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Usumgal entra en acción

Un rayo de luz cruza la sala y un musdagur cae muerto.

—¡Siguiente! —grita Usumgal, sentado en su trono con cara de aburrimiento.

—Señor… No hay más audiencias previstas para hoy —informa a su espalda el propietario de una afilada lengua bífida.

—De acuerdo Kurgo. Nos vamos. Tenemos mucho trabajo y muy poco tiempo que perder; lo sabes de sobra —afirma el señor de Zapp, y se dispone a levantarse del trono.

Musnin, su mujer, entra en la sala. Al ver el cadáver, se asusta y chilla, y se tapa la boca con las manos.

—Y ahora, ¿qué rayos quieres, tú? —suelta Usumgal dejándose caer de nuevo en su poltrona, fastidiado.

—¿Quién…? ¿Quién es éste? —pregunta ella señalando con miedo el cadáver que está tieso en el suelo de la sala.

—Nada, uno que se ha mareado y le ha dado una lipotimia. ¿A ti que te importa? Vamos, di rápido, ¿qué haces aquí y qué quieres?

El cadáver es de Sukkal, el representante escogido por el pueblo musdagur para pedir a su señor agua potable para los ciudadanos. Desde hace más de dos meses, el agua que llega a la región es cada vez más y más turbia e indigesta.

—Yo quería… Yo quería… —tartamudea Musnin sin dejar de mirar el cadáver con temor—. Quería saber si puedo salir a dar una vuelta. Empiezo a sentir claustrofobia después de estar aquí encerrada tantos días y…

—¡Haz lo que te salga de las narices! —le espeta el señor de Zapp al tiempo que se levanta otra vez para irse.

Pero entonces entra Raknud, el jefe del ejército, y Usumgal, con otro gruñido, se deja caer de nuevo en el trono.

—Y ahora, ¿qué pasa? —se queja, a punto de perder del todo la poca paciencia que lo caracteriza.

—Señor, noticias de la unidad destacada en Kibala. Todo está en orden. Ya se ha establecido el bloqueo telepático en la región y podemos seguir adelante según el plan establecido —informa Raknud cuadrándose ante Usumgal.

—¡Oh! Vaya por donde… ¡Al fin viene alguien con buenas noticias! Qué grata novedad… —suelta Usumgal, sarcástico—. Muy bien, sigue informándome de cada nuevo movimiento. Ya puedes retirarte… ¡Ah! Y haz que vengan a limpiar esto —ordena señalando con desprecio evidente el cadáver.

—Sí, señor —el jefe del ejército saluda y se retira.

—¡Vámonos de una vez, Kurgo! —grita Usumgal a su viejo consejero levantándose finalmente del trono.

—Pero entonces… ¿Crees que puedo salir de paseo por el pueblo o no, Usumgal? —pregunta con timidez Musnin, que se ha quedado en la sala olvidada de todos.

—¡Maldición! ¿Todavía estás aquí? —gruñe él, mientras baja los peldaños del trono y salta por encima del cadáver del pobre Sukkal—. Ya te he dicho que hagas lo que te venga en gana —pasa de largo sin siquiera mirarla y se va de la sala, seguido de su consejero.

Ella se queda allá, de pie, contemplando el cadáver con cara de pena y asco y, cuando se da cuenta de que está sola con el muerto, tiene un escalofrío y sale corriendo.

En silencio y a paso ligero, los dos viejos musdagurs atraviesan varios corredores de la fortaleza hasta llegar a una sala cerrada. Usumgal mete una mano debajo de la túnica, saca una llave de un manojo que le cuelga del cuello, y abre la puerta. Vuelve a guardar la llave y entra seguido de Kurgo. La sala es circular, de ventanas pequeñas desde las que se ve gran parte de Zapp; el único mobiliario del aposento consiste en una mesa llena de mapas y maquetas, y un montón de sillas alrededor.

Usumgal va hasta la mesa y despliega un gran mapa enrollado. Es un plano detallado de Ereshkigal, el hemisferio sur de Ki.

—La tercera unidad ha llegado a las afueras de Boma y las dos primeras están ya en las Agaam —reflexiona el señor de Zapp—. Todos los informes corroboran lo que sospechábamos: los sutums son vulnerables. Aun cuando Laima recuperó el poder, ha dedicado estúpidamente sus esfuerzos a reconstruir las infraestructuras destruidas durante la Guerra de los Reptiles.

—Señor… No sé si atacar precisamente ahora a los sutums es lo más aconsejable… —apunta Kurgo con cierta timidez—. Una guerra abierta y directa, aunque ellos estén en inferioridad de condiciones y nosotros consigamos ganar, causará muchas bajas en nuestro ejército, debilitado ya por…

—¿Por la batalla del valle del Oráculo? —termina Usumgal la frase—. ¿Por aquella desastrosa derrota que sufrimos porque tú, inepto consejero, me sugeriste que enviara allí mis ejércitos?

—Señor, entonces no podíamos…

—Ya hace una semana que la maldita Ishtar pasó las pruebas, venció a nuestro ejército y consiguió coronarse reina de Kigal —brama Usumgal, rabioso—. Además, desde entonces no sabemos nada de Kisib —se sienta en una silla y añade—: Y para remate, las revueltas populares van en aumento desde que se ha filtrado la información de que en el castillo tenemos agua potable. ¿Y todo lo que me puedes decir, inepto consejero, es que te parece una mala idea atacar a una raza indefensa para hacernos con su territorio?

Mientras habla, Usumgal mira fijamente a los grandes ojos vidriosos de pupilas verticales de Kurgo, que sigue de pie ante él, inmóvil y silencioso.

—Dame una razón para no matarte ahora mismo. —Y lo apunta con el cetro, que empieza a iluminarse peligrosamente—. Dame una razón para no eliminarte, consejero inepto e inútil, que me aconsejaste enviar las tropas al valle del Oráculo; a ti, que me dijiste que era necesario asociarse con los estúpidos urgugs —lo acusa Usumgal, cada vez más furioso—. ¡A ti, que eres la principal causa de todos mis problemas!

—Nirgal está muerta, señor —responde Kurgo, atemorizado, y aprieta los puños con fuerza, jugando esa carta a la desesperada.

El cetro va dejando de brillar.

—Nirgal está muerta —repite Usumgal, y baja el cetro poco a poco—. Sí… Decididamente, me gusta cómo suena… Nirgal está muerta. —Tuerce la boca al esbozar una sonrisa maligna—. Es cierto. Casi me había olvidado de ello.

—Sí, señor —se anima el consejero—. La mataron cuando vos lo ordenasteis. La vieja ya no nos estorbará nunca más. Y sin ella, la pequeña Ishtar es tan sólo una marioneta en manos de Nakki, un consejero viejo y previsible.

—Oh, no más viejo que tú mismo, Kurgo —asegura Usumgal contemplando con fijeza su cetro—. Ni se te ocurra subestimar al viejo zorro ziti. Es listo como el hambre. ¡Y mucho! Pero aun así, él no es Nirgal. Y, efectivamente, Ishtar puede haber llegado a ser reina, pero es joven y poco experta, y esto juega a nuestro favor.

—¡Esto quería decir yo, señor! —dice Kurgo, algo más envalentonado.

Usumgal se levanta de la silla y vuelve a mirar los mapas desplegados ante él.

—Esta vez lo haremos a mi manera. Dentro de dos semanas atacaremos y conquistaremos Boma. La cúpula que rodea Ereshkigal está por allí mucho menos sucia, llega más luz; además, el agua es mínimamente potable. Cuando la ciudad sea nuestra, ordenaremos que buena parte de la población de Zapp se traslade a ella. De esta forma consolidaremos nuestro poder en todo el hemisferio y podré olvidarme de las revueltas populares. Los sutums que me rindan pleitesía y paguen los nuevos impuestos que implantaremos se podrán quedar. El resto morirá. Así incrementaremos nuestro ejército para encarar la operación Kadingir. Y esto me recuerda… ¿Cómo van las investigaciones?

—Señor… Veréis… Últimamente nuestros científicos no han adelantado demasiado. Nuestro infiltrado ha tenido dificultades para acceder a la información. Desde que los urgugs pasaron a la Tierra y los zitis descubrieron que no eran los únicos que utilizaban los portales, han reforzado en extremo la seguridad de sus laboratorios. Es casi imposible entrar en…

—¡No me importa nada todo eso! ¡No quiero perder mi valioso tiempo escuchando excusas de mal pagador porque ya tengo suficientes dolores de cabeza! Mira, Kurgo, cuando lleguemos a dominar el hemisferio sur quiero tener pleno acceso a la tecnología Kadingir. Soluciona este tema y demuéstrame que eres de alguna utilidad, o te aseguro que ni el feliz recuerdo de Nirgal muerta te salvará de mi justa ira. Y ahora, retírate.

—Sí, señor —contesta el viejo consejero, que agacha la cabeza y sale de la estancia.

Kurgo avanza por el corredor hasta llegar a la escalera de acceso a los pisos superiores. Desde la batalla del valle del Oráculo, cojea de una pierna y se ayuda de su cetro para andar. Dos pisos más arriba atraviesa un pasillo y entra en otra sala; es austera, silenciosa y está prácticamente vacía. El único objeto a la vista es un gran cojín en el centro de la estancia. Kurgo se sienta en posición de flor de loto y cierra los ojos. En primer lugar se concentra en el nombre de una persona, después en su imagen, hasta tenerla bien clara y definida, y finalmente en su esencia. ¡Ya la tiene!

—¿Me recibes?

—¡Kurgo! ¿Por qué te comunicas ahora conmigo? ¡Pueden detectar esta transmisión! Y sabes que es muy peligroso que…

—Calla y escucha. Usumgal quiere más información. Y la quiere ya. Debes conseguir los planos de los alteradores.

—Sabes perfectamente que hago todo lo que puedo, pero ahora es casi imposible. Desde que vuestros queridos urgugs se dejaron ver en la Tierra, han reforzado la seguridad en Zink. Hasta ahora os he ido enviando toda la información que he podido e incluso he robado alteradores para…

—¡Escúchame te digo! ¡No quiero excusas! Ni una sola. Consigue los planos de los alteradores. Dispones de siete días. Si no lo has hecho en ese plazo, te delataremos a los tuyos. Y no creo que tengan lugar en Zink, ni en el resto de Ki… para un ziti traidor.