Hay un montón de formas de interrumpir un viaje astral: la falta de concentración, un ruido fuerte o, incluso, si se produce un hecho espontáneo. Pero un mordisco de xíbit en el dedo meñique es, sin duda, uno de los motivos más eficaces. Y esto es lo que le ha pasado a Ishtar.
—¡Aaau! —se queja la reina levantando la mano, de la que todavía cuelga el xíbit—. Pero ¿porque me muerdes ahora?
—Xirriburibu! Kipiloka! —masculla el xíbit a duras penas, teniendo como tiene la boca llena de dedo, y señala con la vista el corredor.
Un par de piratas kuzubis han accedido a éste y se acercan decididos al lugar donde se halla Ishtar.
—¡Ah! ¿Me avisas que ya llegan los piratas? —dice ella al animalito, que ha aflojado las mandíbulas y se ha dejado caer de nuevo al suelo—. ¡Qué mono! ¡Muchas gracias!
Ishtar se da cuenta enseguida de que los viajes astrales son peligrosos porque dejan el cuerpo temporalmente indefenso.
Los dos piratas se aproximan al rincón donde ella está, mientras los demás siguen subiendo por las cuerdas con las que abordan el edificio, como si se tratara de un barco al que estuvieran atacando. Van armados con espadas y ballestas, y también con cadenas, que son la versión reducida de la que han utilizado para cortar la torre. No hablan entre ellos, pero Ishtar oye con claridad sus voces telepáticas.
—Veamos, ¿dónde está la clase? Debemos ser rápidos.
—Según el plano, debemos seguir este pasillo hasta el fondo y después girar a la derecha. ¡Vamos, date prisa! Ya has oído a Belaabba; no quiere que nos entretengamos ni un momento. Raptamos al heredero y regresamos sin tardanza. Él no podrá retener a Kuzu por mucho tiempo.
Ishtar no sabe muy bien como saldrá de ésta, pero tiene muy clara una cosa: no puede luchar sola contra los piratas y, por eso, descarta la confrontación directa y decide ir a buscar a Kinnim. Sale disparada hacia la clase, seguida de un montón de xíbits, sucios de polvo pero sonrientes y con los ojos llenos de admiración por todo lo que ella hace.
Cada vez son más los piratas que llegan al décimo piso y, sin prisa pero sin pausa, se distribuyen por el edificio. Cada uno de ellos tiene órdenes puntuales y específicas: algunos deben ir a buscar documentación variada, otros han de hacerse con todo lo que sea de valor y los restantes tienen la misión de destruir lo que no se puedan llevar consigo. Para esta última misión cuentan con la simtaga, una especie de alquitrán pegajoso y altamente inflamable que desperdigan por las aulas y despachos antes de prenderle fuego.
Poco a poco varios puntos de fuego arden en el décimo piso de la torre, cuyo humo se distingue desde el ático de la torre del Origen, donde Kuzu y Belaabba están haciendo su guerra particular, aunque a simple vista no parezca que estén peleándose. Kuzu sigue exactamente en la misma posición en que lo ha dejado Ishtar cuando se ha ido con Uma, y el pirata está de pie, unos metros más allá, con los brazos tendidos y las palmas de las manos abiertas y encaradas en dirección al rey kuzubi, como si lo estuviera cogiendo a distancia.
Belaabba viste ropa ancha de colores blanco y negro, una cinta alrededor de la frente y una faja roja en la cintura, de la que cuelgan varias armas, a cual más destructiva. Pero éstas no son, ni mucho menos, las más peligrosas que posee. Las que en realidad le han permitido planear esta ambiciosa operación las tiene en las manos; concretamente, en los dedos: diez anillos, uno en cada dedo, que brillan con intensidad.
Kuzu, aunque no lo parezca a simple vista, hace todo lo posible por moverse, pero sin éxito. Si aquella fuera una lucha justa, entre él y Belaabba, todo sería más sencillo. Pero en esta situación, a Kuzu casi le resulta imposible el simple hecho de decirle algo al pirata.
—No eres digno de ser llamado kuzubi, Belaabba. No lo eres ahora ni lo has sido nunca. Y si crees que conseguirás el poder gracias a esos anillos de Melam, que seguro que los has robado y matado por obtenerlos, estás muy equivocado.
—¡Jua, jua, jua! —se carcajea Belaabba—. Todo lo que quieras, pero ahora eres tú el que está inmovilizado y yo quien controla la situación. No te puedes ni mover. Sí, ya lo sé, no hace falta que me lo recuerdes… Tú tienes muchos más factores que yo en todos los planos… Pero yo dispongo de estos guapos, vistosos y prácticos anillos, o sea que ahora te aguantas, vejestorio.
—Ésta no es una confrontación justa, Belaabba. Esos anillos desequilibran nuestras fuerzas y…
—Sí, Kuzu, sí… Ya lo sé. Hago trampa. Y ¿sabes qué? Pues que me importa un comino. Tanta ética y tanta moral me joroba. Los anillos me hacen más fuerte que tú y puedo ganarte. ¡Ahora soy el Señor de los Anillos! ¿No lo ves? O sea que no tengo por qué aguantar tus aburridas charlas sobre lo que un buen kuzubi debe hacer y lo que no es aconsejable. Ahora ya no. Ya te aguanté bastante años atrás.
—Siempre has sido débil, Belaabba.
—Sí, y por eso he tenido que espabilarme. Y ahora, calla y escucha. Cuando tenga a Kinnim, nos iremos. Estaremos un tiempo por ahí enseñándole cuatro cosas de la vida. Después de todo, sabemos que no está muy contento, aquí, contigo. Pero tranquilo, ya volveremos, ¿eh? Estaremos fuera unos días… Quizás unos diez o doce años… Hasta que el niño sea capaz de superar las pruebas del Oráculo. Entonces tú ya no serás rey y él sí… Ay, sí… Pero mira qué cosas… En esa época ya será uno de los nuestros… Y eso quiere decir que el próximo rey de los kuzubis será un pirata… Qué vueltas da la vida, ¿eh?
Al escucharlo, Kuzu se concentra con todas sus fuerzas para librarse del bloqueo corporal al que está sometido y las manos de Belaabba tiemblan por la fuerza que debe hacer para mantenerlo quieto. Él también se concentra todavía más y Kuzu vuelve a perder el control que estaba recuperando.
—¡Escúchame bien! —sigue diciendo el pirata, ahora en tono más enfadado—. Por mucho que luches y te esfuerces no tienes nada que hacer. Sé que no te puedo retener por demasiado tiempo, pero si lo suficiente para llevar a cabo lo que he venido a hacer e irme. O sea que más vale que te tranquilices y disfrutes del guapo espectáculo que hemos tenido la gentileza de ofrecerte. —Y mira las columnas de humo que salen de lo que queda de la torre de los Conceptos.
Y justamente allí, en el décimo piso, Ishtar llega al aula de nivel básico de teoría kuzubi, abre la puerta y entra. El aula es un desastre en miniatura. No hay techo y gran parte del suelo se ha desprendido y precipitado al piso de abajo. Todos los niños están en un rincón y Uma ante ellos, concentrada. Al ver a Ishtar, los pequeños kuzubis gritan y la profesora sale de su estado de tránsito.
—¿Alguien ha pedido una pizza? —pregunta Ishtar como quien no quiere la cosa.
—Ishtar, ¿qué haces aquí? Estaba comunicándome con un grupo de anzuds para que vengan a ayudarnos. Hemos intentado salir del edificio, pero los ascensores no funcionan.
—¡Has avisado a unos anzuds! ¡Eeeh! ¡Bien pensado, Uma! ¡Ellos pueden sacarnos de aquí volando! ¿Cuándo llegarán?
—Están lejos. Pueden tardar una hora todavía.
—¿¿Una hora?? Pero… ¡qué dices! ¡Si los piratas están aquí mismo, en el pasillo!
—¿Los piratas? ¿Se trata de piratas? He notado su presencia, pero mis habilidades no dan para más. Sólo soy profesora y conozco la teoría, ¡pero no tengo ni mucho menos tus dieciocho factores!
—Vale, vale… Veamos… Debemos pensar algo antes de que lleguen los malos, porque traen una mala leche que no te lo puedes ni imaginar. Creo que se han levantado con el pie izquierdo… Veamos… ¿Dónde está Kinnim?
Los dos piratas que tienen la misión de capturar al heredero están llegando ya al corredor del aula.
—Es este corredor. La puerta del fondo, a la derecha. ¡Vamos, rápido! —piensa uno de ellos mientras corre hacia el aula.
—¡Muy bien! Recuerda el plan. Tú te encargas de la profesora y yo cojo al niño. Cuando lo tenga, disparo la bengala y regresamos al barco cagando leches.
Los dos piratas entran y descubren al grupo de pequeños kuzubis, atemorizados al fondo, y a la profesora concentrada ante ellos. El heredero también está allí, entre los otros alumnos. Los niños se asustan y gritan al verlos y la profesora sale de nuevo de su estado de tránsito.
—¿Qué pasa? ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? Sólo estamos nosotros. No hay nada de valor.
Sin decir palabra los dos piratas actúan según lo previsto: uno de ellos se aproxima a la profesora y el otro corre hacia el grupo de alumnos para coger a Kinnim.
Pero cuando éste llega a donde está el grupo, el suelo del aula se lo traga de forma inesperada, aunque su breve grito y un ruido contundente revelan que ha ido a parar al piso de abajo.
Su compañero se detiene y, dando un paso atrás, revisa el aula con atención. En ese momento el grupo de niños y la profesora desaparecen ante los ojos del pirata, pero reaparecen en la entrada de la clase, junto con algunos xíbits e Ishtar, agotada por el esfuerzo que ha representado proyectar mentalmente la imagen de toda la clase, combinándolo con un bloqueo mental de quinto nivel, para esconderlos a todos de la vista de los piratas.
—¡Estoy reventada! —exclama mientras respira aceleradamente y, dejándose caer de rodillas, apoya las manos en el suelo—. Ostras, ostras, ¡¡esto es muy cansado!!
El pirata mira la zona en la que estaba la imagen de los niños y ahora no ve nada más que un gran agujero. Entonces lo entiende todo: han proyectado a los falsos niños en una parte del aula en que el suelo se había derrumbado. Por eso, cuando su compañero se ha acercado, ha caído al piso de abajo.
—Oiga, señor sushi… ¿Ya se ha largado su amigo? ¿Sin decir ni adiós? ¡Que rancio, madre mía! —protesta Ishtar, que ya se ha levantado y le dirige la palabra al pirata que tiene enfrente.
—¡Aaaaah! —grita el pirata, enfurecido—. ¡Pagarás caro tu atrevimiento, ziti zarrapastrosa!
Y dicho esto, se saca una daga de la faja y la lanza con fuerza contra Ishtar; ha detectado al instante que ella es la más peligrosa del grupo que tiene ante él. La afilada hoja se clava directamente en el estómago de la reina de los zitis con tanta fuerza que la desplaza hacia atrás. Todo ha sido tan rápido que ni los niños, ni Uma, ni la misma Ishtar han tenido tiempo de reaccionar.
Y justo entonces, cuando la reina de los zitis cae de culo al suelo, se produce un hecho insólito que nadie esperaba: al darse cuenta los xíbits de lo que ha ocurrido, les desaparece instantáneamente la simpática sonrisa del rostro y enfocan las pupilas hacia el pirata que ha lanzado el arma.
La mirada de aspecto inocente de los animalitos cambia por completo: las pupilas, hasta entonces dilatadas, se contraen y se oscurecen y el blanco de los ojos se tiñe poco a poco de un rojo intenso; además, las cejas se juntan, furiosas, y todos vibran a la vez. Lo hacen como si la energía que desprenden los esté sobrepasando, igual que un coche de competición cuando lo aceleras al límite. Parece que están calentando motores… hasta que uno de ellos salta a los pies del pirata.
Éste lo mira, extrañado; no ha visto en su vida un xíbit y todavía menos en tal estado, con esa especie de posesión demoníaca en el cuerpo… y, por si las moscas, coge la ballesta que lleva en la faja. Pero ni siquiera puede llegar a sacarla porque el xíbit es mucho más rápido que él.
—Kiribito… —dice lentamente el animalito con una voz profunda y temible—. Kumulu… Kilopi!!!
Tras decir esas extrañas palabras, que atemorizan a todo el mundo, el xíbit abre la boca hasta límites insospechados, coge aire como si estuviera a punto de zambullirse en el agua y, cerrándola de nuevo… se hincha.
Pero no como un globo de feria, o una pelota de playa, o una de esas pelotas gigantes que una persona puede cabalgar y avanzar rebotando… sino que el xíbit se hincha de tal manera que su volumen adquiere el tamaño de un globo aerostático, de los que se utilizan para viajar instalados en la cesta que cuelga de ellos.
El efecto que provoca un xíbit al adquirir semejante volumen, en menos de una centésima de segundo, a los pies de un kuzubi —por muy pirata que éste sea—, es el siguiente: el individuo en cuestión sale proyectado a tal velocidad que, antes de caer al vacío —a unos quinientos metros del lugar en que se encuentra—, revienta la pared del aula, cruza el despacho de Uma (cuya pared también revienta), regresa al aula de nivel básico de teoría kuzubi que, evidentemente, vuelve a atravesar, revienta una última pared y desaparece por fin de la torre de los Conceptos.
La cara de todos los que han disfrutado del espectáculo es de la más pura estupefacción. Incluso Ishtar, que por suerte vestía el jersey de lana de limp de su abuela y ha evitado que la daga le hiciera el más mínimo rasguño, queda alucinada después de haber contemplado la excelente demostración del inesperado y terrible poder de los xíbits.
Al comprobar que Ishtar está sana y salva, los animalitos vuelven despacio a su aspecto natural y les aparece otra vez la agradable sonrisa que los caracteriza. Se reúnen todos alrededor de la niña y vuelven a dar sus típicos saltitos mientras pronuncian alegres palabras ininteligibles.
—¡Madre de Dios…! —exclama Ishtar mirando a sus pequeños amigos—. Más vale no haceros enfadar, ¿eh?
—Ishtar… ¿Qué hacemos ahora? Hay todavía un montón de piratas en el edificio… Y me temo que no podremos enfrentarnos a todos… —reflexiona Uma.
La reina de los zitis se sorprende de que una kuzubi como Uma le pida consejo, pero no permite que la situación la domine. Echa una ojeada a lahabitación y, desde donde está, distingue las diversas torres de Shapla a través de la ventana. De pronto una idea le viene a la mente, corre hasta dicha ventana, mira hacia arriba y sonríe.
—A ver, peques… —dice volviéndose hacia los xíbits, que al ver que su Ishtar les habla, dejan de saltar y permanecen quietos y silenciosos observándola con atención—. ¿Quién de vosotros sería capaz de repetir eso del globo?
A poca distancia del lugar en que la reina de los zitis está preparando su particular plan de acción, sigue la pelea inmovilista entre Kuzu y Belaabba, que ya está empezando a ponerse nervioso.
—Qué… ¿Tus piratas tardan demasiado en capturar a un pequeño kuzubi indefenso de cuatro años? —ironiza Kuzu.
—¡Cállate! Pronto veré la señal, y entonces no reirás tanto, viejo estúpido —piensa el capitán pirata, inseguro.
De pronto y ante la sorpresa de los dos, Ishtar aparece en la sala del Oráculo.
—¡Hola, guapos…! ¿Cómo va lo vuestro? ¿Bien? Pues por mí no os preocupéis, ¿eh? Id haciendo, que no querría interrumpiros… —dice la proyección astral de la reina de los zitis mientras mira por la ventana y, muy especialmente, al pirata—. Un poco más a la derecha… Sí… Exacto… Ahora un poco más hacia arriba —sigue diciendo Ishtar, sin dejar de mirar sucesivamente a la ventana y al pirata, al pirata y a la ventana.
—¿Quién eres tú? —le pregunta éste—. ¿Quién es ésta cría? —le pregunta muy nervioso a Kuzu, con los brazos tendidos hacia el rey de los kuzubis, aunque a duras penas logra mantener el bloqueo—. ¿Qué carajo está diciendo?
—Espera, espera… —indica Ishtar—. No tan arriba. ¡Exacto! ¡Aquí! ¡Muy bien! ¡A la de tres! Una…
—Pero… ¿Qué cojones pasa? Que alguien me lo explique de una vez… —grita ahora Belaabba, nerviosísimo, pero sin poder moverse de su lugar porque, si lo hace, Kuzu recuperaría el movimiento.
—Dos…
—¿¿¡¡Alguien puede responderme!!?? —exclama el pirata, nervioso ya del todo.
—Y… ¡Tres! ¡Ahora! —grita Ishtar, y se vuelve sin dudar hacia el capitán pirata—. Por cierto, mucho gusto en conocerlo, señor pirata. ¡Besos y hasta pronto! —le desea antes de desaparecer.
En el mismo momento de su desaparición, el pirata que había caído al piso de abajo de la clase de los kuzubis, afectado por la trampa inicial de Ishtar, llega volando a velocidad frenética hacia el ático de la torre del Origen, revienta la pared de vidrio que hay ante Kuzu y embiste a Belaabba, que ni siquiera tiene tiempo de ver qué le ha caído encima. La potencia del golpe es de tal magnitud que los dos atraviesan volando la sala y van a parar al interior del ascensor, donde quedan encajonados.
Y Kuzu, finalmente, se libera del bloqueo y recupera el movimiento.