Los xíbits? —pregunta Ishtar, extrañada.
—Exactamente.
—¿Y… qué se supone que son los xíbits? ¿Se comen?
—Dímelo tú.
—¡Oh, Nakki! ¿Por qué no respondes jamás a mis preguntas? ¿Siempre deberé deducirlo todo?
—Ishtar, estás todavía en el quinto nivel en todos los planos. Debes conseguir dos niveles más en cada uno de éstos. Y, para ello, todo el entrenamiento que hagas es válido. Ahora haz el favor de decirme qué son los xíbits.
—¡Oh, de acueeerdo! —se rinde ella al mismo tiempo que cierra los ojos y se concentra.
Sabe que no representa un gran esfuerzo porque es un ejercicio de segundo nivel conceptual. Primero se concentra en el nombre: xíbit. Al principio sólo visualiza la palabra en la mente, pero lentamente se va formando una imagen, cada vez más y más definida. Al fin, esboza una sonrisa traviesa. ¡Ya lo sabe!
—Los xíbits son animales del planeta Ki de los que se sabe muy poco; utilizan un lenguaje que nunca se ha conseguido descifrar y, por lo tanto, no podemos comunicarnos con ellos; son pequeños —de cinco a diez centímetros de altura— y tienen un pelaje corto, de tonos amarillentos a anaranjados dependiendo de cada uno; su estructura es muy simple, pues consta de dos esferas pegadas: una es el cuerpo y la otra, algo más pequeña, la cabeza; no poseen brazos, ni piernas, tan sólo ojos y boca, y se desplazan botando; son nómadas, viven en grandes grupos y viajan sin rumbo aparente por todo el planeta —dice de una tacada Ishtar, contenta.
—Bastante bien —responde Nakki con voz neutral, sin dejar de andar.
—¿Cómo que «bastante bien»? ¡Lo he hecho de coña! Nakki, ¿qué más quieres? ¡Lo he dicho sin dudar ni un instante y he tardado poquísimo en responder! Te estás volviendo muy exigente, ¿eh? A ver si tendré que destituirte…
—Ishtar, sabes perfectamente que lo que has hecho es tan sólo un ejercicio de nivel dos. Si te hubieras esforzado más, me habrías contado el papel de los xíbits en la historia del planeta. Pero esto ya pertenecería al nivel cinco y eres demasiado perezosa para deducirlo, ¿verdad?
—¡Oh, Nakki! Eres… —Ishtar se calla de repente.
El espectáculo que se presenta ante sus ojos es extraordinario y peculiar. Poco a poco reemprende el camino sin dejar de contemplar lo que ha descubierto.
A escasos metros de donde se ha detenido el tren, justo en medio de la vía, se ve una especie de gran alfombra redonda, de tonos amarillentos y anaranjados. A medida que se acerca, se da cuenta de que no se trata de una alfombra, sino de un montón de animalitos agrupados de forma concéntrica, pero tan juntos que, vistos de lejos, parece un círculo. No se desplazan, pero se mueven lentamente —de izquierda a derecha— en un tranquilo vaivén; todos mantienen los ojos cerrados y emiten un sonido extraño. Al oírlo, Ishtar se entristece.
—¿Qué ocurre? —pregunta la reina a su Gran Consejero—. ¿Qué hacen? Están tristes, ¿verdad? Lo percibo… —murmura con el corazón encogido esforzándose para que no se le escape una lágrima—. ¿Lo notas tú también?
—Exactamente, Ishtar —contesta Nakki, ceremonioso—. Son tus habilidades sensoriales, ya lo sabes. Nivel cuarto: puedes captar sentimientos colectivos.
—¿Y por qué están tristes? ¿Y tú? ¿No estás triste como ellos?
—Cuando vayas mejorando tus habilidades en este plano, serás capaz de controlar los sentimientos que detectas para que no te afecten como te está sucediendo ahora —responde él y, deteniéndose a unos metros del círculo de xíbits, se apoya en el cetro—. En este momento los xíbits están de luto, pues parece ser que uno del grupo ha fallecido. Creo que están celebrando una especie de funeral y cantan una canción. Si debo serte sincero, nunca lo había visto hasta ahora. Es muy difícil encontrar xíbits y más aún en estas circunstancias.
—¡Ooooh, pobreciiito…! ¿Ha muerto un bichito de ésos? ¡Tan monos que parecen! ¿Qué debe de haber sucedido?
Los xíbits siguen entonando su melodía con un sonido grave, relajante y agradable, pero triste a la vez, y no cesan de moverse de izquierda a derecha en un lento balanceo. Ishtar cierra los ojos y se concentra. Intenta dejar a un lado su plano sensorial, con lo que bloquea los sentimientos que le transmiten los animalitos, y se centra en su plano mental. Quiere saber qué ha ocurrido.
La mente de los xíbits es muy extraña. No es como la de los restantes habitantes de Ki, sino mucho más caótica y desordenada. Además, ante Ishtar se encuentran entre tres y cuatro mil xíbits y los pensamientos de todos ellos se le mezclan en la cabeza. Ve miles de imágenes, pero hay una que se repite muchas veces: un animal, como una serpiente sin cabeza ni cola, que tiene un colmillo en cada extremo del cuerpo.
Nakki mira con curiosidad a Ishtar y observa cómo su reina, con los ojos cerrados, está concentrada. Y sonríe contento.
Ishtar, sin poder apreciar este gesto tan extraño en su siempre serio consejero, continúa investigando. Deja de lado el plano mental y salta al conceptual. Quiere saber qué es esa especie de serpiente y por qué aparece tantas veces en la mente de los xíbits.
Así pues, se concentra en la imagen y enseguida sabe de qué se trata: es un gusum, un reptil muy abundante en la región comprendida entre los bosques de Oklum y el Ksir, al oeste del río Ambor, aunque también se puede encontrar en las regiones más orientales de Kigal. Vive enterrado en la arena y, por lo general, no ataca nunca; sólo lo hace si se siente amenazado o en peligro. En este caso inyecta a su víctima un potente veneno que le sale por uno de sus dos colmillos.
—Nakki, creo que…
—Sí, Ishtar, yo también lo he visto. Es un gusum. Lo más probable es que los xíbits hayan pasado por su lado sin darse cuenta, y él, al sentirse amenazado, ha atacado aleatoriamente a uno de ellos. Es comprensible. Son más de tres mil… Cuando ha creído que estaba acorralado, ha reaccionado por instinto.
Ella no responde nada, pero sigue recibiendo información respecto al gusum. Parece ser que su veneno es mortal pero lento. De pronto abre los ojos y mira de nuevo al grupo de xíbits, que siguen entonando su triste canción, colocados en un perfecto círculo concéntrico. Y en el mismísimo centro de éste se halla el xíbit muerto.
Ishtar, sin saber por qué lo hace, se acerca despacio a la parte exterior del círculo. Nota los ojos húmedos. Se ha aproximado tanto a la periferia que roza a un xíbit con un pie. Al notar su presencia, el animal abre los ojos y se vuelve; levanta con lentitud la cabeza y la mira a los ojos. Durante un instante los dos se quedan así, mirándose: Ishtar hacia abajo y el pequeño xíbit hacia arriba, como si ella fuera una giganta. No necesitan palabras, ni telepatía. Sin aparente intercambio de información, los xíbits más próximos a Ishtar se apartan y le hacen sitio en el círculo. Ella da un paso y entra. Ya está dentro. Los xíbits que están delante de ella también se apartan despacio y forman un corredor ante la joven reina que se dirige al centro.
Lentamente pero sin pausa, anda entre los animalitos que, a medida que avanza, van cerrando de nuevo el corredor.
Fuera del círculo los pasajeros del tren, que han salido de los vagones y acercado al grupo de xíbits, observan en silencio el espectáculo. Nadie se atreve a decir nada. Incluso Nakki está intrigado por el fenómeno que se está produciendo y se fija en todos los detalles, consciente de que no tendrá demasiadas oportunidades en su vida de ver algo parecido.
Por fin Ishtar llega al centro. Los xíbits más próximos a éste se retiran y ella se encuentra frente a la víctima de la picadura mortal del gusum. Se arrodilla a su lado. Más de seis mil ojos siguen con atención sus movimientos. Todos los integrantes del círculo fijan la vista en ese lugar, muy atentos a lo que está haciendo la desconocida ziti.
Ishtar coge despacio al xíbit con las dos manos. Está frío. Ella se concentra y su nivel sensorial le indica que todavía vive. Busca la picadura con rapidez y la localiza. Es muy evidente: una roncha blanca, parecida a un grano de pus, con un punto de color lila oscuro en el centro. Después de unos segundos de reflexión, suspira y, sin pensárselo dos veces, se acerca el xíbit a la boca.
Los tres mil y pico animalitos cesan de cantar. El repentino silencio hace que ella detenga su movimiento y dirija la vista hacia el colectivo que la mira con tensión, como husmeando el peligro. Pero ahora ya no le es posible volver atrás. Observa la zona de la picadura, cierra los ojos y se pone a chupar el veneno. El proceso es simple: si extrae el veneno del cuerpo del xíbit antes de que la sangre lo haya absorbido del todo, quizás podrá salvarle la vida.
Ishtar nota cómo el veneno le entra en la boca y lo escupe. Repite la operación una vez más, otra y otra. Los más de tres mil xíbits se echan a temblar a la vez, sin entender del todo qué está pasando. La gran alfombra circular vibra y, justo en el centro, ella sigue extrayendo el veneno y escupiéndolo.
Por fin acaba.
Los xíbits se quedan quietos de nuevo y miran a su compañero, todavía en las manos de la ziti gigante. El animalito mantiene los ojos cerrados y no se mueve. Ishtar lo observa con intensidad y una lágrima le resbala mejilla abajo.
—Por favor… —murmura con una mezcla de rabia y esperanza—. Por favor…
El silencio se hace todavía más evidente.
Y entonces el pequeño xíbit abre un ojo. Mira a la derecha, mira a la izquierda y abre el otro ojo. Vuelve a mirar a la derecha, vuelve a mirar a la izquierda y fija la vista en los ojos de Ishtar. Al notarlo, a la joven reina se le eriza el vello de la nuca y de todo el cuerpo. Y de pronto, con un ágil salto, el pequeño xíbit se le pone en pie en las manos.
—Kuiliski, xibirrit!? —pregunta, felizmente recuperado.
Independientemente de lo que haya dicho, la respuesta de los otros tres mil xíbits y pico es absolutamente espectacular. La gran alfombra redonda explota, como si hubiera estallado una gran bomba bajo su base.
Todos los que miran el espectáculo, sin creer lo que están viendo, observan cómo la reina de los zitis desaparece bajo un alud de montones de xíbits, cada uno botando más que los otros, con una inmensa sonrisa y emitiendo divertidos ruidos parecidos al piar de los pájaros. A este escándalo se añaden enseguida los aplausos de todos los viajeros del tren.
Ahora los sentimientos que invaden a Ishtar ya no son de pena ni tristeza, sino más bien los contrarios: alegría, gozo y felicidad. El gran colectivo de xíbits celebra saltando y piando la resurrección de su compañero, y saltan encima de la reina de los zitis, quien, de tan contenta que está, intenta abrazarlos.
Poco a poco, a medida que los animalitos se van tranquilizando, Ishtar logra incorporarse y, saliendo al fin de la montaña de xíbits que la cubría, se dirige hacia Nakki.
—¿Qué? ¿Has visto? Y esto lo he aprendido en los campamentos, ¿eh? ¡Nada de niveles conceptuales ni habilidades kiitas! ¡Esto es por haber ido de colonias!
—Interesante —dice Nakki, impertérrito.
—¡Oh, Nakki! Eres…
—En todo caso… —la interrumpe el consejero—. Ya se ha desbloqueado el paso de la vía y podremos acabar nuestro cómodo viaje a Shapla. ¡Muy bien! —Y, dirigiéndose a todos los viajeros que habían bajado del tren, dice en voz alta—: ¡Pasajeros, al tren! ¡Hacia Shapla!
Siguiendo su dictado, claro y sensato como siempre, todo el mundo vuelve a subir al tren. Mientras tanto los xíbits se han colocado, en formación de triángulo perfecto, detrás de Ishtar. Ella reconoce rápidamente al que está en uno de los vértices por la picadura que se le aprecia en un costado. Es el resucitado. Se agacha y lo mira.
—¿Qué? ¿Ya estás bien, pequeño? —pregunta la reina.
—Xirripituiki kulikó, kulikó. Orrrishiplitikito! Kulikó. Xipoluiki kusko pino! —exclama él, muy serio—. Xikirpí!! —añade, contento.
—¡Ah! Pues muy bien, ¿eh? Y a partir de ahora, vigiláis más lo que hacéis y donde pisáis, ¿vale? Que no estaré yo siempre por aquí, para ir chupando veneno. Hala, ¡adiós!
Pero los tres mil xíbits y pico siguen inmóviles ante ella.
—Vale ya. Que me voy, ¿eh? —advierte ella dando un paso atrás.
De un bote, el grupo de xíbits da un paso adelante.
—Pero ¿qué pasa? ¿Qué queréis?
—Xirribitiku! —responde el portavoz.
—No podéis venir conmigo.
—Xirribitiku! —insiste el xíbit.
—Sí, sí… Xirribitiku y todo lo que quieras, pero no me podéis seguir, ¿de acuerdo? ¡Debo ir en el tren y ya vamos suficientemente apretados! ¡Vosotros no cabéis!
—¡Ishtar! —la llama Nakki desde la ventana del vagón—. ¡Vamos, que ya estamos todos!
—¡Ya va, ya vaaa! —grita ella mientras camina en dirección a la puerta, seguida de los pequeños xíbits que avanzan botando—. ¡A ver, chicos! —exclama volviéndose hacia aquella masa amarillentoanaranjada—. No podéis acompañarme. Estoy muy contenta de haberos conocido, pero ahora debéis seguir vuestro camino y yo el mío. ¿No veis que soy la reina de los zitis y siempre me suceden cosas arriesgadas? ¡Os pondría en peligro! Va, estaos quietos, ¿eh? —les pide, y extiende la mano ante sí, como si quisiera decir alto, al mismo tiempo que retrocede—. Quietos ahí, ¿eh? Quieeetos… —sigue diciendo mientras sube a su vagón.
Los xíbits no hacen caso y continúan avanzando a base de pequeños saltos. Ishtar entra en el vagón y se apresura a cerrar la puerta.
—Bueno… ¡Vámonos ya! —dice al entrar en su compartimento, en el que ahora, curiosamente, sólo están Nakki y el señor Douglas—. ¡Huy! ¿Y toda la gente de antes? —exclama, extrañada.
—Los hemos redistribuido —informa Nakki, tan calmado como siempre.
—¿Redistribuido? —pregunta Ishtar, dejándose caer en su asiento, agotada por los nervios y la emoción.
—Sí. Bueno… Digamos que, técnicamente, Nakki los ha echado —traduce Douglas.
—Vaya, Nakki, no cambiarás nunca. Si serás rancio… —le espeta ella, y mira por la ventana—. ¡Ah! ¡Fíjate, pobrecitos!
El colectivo xíbit mantiene la perfecta posición de triángulo encarado hacia la ventana del vagón de la reina y más de seis mil ojos la observan fijamente con una clara expresión de alegría y satisfacción.
—¡Qué tortura! —se queja Ishtar—. ¡Vamos! Vámonos, ¡que me da mucha pena dejarlos aquí! ¡Vamos, vamos! —Y bajando la persiana, les dice adiós con la mano.
El tren se pone en marcha y gana terreno en dirección a Shapla. En pocos segundos de aceleración coge la velocidad punta y se aleja de la zona.
—Ha sido muy acertado lo que has hecho, Ishtar —afirma Douglas—. ¿Cómo se te ha ocurrido?
—No lo sé… He actuado por instinto… Pero ahora estoy triste… Son tan monos esos xíbits… Y vete tú a saber cuándo los volveré a ver… Ay…
Los xíbits en cuestión contemplan cómo el tren magnético se aleja y, siguiéndolo con la mirada, ven que cada vez se hace más pequeño. Se quedan quietos unos segundos, solos en medio del desierto junto a la vía, comprobando que Ishtar se ha ido sin ellos.
—Xirribiticu! —Se oye que gritan todos a una.
Y sin decir nada más, deshacen su formación de triángulo y, saltando continuamente, los tres mil xíbits y pico siguen por la vía en dirección a Shapla, muy decididos.