El día transcurre plácidamente en Urgal. Los dos soles iluminan los verdes cerros y el lago Kashkal, y una suave brisa refresca la región, de forma que para sus habitantes es un verdadero placer reposar en el césped sobre el que pueden realizar sin ningún problema su actividad preferida tras la guerra: nada.
Para estas jornadas de relax, el lugar preferido por los tidnums es el lago —el único de la región— y no necesitan excusas para tomarse un día de fiesta, preparar un poco de comida y montar en un plis, plas una excursión.
Los jóvenes juegan en el agua, se bañan, corren y lanzan piedras para ver cuál rebota más veces en la superficie del lago. Los adultos prefieren descansar horas y horas en el césped sintiendo cómo calienta el sol y la suave brisa les acaricia la pelambrera.
Es fiesta mayor y por eso las tidnums, siempre tan caseras, también están allí. Dotadas de una constitución mucho más delicada que ellos, son esbeltas y ligeras y recuerdan a las panteras más que a los tigres. Suelen llevar la cola desenrollada y levantada, pero no a modo de cinturón como suelen ponérsela los chicos; tienen la piel cubierta de pelo corto y no dejan que les crezca melena porque la consideran excesivamente molesta; orejas puntiagudas y la característica nariz felina rematan sus rasgos, además de los dos pronunciados colmillos que caracterizan a la raza.
En fin, todos reposan a orillas del lago en aquel punto intermedio, donde parece que se duerme aunque se esté despierto. El silencio, la quietud y la calma reinan por doquier en ese día plácido y reposado en la feliz villa de los tidnums.
Pero, una vez más, el tiempo y el espacio —en dos dimensiones diferentes— se encuentran en una misma realidad, gracias a los tejemanejes de un alterador alterado. De tal manera que a unos doscientos metros de altura, precisamente encima del lago Kashkal, el aire, el tiempo y el espacio se desgarran y aparece un extraño agujero de la nada. O, mejor dicho, un enorme, o incluso, gigante agujero. Y de éste, como no podía ser de otra forma, sale un grande, enorme y gigante pasajero.
Aproximadamente, la mitad de los tidnums, que en ese momento disfrutan de un espectáculo de tal calibre, no han visto jamás abrirse un portal dimensional. Los restantes sí han tenido esa oportunidad, aunque sólo algunos han contemplado un portal que tuviera más de tres o cuatro metros de altura. Pero ni siquiera ésos han visto, ni se han imaginado, cómo es un gato. Y mucho menos cómo es Grati. Y muchísimo menos cómo es una Grati gigante.
Porque eso es exactamente lo que ha salido del portal: una Grati gigantesca que se dirige de cabeza, a una velocidad de nueve metros y medio por segundo al cuadrado, hacia el mismísimo centro del lago Kashkal, en el que se sumerge, creando un pequeño tsunami, ante las miradas incrédulas de los centenares de tidnums que lo rodean.
A pesar de los primeros instantes de confusión de la gata, que no está demasiado acostumbrada a viajar entre dimensiones, hay un hecho que tiene muy claro y la impulsa a volver en sí en un santiamén: el odio profundo y genético que tiene al agua. Y el hallarse sumergida en pleno lago Kashkal, del cual ha vaciado buena parte al zambullirse en él, es suficiente para que se ponga a cuatro patas casi a la velocidad de la luz y, de forma imperceptible a la vista humana e incluso a la tidnumita, pegue un salto a ciegas desde el agua dispuesta a aterrizar en una zona segura.
Los innumerables tidnums, confundidos también unos instantes, puesto que no están demasiado acostumbrados a ver gatos gigantes cayendo al Kashkal y casi vaciarlo, vuelven en sí con rapidez y reconocen de inmediato la amenaza potencial que representa aquel visitante del todo inesperado.
El animal tiene los ojos inyectados en sangre que denotan frialdad y crueldad; unas zarpas que parecen armas despiadadas con las que debe de atrapar a sus víctimas, y unos dientes, de entre los que destacan dos largos colmillos destructores, que seguramente le sirven para descuartizarlas. En fin, los tidnums creen que la gata gigante representa la expresión máxima de la maldad, aunque su actividad actual sea tan inocua como lamerse una pata y frotarse una oreja.
Vaya… Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que el caos más absoluto reina en esos momentos en Urgal: todos los tidnums corren, asustados, alejándose de la zona donde ha aterrizado el monstruo, tras su caída de la nada y de su veloz carrera desde el centro del lago. ¿O no?
Porque hay dos tidnums que no se han movido ni un centímetro y, sentados todavía en el césped, observan el espectáculo con una tranquilidad total.
—Mashua…
—Dime, Nimur.
—Esto no es normal, ¿verdad? —pregunta el rey de los tidnums a su tío y Gran Consejero.
—Mmm… Pues ahora que lo dices… Mira, la verdad es que no lo sé… —responde Mashua mientras observa cómo Grati se sacude el agua moviendo todo el cuerpo (lo que provoca una gran lluvia de gotas), se lame la pata una vez más y se la pasa a ras de oreja, muy ocupada en peinarse—. Pero te diré una cosa, ¿eh? Yo, yo… no lo había visto nunca.
—No, ¿verdad que no? —repite Nimur.
—No… Ni por casualidad.
—Oye… Y ¿tú crees que será peligroso?
—Una cosa está clara… Si es peligroso, el tema está jodido. Porque será un peligro muy gordo… Un peligro gigante, diría yo.
—Si, claro está… Ya me lo parecía. Oye… Y en caso de que sea peligroso… Me pregunto si debe de ser comestible. ¿Tú crees que si lo fuera, tendríamos suficiente espacio para guardar su carne?
—Hombre… Yo en casa puedo buscar un espacio. Hasta se podría repartir entre la población, y aún así, sobraría muchísima. ¡Mira, con motivo de la Fiesta de los Fríjoles, podríamos organizar una barbacoa e invitar a todo el pueblo ofreciéndoles lo que no se haya podido congelar!
—Pero, Mashua, tampoco conseguiríamos acabárnoslo, ¿eh?
—No… Seguramente no. Cabría la posibilidad de invitar a los anzuds y dejarles que se llevaran las sobras a casa… Las podrían envolver en papel de aluminio y tendrían carne para varios días.
—Lo que me preocupa son los huesos… Porque no pretenderás dejarlos por aquí tirados, ¿verdad? Que te conozco.
—¡Oh, no…! Seguro que les encontraremos alguna utilidad. Quizás nos servirían para hacer armas o la estructura de una tienda… No… Calla… ¡Ya lo tengo! El otro día leí en una revista cómo aprovechar los huesos para hacer sopa.
—Pero… ¿Tú sabes leer, Mashua? —pregunta Nimur, sorprendido.
Mientras los dos tidnums acaban de ponerse de acuerdo sobre la posibilidad de que Grati sea un peligro potencial y, en caso positivo, qué será necesario hacer con sus restos, la gata ha terminado de una vez su limpieza corporal habitual, después de un remojón imprevisto, como el que se ha dado, y se dispone a echar una ojeada alrededor.
No tiene la más remota idea de cómo ha ido a parar del comedor de Can Sata a aquel lugar tan extraño, pero le gusta y se siente cómoda. Los dos soles la calientan y la región en sí misma le produce un efecto tranquilizador.
Prestando atención al entorno más próximo, descubre, sorprendida, que al otro lado de aquel charco tan grande que la ha dejado empapada, hay un grupo de pequeños felinos, parecidos a su nuevo amigo, el que se ha quedado en Can Sata. Contenta de encontrarse con ellos, se les acerca sin manías para comprobar si son tan juguetones como su pariente.
Los tidnums, a la espera de los movimientos de aquel ser gigantesco, se encogen vergonzosamente cuando se dan cuenta de que, con pasos largos y felinos, se dirige hacia ellos; lo más probable es que tenga la intención de atacarlos. La reacción de los tidnums ante ese hecho terrible y lamentable es clara: echan a correr por todos lados y se desperdigan por la zona en busca de refugio.
Grati se pone muy contenta al ver que sus nuevos amigos son también juguetones y se han puesto a correr para que ella los atrape. Sólo hay dos que se han quedado quietos con cara de aburridos. Supone que no deben de tener ganas de jugar y pasa de largo por su lado para ir a jugar con los otros, mucho más divertidos.
Los tidnums son rápidos pero, por mucho que corran, es casi imposible que no sean atrapados por la gata gigante. Ella, juguetona, salta hasta donde cree que la están esperando y, con velocidad felina, los chuta con las patas, como si jugara con una de aquellas ratitas de goma que tiene en Can Sata, o con una de las bolas de lana tan divertidas. Los felinos vuelan por los aires a cada embestida de las grandes zarpas de Grati; algunos van a parar en medio del lago, otros caen encima de los demás y otros aterrizan directamente sobre las provisiones que habían traído de casa.
—Mashua, ese gigante asesino tiene una forma de atacar algo extraña, ¿no te parece? Veo como sí… No sé… Mata poco, ¿no?
—Sí, a mí también me lo parece. No digo que echar así a los enemigos a mogollón no sea divertido, ¿eh? Pero matar de vez en cuando a alguno de ellos también tiene su gracia.
—Y a ti y a mí, ¿por qué no nos ataca? Ha pasado por aquí delante y ni siquiera nos ha mirado. ¿Te has fijado?
—Creo que es por que nos ha visto aburridos. Los otros corren y es más divertido atacar a las presas en movimiento, ¿no?
—Ahora que lo dices… Quizás sí. En el fondo, si en una guerra el otro ejército se estuviera quieto… No sé… Sería algo aburrido, ¿no?
—¡Pues eso! ¡Claro que sí!
La que se lo está pasando pipa es Grati, pues hacía tiempo que no jugaba tanto. Los pequeños felinos no se cansan nunca de correr, contentos, y ella se va animando por momentos. Acaba de lanzar a dos o tres y ya tiene enfrente algunos más a su alcance, a punto para ser lanzados. ¡Esto es vida!
—De cualquier forma, me parece que deberíamos hacer algo —opina Nimur con expresión seria—. No pasa nada por un ratito, pero no creo que tener aquí a ese ser gigante sea sostenible.
—Quizás tendríamos que decírselo a Nakki —propone Mashua.
—¿A Nakki? ¿Y qué pinta él en todo esto? —pregunta el joven rey de los tidnums.
—Hombre… A ver… Ese ser, sea lo que sea, ha venido a través de un portal, ¿no?
—Sí. Exacto.
—¿Y… quién controla toda la tecnología relacionada con los portales?
—Bueno, pues… Los zitis, claro está. Siempre han sido ellos los que… —De pronto Nimur deja de hablar—. ¡Aaaah! Ya veo por dónde vas… El tema es que, como nosotros no sabemos qué hacer, lo mejor es que venga Nakki y se lo lleve. ¡Pues me parece muy coherente! ¡Claro que sí! Cómo se nota que eres un buen consejero, ¿eh?
—Bah, no creas… Lo que pasa es que hace un montón de años que sólo me dedico a esto; la experiencia es un grado, ¿sabes?, y estas cosas salen solas.
—Oye, ¿tú crees que si lo llamo desde aquí me oirá?
—¿Llamar a Nakki desde aquí? ¡Uf! Lo veo un poco complicado, ¿eh? ¡Piensa que vive en la otra punta del hemisferio! Creo que deberías intentarlo por telepatía…
—No, si ya decía yo que tu plan era demasiado genial para ser bueno del todo… Con la pereza que me da eso de concentrarme y tal… Bueno y, a todo esto, cómo se lo está pasando esa pandilla que lucha con el monstruo.
—Mira, haremos una cosa: tú avisa a Nakki y, mientras llega, nos añadimos a la lucha.
—¿Sí? ¿Lo dices de verdad? ¿Te parece que podemos?
—Sí, sí… Tengo ganas de ver hasta dónde me puede enviar esa bestia de un empujón. ¿Qué te juegas a que llego yo más lejos que tú?
—¡Y qué más! ¡Si tú estás viejo y gordo! ¡Yo, en cambio, peso menos! ¡Si me lo propongo soy capaz de atravesar el lago de una tacada!
—¡Ja! ¡Qué más quisieras! —replica Mashua pegándole una potente palmada en la espalda a su rey, golpe que, si lo hubiera recibido un ziti cualquiera, le hubiera provocado la dislocación de ocho o diez partes, por lo menos, de la estructura ósea.
—¿Que no? —dice el rey al incrédulo Mashua y, levantándose del césped, llama a Grati moviendo los brazos sin cesar—. ¡Ya verás! ¡Eh, eeeeh! ¡Tú! ¡Ven aquí, ven aquí! ¡Eh, panzuda! ¡Atrápame si puedes! —chilla sin dejar de correr y saltar para llamar la atención de la gata.
Grati se pone muy contenta al ver que aquel otro pequeño pariente lejano suyo se ha animado también y se apunta al juego. Así pues, se vuelve hacia él, inclina el cuerpo hacia adelante, baja la cabeza y, levantando el culo en pompa y cogiendo impulso con las patas de atrás, salta decidida hacia el nuevo tidnum chillón.
Los tidnums, al observar lo que ocurre, se conmocionan y se sienten orgullosos de su joven rey que, para alejar aquella gran amenaza de la población, se sacrifica por ellos y, haciendo de cebo, ha captado la atención del gigante asesino. Lo ven clarísimo: el buen rey Nimur está arriesgando su vida una vez más para salvarlos a todos.
—¡Eh, eh! ¡Que todavía no puedes jugar! —dice Mashua, aún sentado en la hierba—. ¡Primero debes avisar a Nakki! ¿No te acuerdas?
—¡Anda! —dice Nimur dándose una palmada en la frente—. ¡Se me ha ido el santo al cielo! Bueno… Cinco minutos sólo, ¿de acuerdo? Juego cinco minutitos y después me comunico con él. ¡Porque si no, se la llevará y ya no podré hacerlo!
—Oh, Nimur… ¡Eres incorregible! —se desespera Mashua en el momento en que Grati se lanza encima del rey.