Desde su privilegiada posición, Ullah ve cómo Utu, el gran sol de Ki se encuentra en su punto más alto, mientras que Kili, el sol menor, ya está en su ocaso por el horizonte que delimitan las aguas del Ksir. Todavía quedan muchas horas de sol y muchas islas por investigar.
De pronto la rápida anzud cambia con brusquedad el rumbo y, volando casi en vertical, gana altura. Aletea majestuosamente y con grandes embates, casi cortando el aire, atraviesa una fina capa de nubes. Sigue ganando altitud y, poco a poco, su perspectiva cambia: ahora no sólo distingue las islas más próximas, sino las que hay más allá.
Ha estado montones de veces en esta parte del Ksir y la conoce muy bien. Se halla a tres horas de vuelo de Shapla y es la ruta más adecuada para dirigirse a Kurgal sobrevolando el mar. Siempre le ha parecido que, a causa del calor, es mucho más seguro volar sobre el mar que por el desierto porque, en éste, el aire caliente producido por la acción de los dos soles sobre la arena se eleva verticalmente, y se corre peligro de deshidratación o insolación al atravesarlo. Además, existe la posibilidad de tropezar con una tormenta de arena que obliga a desviarse mucho del rumbo establecido. Pero lo peor es la comida y las provisiones; sobrevolando el desierto no hay prácticamente nada que comer.
En cambio sobrevolar el mar es mucho mejor, pues el agua se calienta mucho más lentamente que el suelo y actúa de regulador térmico, aparte de que el aire que se eleva desde el mar nunca es tan caliente como el del desierto. Tampoco hay tormentas de arena. Y con respecto a la comida, el Ksir está lleno hasta los topes de recursos naturales. Sólo hace falta enfocar la vista al fondo marino y escoger un pez de entre los miles que hay, formando los miles de bancos que circulan por las profundidades, y atraparlo, como siempre han hecho los anzuds, generación tras generación.
Ullah deja de batir las alas y las deja relajadas pero abiertas. Ha detectado una corriente de aire caliente que le permite planear casi sin esfuerzo. Es la técnica anzud del planeo: economía de acción total. De la misma forma que la corriente de agua de un río consigue desplazar una barca, la corriente de aire también logra que te desplaces muchos kilómetros sin mover las alas ni una vez.
Así pues, aprovecha para cerrar los ojos y concentrarse en una persona; primero piensa en el nombre, después en la imagen —clara y definida— y, finalmente, en la esencia… Pero no hay suerte. Ya se lo imaginaba. La verdad es que la telepatía nunca ha sido su fuerte. Por lo tanto decide utilizar su plano sensorial, que en los anzuds está mucho más desarrollado que el mental.
Gracias a sus habilidades en este plano, tratará de captar sentimientos y sensaciones que la ayuden a saber por dónde seguir buscando. Afortunadamente, las emociones que se producen en un momento y un lugar concretos no desaparecen cuando ya ha sucedido un acontecimiento, sino que quedan fijas allá, como si fueran huellas, y es posible detectarlas incluso muchos años después.
Éste es el caso, por ejemplo, de las zonas y los territorios donde ha habido guerras y batallas, pues los sentimientos generados por ellas han impregnado la región. Los kiitas, que poseen un alto nivel en el plano sensorial, procuran evitar esas zonas, pues atravesarlas puede llegar a ocasionarles desórdenes emocionales, porque son capaces de captar la rabia, el miedo y el pánico de los soldados que estuvieron allí mientras guerreaban.
Así pues, Ullah se concentra y, dejando la mente en blanco, capta las sensaciones que se perciben por la zona. No obstante, recibe muy pocas señales, aunque ya intuía que iba a ser así. Los kuzubis son casi los únicos habitantes de esa parte del Ksir y se caracterizan por la frialdad y la racionalidad y no por manifestar, precisamente, emociones ni sentimientos.
Quizás esa característica no dice mucho en favor de ellos, pero en este momento a la anzud le parece perfecto, puesto que si le llegaran muchas sensaciones al cerebro, debería analizarlas una por una para saber si se trataba de una pista interesante que debía seguir, o no. Lo que está haciendo, en el fondo, es buscar una aguja en un pajar y, por lo tanto, cuanta menos paja haya, mejor.
La anzud se concentra una vez más y, aislándose del mundo que la rodea, intenta captar todas las sensaciones presentes y pasadas de la zona por donde va. Poco a poco, recibe hilos de pequeñas emociones de alguna ciudad kuzubi de las islas. Rápidamente, se da cuenta de que debe de tratarse de bebés o niños, que todavía no son kuzubis adultos y, por lo tanto, aún tienen cierta dificultad en controlarlas.
Sigue captando señales, pero provienen del norte, de las playas. No vale la pena ni analizarlas, puesto que Usumgal dejó bien claro que Nirgal estaba cautiva en una isla. Vuelve a concentrarse y trata de mezclar sus planos mental y sensorial, para descartar las sensaciones que no provengan de la reina de los zitis. Entonces, de pronto, lo nota.
Como si estuviera en medio de una noche estrellada, contemplando el firmamento, y un cometa le hiciera un guiño casi imperceptible, le parece recibir una sensación familiar que dura una pequeña fracción de segundo. No proviene de donde está ella ahora, sino del sur. Ullah abre los ojos y sonríe. Y entonces, rotando las alas, cesa bruscamente de planear y mira hacia abajo, en dirección al Ksir, más allá de las nubes que se desplazan con lentitud a sus pies.
Sus pupilas de águila cazadora se dilatan, se contraen y, mirando en todas direcciones a increíble velocidad, buscan un objetivo. En poco más de tres segundos ya lo tiene localizado. La visión de los anzuds es perfecta y capta las cosas a decenas de kilómetros de distancia, aunque éstas se encuentren en el agua.
De la misma forma que un competidor olímpico saltaría desde un trampolín, Ullah reconduce su vuelo y cae en picado de cabeza al mar. Un par de aleteos la ayudan a conseguir más velocidad. En pocos segundos atraviesa las nubes y se dirige al agua tan rápidamente que, aunque alguien la estuviera mirando, vería poca cosa más que una mancha borrosa precipitándose desde el cielo. Y en un momento llega al nivel del mar, justo a tiempo de plegar las alas a la espalda y estirar los brazos, con las zarpas preparadas para atrapar a su presa.
La entrada en el río es limpia y perfecta. Tan sólo las ondas concéntricas que se observan en el agua, tranquila como una balsa de aceite, son la prueba de que Ullah se ha zambullido a gran velocidad en el Ksir. La captura de la presa se produce de forma rápida y con precisión quirúrgica: la trayectoria submarina de la anzud la conduce indefectiblemente a colocarse encima de su objetivo; lo coge con firmeza con las zarpas y, rotando el cuerpo y desplegando las alas, cambia de dirección y sale del agua.
Lo hace de forma escandalosa, no tan sólo por la explosión de agua que se genera al salir volando de dentro del mar, sino también porque suelta desde lo alto a su víctima, que vuelve a caer al Ksir haciendo un gran ¡patachap! Unos segundos después, justo en el punto donde ha caído, aparece la cabeza de Zuk.
—Ullah, sinceramente… No le veo la gracia.
Ella no es capaz de replicar, quizás porque no encuentra las palabras justas, pero sobre todo porque se está partiendo de risa mientras se mantiene a cierta altura batiendo las alas, ahora mojadas.
—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Zuuuuk! Deberías ver la cara que has puesto cuando te he atrapado… No te lo esperabas, ¿verdad? —grita Ullah riendo con ganas.
—¡Oh, no…! En absoluto. Sobre todo porque ya me lo has hecho cuatro veces desde que estamos buscando a Nirgal. Además, siempre esperas a que esté concentrado. Te advierto que la próxima vez contraatacaré, ¿de acuerdo? —asegura el consejero kuzubi, capaz de sacar del agua el cuerpo de cintura para arriba moviendo solamente piernas y pies.
El cetro lo lleva sujeto a la espalda, como si se tratara de una espada envainada.
—¡Oh! Qué miedo… Para poder contraatacar primero tendrás que verme… ¡Y no creo que puedas! ¡Soy la anzud más rápida de las Hursag, amigo mío! —exclama Ullah levantando los brazos y haciendo la señal de victoria con las garras.
—Muy bien, muy bien… Ya veremos… Y ahora dime, ¿por qué me has sacado del agua? ¿O tampoco hay ningún motivo y sólo lo has hecho para demostrar tu extraordinaria habilidad?
—¡Oh! ¡Mira que eres rancio, Zuk! ¡Claro que hay un motivo! He captado algo muy lejano y muy suave, pero creo que puede provenir de Nirgal… —dice Ullah que, aleteando sin cesar, mira a Zuk de hito en hito.
—¿De Nirgal? —pregunta él, desconfiado.
—Bueno, al menos de un ziti o una ziti.
—¿De un ziti? ¿Lo tienes claro?
—Bueno… de una ziti o… de un pingüino. ¡No lo puedo asegurar! Pero he captado algo, ¿vale? —se defiende Ullah, contrariada—. ¡Pero seguro que no proviene de un kuzubi! Y considerando que no tenemos nada más, ¡ya es mucho!
—De acuerdo, de acuerdo… No te pongas así… Iremos a investigar, pues —propone Zuk, y alza los hombros en señal de resignación—. ¿Y en qué dirección está la fantástica pista?
—¡Hacia el sur-sudeste! En dirección al centro del Ksir. Podríamos hacer escala en Illuru.
—Vamos hacia allá… ¡Sur-sudeste! Próxima parada… ¡Illuru!
Y, dicho esto, Zuk se da un fuerte impulso con las piernas, propulsa el cuerpo fuera del agua, da una vuelta de 180 grados en el aire y vuelve a zambullirse de cabeza en el mar. Ullah observa cómo Zuk, ahora una mancha bajo el agua, se aleja a gran velocidad en la nueva dirección.
—Me encanta cuando haces esto —piensa en voz alta—. Pero llegas a ser tan rancio…
Bajo las aguas del Ksir todo es mucho más tranquilo que fuera, y la sensación de tiempo y espacio desaparecen porque, sin ver a Utu ni a Kili, resulta difícil calcular la hora; tan sólo se sabe si es de día gracias a la luz translúcida que llega de la superficie. Pero lo más difícil de todo es ubicarse, pues, aunque las aguas del Ksir sean muy transparentes, un kuzubi no consigue ver más allá de un centenar de metros, y eso en el mejor de los casos.
Es normal que en las largas travesías los kuzubis no permanezcan sumergidos todo el viaje, sino que intercalen los periodos de inmersión con ratos en los que naden por la superficie. De esta forma se pueden guiar por las estrellas, las islas u otros elementos del exterior.
Pero éste no es el caso de Zuk. Y es que él es un kuzubi muy especial, porque no sólo es el Gran Consejero del rey Kuzu, sino que también es el mejor explorador que nunca ha habido a lo largo y ancho del Ksir. De hecho, es el único de su raza que ha logrado recorrer el perímetro de ese inmenso mar, sin salir ni una vez al exterior, dejándose guiar totalmente por su plano conceptual.
Zuk es de los pocos kuzubis que sería capaz de dibujar todos los rincones del planeta, gracias a su especial habilidad en ese plano concreto.
En la zona en la que se hallan Ullah y Zuk, la temperatura del mar es relativamente elevada porque están cerca de la costa y, al haber menos profundidad, el agua se calienta más rápido. Pero a medida que el kuzubi se dirige hacia el centro del mar, la temperatura del agua desciende, del mismo modo que sucede cuanto más te sumerges en las profundidades.
Ahora bien, ese descenso de la temperatura se detiene en el momento en que se ha recorrido la mitad del camino y te aproximas al centro del Ksir, pues ahí el agua vuelve a aumentar de temperatura. Eso es así debido a un fenómeno muy singular: resulta que en las antípodas del Ksir, es decir, justo en la otra punta del planeta Ki, se halla el gran volcán Risk, cuya fosa de magma está en contacto con el mar.
Llega a ser tan elevada la temperatura en ese lugar que el agua hierve en un radio de varios kilómetros. Contemplando el espectáculo desde la lejanía, parece que la hirviente superficie sea una zona montañosa, puesto que las burbujas adquieren una altura considerable.
Tanto es así que muchos son los científicos kiitas que corroboran la Teoría de la Compensación, elaborada por Galam. Esta teoría, por decirlo de forma comprensible, afirma que el Ksir actúa como regulador térmico y evita que el excesivo calor que produce el volcán acabe con la vida en el planeta. Pero al mismo tiempo el agua que hierve en el centro del mar, a causa de la proximidad del magma del Risk, logra que el clima de Ki sea el adecuado para que se pueda vivir en él. De otro modo, sin la temperatura generada por el volcán, el planeta sería demasiado frío.
Así pues, el mar y el volcán se complementan y, si faltara uno de los dos, no habría vida en Ki.
Pero Zuk está muy lejos aún del centro del mar, pues desde su posición todavía distingue algunos picos de las montañas Hursag. En esa zona el fondo marino es tranquilo y agradable. Illuru se halla a unas cinco horas de viaje y, como todas las ciudades kuzubis, está formada por altas torres de diferentes niveles. En cada una de éstas se han construido grandes plataformas circulares y es en ellas donde hacen vida sus habitantes. Las torres nacen en el fondo del mar y se elevan a centenares de metros de la superficie, de forma que su mitad inferior es submarina y la mitad superior queda al aire libre. Cuando la marea baja, los niveles centrales quedan al descubierto y, cuando sube, desaparecen en el fondo marino.
Los orígenes de estas modernas construcciones hay que buscarlos en las primeras ciudades kuzubis, que se edificaron en zonas de ulals. El ulal es una planta marina, más alta que cualquier árbol existente en Ki; es una clase de alga gigantesca, de gran consistencia y estructura muy simple, ya que se trata de un gran tallo que nace en el fondo del mar y sobrepasa de largo la superficie del agua.
Los primeros kuzubis la utilizaron como mástil y le añadieron plataformas a diversas alturas. Era una forma útil de aprovechar el espacio, y también les permitía localizar las ciudades desde el exterior, dado que la planta se elevaba lo suficiente para construir cuatro o cinco niveles externos.
Con el tiempo las ciudades kuzubis se fueron implantando en zonas donde no crecía el ulal, por lo que se construyeron las torres de forma artificial. Incluso se han llegado a edificar ciudades kuzubis fuera del mar, con torres totalmente exteriores y una base ajardinada. Éste es el caso de Shapla, la capital actual de los kuzubis.
De repente Zuk interrumpe su viaje por las profundidades. Poniéndose en posición vertical, se concentra en las esencias que percibe a lo lejos. No hay duda. Con un movimiento rápido, coge con las dos manos el cetro que lleva a la espalda y sale a la superficie, manteniendo todo el torso fuera del agua.
—¿También tú lo has notado? —pregunta Ullah, que vuela a poca altura.
—¡Claro que sí! ¡Son setenta por lo menos! Pero sólo nos han de preocupar dos de ellos.
—Pero ¿qué son? Percibo rabia y odio, pero nada más. Creo que vienen todos juntos.
—No. No vienen juntos. Vienen en dos grupos. Uno sigue al otro y van a ritmo de crucero. Seguramente en dos barcos.
—¿Barcos? Quieres decir que son…
—Sí, Ullah… ¡Piratas!