares! ¡Y todos viven ahora como reyes a nuestra costa, disfrutando y malgastando el agua que nos pertenece y dejándonos a nosotros este líquido insalubre que corre por nuestras cañerías! ¡Son ellos, ellos los que han vaciado nuestros ríos y pozos para abastecerse egoístamente! ¡Son ellos! Son… ¡los sutums!
El pueblo estalla en miles de voces, enfurecido ante aquella revelación inesperada.
—Sí, ¡son ellos! ¡El pueblo sutum es el responsable de nuestro padecimiento! ¡Un pueblo inferior! ¡Una raza inferior! ¡¡Unos indeseables que, tras perder una guerra que ellos provocaron y recibir nuestro benévolo perdón, han vuelto a organizarse en la sombra para robarnos de esta forma tan cobarde y mezquina!!
Los musdagurs vuelven a gritar, ignorando voluntariamente la verdad y haciendo caso a su líder, que les da respuestas, que les da soluciones.
—Y… ¿sabéis por qué nos roban? ¿Sabéis por qué se quedan con el agua? ¡No la necesitan, no la quieren para nada! ¡Sólo la roban para debilitarnos! ¡Nos la roban para que muramos, para que nos pongamos enfermos, y entonces… atacarnos!
La multitud hierve de rabia. Cientos de musdagurs, colocados por el mismo Usumgal y distribuidos estratégicamente, gritan consignas en contra de los sutums y tratan de convencer a los demás del robo que éstos han realizado, reforzando desde la misma plaza el discurso del dictador.
—¿Y sabéis qué es lo que debemos hacer? —pregunta Usumgal en aquel momento álgido—. ¿Sabéis cómo podemos recuperar lo que es nuestro y cómo podemos dar agua a nuestro pueblo? ¡Lo que debemos hacer es ir a buscarla! ¡Ir a recuperar lo que nos han cogido! ¡Tenemos que ir a Boma y coger lo que es nuestro! ¡Boma es nuestra! —grita finalmente el dictador levantando las manos ante un pueblo que estalla en una sola voz, clamando venganza.
—Sí… ¡Vamos a Boma! ¡Boma es nuestra! —gritan desde varios puntos estratégicos los musdagurs colocados por el propio dictador. Y de forma espontáneamente preparada la multitud empieza a repetir despacio un grito, a repetir un clamor:
—¡Boma es nuestra! ¡Boma es nuestra! ¡Boma es nuestra! —Usumgal, en posición de flor de loto, oye las exclamaciones en el interior del castillo, desde donde proyecta mentalmente en la torre su imagen, que ha hecho el discurso en su nombre y ahora se está despidiendo de forma señorial de la multitud.
La proyección astral se aleja de la torre y, cuando los ciudadanos ya no la ven, desaparece, y el verdadero Usumgal abre los ojos en la sala del trono.
—Muy bien. A otra cosa, mariposa —dice el señor de Zapp—. ¡RAKNUD! ¡Entra!
La puerta de la sala se abre y Raknud, jefe del Ejército, entra y saluda a su señor con respeto.
—Prepara tres kushus, una unidad de musdagurs, una de urgugs y una de musens. Cuando estén listos, que salgan con destino a Boma. Debemos aprovechar la rabia del pueblo.
—¿Tres kushus, señor?
—Sí. Uno para los musdagurs y otro para los urgugs. ¡De la unidad que ocupará el tercero me encargo yo! —masculla Usumgal con una sonrisa perversa—. Está reservado a un ejército de voluntarios civiles.
—¡Sí, señor! —acepta Raknud, saludando, y se marcha de la sala rápidamente sin hacer más preguntas.
Aunque la última incursión de Usumgal en la Tierra a través de Kadingir ha sido un fracaso estrepitoso, y ha dado como resultado la desaparición de Turug y la aparición de una extraña criatura gigantesca, su humor ha cambiado. En lugar de enfadarse y desear eliminar a toda la pandilla de ineptos científicos que lo rodean, por algún extraño motivo que tan sólo él conoce, se podría decir que incluso está de buen humor. Y eso, teniendo en cuenta quién es y cómo es Usumgal, siempre resulta peligroso.
El dictador se dirige a paso ligero al nuevo laboratorio que han improvisado, tras la extraña inundación sufrida por el anterior. Por fin la fortuna vuelve a sonreírle. Y, casualidades de la vida, ha sucedido precisamente cuando sus dos consejeros están fuera de juego. Una vez más se da cuenta de que no puede fiarse de nadie y que para sacar adelante sus planes sólo puede contar con una sola persona: él mismo.
Ha sido él quien ha calmado a la población con mentiras que se ha sacado de la manga; ha sido él quien ha provocado el odio de los musdagurs hacia los sutums; ha sido él quien ha tenido la idea de mandar a Turug a la Tierra con aquel alterador alterado y ahora, de nuevo, es él quien está desarrollando un nuevo plan que sólo él y su equipo de científicos conocen.
Al fin llega a la sala y entra sin llamar. El recinto no tiene balcones ni ventanas; tan sólo hay una gran mesa llena de ordenadores, portátiles, alteradores desmontados y varios científicos trabajando, concentrados. Usumgal se dirige a uno de ellos.
—¿Podremos hacerlo? —pregunta sin ceremonia alguna.
—Todo parece indicar que sí, señor. Se tiene la impresión de que lo sucedido ha sido causado por el campo de fuerza que protege Can Sata. Los ordenadores han captado las frecuencias y ya tenemos las lecturas. Ahora las estamos incorporando a los alteradores.
Una sonrisa de reptil se adivina en los labios de Usumgal y éste permite que su lengua bífida sobresalga. Después de todo, cuando parecía que sus planes estaban condenados al fracaso, la suerte le ha sonreído, ha vuelto a su lado. Aquel incidente en Can Sata le ha abierto un nuevo mundo de posibilidades; literalmente, un nuevo mundo.
Y mientras Usumgal sigue pensando en su plan, tres pisos más arriba, Mirnin no se queda atrás. Ella está en su escritorio. En una mano tiene un lápiz blanco, en la otra un pequeño papel negro. Debe escribir una nota urgente para la resistencia musdagur y mandarla por musen urgente.
Y es que los musens, unos pequeños pterodáctilos que normalmente viven libres pero a los que también han domesticado los musdagurs como aves de guerra, tienen muchas más aplicaciones aparte de las bélicas. Y una de éstas es la mensajería. Mirnin es una gran experta en el adiestramiento de esas aves para enviar mensajes. De hecho, cuando entró a formar parte de la resistencia, no dudó en ofrecer sus servicios en este campo.
Así pues, poco a poco, ha ido robando varios musens del ejército de Raknud, de forma que actualmente cada miembro de la cúpula de la resistencia dispone de una de esas aves para comunicarse con el presidente de la organización secreta. Cuando alguien tiene información urgente, tan sólo debe mandarla en su musen.
Al fin Mirnin escribe:
REQUIERO REUNIÓN URGENTE.
DISPONGO DE INFORMACIÓN CONFIDENCIAL.
GRAN PELIGRO.
La nota es breve, tal como le han dicho que deben ser las que se manden en estos casos. Sabe que no puede explicar nada a través de este método de mensajería, porque si los hombres de Usumgal interceptaran al musen, sabrían que hay un espía en el castillo.
Mirnin se levanta y se dirige a la ventana en la que su musen espera, reposando.
—¡Hola, Kasdal! —lo saluda con suavidad.
Al oír su nombre, el musen se levanta y Mirnin le enrolla el pequeño papel en una pata, como si se tratara de una venda, y lo ata con un cordel. El papel, al ser negro como el ave mensajera, se vuelve casi invisible.
—Gurotak —dice la musdagur acariciándole la cabeza.
El musen abre las alas y de un impulso se eleva en dirección a las calles de Zapp. Mirnin lo ve alejarse y en pocos segundos lo pierde de vista, puesto que, aunque no sea de noche, en Ganzer siempre está oscuro.
Lo más probable es que, entre los musens mensajeros que ha habido en la historia de Ki, Kasdal se debe de sentir el más estúpido de todos. Y es que, por lo general, el objetivo de un pájaro mensajero es hacer llegar información vital de un punto a otro. Siempre ha sido así. Son el canal de comunicación entre un emisor y un receptor.
También suele ser frecuente que la distancia que deben recorrer sea relativamente lejana. Es decir, tiene poco sentido utilizar un pájaro mensajero para comunicarse entre dos vecinos; parece mucho más fácil hacerlo a gritos desde la ventana. Y tampoco es demasiado lógico que se comuniquen así dos personas que viven en la misma casa.
Pues eso es exactamente lo que ocurre en este caso.
Pero este pobre musen todavía tiene más problemas de coherencia, puesto que si, en general, lo más normal es sobrevolar el terreno en línea recta para ir de un punto a otro, en este caso su recorrido es más extraño. Cuando ya está llegando a las afueras de Zapp, invierte el sentido de la marcha, da una vuelta a la ciudad y regresa al castillo entrando por el otro lado.
Así es… Cada vez que Mirnin manda un mensaje al jefe de la resistencia musdagur desde su ventana de la torre del Este, jamás se imaginará que el pobre Kasdal se dedica a dar la vuelta entera a Zapp y vuelve a su punto de origen. Concretamente, un piso más arriba, en la torre de al lado.
El musen ya vislumbra la ventana de la torre del Oeste. Aquél es su extraño destino. Una ventana que se encuentra a unos escasos cuarenta metros de la que ha salido, pero, por motivos que se le escapan, no puede ir allí directamente, sino que debe dar aquella extraña vuelta por toda la ciudad que nunca comprenderá.
Finalmente, aterriza en el alfeizar de la ventana. Dentro ya lo están esperando.
—¡Hola, Kasdal…! ¿Ya estás aquí? —lo saluda el ocupante de la sala, que se levanta de su escritorio y se encamina hacia el pájaro con problemas psicológicos—. ¿Y qué me traes ahora? ¡Ah! Un mensaje… ¿Es para mí? Caramba, qué bien… ¡Gracias! —dice en tono suave mientras le quita el mensaje de la pata.
Lo desenrolla sabiendo perfectamente cuál es su contenido: una breve nota, seguramente muy genérica, escrita por Mirnin, en la cual avisa que tiene noticias importantes que comunicar y pide la convocatoria de una reunión extraordinaria.
—«Requiero reunión urgente. Dispongo de información confidencial. Gran peligro» —lee en voz queda el presidente de la resistencia musdagur, sonriente.
Es exactamente la nota que esperaba. De hecho, estaba tan seguro de que aquella carta llegaría que hace unas horas se ha tomado la libertad de convocar la reunión. Así pues, mientras el presidente lee el mensaje de Mirnin, siete cartas negras se dirigen a varios puntos de Zapp para ser entregadas a los siete miembros de la cúpula de la resistencia musdagur convocándolos a una reunión urgente.
Tan sólo hay una carta que todavía no ha salido de aquella estancia: la dirigida al miembro más joven de la cúpula, Mirnin. La convocatoria todavía tardará unas horas en ser entregada, puesto que su destino es la habitación de la nieta de Usumgal, y si Mirnin la recibe ahora, sospecharía a causa de la rapidez con que le ha llegado.
Y, además, se la entregará personalmente el presidente de la resistencia esa misma noche, mientras Mirnin duerma, como ha hecho con todas las cartas anteriores. Se la entregará la propia Musnin.