Reflexiones finales

[1] Este cálculo se basa en datos propios sobre las provincias de Sevilla, Huelva y Badajoz, y en las investigaciones de José María García Márquez para Sevilla y las de Fernando Romero Romero para Cádiz. Curiosamente parece que estamos condenados a no saber nunca el coste en vidas de nuestras contra-revoluciones. En el número 21 de la Historia de España de Historia 16-Temas de Hoy (1996), titulado «Fernando VII. Un reinado polémico», afirma su autor, Rafael Sánchez Mantero, que «la cuestión de la represión de las autoridades absolutistas sobre los liberales ha sido objeto de alguna controversia entre los historiadores, más que por el hecho de reconocer, o no, que hubo represión —pues nadie podría negar que la represión existió— por la naturaleza y extensión de ésta». Si no sabemos cuantas víctimas causaron los vencedores de la última guerra civil, ¿cómo vamos a saber las habidas en tiempos de Fernando VII? <<

[2] Todas estas consideraciones proceden de la «Memoria del Fiscal del Ejército de Ocupación», elaborado por Felipe Acedo Colunga a finales de 1938 después de dos años de experiencia en el cargo. Según se lee en Justicia en guerra (I. Berdugo, J. Cuesta, M. D. de la Calle y M. Lanero: «El Ministerio de Justicia en la España Nacional», p. 253), la «Memoria» de Acedo Colunga fue utilizada por F. Stampa Irueste en El delito de rebelión militar, Ed. Estudiantes Españoles, Madrid, 1945. No he localizado otras referencias. Sería conveniente que quienes creen que a los militares sublevados les traía sin cuidado el problema de la legitimación —y pienso por ejemplo en Santos Juliá cuando afirma que «los militares no se habían preocupado por elaborar un discurso que legitimara su acción» (véase prólogo a Víctimas de la guerra civil, p. 21)— leyeran documentos como el citado. Claro que para eso haría falta poder acceder a los archivos donde puede hallarse esa clase de documentos y, segundo paso, saber que existen y poder verlos. <<

[3] Estos casos, poco frecuentes, aunque ocurridos a partir de julio de 1936, pasaron por la Justicia Militar ya avanzado 1937. Los dos ejemplos citados pertenecen a las causas 123/37 y 687/37. En algunas ocasiones era la propia familia la que escribía a Queipo, caso de la madre del falangista cordobés Pedro Doncel Quintana, procesado junto con otros falangistas y un guardia civil por cometer excesos en la ocupación de Cuevas de San Marcos (Málaga). Aunque no se especificaban los excesos, sí se decía que actuaron en estado de embriaguez, que realizaron actos contrarios a la dignidad militar y que participaron en reyertas entre compañeros. Doncel fue condenado a comienzos de 1938 a cuatro meses de arresto militar cuando ya llevaba quince meses en la prisión de Lucena (Córdoba). María Cristina Rivero Noval, en La ruptura de la paz civil. Represión en La Rioja (1936-1939), Instituto de Estudios Riojanos, Logroño, 1992, menciona el caso de un jefe local de Falange implicado en la desaparición de una persona que vio su caso archivado por intervención directa del Generalísimo Franco, quien «ordenó cesara toda actuación contra el falangista…» (p. 71). <<

[4] Julio Rodríguez-Puértolas, Literatura fascista española, Akal, Madrid 1986, Vol. I, p. 38yss. <<

[5] Javier Herrero, Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Alianza Universidad, Madrid, 1988; José Luis Abellán, Historia crítica del pensamiento español, Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1991; y Javier Jiménez Campo, El fascismo en la crisis de la República, Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 1979, <<

[6] Abogado y fundador de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), consideraba que la coyuntura era propicia para resolver definitivamente mediante un golpe de estado «el problema de España, el problema de la Patria». Decía: «En España, la aniquilación del marxismo es la continuación de la historia nacional, el cumplimiento de una dura y relevante misión histórica a favor de Europa. Y la victoria definitiva del marxismo sería la reafricanización de España, la victoria conjunta de los elementos semitas —judios y moriscos, aristocráticos y plebeyos—, conservados étnica o espiritualmente en la Península y en Europa». Redondo, cuyo guía siempre fue Menéndez Pelayo, no pudo ser más claro a lo largo de la República: «Nosotros somos, asimismo, entusiastas de la revolución social… Y estamos enamorados de cierta saludable violencia…» (1931). «Repetimos una vez más que el porvenir de España es inevitablemente un porvenir de guerra. Se aproxima una situación de violencia absoluta…» (1932). «¡Jóvenes obreros! ¡Jóvenes españoles! ¡Preparad las armas, aficionaros al chasquido de la pistola, acariciad el puñal, haceos inseparables de la estaca vindicativa! La juventud debe ejercitarse en la lucha física, debe amar por sistema la violencia y debe decidirse ya a acabar por cualquier medio con las pocas decenas de embaucadores marxistas…» (1933). «Limpiemos el suelo patrio de basura. Restablezcamos la decencia española a golpes» (1934). «La violencia nacional y juvenil es necesaria, es justa, es conveniente» (1934). Todas las citas proceden de José Luis Mínguez Goyanes, Onésimo Redondo. 1905-1936. Precursor Sindicalista, Ed. San Martín, Madrid, 1990, p. 128 y ss. <<

[7] Felipe Acedo Colunga (Olvera, 1906), al que ya hemos visto en funciones de fiscal en varios de los casos tratados, fue nombrado en noviembre de 1936 Fiscal de Ejército de Ocupación. En enero de 1939 realizó una «Memoria», a la que ya se ha aludido, en la que de manera sorprendentemente sincera resumió su larga experiencia y expuso las líneas a seguir en los tiempos que se avecinaban. En ella se basa lo que sigue. Para una visión más detallada de la «Memoria» véase F. Espinosa Maestre, «La Memoria del Fiscal del Ejército de ocupación», en Tiempos de silencio (Actas del IV Encuentro de Investigadores del Franquismo), Valencia, 1999, pp. 34-39. <<

[8] Manuel Ballbé, en el trabajo ya citado, establece sin embargo las diferencias: «Ambos casos, el alemán y el italiano, presentan la característica de la separación del Ejército respecto del aparato de represión, aparato que [en el caso español] es el instrumento básico para el mantenimiento del Régimen. Esta característica se extiende hasta el ámbito jurisdiccional, pues [en Alemania e Italia] los tribunales de represión no son militares ni aplican la legislación penal castrense» (p. 432). <<

[9] Neumann, Bahecmoth…, p. 502. <<

[10] Francisco Tomás y Valiente, La tortura en España, Ariel, Barcelona, 1973, p. 105 y ss. <<

[11] La reedición de las Cartas de conciencia, por ejemplo, se hizo en 1904 a cargo de Diego de Valencina y de Juan F. Muñoz Pabón. Cada parroquia tenía su novena. Algunos de los originales que se utilizaban para las reediciones pertenecían a Antonio Collantes de Terán, pariente lejano de fray Diego de Cádiz. <<

[12] Un trabajo lleno de sugerencias en este sentido es el de Josep Fontana, Aturar el temps. La segona restaurado espanyola, 1823-1834, Crítica, Barcelona, 2005, sobre todo en los capítulos 4 y 5, dedicados respectivamente a la violencia y represión y a los apostólicos. <<

[13] Véase Antonio Agúndez Fernández, «El poder judicial y los jueces en la guerra civil de 1936-1939. Aproximación histórica», en AA. VV., Justicia en Guerra. Jornadas sobre la administración de la justicia durante la guerra civil española: instituciones y fuentes documentales (Salamanca, 1987), Ministerio de Cultura, Madrid, 1990, p. 407 y ss. La Comisión estuvo formada por veintidós personas y en el dictamen que emitió el 15 de febrero de 1939 se podía leer que «el glorioso Alzamiento nacional no puede ser calificado, en ningún caso, de rebeldía». <<

[14] Un ejemplo significativo, investigado por Fernando Romero Romero es el del cabo de Asalto Cesáreo López Corredera, juzgado en Consejo de Guerra en Cádiz por su participación en la defensa del Gobierno Civil. Como era habitual, el defensor hizo su papel pidiendo la absolución y el fiscal el suyo solicitando treinta años por adhesión a la rebelión, disparate rematado por los miembros del Tribunal, que decidieron superar la petición del fiscal y dictar condena de muerte. <<

[15] J. Herrero, Los orígenes…, p. 395. <<

[16] Manuel Goded, Un faccioso cien por cien, Talleres Editoriales Heraldo, Zaragoza, 1938, p. 56. <<

[17] Antonio Bahamonde recuerda repetidas veces en su obra cómo parte de su trabajo consistía en ir contando por donde pasaba que había ocurrido tal o cual barbaridad en cualquier provincia distante. Pondré un ejemplo que bien pudo conocer Bahamonde. Por Badajoz circuló que en Málaga un falangista detenido quedó sorprendido un día por la apetecible comida que le llevaron. Cuando acabó el segundo plato, un hígado en salsa, escuchó que le decían: «Buena comida, te habrá gustado…». Extrañado del tono socarrón, preguntó que a qué se debía tanta atención. Entonces le dijeron que acababa de comerse el hígado de su hija, asesinada esa misma mañana. Esta historia se contaba todavía en los años sesenta para ilustrar cómo eran los rojos y qué pasó en la guerra. Otra historia mucho más extendida, y que anda detrás de la desaparición de muchos maestros es la del niño al que se encierra en un cuarto diciéndole que pida a Dios que le permita salir de allí; pasado un rato, y sin que lógicamente nada ocurriera, se le volvía a decir al niño que ahora se lo pidiera al maestro/a, quien de manera solícita le permitía salir. La moraleja está clara. Desde Moguer, Burgos Mazo, viviendo en una de las zonas más afectadas por la represión, escribía: «En seiscientos mil se calcula el número de personas asesinadas por ellos… ¡Y qué asesinatos! Gran parte de ellos han sido precedidos de los tormentos más crueles que a la exquisita maldad de los mayores tiranos no se les ocurrió jamás» (Memorias, Tomo I, cap. VIII, p. 199, Casa Museo Juan Ramón, Moguer). El otro medio fue la prensa, donde podía leerse: «Cuenta un evadido de Valencia que hasta mediados de octubre iban fusiladas 15 000 personas» (FE, 9-XII-36); y a su lado: «En un avión ruso derribado fue capturado el militar ruso Wolkoff, que declaró haber venido porque le pagaban quinientos dólares mensuales. La escuadrilla a que fue destinado la mandaba un oficial francés y su bombardero es búlgaro» (FE, 9-XII-36), o «La madre de Stalin desterrada a Siberia por creyente» (FE, 25-V-37). También Bahamonde cuenta en su obra cómo dos señoras de las que volvieron de la frustrada expedición del Requeté a Madrid le aseguraron haber visto dos tinajas llenas de ojos arrancados a personas de derechas. <<

[18] Eduardo Domínguez Lobato, Cien capítulos de retaguardia (Alrededor de un diario), García del Toro Editor, Madrid, 1973, p. 200. En las memorias de Bahamonde se narra una de las historias más esperpénticas a que dio lugar el fanatismo religioso. A finales de noviembre de 1936, convencida toda Sevilla de la inminente caída de Madrid por las constantes exageraciones de la prensa, decidió el Requeté enviar a la capital una comitiva compuesta de militantes, «margaritas», pelayos, curas y hasta varios carpinteros al cuidado de un gran altar completo, con idea de celebrar una misa en la Puerta del Sol en cuanto se tomara la ciudad. El final fue muy distinto. Al no poder pasar de la línea del frente, al cabo de los dos meses la expedición acabó agotada y deshecha, sin comida, sin altar y con los vehículos incautados, teniendo que regresar a Sevilla cada uno como pudo. Ya antes, a principios de diciembre, la prensa se olvidó repentinamente de la caída de Madrid. <<

[19] Citado por Ronald Fraser en Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Crítica, Barcelona, 1979, Vol. I, p. 209. <<

[20] Sobre la mutua entrega entre la Iglesia y el fascismo español en torno a la «cruzada», palabra que como hemos visto latía desde antes del golpe en el bloque antirrepublicano y que fue recogida por el arzobispo de Zaragoza el 26 de agosto de 1936 y cinco días después por el obispo de Santiago en una circular, y concretamente sobre la utilización de santa Teresa, cuyo brazo llegó a recibir honores militares de capitán general en la Plaza Mayor de Madrid en septiembre de 1962, sigue siendo de obligada consulta el sugerente trabajo de Giuliana di Febo, La Santa de la Raza, Icaria, Barcelona, 1988. <<

[21] Juan Ortiz Villalba, Sevilla, 1936…, p. 155. Véase también S. J. Bernabé Copado, Con la columna Redondo. Combates y conquistas. Crónica de guerra, s. n., Sevilla, 1937, p. 162. Contreras aparece en la conocida fotografía —en portada en el trabajo de Juan Ortiz Villalba— en la que Queipo de Llano arenga a las fuerzas de Castejón en la acera del Hotel Alfonso XIII. En dicha foto, tomada por Serrano el día 2 de agosto, aparecen de izquierda a, derecha: un legionario, José Cuesta Monereo, Antonio Castejón Espinosa, Fernando Contreras Pérez de Herrasti (de blanco), Pedro Parias González, Gonzalo Queipo de Llano, César López-Guerrero Portocarrero (en esta toma sólo se aprecia su gorra tras el general) y Manuel Díaz Criado. En la página 212 del tomo XI de la Historia de la Cruzada (Madrid, 1941) pueden observarse dos tomas diferentes del mismo acto, en las que puede verse mejor a Contreras y a López-Guerrero, el ayudante de Queipo, inconfundible con las gafas negras. <<

[22] Interpretaciones aparte, da la sensación de que ese debate iniciado por Linz nació de la obsesión por encontrar una palabra distinta a la de fascismo. En este sentido puede ser interesante saber que realmente esa empresa fue iniciada por la Iglesia antes de la caída de los fascismos. Según Southworth, fue la Iglesia católica, mucho antes que Hannah Arendt, la que al no querer condenar el fenómeno fascista se decidió por el término totalitarismo con la oculta (y jesuítica) intención de desviar la atención hacia los países que se niegan a compartir el poder con la Iglesia. De esta forma, para la Iglesia, ni Italia ni España (ni ella misma) eran fascistas. Véase H. R. Southworth, «La Falange, un análisis de la herencia fascista española», en P. Preston, España en crisis, FCE, México, 1978, p. 56. Con el termino «autoritarismo» aplicado al régimen franquista, y suponiendo que los fascismos desaparecieran con la conclusión de la guerra mundial, se intentó crear un nuevo espacio —espacio católico y capitalista— entre los sistemas democráticos y los llamados totalitarismos, entendiendo por tales los países comunistas. Dos trabajos de gran interés sobre dicha controversia, que ya está un poco pasada, son las respectivas introducciones a El pasado oculto, de Julián Casanova Ruiz, obra ya citada, y a Cruzados y camisas azules. Los orígenes del franquismo en Aragón, 1936-1945, Universidad de Zaragoza, 1997, de Ángela Cenarro Lagunas. <<

[23] Véase Stanley Payne, El fascismo, Alianza, Madrid, 1982, p. 143, y Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español, Planeta, Barcelona, 1997, p. 701 y ss. Más recientemente véase «¿Franquismo o fascismo?», en La Aventura de la Historia, n.º 16, pp. 14-20, Payne afirma que la «desfascistización» comenzó en 1943 con la caída de Mussolini. <<

[24] Javier Tusell, Franco en la guerra civil. Una biografía política, Tusquets, Barcelona, 1992, p. 329. <<

[25] Ibid., sobre Queipo ver página 40 y ss. <<

[26] Los golpistas siempre tienden a justificar su acción en razón a la situación caótica existente, situación en la que resulta harto complicado separar los conflictos reales de los provocados por los que desean dar el golpe. Habiendo sido testigos de un acontecimiento como el golpe del 23 de febrero de 1981, surge inevitablemente una cuestión. Si el golpe hubiera triunfado habría resultado muy fácil a los golpistas justificarlo a posteriori. Desde la óptica de éstos, en el tiempo que va de la muerte de Franco a la descomposición de la UCD habría motivos sobrados para interrumpir violentamente el proceso democrático. Sin embargo, lo que pudo ser el ciclo histórico que confirmase la supuesta «incapacidad de los españoles para convivir en democracia» ha acabado por convertirse en el «ciclo modélico» que la restauró. ¿Y qué decir de la España de los años treinta? ¿No era acaso toda Europa la que se debatía en una inmensa crisis que concluyó en la peor de todas las guerras? ¿Cree alguien a estas alturas que España, o dentro de ella Sevilla o Cádiz, eran sucursales del «bolchevismo soviético»? Ni en Sevilla ni en Cádiz, ni en España toda existía situación prerrevolucionaria alguna. Eran otros los que al negarles el triunfo en las urnas preparaban su «revolución». En última instancia: ¡cuántas verdades a medias, cuántas mentiras y cuántas ocultaciones son necesarias para justificar un golpe de estado! Y no digamos cuánto más, al cabo del tiempo, restaurar la verdad. <<

[27] El País de 19 de junio de 1999 informa precisamente de que Franco libró de la muerte a un socialista llamado Rubén Marichal después de que un pariente de éste, llamado Alvaro Rodríguez López, le regalara 174 000 metros cuadrados que poco después se convirtieron en el Campamento Militar de Hoya Fría (Santa Cruz de Tenerife). <<

[28] El discurso de Javier Tusell tenía un precedente. En junio de 1986, con motivo de la aparición del libro de Ian Gibson sobre las charlas de Queipo, apareció en el ABC de Sevilla un artículo titulado «Un Queipo de Llano incomprensible» firmado por Genoveva García Queipo de Llano. Ya allí puede leerse que «sus charlas sólo pueden entenderse en el ambiente de una guerra civil, en una ciudad muy izquierdista y en una situación militar precaria. Por supuesto tienen un perfecto parangón con lo que sucedía en el otro lado y de ellas ha de descontarse lo que tenían de puro bluff para aterrorizar al adversario; también hay que descontar las informaciones erróneas, perfectamente lógicas en un contexto como aquél». Luego, respecto a las responsabilidades en el asesinato de Lorca, al defender que «lo más probable es que [el general Queipo] ni supiera quién era Lorca ni se enterara de su situación», añadía que se olvidaba que «también hubo conocidos republicanos que salvaron su vida gracias a Queipo de Llano, como Giménez Fernández» (ABC, 15-06-86, p. 42). No creo que ofrezca mucha duda el hecho de que quien se había arrogado potestad para salvar vidas, por más que siempre se nos diga la misma: la del cedista Manuel Giménez Fernández, la tenía también para lo contrario. Y tan fuera de la Ley estaba el general golpista cuando hacia una cosa como la otra. Por lo demás, al igual que en el caso de Giménez Fernández en Sevilla, carece de lógica alguna que alguien en Granada decidiese acabar con García Lorca sin consultarlo con la cúpula golpista en Sevilla. <<

[29] Tusell retomará la teoría del «desgarro» en AA. VV., En el aire. 75 años de radio en España, Promotora General de Revistas, S. A., Madrid, 1999, donde podía leerse: «El lenguaje desgarrado del primero [Queipo de Llano], sólo comprensible en un período bélico, no tuvo paralelismo en el adversario» (p. 27). Era evidente el deseo de Tusell de hacer comprensible el lenguaje de Queipo, aunque queda por establecer si sería igual de comprensible en una situación de golpe de estado, de forma que igual que alguien debería indicarnos el momento antes referido en que se pasa de la fascistización a la desfascistización, también sería necesario que se nos indicara cuándo lo iniciado el 18 de julio de 1936 deja de ser golpe de estado, acción cada vez más duramente tratada desde la perpectiva historiográfica actual, para pasar a ser perídodo bélico, donde según Tusell ya todo resultaba más comprensible. <<

[30] Gamel Woolsey, El otro reino de la muerte (Málaga, julio, 1936), Ed Ágora, Málaga, 1994, p. 55. Digamos de todas formas que lo que se extrae del testimonio de Cuesta —me refiero a la conferencia citada en la nota 15, cap. 1—, no es que Queipo, enfermo de hígado, no bebiera sino que no debía beber: «En cuantas ocasiones, yo, que no bebo, le quite la copa de la mano, a punto de brindar, por saber el daño que le producía».<<

[31] Paul Preston, Franco. Caudillo de España, Grijalbo, Barcelona, 1993, p. 228. <<

[32] Véase Juan Maestre Alfonso, El libro rojo del presidente Pinochet y Cia, Ed. Akal, Madrid, 1978, y sobre Franco, El libro pardo del general, Ruedo Ibérico, París, 1972. <<

[33] Ian Gibson, Queipo de LLano. Sevilla, verano de 1936, Grijalbo, 1986, p. 85. Otra de las obsesiones favoritas de Queipo era que las mujeres de los rojos olían mal. <<

[34] Se ha reproducido en ocasiones la versión dada por Guillermo Cabanellas en Cuatro generales, Planeta, Barcelona, 1977, p. 55. Según Gibson, que aporta también la versión argentina del texto de Koestler, Cabanellas debió tomarla de éste. Lo cierto es que la versión de Cabanellas es incompleta. He creído, pues, conveniente volver al original de Arthur Koestler, en Spanish testament, Víctor Gollanez, Londres, 1937, p. 31, que es la que aquí se traduce. Arthur Koestler, en representación del periódico inglés News Chronicle y con buenos avales, logró entrevistar a Queipo a finales de agosto de 1936 con el visto bueno del periodista monarco-fascista Luis Bolín Bidwell, quien posteriormente se lo haría pagar tras la caída de Malaga. Koestler fue detenido en esa ciudad el 9 de febrero «al efectuarse un registro del inglés residente en Málaga Sir Peter Charles [sic] Mitchells, conocido por enemigo de España y propagandista rojo». Trasladado a Sevilla se abrió contra él en mayo de 1937 la causa 830/37 del Registro de Causas Especiales, titulada Contra Arturo Koestler por delito de auxilio a la rebelión. Se le procesó como comunista peligroso, judio nacido en Hungría y por dedicarse a desarrollar una leyenda negra contra nuestro país. Cuesta se preocupó cuando tanto el Consulado Inglés en Sevilla como la Asociación de Prensa de Gibraltar mostraron gran interés por la suerte de Koestler, quien finalmente fue puesto en libertad. La causa pasó el 5 de septiembre de 1940 al Juez Capitán Aurelio López Paz para su continuación. <<

Según el Archivo de la Prisión Provincial, Koestler, que tenía entonces treinta y dos años y que dijo residir en la calle Lombaste de París, ingresó por orden directa del comandante Garrigós a las 23.00 horas del 13 de febrero de 1937, permaneciendo incomunicado hasta el 12 de abril, en que se le mantuvo la vigilancia especial por orden del mismo Garrigós. Salió el 12 de mayo. En la causa de ingreso en prisión el funcionario escribió: Excmo. Gral. de la Segunda División.

[35] Todavía hoy predominan potentes corrientes que desde diferentes ámbitos, todos ellos de gran influencia social, divulgan, trivializan e incluso tratan con un punto de nostalgia —con ese toque tan característico de cierta prensa sevillana—, todo lo relativo a aquel golpe de estado y a la dictadura que le siguió. Un buen ejemplo, dada la repercusión que tuvo, fue la exposición fotográfica Sevilla, imágenes de un siglo (1995). En los textos que acompañaban a las fotografías del catálogo, y en el apartado titulado «La era de Queipo» —¿qué era es ésa que dura tres años y se ubica entre «La República» y «El Franquismo»?—, pudimos leer que Queipo fue el encargado «para proceder al pronunciamiento de la División Orgánica con jefatura en Sevilla y que lo logró, con audacia y determinación» (p. 197); o que el día 21 de julio Castejón «neutralizó Triana» y el 22 «redujo el Moscú sevillano» (pp. 198-199). También que: «La violencia, de uno y otro signo, se desató por doquier en una convulsión en la que la vida humana y las propiedades carecieron del más mínimo valor» (p. 199); «Hoy se sabe que el 18 de julio le secundaron más de 300» (p. 202); el cambio de bandera del 15 de agosto «despejó la voluntad de los militares sublevados de reemplazar la República por otro “orden”»(p. 205); Díaz Criado fue «responsable de la “depuradora” represión que aplicaba entonces la autoridad vigente» (p. 205); «Y es que Queipo supo identificarse muy pronto con Sevilla. Quizá su profunda devoción hacia la Virgen de la Esperanza de la Macarena, la “intercesora”, le sirvió para granjearse grandes simpatías entre las gentes» (p. 219); según el catálogo, Queipo fue destituido en julio de 1939 «al enunciar con dureza ciertas verdades». Luego vendrían los tiempos franquistas, «trágicos para unos, fructíferos para otros y quizá inolvidables para todos»(p. 231). <<

En contraposición la República, sin embargo, estuvo «politizada al máximo, con fuertes brotes de anticlericalismo» y se movió «entre la demagogia y los intereses de clase». Sevilla estaba «desasosegada» (p. 154), «bajo la tensión generada por las nuevas circunstancias» (p. 155), «presa de una tensión en aumento» (p. 155), «sujeta a una constante excitación» (p. 168), «perturbada» (p. 171), de «clima político muy radicalizado» (p. 185), o «tensa por los antagonismos políticos» (p. 187). «En este contexto social y político [de “continuo litigio” entre extremos], Sevilla se enfrentó al 18 de julio de 1936» (p. 149).

¿Y la Sevilla posterior al golpe militar? Las secciones de FET-JONS «cobraron en Sevilla un intenso protagonismo e intervenían entusiastas al logro de la “revolución nacionalista” de la España…» (p. 215); Queipo, con la ayuda del Auditor Bohórquez, «intervino en la solución del problema de la vivienda» (p. 217); Sevilla «recuperaba la normalidad en sus costumbres» (p. 225) y retornaba «a sus tradiciones» (p. 226); «era la Sevilla de la satisfacción por la victoria y la paz» (p. 237), «de profunda sensibilidad hacia lo religioso» (p. 238), y en la que las autoridades «afrontaban los problemas ciudadanos con más voluntad que recursos» (p. 243).

[36] Servicio Histórico Militar, A. 18, L. 6, C. 5. El periodista Eduardo Haro Tecglen›que pudo leer una copia taquigrafiada de las charlas originales en la Dirección de Prensa y Radio del Protectorado de España en Marruecos —véase Arde Madrid, Temas de Hoy, Madrid, 2000, p. 163—, asegura que eran nauseabundas. <<

[37] Antonio Bahamonde dejó escrito un durísimo testimonio sobre el trabajo de esos fotógrafos a los que llamó «Hermanos Burgos». Bahamonde conocía las fotografías que utilizaba el Servicio de Propaganda de Queipo en obras como los llamados «Avances del Informe Oficial». Dichas fotografías, caso por ejemplo de las incluidas en el dedicado a «algunos pueblos del mediodía de España», fueron realizadas por Juan José Serrano Gómez. Teniendo en cuenta que Serrano y Ángel Gómez Beades «Gelán» eran hermanastros, ¿no se estaría refiriendo acaso Bahamonde con los «Hermanos Burgos» a Serrano y «Gelán»? <<

[38] Antonio Bahamonde Sánchez de Castro, Un año con Queipo. Memorias de un nacionalista, Ediciones Españolas, Barcelona, 1938, y Edmundo Barbero, El infierno azul (Seis meses en el feudo de Queipo), Talleres Socializados del SUIG (CNT), Madrid, 1937. El libro de Bahamonde, que cogió ya a Díaz Criado muy lejos del poder, debió molestar profundamente a Queipo y su entorno. Por si alguien dudaba de su autenticidad e incluso de la existencia de su autor, éste fue entrevistado por el periodista Carlos Lizandra cuando en diciembre de 1938 pasó por La Habana camino de México (Véase ABC. Doble diario de la guerra civil, fase. 73, p. 18). Entre otras cosas dijo: «Quiero que diga usted que yo sigo siendo un burgués y que mis ideas son muy moderadas. He sido siempre católico y lo sigo siendo a pesar de que mi fe ha sufrido pruebas terribles por los crímenes que he visto cometer en nombre de la religión. Si yo hubiera estado en Madrid y presenciase las muertes de católicos que se atribuyen a las turbas, mi fe se hubiera robustecido, porque siempre serían los enemigos del catolicismo los que las perpetrasen. Pero a un hombre de conciencia le resulta imposible justificar las matanzas organizadas por gentes que practican el asesinato invocando el nombre de Dios». El libro de Antonio Bahamonde ha sido publicado recientemente en Sevilla. Desgraciadamente se ha desaprovechado la ocasión de realizar la edición comentada que el libro requería. <<

[39] Una de estas historias la conocemos por su protagonista, el sargento de Carabineros Alberto Pérez García. Hijo de un coronel de Intendencia sumado a la sublevación en Sevilla, se mantuvo fiel a la República el 18 de julio en su destino de Huelva. Sometido a Consejo de Guerra en marzo de 1937, fue condenado a treinta años de reclusión mayor, pérdida de empleo e inhabilitación absoluta. La realidad, sin embargo, no es tan lisa. Alberto Pérez salvó realmente la vida por varias causas entre las que habría que destacar su relación con Sanjurjo, al que hizo varios favores cuando estaba destinado en la aduana de Rosal de la Frontera y del que conservaba algunas cartas, y, sobre todo, su relación de vecindad desde la infancia con Manuel Díaz Criado en la calle Santa Clara de Sevilla. Enterado éste de que su amigo Alberto iba a ser fusilado como tantos otros militares de ciudades que se mantuvieron fieles a la República, se presentó ante los miembros del Tribunal Militar presidido por el coronel Agustín Gutiérrez de Tovnr y les espetó que si a su amigo le ocurría algo malo, él haría correr la misma suerte a un conocido de cada uno de los miembros del Tribunal. A ninguno de ellos se le ocurrió recurrir a Queipo. Para camuflar el trato de favor, se incluyó en el mismo proceso a otro militar de Huelva que recibió idéntica condena. (Declaración personal de Alberto Pérez García, Huelva, 17 de marzo de 1987, y expediente personal y copia de la sentencia de su Consejo de Guerra, en el Archivo General Militar de Segovia). <<