Uf! ¡Qué asco! ¿Verdura otra vez, Nakki? —dice Galam mientras marea con el tenedor el contenido de su plato pasándolo de un lado al otro, como si esperara que esa sutil maniobra hiciera desaparecer el udusar por combustión espontánea.
—Exactamente. Una dieta equilibrada es vital para el buen funcionamiento del organismo. ¡Y muy rica que está! —responde el Gran Consejero mientras corta un trozo de la extraña verdura azul y se lleva el tenedor a la boca, con el protocolo adecuado a su cargo—. Debes saber que el udusar es una verdura de excelentes cualidades, que sólo se puede encontrar en Zink.
—Nakki, ¡pareces mi madre! —replica Ishtar, mirando su plato con cierto desconsuelo, al tiempo que esconde un trozo de verdura en el bolsillo del chaleco—. Y yo que había llegado a creer que en este planeta comería cosas buenas… ¡Y me dais verdura azul! ¡Quién lo iba a pensar! Estoy convencida de que esto forma parte de un complot interplanetario que pretende amargar la existencia a los niños y las niñas de todos los universos.
Los tres están en el comedor del castillo de Sata. Se trata de una gran sala en la que hay una mesa central larguísima, con capacidad para más de cincuenta personas, aunque ahora tan sólo la usan ellos ocupando un extremo. Columnas y arcos de piedra dan distinción a la estancia y grandes ventanales de forma oval dejan entrar la luz de Utu del mediodía. Fuera, en la plaza del castillo, los últimos comerciantes están terminando de desmontar los tenderetes del mercado semanal y se preparan para volver a casa.
—Hoy vendrá Nimur, ¿verdad? —pregunta Ishtar masticando una dura porción de udusar.
—No hables con la boca llena, Ishtar. Pues sí, debería ser así, pero no sabemos a ciencia cierta cuando llegará. Nos avisará cuando esté en Shapla, pero como viaja en kushu, ya sabes que no es muy fiable el cálculo del tiempo que puede necesitar.
—¡Oh, viajando en un animal de ésos no es fiable ni que consiga llegar! —dice Galam recordando su último viaje en tortuga gigante.
—¡Pero, Galam! ¡Si todos sabemos que te encanta ir en kushu! —se ríe Ishtar.
—¡Vaya… no me digas! ¡Tengo unas ganas locas de volver a cabalgar en una tortuga tonta!
—¡Oh! No sé tú, ¡pero yo sí tengo ganas de volver a entrar en acción! Llevamos una semana aquí encerrados a cal y canto, entrenando noche y día, ¡y no he subido ni un nivel en ningún plano!
Realmente es así. Ishtar lleva una semana entera encerrada en el castillo de Sata con Nakki, el Gran Consejero, y Galam, una de las mentes más brillantes (y despistadas) de Kigal y todo Ki. Hace apenas siete días que se proclamó reina en el balcón del castillo delante de todos los ciudadanos. Aquel mismo día el equipo que la ayudó a heredar el trono se dispersó, porque cada uno de los cinco integrantes tenía una misión, asignada personalmente por Nakki. Misiones que ni siquiera la misma Ishtar conoce.
—Ishtar —insiste Nakki, severo como siempre—, no hables con la boca llena. Además, debes entender que tu presencia en el castillo es absolutamente necesaria durante los días posteriores a la toma de posesión del trono. Los ciudadanos deben ver que su reina está aquí y forma parte de la normalidad. Cuando llegue Nimur, podremos irnos a Shapla.
—¿Ah, sí? ¿Volveremos a Shapla? Ostras, no me habías dicho nada, ¿eh, pillín? ¿Y qué haremos allí? ¿Nos bañaremos en el río? ¿Haremos una fogata? ¿Tocaremos la guitarra a la sombra de una de las torres?
—En absoluto. Irás a entrenarte con Kuzu. ¡Y no hables con la boca llena!
—¿Con Kuzuuu? —exclama Ishtar, patitiesa, y al hacer un gesto, el tenedor le va a parar al suelo, igual que la silla, y ella cae de rodillas—. ¡Nooo! ¡Madre mía! ¡Con cualquiera menos con él! Prefiero a un kushu como entrenador. ¡Seguro que es más divertido! ¡Porfa, porfa! —Ishtar se arrastra hasta Nakki y tira de su túnica—. ¡Porfaaa!
—Ishtar, ¡parece mentira que hables así del rey de los kuzubis! ¡Su elevado nivel mental te ayudará a mejorar tus habilidades!
—¡No! —grita ella, echada en el suelo—. ¡Su elevado nivel de ranciedad ayudará a acelerar mi muerte por aburrimiento!
Galam, silencioso hasta el momento, estalla en risas y se atraganta con un trozo de udusar. Los otros dos lo miran e Ishtar, avanzando de rodillas y con las manos en posición de plegaria, se le acerca.
—¡Galam! —exclama—. Galam, tú eres una persona normal en este mundo de locos… ¿Puedes decirle a Nakki que Kuzu es más aburrido que una ostra del Ksir?
—¡Oh, Ishtar! —replica él, volviendo a respirar con tranquilidad—. ¡Yo ya tengo suficientes problemas! ¡Dentro de dos días me voy con Golik a Zapp!
—Te lo cambio… ¡Te lo cambio! ¡Yo me voy con Golik y tú con Kuzu! ¡Porfa, porfa! ¡Si te lo pasarás estupendamente en Shapla! ¡Podrás bañarte en el río y tomar chocolate caliente!
—Ishtar, debemos seguir paso a paso el plan de acción que nos marcamos —afirma Nakki, que se levanta de la mesa y se dirige a la puerta—, y todo el mundo tiene adjudicado su papel en él —sujeta el pomo de la puerta y espera unos segundos—. Y ahora, a ver qué noticias traen nuestros informadores —añade, y abre en el instante en que un joven ziti, con la mano ya en alto, se disponía a llamar.
Éste, sorprendido, se cuadra para saludar a Nakki y le entrega un sobre.
—¡Gracias! —dice el Gran Consejero, que coge el sobre y le cierra la puerta en las narices al mensajero.
—Nakki, mira que eres rancio, ¿eh? ¡Pobre chico! Has conseguido que se cague de miedo… —comenta Ishtar sin dejar de mirar la misiva.
El consejero va hacia la mesa mientras rompe el sello de lacre rojo; del interior del sobre saca una carta y la lee rápidamente.
—Nada —dice a los dos espectadores que lo miran expectantes.
—¡Oh, vaya, un día más sin saber nada de la yaya! —se queja Ishtar haciendo pucheros.
—Ishtar, debes entender que el Ksir es mucho más extenso que cualquiera de los océanos de la Tierra. Hay centenares de miles de pequeñas islas, muchas de las cuales ni siquiera constan en los mapas. Aunque todos los kuzubis de Shapla se pusieran a rastrearlas, tardarían años en encontrar la que nos interesa. Y aunque la hallaran, localizar el lugar exacto donde se encuentra o ha sido retenida Nirgal no es tarea fácil, precisamente.
—¡Gracias, Nakki, ahora estoy mucho más tranquila! —afirma Ishtar, irónica.
—De nada. Bien, prosigamos con el entrena…
Pero entonces interrumpe su discurso una figura alada que entra rápidamente por un ventanal y se abalanza contra Galam. Le aterriza encima y lo derriba, con silla incluida, mientras comía su último trozo de udusar.
—¡¡Ullah!! —grita Ishtar, que se levanta de la mesa y corre encantada hacia la anzud—. ¡Ullah, Ullah!
—¡Ishtar! —grita ella también, y deja tranquilo a Galam, que todavía tiene los ojos cerrados y se aferra al tenedor.
Ullah lleva un casco con gafas de aviador, chaqueta de limp, y una pequeña mochila a la espalda.
—¡Ullah! —exclama Galam, que por un instante había pensado que lo atacaba un enemigo inesperado y terrible—. Ullah, ¿se puede saber por qué me pegas estos sustos? ¡Un día de éstos me provocarás un ataque al corazón! Y ya tengo casi trescientos años, ¿eh?
Ella corre a abrazar a Ishtar ignorando al malhumorado Galam.
—¡Ay, Ullah! ¡Te he echado tanto de menos! ¡Vivir aquí, en el castillo con estos dos botarates, es horroroso! Si hubieras tardado mucho más, habría terminado haciendo punto de cruz, como una abuela, y pasado a la historia de Ki como «Ishtar I, la Amargada».
—¡Ja, ja, ja! ¡Te creo, te creo! ¡Los conozco bien a este par de espantajos! Hemos convivido con frecuencia y me ocurre exactamente lo mismo que a ti cuando estoy con ellos… —responde Ullah pasándole con afecto una mano por los cabellos.
La anzud se incorpora y se saca el casco y la mochila, que abre para buscar un pequeño paquete envuelto con tela y atado con un cordel.
—¡Ahí lo tienes, Nakki! —dice lanzándole el paquete al consejero, que lo atrapa con un rápido movimiento.
—Caramba, qué reflejos, ¿eh? —se sorprende Ishtar—. ¡Jamás lo hubiera dicho de ti! ¿Haces aeróbic por las tardes para mantenerte en tan buena forma?
—Gracias, Ullah —contesta él mirando fijamente el paquete, antes de guardárselo en un bolsillo de la túnica.
—Uy, qué misterioso… —cuchichea Ishtar—. ¿Qué es? ¿Qué es? ¿Un anillo de compromiso? ¿Una peli de Pixar? Vamos, vamos, ¡no tengáis secretos para vuestra reina! No serán unas braguitas de chica, ¿verdad?
Por un instante Nakki levanta la cabeza y deja la mirada perdida. A diferencia de semanas atrás, ahora Ishtar sabe perfectamente qué pasa: el Gran Consejero ha recibido comunicación telepática y está en el estado de tránsito que se produce durante la recepción. Unos segundos después vuelve a estar presente entre ellos.
—Ishtar, prepárate porque mañana mismo nos vamos a Shapla; Galam, ve al encuentro de Golik y preparad con urgencia vuestro viaje a Zapp; Ullah, sigue con el plan que ya convinimos.
—¿Ya nos podemos ir? —se sorprende Ishtar—. ¿Sí? ¡Ooooh! ¡Viva, viva! Pero… ¿no debíamos esperar a Nimur? ¿Era él? ¿Era él?
—Exactamente. Ha tenido un grave e imprevisto problema en su reino y ha debido regresar a él con urgencia.
—¿Una urgencia? ¿Que ha pasado? ¿Han atacado los urgugs? —pregunta ella, un poco preocupada.
—No… Parece ser que han adelantado tres días la Fiesta de los Fríjoles y si Nimur no volvía ahora, se perdía el chapuzón popular —contesta muy serio Nakki.
—¡Oh! ¿Es broma?
—Ishtar, yo jamás bromeo. Ahora ya no hace falta que lo esperemos. Mañana seguiremos tu entrenamiento… en Shapla —sentencia el consejero, y se dispone a marcharse de la habitación.
—¡Oye, oye! —exclama la reina viendo que se va sin decir ni adiós—. ¡¡No te vayas tan deprisa!! ¡Hagamos lo de los mosqueteros!
—¿Lo de los mosqueteros? —pregunta Nakki, a punto de salir.
—¡Sí, sí! ¡Debemos juntar nuestras manos y decir aquello de… «Todos para uno y uno para todos» antes de irnos a cumplir nuestra misión crucial! —afirma Ishtar, simulando que maneja una espada, mientras observa el techo triunfalmente.
Cuando vuelve la vista hacia la puerta descubre que su consejero se ha largado de la habitación, ignorándola, y ella se apresura a seguirlo.
—Oye, oye… —insiste Ishtar persiguiéndolo—. ¿Podemos regatear eso del entrenamiento con Kuzu?
—No.
—Vamos, no seas rancio… Sólo un poquito… ¡Un día de entrenamiento y otro para bañarse en el río!
—No.
—¡Dos días de entrenamiento y uno de excursiones por los jardines de Shapla! ¡Ajá! Ésta es una buena oferta, ¿eh?
—No.
—Vamos, Nakki, ¡ten piedad! ¡No aguantaré todos los días con aquel kuzubi soso! ¡Es un amargado y nunca sonríe! ¡Se parece al tío aquel de Psicosis!
Las voces de Ishtar y Nakki se pierden por el fondo del pasillo, y Galam y Ullah se quedan solos en el comedor. Él está apoyado en uno de los grandes ventanales y mira al horizonte, y ella se pone a su lado copiando de forma descarada y evidente su postura.
—¿O sea que regresas a Zapp? —comenta ella.
—Parece que sí.
—La última vez estuviste muy a gusto en aquel pisito.
—Sí, lástima que Usumgal estropeara el bonito recuerdo cuando casi me mata, ¿eh?
—Siempre estás viendo la parte negativa de las cosas… Por cierto, ¿se sabe algo de Nirgal?
—Nada de nada de nada. Los informes son siempre los mismos: «Ningún rastro de Nirgal, proseguimos la búsqueda». Es desesperante, sobre todo para la pobre Ishtar.
—¿Crees realmente que fue ella quien organizó la revuelta y escribió aquella carta?
—Si debo decirte la verdad, no estoy muy seguro de ello… Pero en caso de que esté libre, ¿por qué no viene aquí para estar con su nieta? ¿Por qué no se deja ver? Y, si sigue cautiva, ¿quien organizó realmente la revuelta en Zapp? Y ¿por qué era necesario falsificar una carta poniéndola a su nombre? —plantea el sabio.
—Bueno… Es que con Nirgal… —empieza a decir ella.
—… nunca se sabe —acaba él la frase.
Y los dos fijan la mirada en el horizonte, donde se distinguen el río Sata y la muralla. Y, más allá todavía, las Hursag, las montañas que rodean el hemisferio, ahora bañadas por Utu, el sol mayor de Ki.
El mismo Utu que ilumina la cadena de montañas luce en una playa, lejana y desierta, en la que dos personas lo están tomando, muy relajadas.
—¿Verdad que es guapa esta jovencita? —pregunta ella mientras señala la fotografía de Noticias de Zink en la que aparece Ishtar saludando a la multitud.
—Bien, podríamos decir que es tal como la genética ha dictado que sea —responde él, que bebe un zumo de clópidos servido en vaso alto adornado con el correspondiente parasol—. Y, por cierto, te has dado cuenta de que se parece mucho a…
—Sí, sí… Ya lo sé.
Los dos personajes están tumbados en unas hamacas, disfrutando del sol y el buen tiempo desde su privilegiada posición. Ella, en bikini y con gafas oscuras, sigue hojeando el periódico; él, vestido con colores chillones, capa y turbante, sigue degustando con deleite su refresco.
—Y ahora, ¿qué piensas hacer? —pregunta él.
—De momento, bañarme. Utu me está tostando demasiado la piel. No entiendo cómo tú puedes ir tan tapado —responde ella.
—Me refiero a Ishtar. ¿Qué piensas hacer con ella?
—¡Oh! ¿Con Ishtar? Todo a su debido tiempo, amigo mío… Todo a su debido tiempo.
—Bien… El tiempo no existe aquí, ya lo sabes… es sólo un invento. Cada instante aparece y desaparece de la nada. Somos nosotros los que tomamos esta yuxtaposición de instantes efímeros y la confundimos con un flujo llamado tiempo. Pero, insisto, el tiempo no existe.
—¡Oh! Claro, claro… se me había olvidado —comenta ella, de agradables facciones, esbozando una pícara sonrisa.