Ualaaa! ¡¡Nunca me acostumbraré a ver Shapla!! ¡Es espectacular! —dice Ishtar a Nakki mientras contempla el paisaje desde el ascensor de vidrio de la torre de la estación; va cargada con su gran mochila, que casi le triplica el volumen corporal.
—Sed bienvenidos a Shapla, Ishtar, reina de los zitis y Nakki, Gran Consejero.
Al oír la voz de Kuzu en la mente, Ishtar se sobresalta porque hace tiempo que no recibe telepatía directa. Evidentemente, a Nakki no le sucede lo mismo.
—Muchas gracias, rey Kuzu. Agradecemos tu acogida y solicito audiencia para Ishtar, la reina de los zitis —piensa Nakki.
—Audiencia concedida. La esperaré en la sala del Origen.
La cara de Ishtar se desencaja por un instante al asimilar las frases que han intercambiado su Gran Consejero y el rey de los kuzubis.
—Perdona, perdona, ¿he oído bien? ¿Audiencia sólo conmigo? ¿Pretendes que entre yo sola ahí dentro y me entreviste con Kuzu, el rey de los rancios? ¡Vamos, hombre! ¡Adónde vamos a ir a parar! ¡Ni hablar, Nakki! ¡No, no y no! ¡Me niego en redondo! —se indigna Ishtar, mientras él pulsa el botón del nivel cero.
—Ishtar, tu entrenamiento conmigo ha llegado a su fin. En realidad terminó el día en que conseguiste superar las tres pruebas. Ahora te hace falta un nivel superior y sólo te lo puede dar Kuzu. Debes lograr el séptimo nivel de habilidades mentales y yo únicamente llego al sexto. Cualquier entrenamiento conmigo sería una pérdida de tiempo; él, en cambio, posee el noveno desde hace mucho tiempo —afirma el Gran Consejero, serio y estirado como siempre.
—¡Oh! Pero al menos quédate aquí, en Shapla, ¿no? Así, cuando salga del entrenamiento por la noche, nos vamos por ahí de farra a las discotecas kuzubis —propone Ishtar, desesperada, pero el ascensor se abre en el nivel cero y salen al maravilloso jardín de Shapla.
—No creo que eso sea posible, Ishtar. Yo tengo mucho trabajo. Recuerda que todavía tenemos pendiente encontrar a Nirgal e investigar qué saben en Zapp sobre Kadingir. De modo que mientras tú te entrenas aquí, en Shapla, yo estaré fuera. Pero volveré cuando hayas logrado el séptimo nivel mental. Ni un segundo antes —sentencia Nakki, andando por el césped, en dirección a la torre del Origen.
—¿Ni un segundo antes? Vaya, chico, ¿afinas a tope, no? O sea que, por ejemplo, si estoy a punto, a punto, a punto, pero falta un segundo, y tú estás ya por aquí, ¿te esperarás a que pase el segundo?
—Exactamente.
—Pues intentaré ir muy rápida. ¿Son difíciles de conseguir esos dos niveles mentales que me faltan? ¿Cuánto tardó la yaya en adquirirlos?
—Las capacidades y las aptitudes de Nirgal no se pueden comparar con las tuyas, Ishtar. Tu irreverencia y capacidad de romper tradiciones ancestrales quizás sí son comparables, pero las habilidades mentales no. Tú céntrate en obtenerlos y punto —dice el consejero, sin dejar de andar y sin tan siquiera mirarla.
—¿Y qué podré hacer? —pregunta Ishtar, curiosa.
—¿A que te refieres?
—A esos dos niveles que debo conseguir. ¡Ahora, con el nivel cinco, soy capaz de detectar presencias, leer pensamientos, comunicarme telepáticamente e incluso lograr el bloqueo mental! ¿Qué podré hacer si tengo dos niveles más? —cuestiona ella y, acelerando el paso hasta situarse delante del consejero, se pone a andar de espaldas para mirarlo de frente.
—Aún está por ver si eres capaz de lograr el bloqueo mental. Cierto es que obtuviste por los pelos el quinto nivel allá en Murguba, aunque todavía no hemos entendido del todo cómo lo conseguiste. Pero de eso a decir que lo controlas, es exagerar.
—Va, pero… ¿Qué podré hacer? —insiste la reina sin dejar de andar hacia atrás—. Va… ¡Que así tendré un aliciente y estaré motivada! ¿No lo ves, hombre de poca fe?
Nakki se detiene y suspira armándose de paciencia.
—Podrás hacer esto —Ishtar oye estas palabras a su espalda.
La reina se vuelve a toda velocidad al oír hablar a Nakki justo detrás de ella, y se sorprende doblemente al verlo de nuevo donde estaba antes, o sea delante de ella.
—¡Madre mía de mi vida! ¡Dos Nakkis! ¡Esto es una pesadilla! —chilla, y cae de culo ella y mochila. Entonces retrocede como un cangrejo y ve a los dos Nakkis juntos ante ella.
—¡Oh, Ishtar, no exageres! —dice uno de los dos consejeros—. Conoces perfectamente la técnica del viaje astral. Ya la utilizamos en la batalla del valle del Oráculo y tú la probaste un día en tu escuela, aunque sin saber qué hacías.
En ese momento un Nakki desaparece y el original vuelve a echar a andar hacia la torre, que se encuentra ya a poca distancia.
—Bueno, bueno, pero ver a dos Nakkis de golpe, así, sin esperarlo, impresiona, ¿eh? —se defiende Ishtar, que se levanta del suelo y se sacude los pantalones.
La reina corre hasta donde está el consejero que, sin esperarla, ya ha llegado a la torre y abierto la puerta del ascensor.
—Bien, Ishtar. Espero que no me dejes muy mal ante el rey Kuzu —comenta Nakki. A continuación le indica que entre en el ascensor, le saca el cetro de la mochila, que ella ha embutido en un bolsillo lateral, y se lo pone entre las manos—. ¡Y hazme el favor de llevar siempre el cetro en la mano, que eres la reina!
Dicho esto, sin darle oportunidad de decirle adiós, el consejero pone su propia mano encima de la joya que corona el cetro real; ésta se ilumina y las puertas del ascensor se cierran, aunque él tiene el tiempo necesario de retirar los brazos.
Ishtar, que ya no recordaba que el ascensor de la torre del Origen se controla con el cetro, tarda un instante en reaccionar, el tiempo de ver cómo Nakki va disminuyendo de tamaño mientras el ascensor sube rápidamente al ático.
A su vez Nakki observa, a través de la puerta transparente, cómo su reina se dirige a entrenarse con el rey de los kuzubis. Y de alguna forma, aunque sea muy en el fondo y casi imperceptiblemente, percibe una extraña sensación que, si no fuera el Gran Consejero de los zitis, podría confundirse con un poquito de tristeza.
Veintiún pisos más arriba, el ascensor se abre por sí mismo al llegar a la sala del Oráculo. Desde esta gran sala circular de paredes de vidrio, se ve Shapla por completo tal como Ishtar recuerda de su última visita. Como siempre, el aposento está vacío, a excepción de un cojín, junto a la pared del fondo, sobre el que está sentado Kuzu en posición de flor de loto.
—¡Bienvenida! —piensa el rey de los kuzubis.
—¡Hola! —saluda Ishtar rompiendo el absoluto silencio. Sus palabras resuenan por toda la sala en la que, seguramente, no se ha oído ninguna voz desde que fue construida.
—No hables aquí dentro. Tan sólo piensa. Eres la reina de los zitis y tienes cinco niveles de habilidad mental. Para la telepatía necesitas dos. No gastes energía inútilmente —piensa Kuzu sin volverse.
—Es que… —Ishtar vuelve a hablar en voz alta.
—No hables. Tan sólo piensa —la corta él.
—Es que no estoy acostumbrada, ¿sabes? Hace mucho que no practico —replica Ishtar hablando por tercera vez—. Últimamente he estado en el castillo con Nakki y Galam, y no…
—¿Tan malo ha sido tu entrenamiento y tan inepto tu tutor, que no has aprendido ni siquiera a hablar con la mente? Si quieres llegar a…
—Ni se te ocurra meterte con Nakki ¡¡¿¿me oyes??!! ¡Vuelve a llamarlo inepto y te aseguro que aunque tengas nueve niveles mentales, te lanzaré torre del Origen abajo y dudo que tus branquias de kuzubi te permitan volar como un anzud! —piensa Ishtar sin dudarlo y de forma tan intensa que, aunque su pensamiento no se oiga físicamente, parece que se transmite por toda la habitación.
Ella misma se sorprende de su virulenta reacción, no sólo porque nunca se había mostrado tan agresiva, sino por la rabia y la pasión con que acaba de defender a su consejero.
El silencio continúa siendo el amo de la sala cuando Kuzu, que sigue sin moverse ni un milímetro de la posición en la que lleva desde hace más de seis horas, curva imperceptiblemente los labios y esboza una ligera sonrisa.
—Lo siento —se disculpa Ishtar—. No estoy acostumbrada a comunicarme telepáticamente y a veces me cuesta seleccionar los pensamientos que quiero transmitir.
—Ha quedado muy claro —responde el kuzubi—. Y por eso no puedes empezar el entrenamiento conmigo.
—¿Ah, no? —pregunta Ishtar, sorprendida—. ¿No voy a entrenar contigo? Y entonces… ¿Qué debo hacer?
En ese momento la puerta del ascensor se vuelve a abrir y una kuzubi, de aspecto envejecido, entra en la sala.
—Saludos, Kuzu.
—¡Hola, Uma! Perdona por haberte hecho venir tan deprisa, pero necesitaba tus servicios. Te presento a Ishtar, reina de los zitis.
—¡Saludos, Ishtar, reina de los zitis!
—Saludos, Uma.
—Ishtar debe adquirir el nivel básico de teoría kuzubi. ¿Puedes admitirla?
—Claro que sí, Kuzu.
Apartándose de la entrada del ascensor, Uma le indica a Ishtar que la siga.
—Ishtar, vete con Uma. Ella te preparará para que puedas recibir mi entrenamiento. Antes, sin embargo, deja tu mochila en la estancia doscientos setenta y nueve, tres pisos más abajo. Es la habitación en la que te alojarás durante tu estancia en Shapla.
Ishtar, aliviada por el sencillo hecho de perder de vista aquella sala y al arisco kuzubi, entra a toda prisa en el ascensor, seguida de Uma. Las puertas se cierran y bajan. Kuzu mantiene la posición de flor de loto, inmóvil, como siempre.
—Clavada a su abuela —piensa el kuzubi, antes de continuar con sus ejercicios de concentración.
Tres niveles más abajo, el ascensor se abre y sale Uma; Ishtar la sigue. A ambos lados del pasillo se ven varias puertas iguales: totalmente blancas y lisas, sin cerradura ni pomo; sólo se diferencian por el número gris que se ve a la altura de los ojos. Cuando llegan a la 279, Uma se detiene.
—Ya hemos llegado —dice y, apartándose, deja paso libre a la reina ziti.
Ishtar observa la puerta, y la kuzubi y ella se quedan quietas ahí mirando la entrada de la habitación.
—Mmm… Esto… Uma… ¿Estamos aquí admirando el arte minimalista kuzubi o se supone que debo hacer algo?
—Debes usar el cetro, Ishtar.
—¡Ah, vale! —responde Ishtar, feliz, y cogiendo el cetro, da tres golpes en la puerta como si llamara—. ¿Holaaa? ¿Hay alguien?
—No, Ishtar… No debes usar el cetro para llamar —le explica Uma, ligeramente sorprendida por la acción de la joven ziti—. Esta puerta sólo se puede abrir con el poder del cetro de los herederos.
—¡Ah, ah! ¡Vale, vale! No nos hemos entendido. Entonces debo imitar lo que hacía Nakki en el ascensor, ¿verdad? Veamos… —Apunta la puerta con el cetro—. ¡Ábrete, sésamo! —ordena, muy seria, mirando fijamente la puerta, que no se mueve ni un ápice—. ¡Pues no funciona! ¿Quizás está estropeado? —Y observa el cetro por todas partes.
—Para abrir la puerta, hace falta que te concentres y utilices tus habilidades mentales.
—Vale, ¡sí, sí! ¡Ya te entiendo! Veamos… ¡A la tercera va la vencida! —Ishtar apunta nuevamente la puerta con el cetro y cierra los ojos.
Piensa en el concepto «abrir» y visualiza mentalmente que la puerta cede y se abre. La joya del cetro brilla por un momento. Cuando abre los ojos, la puerta ya está abierta.
—¡Eh! ¡Mira, mira! ¡La he abierto! ¡Olé! ¡Soy la mejor! —grita contenta, y le señala la puerta a la vieja kuzubi.
—Mmm… Sí, exacto. Lo has logrado, aun cuando no te ha sido fácil. Puedes dejar aquí tu equipaje.
Ishtar, viendo que la kuzubi no está tan contenta como ella después del éxito de su acción, entra contrariada en la habitación. Está totalmente vacía, como la sala del Origen, pero ve un cojín igual que el de Kuzu, colocado en la pared del fondo, y la misma pared de vidrio que ofrece una excelente vista de los jardines de Shapla.
—¿Dónde están el mueble bar y la zona de spa? —pregunta mientras se desprende de la mochila, que cae pesadamente al suelo, aunque no deja el cetro en ningún momento, tal como le ha pedido que haga Nakki.
—Esta estancia no dispone de esos accesorios, reina Ishtar.
—¿Ah, no? Pues voy a hablar con el encargado. ¡Ya está bien! Quiero un mueble bar con bombones y zumos de fruta. Y un spa como en las películas. ¡Y nada de doscientos setenta y nueve! ¡Le cambiaremos el nombre! ¡Será la habitación de los patitos y, además, pondremos dibujos de esos animalitos en las paredes y la puerta! ¡Y no te pienso dar propina, o sea que ni se te ocurra tender la mano! —Usando el cetro como bastón, sale al pasillo y echa a andar a grandes zancadas. Uma se ha quedado a la entrada de la puerta.
—Reina Ishtar, debéis cerrar la…
Desde el corredor, Ishtar levanta el cetro, lo hace girar con un pequeño movimiento circular, la piedra se ilumina y la puerta 279 se cierra de golpe. Ishtar frena al oír el ruido y se da media vuelta.
—¡Ostras! ¡Ha funcionado! ¡Pero si yo sólo me quería marcar un farol! ¡Uala! ¿Has visto, Uma? ¿Has visto?
—Lo he visto —responde Uma, sin que se le altere ni un músculo de la cara, y se dirige al ascensor.
—Vale, Uma, ¿y adónde vamos, ahora?
—A la torre de los Conceptos. La clase empezará dentro de seis minutos y treinta y tres segundos.
—¡Ah, muy bien! ¡Viva! ¿Qué clase de clase?
—La clase de nivel básico de Teoría kuzubi.
—¿Me estás diciendo que vamos a una especie de cole?
—No. Te estoy diciendo que vamos a una clase de nivel básico de Teoría kuzubi —especifica Uma cuando entran en el ascensor.
—Uy… No sé muy bien por qué, pero creo que no me va a gustar nada… —masculla Ishtar, al tiempo que las puertas del ascensor se cierran a su espalda.