Majestad, debemos ir a la reunión! ¡Majestad, por favor, debéis salir de vuestra estancia! —grita Sasar, consejero de Laima, reina de los sutums—. ¡Por favor, majestad, salid!
La estancia real es subterránea, como la mayoría de las edificaciones de Boma. La capital de Kibala, región habitada por los sutums, se encuentra en una zona ocupada por pequeños volcanes. La gran mayoría de ellos están inactivos desde hace miles de años y dejaron centenares de bolsas de magma subterráneas vacías.
A lo largo de la historia de Ki esta zona siempre había estado deshabitada, hasta que trescientos cincuenta años atrás los musdagurs —el rey Kanasul al frente— atacaron a los sutums, que pasaban una época de debilidad, y los sometieron. Fue entonces cuando los supervivientes y fugitivos se escondieron en esta olvidada, despreciada y antigua región volcánica.
Gracias a su facilidad para vivir bajo tierra y con temperaturas elevadas, se adaptaron rápidamente al espacio. De modo que aprovecharon las grandes bolsas de magma, ahora secas y vacías, para instalar allí las primeras viviendas y con el tiempo fueron adecuándolas y comunicaron las bolsas entre sí, de forma que Boma es actualmente una gran ciudad subterránea, de más de cien mil habitantes.
—Majestad, por favor, salid de una vez; nos esperan en la reunión del Consejo… Va, por favor… —ruega Sasar, casi sollozando ya, junto a la puerta de la habitación real.
Ésta es una gran estancia llena de cojines por todas partes. Las paredes, redondeadas por el efecto del magma que contuvieron tantos años, han sido pintadas de varios colores, pero sin un dibujo determinado; no hay ninguna forma muy definida, sino más bien un conjunto de líneas, formas y figuras aleatorios. Eso sí, todos ellos de colores vivos y relativamente llamativos: naranjas, amarillos, lilas, verdes, azules y rojos predominan en las paredes y las telas que se han utilizado para forrar los cojines.
En medio de este estallido de colores y sobre una pequeña montaña de almohadones, Laima reposa en posición de flor de loto oyendo, sin escucharlos, los desesperados ruegos de su consejero.
—Majestad, por favor… ¡La reunión de hoy es muy importante! ¡Estará presente en ella el delegado y debemos presentarnos!
Laima se rinde al fin ante la insistencia y terquedad del buen Sasar, abre los ojos y se levanta lentamente, eso sí, y sin ninguna prisa. Los discretos golpes en la puerta no cesan mientras ella avanza hacia allí. Viste una túnica de color fucsia oscuro, ceñida por un ancho cinturón, y como complemento, una especie de capuchón en la cabeza, con dos tiras laterales que le llegan hasta la espalda.
Cuando Sasar está a punto de golpear la puerta por enésima vez, desesperado, la reina la abre.
—Sasar… —murmura Laima—. ¡Ay, Sasar, Sasar…! ¿Te das cuenta de que vives en un mundo estresante y lleno de preocupaciones? ¿Te das cuenta de que vives en un mundo en el que los relojes van más rápidos que los corazones de aquellos que lo habitan? ¿Te das cuenta de que vives en un mundo que te absorberá si no te adaptas a él, en vez de luchar contra él? Te das cuenta de que…
—¿Os dais cuenta de que llegamos tarde? —la interrumpe él, ligeramente sarcástico, y cogiéndola por el cinturón, la arrastra túnel abajo, a paso ligero.
Sasar siempre la coge por el cinturón, debido a su altura. Él es dos tercios más pequeño que su reina. Es un turtur, una variante de los sutums que no llega a medir más de cincuenta centímetros, pero dispone de una fuerza y unas características físicas inversamente proporcionales a su altura, es decir, los turturs son tres veces más fuertes, ágiles y rápidos que el resto de sutums.
—Sasar… ¡Ay, Sasar…! —exclama la reina Laima, sonriente, dejándose arrastrar—. No cambiarás nunca, ¿verdad? ¡Quiero darte un mensaje!
—¿Quééééé? —responde el consejero sin dejar ni por un momento de arrastrarla, preguntándose en qué diablos debe de estar pensando aquella reina suya.
—Bueno, ¡quiero dar un mensaje a todo el mundo! ¡Al mundo entero quiero dar un mensaje de paz! —afirma ella con la mirada perdida a lo lejos del túnel—. Y, junto al árbol, vivir… ¡la alegre Navidad!
«Oh, no… Ya está otra vez con eso…», piensa Sasar mientras acelera el paso para llegar a tiempo a la reunión.
—Al mundo entero quiero dar un luminoso hogar con un balcón, donde un gorrión me venga a despertar…
—Sí, majestad, eso es lo que debéis hacer… ¡despertar! —afirma el pequeño Sasar avanzando hacia una de las galerías.
—Al mundo entero he de enseñar —sigue diciendo Laima—, una alegre canción, y ¡todos juntos caminar de la mano hacia el sol!
—¡Mejor caminar hacia la reunión! —suelta Sasar ante la puerta de la sala de juntas, a la que llama con firmeza mientras se aclara la garganta, contento al fin.
Se abre una rendija y un sutum observa a través de la abertura. Al ver de quién se trata, abre la puerta del todo y los invita a entrar.
La sala de juntas es otra gran estancia de paredes redondeadas, como todas las que se han construido aprovechando las antiguas bolsas de magma. Hay una gran mesa redonda en el centro, alrededor de la cual todavía quedan dos sillas vacías. Los restantes participantes ya están allí conversando animadamente, en plena reunión.
—Disculpen el retraso —se excusa Sasar, saludando a todo el mundo, y se dirige a su asiento, después de acompañar a la reina hasta su silla.
—Amor, paz y prosperidad —dice ésta, una vez instalada.
—Buenos días, reina Laima —replica el delegado Kingal al mismo tiempo que se pone de pie; su actitud y sus palabras propician que los demás lo imiten de inmediato.
El delegado Kingal es un sutum de mediana edad, más bien gordito. Viste una túnica de color marrón con capucha que ahora lleva recogida a la espalda.
—Estábamos discutiendo la posibilidad de construir nuevos edificios en el exterior, pero parece que no nos ponemos de acuerdo. Por favor, si creéis que podéis aportar algo a la discusión, no dudéis en exponer vuestra opinión.
—Kingal… ¡Oh, Kingal, Kingal…! —triplica la reina, ceremoniosa—. Es mejor discutir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin discutirla. Me parece muy bien… proseguid, por favor… —opina Laima desde su asiento.
—Bien, pues… —retoma la conversación Kingal— decíamos que Boma está creciendo a marchas forzadas; ya se han ocupado todas las antiguas bolsas de magma de la zona y están comunicadas entre sí por galerías. De modo que es prácticamente imposible pretender seguir construyendo en el subsuelo; debemos edificar en el exterior…
—Pero Kingal… —lo corta uno de los asistentes—. Sabéis perfectamente que es mucho más seguro vivir bajo tierra. Si los espías de Usumgal observan que Boma crece, no tardaremos en tener una unidad de su ejército dispuesta a evitarlo.
—No estoy de acuerdo —replica otro—. Ya tenemos algunos edificios exteriores, actualmente. Vista desde fuera, Boma parece una pequeña villa inofensiva. No creo que por construir algunas viviendas más, Usumgal piense que somos peligrosos. Por otra parte, si Boma no crece como cualquier otra ciudad, quizás sospecharía algo.
—Sí, pero si empezamos a construir viviendas a diestro y siniestro, también levantaremos sospechas. Deberemos ser muy cautelosos si edificamos en el exterior. Lentos y discretos —sugiere otro.
—Lo que está claro —resume Kingal— es que necesitamos más viviendas para las nuevas generaciones de sutums. Ya sobrepasamos la cifra de cien mil y no es sostenible vivir aquí debajo. Antes o después tendremos que hacerlo. Y si hace falta que yo sea el primer delegado que tome esta decisión, que así sea.
Kingal es el líder oficial de los sutums. A diferencia de las otras cinco razas del planeta, en las que el rol de líder es hereditario y fruto de los aparentes caprichos del satélite Mul, esta raza escoge su delegado por sufragio universal cada siete años, coincidiendo con el encuentro de los kushus y el final de la órbita de Ki alrededor de sus dos soles.
El porqué de este hecho peculiar se remonta al momento en que Kiply, el heredero que debía ser rey, murió sin que hubiera sucesión en el trono de los sutums. Fue entonces cuando, sin un líder claro y evidente y después de unos años de inestabilidad, el pueblo decidió escoger a un delegado entre todos. Fueron ésas las primeras elecciones de la historia del planeta Ki. Desde entonces, cada siete años se repite el proceso. Kingal ha ganado ya los comicios tres veces consecutivas y lleva casi veinte años gobernando al pueblo sutum.
La gran sorpresa, evidentemente, se produjo cien años después de haberse establecido este nuevo sistema: el satélite Mul volvió a brillar el día en que nació Laima y señaló que ella debía ser la nueva reina.
Al principio los sutums entraron en crisis, puesto que esta situación representaría un nuevo cambio en el sistema que tenían establecido, con toda la inestabilidad que eso podría suponer. El pueblo se dividió en dos bandos: los que querían mantener el sistema moderno —en general los más jóvenes—, y los que querían volver al antiguo y propusieron que la nueva reina recuperara el rol de líder absoluto.
Al final se llegó a un interesante consenso: el delegado escogido por el pueblo detentaría el poder oficial y seguiría ejerciendo su cargo, y la reina Laima sería reconocida como tal, pero tendría un papel de representación y consejera especial del delegado. Por este motivo, a poco de nacer, se la recluyó en un templo sutum de meditación, más allá de los pantanos Amudur, en las más cercanas y menos elevadas estribaciones de las Hursag.
Allí Laima recibió el entrenamiento físico y mental que utilizó para superar las pruebas del Oráculo. El día que lo consiguió y recibió la piedra preciosa que corona su cetro, Mul volvió a brillar comunicando así al resto de Ki que los sutums tenían un nuevo líder. Desde entonces Usumgal tiene varios equipos de informadores, establecidos de forma permanente en diversas regiones clave de Kibala, que le comunican, aparentemente, cualquier paso que dan los sutums.
Durante la Guerra del Clima y la lucha contra la sucesión de los zitis, Usumgal, muy ocupado en estos asuntos, bajó la guardia. Pero tras la derrota a manos de los zitis, en la batalla del valle del Oráculo, los sutums saben que tienen muchas posibilidades de volver a ser el centro de atención del cruel dictador en cualquier momento. Por eso intentan llevar sus asuntos con total discreción, sin emitir señales externas, como lo han hecho siempre.
—Señor —afirma Sasar con contundencia—, Boma debe crecer externamente o de otro modo las nuevas generaciones deberán irse de aquí. No podemos permitirnos el lujo de perder a la juventud por problemas de espacio. Aún así, debemos ser muy cautelosos a la hora de construir y, como muy bien ha indicado el Consejo de sutums, tenemos que hacerlo de forma lenta y sin levantar sospechas de lo que ya tenemos en el subsuelo.
—¡Eh! —exclama de repente Laima interviniendo por vez primera en la reunión—. ¿Os habéis fijado en que, si cerráis los ojos muy fuerte y os los frotáis con las zarpas, se ven lucecitas de colores? Qué chulo, ¿verdad? ¡Ostraas! —chilla con los ojos cerrados exageradamente y una sonrisa de oreja a oreja.