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EL GOLPE DE QUEIPO Y EL PLAN DE FRANCO
En Extremadura teníamos una confianza enorme en la combatividad de los obreros sevillanos y por eso creíamos que dominarían la situación. El recuerdo de la Sanjurjada nos hacía abrigar esas esperanzas. Pero por desgracia, aquella confianza no tardó en convertirse en una desilusión. Es verdad que los obreros hicieron una resistencia tenaz a los sublevados pero sin armas de poco podía servirles.
OLEGARIO PACHÓN NÚÑEZ,
Recuerdos y consideraciones de los tiempos
heroicos, pp. 32-33.
Franco transporta su ejército
A la semana del golpe militar, el 24 de julio de 1936 —una vez definida la situación general— se constituyó en Burgos la llamada Junta de Defensa Nacional, que afirmaba asumir poderes de estado. La componían los generales de División Miguel Cabanellas Ferrer y Andrés Saliquet Zumeta; los generales de Brigada, Emilio Mola Vidal, Miguel Ponte Manso de Zúñiga y Fidel Dávila Arrondo; y los coroneles de Estado Mayor Federico Montatel Canet y Fernando Moreno Calderón. Ese mismo día esta Junta Militar comunicó los primeros decretos a las comandancias militares sublevadas contra el gobierno legal de la República. En el radiograma original, entre la comunicación de la constitución de la Junta y la exposición de los decretos iniciales, había cuatro líneas tachadas, en las que podía leerse:
Esta Junta ha designado a Generales Francisco Franco como Jefe del Ejército de Marruecos y del Sur de España y Emilio Mola para Jefe del Ejército del Norte, y ha dispuesto que General Sebastián Pozas Perca cese en el cargo de Inspector General de la Guardia Civil, nombrando para sustituirlo al General Federico de la Cruz Bullosa[17].
Puesto que se trata del radiograma enviado a Sevilla es posible que la eliminación de esas líneas se decidiera por Queipo y su Estado Mayor antes de su publicación. No debió hacerle mucha gracia al general golpista —limitado a su cargo de Inspector de Carabineros y ahora jefe de la II División— que se otorgara a Franco el mando del Ejército del Sur, mas lo cierto es que esta situación se mantuvo nada menos que hasta el 26 de agosto, cuando se nombró a Queipo «General en jefe de las fuerzas que operan en Andalucía», mientras Franco y Mola pasaban a serlo, respectivamente, de las fuerzas de Marruecos y del Ejército Expedicionario y del Ejército del Norte. Quizá esta decisión venía a solucionar roces existentes desde hacía un mes y que en el caso de Queipo, que se consideraba «General en Jefe de hecho», se tornarían en agravios permanentes. Pero esta división de los sublevados en tres ejércitos duró sólo un mes, ya que el primero de octubre, con la designación de Franco como generalísimo de todos los ejércitos, se decidió mediante el decreto n.º 1 dejar a Mola al frente del Ejército del Norte y a Queipo de Llano del Ejército del Sur. A efectos legales, pues, esto significaba que el general Queipo sólo dispuso de ejército con mando independiente entre el 26 de agosto y el primero de octubre de 1936. Sin embargo, igual que inventó una leyenda sobre la toma de Sevilla a su medida, tuvo la habilidad junto con su camarilla de crearse una imagen de independencia que —aparte de insultos y chascarrillos, su especialidad— poca base tenía.
Sobre el 23 o 24 de julio, cuando Sevilla acababa de ser ocupada por los sublevados, el general Franco envió allí al coronel Francisco Martín Moreno (Jefe del Estado Mayor del Ejército de Marruecos cuando éste estuvo bajo su mando durante el Bienio Negro) para que iniciase la organización de las tropas que habrían de marchar sobre Madrid, fuerzas que habían empezado a llegar a la península el domingo día 19. En esos días finales de julio, Franco trataba de solucionar su gran problema: cómo trasladar sus efectivos a la península. El día 30 de ese mismo mes, según Franco Salgado-Araujo[18], contaba ya con medios que le permitían transportar diariamente quinientos hombres y quince toneladas de material de guerra[19]. Con la idea de controlar ese proceso, Franco viajó de Tetuán a Sevilla el día dos de agosto. Además de organizar sus fuerzas, el general tenía otro motivo para tan rápido viaje de ida y vuelta. Queipo, el que decía haber triunfado con «quince soldaditos», amparado en que las tropas se hallaban en su territorio, estaba utilizando a su antojo desde el día 19 de julio los hombres que Franco había ido enviando, sin los cuales no hubiera podido jactarse a esas alturas de contar con lugares claves como Cádiz, Sevilla y Huelva. Las pérdidas producidas en esas operaciones irritaban a Franco, que animaba a Martín Moreno a que se cumplieran sus órdenes «con la máxima energía posible».
Tres días después, el cinco de agosto, pasaron de Ceuta a Algeciras ocho mil hombres y numeroso material de guerra[20], y al día siguiente Franco instalaba su cuartel general en plena Puerta de Jerez, en una casa palaciega cedida por Teresa Parlade. Allí, desde Sevilla, siguió con enorme preocupación, por la lentitud, los primeros pasos de las columnas que habían marchado contra Madrid. Ello se tradujo, según Franco Salgado-Araujo, en que «ordenaba con cierta violencia, cosa poco frecuente en él por su carácter tranquilo y optimista». Esa angustia se aminoró el día 14 de agosto, cuando Yagüe le comunicó que la ciudad de Badajoz había sido ocupada. A partir de ese momento, con sus columnas celebrando la victoria en la capital extremeña, se mostró ya como jefe supremo de la sublevación tanto ante sus compañeros como ante portugueses, alemanes e italianos. Participó al día siguiente en los actos organizados en Sevilla con motivo de la reposición de la bandera monárquica y no tuvo que esforzarse mucho para destacar entre un ridículo Queipo, incapaz de poner fin a un absurdo y disparatado discurso sobre banderas, y el necrófilo Millán, que en tres ocasiones lanzó el ¡Viva la muerte!, coreado por la masa humana congregada en la Plaza Nueva. El periodista portugués José Augusto, que asistió a la ceremonia, captó perfectamente, en fecha tan temprana y en el supuesto feudo de «o general-charlista», la superioridad de Franco —«o exército é o cirurgiao que realiza neste momento a grave operaçao que vai salvar a Espanha», le dijo en una entrevista que le concedió— sobre Queipo, con «a sua gargalhada fácil e chocarreira, a sua eloqüência barulhenta», con quien ni se molestó en hablar[21]. Al día siguiente, 16 de agosto, Franco partió hacia Burgos para encontrarse con Mola, quien no tardó en asumir que el jefe de aquella sublevación que tan meticulosamente había tramado era el general Franco. Diez días después, asegurada plenamente la conexión con el norte y con las diferentes fuerzas ya orientadas hacia la capital, trasladó su cuartel a Cáceres. Este proceso imparable para Franco culminaría, tras más de dos semanas de tensas reuniones en Salamanca, el 29 de septiembre, cuando la Junta Militar lo nombró Jefe del Estado y del Ejército.
Sevilla, el gran foco golpista
Sevilla es a lo largo de la República uno de los principales focos de intrigas militares, alimentado por la debilidad del Estado para acabar con sus enemigos. Lo que en el 36 concluye en el victorioso golpe de Queipo no es sino el final de un proceso que comenzó a las pocas semanas de la proclamación de la República. De fondo, un hecho clave insuficientemente estudiado: la aplicación de la ley de fugas en julio de 1931 a cuatro obreros, operación dirigida por el capitán Manuel Díaz Criado y que, pese a ser investigada por una comisión parlamentaria, quedaría impune. Estos asesinatos, que abren un ciclo de violencia cerrado en falso por la comisión parlamentaria y, sobre todo, la desquiciada política republicana de Orden Público, destrozarán cualquier posibilidad de convivencia. No es de extrañar que un año después Sanjurjo eligiera Sevilla para llevar a cabo su golpe, cuya trama local, no sólo quedó sin castigo sino que ni siquiera se investigó. Es lógico que unos militares y civiles acostumbrados a salir bien de todas estas operaciones —a las que habría que sumar el gran ensayo general, supuestamente contrarrevolucionario, de octubre de 1934— acometieran con optimismo la preparación del golpe final precisamente en la ciudad donde tan bien les había ido[22]. Por eso los golpistas pensarán desde un primer momento en Sevilla como base para la toma de Madrid. Contaban allí además con un hombre que, aunque siempre oculto por la sombra de Queipo, constituye el verdadero cerebro del golpe en Sevilla: el comandante de Estado Mayor José Cuesta Monereo, quien ya contaba con la experiencia del golpe de Sanjurjo y que ahora planificó la ocupación de la ciudad hasta en sus más mínimos detalles. En este caso, una vez más, una cosa es la leyenda con la que Queipo montó su hazaña —leyenda propiciada activamente por el propio Cuesta— y otra muy diferente la manera en la que éste y sus hombres —unos cuatro mil— se hicieron con la ciudad. Cuesta, además, contando si no con la complicidad sí con el silencio de sus jefes y compañeros —incluido el general Fernández Villa-Abrille—, fue también el que tendió los hilos de la conspiración por el suroeste. Por todo ello no es de extrañar que la caída de Sevilla se diese por segura. Martínez Bande reproduce una carta escrita desde Tetuán el seis de agosto por el teniente coronel Seguí a Franco:
En el plan primitivo que contemplábamos en la época de preparación de Movimiento se pensaba en partir de Sevilla como base, para ir, motorizados y rehuyendo el combate, por Mérida-Trujillo-Navalmoral y Talavera a cooperar a la caída de Madrid[23].
Pero volvamos a la Sevilla de los días posteriores al 18 de julio. Ocupada la capital, se organizaron diversas columnas que partieron de inmediato en diversas direcciones. El duque de Medinaceli, Rafael Medina Villalonga, nos dejó la memoria de una de ellas, la que al mando de Ramón de Carranza, el nuevo alcalde colocado por Queipo, recorrió un buen número de pueblos de Sevilla y Huelva nombrando nuevas autoridades, organizando las pautas represivas y, de paso, revisando el estado de sus propiedades[24]. Cuando esta columna se adentró por tierras del condado onubense, se emprendieron desde Sevilla las primeras operaciones militares contra los pueblos con columnas formadas por fuerzas militares, Asalto, Guardia Civil, Regulares y los grupos paramilitares de Falange y Requeté. Antes de partir para Extremadura, las fuerzas de Castejón, por ejemplo, intervinieron en la ocupación del Aljarafe sevillano, del condado y de núcleos de la importancia de Arahal, Morón de la Frontera, Osuna, Estepa, Huelva, Ayamonte y Puente Genil[25]. Las instrucciones que llevaban estas primeras columnas se recogieron por escrito a finales de julio y, en ellas, además de todo lo referente a la liberación de presos, nombramiento de gestores, aprovisionamiento de armas y víveres, y restablecimiento de comunicaciones, se especificaba la obligación de efectuar «un minucioso registro en los domicilios de todos los dirigentes y afiliados al Frente Popular, aplicando el bando del Estado de Guerra al que se le encuentren armas», indicándose además que «se extremará la energía en la represión, sobre todo en aquellos individuos que se consideren peligrosos y de acción, los que hayan empuñado las armas contra la fuerza pública, o los que hayan cometido desmanes»[26].
La preparación de la ruta hacia Madrid se inició pronto. Pueblos como Las Pajanosas, Guillena, Gerena, El Garrobo o Burguillos pasaron de inmediato a manos de los sublevados. Por Guillena y Burguillos, por ejemplo, vemos el 26 de julio, en un descanso entre la toma de Pilas y Bollullos del Condado, a Carranza, que probablemente seguía comprobando el estado de su patrimonio o el de sus amigos, todos ellos sabedores de que el abastecimiento de la población se había estado haciendo a su costa. Los pueblos situados a la izquierda de la carretera general, Gerena y El Garrobo, fueron ocupados a finales de julio por una columna al mando del brigada de la Guardia Civil Juan Ruiz Calderón. Para garantizar aún más la seguridad de las columnas, el día siguiente de su partida, el tres de agosto, se envió una potente columna al mando del comandante de la Guardia Civil Santiago Garrigós Bernabeu contra Castilblanco de los Arroyos. «Un pueblo más ganado a la Causa Nacional. Viva España», escribió Garrigós a Cuesta Monereo. Los izquierdistas de este pueblo, después de intentar ocupar infructuosamente el Cuartel de la Guardia Civil, huyeron hacia el norte antes de que llegara la columna. En todos estos pueblos hubo detenciones de derechistas e incautaciones de víveres, pero en ninguno de ellos se derramó sangre.
El fortalecimiento de los flancos de la ruta que había de seguir la Columna Madrid se completaría entre el cinco y el 21 de agosto —ya con columnas en toda regla— con la ocupación de Almadén de la Plata, El Pedroso, Constantina, Cazalla, Alanís, San Nicolás del Puerto, Guadalcanal, Navas de la Concepción y Fuente del Arco, cerca de Llerena. Estas operaciones se vieron completadas por otras similares realizadas en Huelva por diversas columnas, y en el sur de Badajoz por el grupo del capitán de la Guardia Civil Ernesto Navarrete Alcal, que forma su columna en Fuente de Cantos con guardias civiles, falangistas y voluntarios. Entre las operaciones realizadas en Huelva hay que destacar por su importancia las que a mediados de agosto se efectuaron sobre Castillo de las Guardas y Aznalcóllar, por fuerzas al mando del Comandante de Infantería Antonio Álvarez Rementería; y sobre la Sierra de Aracena, por una gran columna al mando del comandante retirado Luis Redondo García. Estas dos columnas, acompañadas de otra que partió desde Valverde del Camino, serían las que confluirían a partir del día 25 de agosto en la ocupación definitiva de la temida cuenca minera onubense. De esta forma se garantizó la seguridad del grupo principal, además de asegurarse el contacto permanente por ferrocarril entre Sevilla y la columna Madrid, y la comunicación por Portugal entre los sublevados del norte y los del sur cuando aún los separaba la provincia de Badajoz.
El día primero de agosto, en Tetuán y a las catorce horas, Franco dictó la Orden General de Operaciones n.º 1 del Ejército de África y del Sur de España. En ella se describía el objetivo principal de la columna, avanzar hacia Zafra y Mérida; y los objetivos secundarios, prestar ayuda a los puestos de la Guardia Civil que resistan y combatir, «dispersándolas y castigándolas», las concentraciones enemigas próximas a la columna. La exposición de la «Misión de la Columna» concluía así: «Alcanzando Mérida se establecerá enlace con Cáceres y [se] atenderá a la situación que conviene reducir de Badajoz asegurando su dominación»[27]. Esto quiere decir, frente a lo que se ha mantenido en ocasiones —pensemos por ejemplo que Martínez Bande llegó al extremo de eliminar lo que seguía a la palabra situación—, que la ocupación de Badajoz estaba ya prevista desde antes de que la columna iniciara la marcha. Es posible que el entonces coronel Juan Manuel Martínez Bande decidiera eliminar esas palabras para ajustar las instrucciones de Franco a su tesis de que la toma de Badajoz se decidió sobre la marcha. Pensaba el coronel que «la orden de marchar audazmente sobre Madrid debe ser estimada como hija de una fe sólida en el triunfo y un [sic] conocimiento exacto del enemigo». Esta retórica ampulosa que remite en sus conceptos —fe, triunfo y enemigo— a una guerra convencional, se desinfla por sí sola si se piensa en la realidad: fuerzas militares de choque sublevadas atravesando un territorio donde casi como único enemigo sólo tienen a la población civil[28].
Sobre las «Modalidades de ejecución de la misión» la orden destacaba que «la característica del avance ha de ser la rapidez, la decisión y la energía evitando toda detención no imprescindible». En esta orden ya se hablaba de una segunda columna que habría de asegurar la comunicación de la primera con el punto de salida. Sobre el modo de actuar se decía: «En cuanto a la reducción de focos rebeldes se efectuarán con energía excluyendo la crueldad respetando en absoluto a mujeres y niños y evitando toda clase de razias». Aunque ya de por sí resulte alarmante la advertencia sobre el respeto a mujeres y niños o sobre la crueldad, estas órdenes se vieron superadas por la realidad desde el primer momento, pudiendo afirmarse sin duda alguna que todos los pueblos y ciudades ocupados por estas fuerzas quedaron marcados, y que la crueldad y las razias fueron recurso corriente. El mismo biógrafo de Yagüe, Juan José Calleja, dijo claramente que «los africanistas tenían la consigna de propinar a las crueles turbas un mazazo rotundo y seco que las dejase inmóviles al atravesar ese territorio que aún se desangraba bajo el efecto de espeluznantes crímenes»[29]. En cuanto a las mujeres y niños no sólo serían utilizados como escudo cuando convenía, como en la toma del barrio de La Macarena, sino que fueron con frecuencia las primeras víctimas de la violencia aparatosa e incontrolada de los primeros momentos tras la ocupación de cada lugar. El contraste entre lo que se recomendaba en las instrucciones, mostradas a veces como prueba de la prudencia y comedimiento con que actuaron los golpistas, y lo que sabemos que se hacía en la realidad, debería de servir de aviso para valorar la documentación generada por quienes habían decidido acabar violentamente con un sistema político legal.
La composición de la columna se decidió en Sevilla y ya se mencionaba en la Orden el apoyo que desde el aeródromo de Tablada debería prestarse a la columna. Lo cierto es que desde fecha muy temprana Franco había previsto ocupar la ciudad de Badajoz antes de seguir la ruta hacia Madrid, es decir, que ya sabía el tipo de guerra que iba a hacer, lo que indudablemente se debe —en palabras de Paul Preston— a «su obsesión por el aniquilamiento de toda oposición» con la finalidad de consolidar su supremacía política[30]. El modelo de guerra que Franco llevaría a efecto, una guerra de exterminio, tendría su prolongación y su equivalente en el tipo de política aplicada en cada localidad, una política de exterminio. Aunque los golpistas procuraron que la planificación de la muerte no quedara reflejada en los documentos son las propias instrucciones de Mola las que la demuestran. Así, la hasta ahora desconocida instrucción de 30 de junio, relativa a Marruecos, estableció en su punto q: «Eliminar los elementos izquierdistas: comunistas, anarquistas, sindicalistas, masones, etc.»[31].
Probablemente el día 29 de julio por la alusión a Huelva —«reacciona a nuestro lado» quiere decir que fue ocupada ese día por los legionarios de Vierna—, Franco manda a Mola el siguiente mensaje, rayano en la euforia:
Se consolida la situación Andalucía. Huelva reacciona a nuestro lado. Se intensifica transporte. Situación internacional mejorada. Comisión control consiguió expulsar escuadra Tánger. Hoy llegó primer avión transporte, seguirán llegando dos cada día hasta veinte, también espero seis cazas y veinte ametralladoras. Somos los amos. Viva España.
Tres días después, el primero de agosto, Franco envió a Mola varios comunicados en los que aparte de exponerle los problemas que tenía para pasar sus fuerzas a la península —lo que se solucionó entre ese día y el siguiente—, le planteaba la falta de calidad del material disponible. En el primero de ellos, en el que le pedía que le indicara un lugar donde entregarle dos millones de cartuchos, Franco afirmaba que pensaba «abrir comunicación Sevilla-Caceres lo más rápidamente. Tenemos comunicación Sevilla-Ayamonte. Si Portugal acepta podríamos efectuarlo a través de Portugal». En un segundo comunicado, Franco, agobiado por la lentitud del transporte de sus fuerzas a la península, comentaba el avance de las fuerzas que se encontraban ya en Andalucía. El mensaje concluía: «Espero poder iniciar domingo 2 avance con algunas fuerzas». En un mensaje posterior se exponía más extensamente la misión de dicha columna, que debería partir en la madrugada del lunes día tres. A esta columna le seguirían otras columnas que, una vez contactasen con las fuerzas de Mola, avanzarían hacia Talavera de la Reina en dirección a Madrid. Un nuevo mensaje mostraba hasta qué punto iba mejorando el estado de ánimo de Franco a medida que la ayuda extranjera se concretaba:
Recibo noticia persona llegada de Madrid el martes 28 grandísima desmoralización millares bajas, Gobierno aterrado, reciben víveres Valencia, ya reina el hambre, extranjeros evacuan Madrid. Mantenerse firmes seguro triunfo. Con pesetas papel banco podemos arreglarnos, obteniendo algún crédito extranjero, haciendo hipotecas sobre fincas, casas, puertos. Extranjeros nos ayudan por propio interés[32].
La columna Madrid inicia la marcha
El domingo dos de agosto a las ocho de la tarde partió de Sevilla la Agrupación n.º 1 del teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas, quien había recibido la orden de tomar el mando de la columna el día anterior en Melilla. Estaba compuesta por el II Tabor de Regulares de Tetuán (comandante Antonio Oro), la IV Bandera del Tercio (comandante José Vierna), dos autoametralladoras, una batería de 70 mm, una Compañía de Zapadores y otros servicios. Esta es la columna que el coronel Martínez Bande consideró «endeble» y «pobre de medios»[33]. Su objetivo era tomar Mérida y contactar con las fuerzas de Mola, para quien llevaba siete millones de cartuchos, en el menor tiempo posible[34]. Con estas fuerzas y sabiendo que detrás le seguiría otra columna de similares características, salieron de la ciudad a la caída de la tarde en coches y camiones. Los izquierdistas de El Ronquillo, antes de emprender la huida y cuando conocían la cercanía de las fuerzas mercenarias[35], volaron los puentes del Rivera del Huelva, a unos siete kilómetros del pueblo, el de la carretera del Castillo de las Guardas, el de Almadén y una alcantarilla llamada Hombre Muerto. De esta forma, cuando las fuerzas de Asensio llegaron sobre la una de la noche al primer puente mencionado, cerca de la Venta del Alto, hubieron de detenerse, aunque una vanguardia compuesta por dos compañías de Regulares se acercó hasta el pueblo adueñándose de él tras vencer cierta resistencia que causó a los ocupantes un único herido del II Tabor de Regulares de Tetuán. El arreglo del puente retrasó a la columna doce horas, pero sólo unos kilómetros más adelante otra alcantarilla destruida acarreó un nuevo parón de seis horas. Los daños producidos al intentar avanzar por caminos vecinales afectaron a cuatro camiones y a un camión-cisterna de carburante. Una vez en El Ronquillo, Asensio, sobre las seis de la tarde, nombró una comisión gestora, organizó la guardia cívica y pidió explicaciones al cabo de la Guardia Civil por no haber evitado las voladuras con sus seis guardias.
Este mismo tres de agosto Franco pudo comunicar a Mola la salida de la columna y sus primeros tropiezos, disipados en la gran noticia de que al día siguiente tendría solucionada la «cuestión escuadra». Otro motivo de ánimo fue la noticia dada por Mola de que unos trescientos guardias civiles que habían sido enviados el día primero en tren desde Badajoz a Madrid se habían pasado ese día a los sublevados en Miajadas. Un comunicado de Franco a Mola del día tres presenta la siguiente situación:
Ayer domingo salió columna Sevilla dirección Badajoz que facilitará comunicación. Tan pronto como tengamos aviones nuevos en vuelo esperamos destruir o anular escuadra y llevar a cabo acción intensa sobre Madrid… Berlín avisado de nuestra identificación lo reiteraré. Suspicacias debidas a trabajos paralelos. Estoy relación íntima Alemania Italia. Hoy ofrecen de Inglaterra, desconozco estado … aparatos … Éstos entrega pago contado. Hecho pago Londres volarían a ésa. Aquí no nos convienen. Díganme si le interesan y disponen divisas[36].
También ese día tres, sólo unas horas más tarde, salió del Parque de María Luisa la Agrupación n.º 2 de la columna Madrid, dirigida por el comandante Antonio Castejón Espinosa: «Más de cien camiones y muchos coches ligeros», según Sánchez del Arco, quien acompañaba al militar junto con el marqués de Nervión y Javier Parlade. Dicha columna, que avanzó en la noche con los faros apagados, estaba constituida por la V Bandera al mando de Castejón, el II Tabor de Regulares de Ceuta (comandante Rodrigo Amador de los Ríos) y carros de Asalto además de diversos grupos de Artillería, Infantería, Intendencia, Sanidad e Ingenieros. Cuando a la mañana siguiente Castejón, después de varias paradas, pasó en su coche por El Ronquillo los trapos blancos ondeaban aún en los balcones.
Asensio entró en Santa Olalla sobre las diez treinta de la noche del día tres. Nada más llegar tuvo noticia de que una columna enemiga formada por unos veinte camiones se dirigía desde Monesterio a Santa Olalla. Entonces ordenó que la vanguardia se adelantara unos seis kilómetros hacia Monesterio para evitar cualquier sorpresa. Con tal motivo se produjeron dos enfrentamientos cerca de la venta del Culebrín con un resultado que se convertiría habitual para los milicianos: catorce muertos y un herido en medio de la desbandada general. Escopetas de caza, hachas y palos, cuando no armas de museo, contra las fuerzas de choque del Ejército español. Para asegurar los flancos Asensio decidió pernoctar allí y enviar fuerzas contra Cala y Real de la Jara. En Cala entraron, como en tantos pueblos, sin oposición alguna. La gente había huido al campo. Atrás quedaba el intento frustrado de asalto al cuartel de la Guardia Civil y el saqueo del edificio ya vacío cuando los guardias partieron a Santa Olalla. En El Real de la Jara, como en todos sitios, se detuvo a los derechistas más señalados, y se creó un economato que durante dos semanas repartió alimentos entre la población. En su brutal entrada, los regulares que al mando de un alférez constituían la vanguardia de la columna de Castejón, con el pretexto de que se les había preparado una emboscada, causaron dos muertos entre los vecinos. Luego dejaron veinte fusiles para los derechistas y se volvieron para Santa Olalla. Ya en la madrugada del día cuatro, Castejón dividió sus fuerzas en dos columnas: la primera —con el Tabor, una sección de Artillería, otra de puentes y un blindado— siguió para Monesterio; y la segunda —con la Bandera, otra sección de Artillería, puentes y la Guardia Civil de Llerena— fue enviada contra Llerena. La vanguardia de ambas columnas siempre fueron los regulares.
Franco, por su parte, estaba ya más tranquilo. En su comunicado del día cuatro de agosto a Mola podía leerse:
Columna salida ayer avanza seguida otro convoy municiones, total 2 banderas, 2 Tabores, con Artª y servicios. Confío lograr pasar Estrecho mañana otras unidades que seguirán [a las] primeras. Me dice Gil Robles [desde] Lisboa dispone de 8 000 000 pesetas en divisas [a] nuestra disposición. Material que yo adquiero no me apuran pago. Espero poderte prestar muy pronto poderosa ayuda aérea. Empezando a recoger frutos intensísimo trabajo venciendo los grandes obstáculos acumulados. Tengo noticias que Guardia Civil que está con enemigo espera ocasión para sumársenos en todas partes y que situación en campo enemigo muy desmoralizada[37].
En el camino hacia Monesterio, la vanguardia de Asensio, el II Tabor de Regulares de Tetuán, tuvo un encuentro con un numeroso grupo de milicianos (300 o 400) llegados en camiones desde Badajoz, a los que causó un total de treinta y cuatro muertos. Los regulares tuvieron tres heridos, uno en El Real de la Jara y otro en Monesterio. El parte que Asensio envió a Franco una vez que entró en el pueblo a mediodía del cuatro decía: «En Monesterio se procedió a las operaciones de limpieza y las conducentes a la normalidad dispuestas por V. S.»[38]. Asensio fue informado del asalto al cuartel —causante de la muerte del guardia civil Francisco Gragera Martínez, de veintiún años, y de tres paisanos el día 19 de julio—, de la destrucción del interior de la parroquia y de la detención de varias personas a partir del día 26 de julio. Se responsabilizó de estos hechos a Antonio Barbecho Gómez, Juan Catalán Sayago, Antonio Aceitón Riscos y Manuel Carrasco Florido. No obstante, incluso Tadeo Cantillo Carballar, uno de los derechistas presos, comunicaría unos años después, ya en funciones de alcalde, al Juez Instructor de la Causa General que «los malos tratos que ejercieron los marxistas con los detenidos fueron solamente de palabra, así como insultos y amenazas de muerte». A la inevitable pregunta sobre el número de víctimas causadas por la «horda marxista», Cantillo respondió que ninguna, «sin duda por el corto período de tiempo que estuvo este pueblo dominado por los rojos»[39]. Lo cierto es que las autoridades frentepopulistas, antes de partir hacia Badajoz o hacia la Sierra Machado cuando ya las fuerzas de Asensio rozaban el pueblo, pusieron en libertad a todos los presos. ¿Qué había ocurrido realmente en Monesterio? Es la propia Causa General la que nos informa de que fue la Guardia Civil la que en la mañana del día 19 abrió fuego contra un coche, con varios izquierdistas, que se acercó al cuartelillo, lo que provocó una situación de abierto enfrentamiento con el vecindario —que motivó las cuatro muertes mencionadas— y la llegada en ayuda de la Guardia Civil de varios números de Fuente de Cantos[40]. El día 25 de julio toda la Guardia Civil del Partido fue concentrada en esta última ciudad.
Monesterio fue el primer pueblo de la ruta en que los sublevados pudieron informarse de la estrategia defensiva de las autoridades republicanas. Lo primero que se creó —como en todo el territorio donde imperó la legalidad y siguiendo las instrucciones del Gobierno Civil y del Comité Provincial del Frente Popular— fue el Comité del Frente Popular, con representantes de todos los partidos que lo formaban y que, a través del Comité de Enlace, era quien decidía en cada localidad todo, desde registros y detenciones hasta abastecimientos. Las reuniones fueron presididas por los alcaldes. El primer acuerdo de estos comités fue la condena del golpe militar o, como dijeron en muchos pueblos, el movimiento subversivo perpetrado por la reacción y el fascismo contra el gobierno legítimo de la República. Todas las detenciones practicadas a partir del 18 de julio tuvieron su origen en el bando publicado ese mismo día por el gobernador Miguel Granados, y que, al amparo del estado de alarma, instaba a la detención y registro domiciliario de personas sospechosas y a controlar todo tipo de alteración de cualquier procedencia. Este Comité, que representaba a republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas, estuvo compuesto por Elías Torres Lorenzo, Manuel Garrote Catalán, Gregorio Vasco Muñoz y Basilio Bautista Morales. En un segundo nivel estaba el Comité de Guerra, encargado de vigilancia y armamento, y que lo constituían Joaquín Franco Soria, Justo Naranjo Granadero, Eduardo Martínez Megía y José Garrote Delgado. Finalmente estaba el Comité de Enlace, cuya misión era conocer la situación en los pueblos cercanos e indagar la situación del enemigo. Sus miembros eran Antonio García Villalba, Julián Megía Neguillo y Manuel Chaves Crisóstomo. Aunque más tarde se sabrá su destino, cabe anticipar que de estas once personas, bajo cuya responsabilidad estuvieron los 51 presos de derechas, sólo salvaron la vida dos. González Ortín también citó en su Extremadura bajo la influencia soviética al maestro Miguel Díaz Acosta y a Manuela Campano Bayón, igualmente asesinados Posteriormente.
Castejón en Llerena
El día cuatro, en que se ocupó Monesterio, entre las diversas informaciones procedentes de provincias llegadas al Servicio de Información del Estado Mayor del Ministerio de la Guerra, se recibió una de Llerena que decía:
Comité Frente Popular comunica que se hacen imprescindible medidas rápidas Gobierno para impedir avance fuerzas facciosas; de no proceder toda rapidez se corre el riesgo de perder la provincia de Badajoz. Enemigo dispone excelente pertrecho guerra habiendo conquistado varios pueblos dicha provincia[41].
Ese mismo día la Guardia Civil —cien guardias al mando de los oficiales Antonio Miranda Vega[42] y Manuel López Verdasco[43], entre los que se encontraban los de Azuaga y los 25 que desde Zafra habían sido trasladados a esa ciudad en los primeros días del golpe al mando del capitán Manuel Luengo Muñoz— decidió salir del pueblo y dirigirse hacia la carretera general a unirse con las columnas. Para ello hicieron creer a las autoridades civiles que no sólo seguían fieles a la República sino que estaban dispuestos a luchar contra las fuerzas que subían desde Sevilla. Según parece, Miranda reunió a los guardias y les dijo:
Por dos veces he recibido órdenes del Gobierno Civil de Badajoz de marcharme a Madrid con ustedes para ponernos al lado del mal llamado Gobierno legítimo de la República; yo no he querido obedecer, y recibo nuevas órdenes para que haga entrega del mando y armamento; tampoco obedezco; conozco perfectamente los caracteres de este movimiento y no cumplo esas órdenes; ustedes podéis hacer lo que queráis, ya sois mayores; el asunto es bastante delicado; podéis, pues, daros buena cuenta de la responsabilidad que con cualquiera de vuestra decisión podéis echaros encima[44].
Las autoridades de Llerena, conscientes de que la ciudad sería objetivo prioritario de los golpistas por su situación geográfica, tenían razones para preocuparse, pese a lo cual decidieron sumarse a la iniciativa y enfrentarse a lo que viniera, enviando a un grupo de milicianos al mando del alcalde Rafael Maltrana Galán. Pero al llegar al llamado Puente de la Ribera, que debía ser destruido, el teniente Miranda desarmó a los milicianos y se los llevó consigo hacia la carretera general, donde a media tarde contactó con las fuerzas de Castejón. Lo primero que hizo éste fue acabar de inmediato con la vida de los milicianos entregados por Miranda. «En ellos se cumple la ley de guerra y la noche serrana se ilumina con unos fogonazos», escribió el periodista sevillano Sánchez del Arco[45]. Uno de los que había podido huir cuando fueron detenidos fue el alcalde Maltrana, que volvió de nuevo a Llerena. Otro grupo de milicianos, que fue enviado al día siguiente a destruir el puente, se encontró con la columna de Castejón.
Como ocurrió en tantos otros pueblos, muchos vecinos huyeron ante las expectativas que se presentaban. Alguien, que más tarde sería capturado y sometido a consejo de guerra en 1937, declaró que huyó de Llerena por haber escuchado «que vienen los fascistas y a los hombres les cortan la cabeza»[46]. En su recorrido hacia Llerena, Castejón acabó con varios grupos que intentaron frenar el avance de su columna: treinta personas procedentes de esa ciudad, los quince que intentaron volar el puente y un grupo de Guadalcanal a los que causó cuatro muertos y seis heridos. Otro hecho que muestra el tipo de guerra que se estaba desarrollando fue el ocurrido cerca de la ciudad, cuando el jornalero Ramón Franco Escudero «Boquineto», armado con una vieja escopeta de pistón, pretendió hacer frente al tanque que abría la columna antes de que un proyectil de dicha máquina lo fulminara. Castejón actuó como solía. Primero cañoneó y luego, cuando comprobó que la resistencia se concentraba en el Ayuntamiento, la iglesia, el Grupo Escolar y la Huerta de la Pava, con los defensores bien pertrechados de dinamita, ordenó incendiar diversos sectores, ante lo cual el Comité decidió rendirse. De poco sirvió, ya que el Ayuntamiento fue tomado seguidamente por las fuerzas de Castejón con granadas de mano y a la bayoneta, y perecieron todas las personas que se encontraban allí. Como unos cuantos persistieron desde la torre en su resistencia, Castejón cañoneó algunas puertas de la iglesia y luego le prendió fuego, destruyendo el edificio con los hombres dentro. Estos daños, por supuesto, superaron los causados previamente por la furia iconoclasta. Los ocupantes tuvieron dos muertos y doce heridos; los defensores, que no llegaron a rendirse, ciento cincuenta muertos[47]. En el transcurso de estas acciones un trimotor gubernamental bombardeó el convoy de Castejón inutilizando varios camiones e hiriendo a tres personas, una de las cuales murió después. He aquí —según la transcripción de las charlas que hacía la prensa sevillana— cómo transmitió aquella experiencia el propio Castejón a Queipo:
Acerquéme sobre Llerena, y no obstante ser cañoneada ofreció resistencia, refugiándose gente en la iglesia y ayuntamiento, lanzando grandes cantidades de dinamita, que me obligaron a incendiar alrededores del pueblo, consiguiendo rendición Comité completo.
La entrada de los regulares en el pueblo causó tres muertes que fueron adjudicadas a los izquierdistas. Este fue el caso de Manuel Morin Gómez, un industrial de sesenta y un años; Blas Muñoz Herrera, de cincuenta y cuatro, y José Tena Chaparro, de treinta y cinco, ambos labradores[48]. Los ocupantes se encontraron con lo de siempre: varios cortijos y casas saqueadas —especialmente los de Jesús Ugalde y Fernando Zambrano Alday, sede de Acción Popular— y los presos con vida. Algunos de los indicados, como Zambrano Alday, y otros como Natividad Maesso Candalija, Mariana Jaraquemada, Evaristo de la Riva, Secundino Mateos, la Condesa de Rojas, o Mariana y Antonia Zambrano, se habían desplazado a Sevilla o a Portugal antes del golpe[49]. Sin embargo, pese a la oposición de las autoridades de Llerena —«a pesar de haberse negado éste [el responsable del Depósito Municipal] a entregarlos», se lee en la Causa General— un grupo de Azuaga consiguió llevarse a Hilario Molina Pérez y Gonzalo Cabezas, asesinados a principios de agosto. Del trato dado a los presos fueron responsabilizados Juan Navas Llorente, Rafael García Gobante, José Aragón y José Mera, todos ellos asesinados; como máximos responsables fueron acusados Pedro Corraliza Peguero, Zacarías Lancharro Muñoz, Secundino Marín Agenjo, Blas Chaves del Socorro, David Enamorado y Rafael Maltrana Galán[50]. El número de personas movilizadas en Llerena y su partido contra los sublevados desde la inmediata declaración de huelga general el 18 de julio fue de unas seis mil; sus armas, escopetas de caza, pistolas, sables, navajas y dinamita. Antes de la llegada de Castejón un grupo numeroso marchó a pie por Ahillones, Berlanga, Azuaga, Granja y Fuente Obejuna hasta llegar a Pueblonuevo del Terrible, desde donde un tren los llevó a Ciudad Real y a Madrid, a la que llegaron el 27 de septiembre; otros muchos se quedaron en la Extremadura republicana. Los que no salieron a tiempo cayeron en manos de Castejón, una de cuyas obsesiones era evitar cualquier fuga una vez que se ocupaba una localidad. Muchos de los llegados a Madrid formaron parte del Batallón «Nicolás de Pablo», creado por iniciativa de Rafael Maltrana Galán y que tomaría parte en las operaciones en torno a Pozoblanco en marzo de 1937[51]. Antes de partir, Castejón dejó al mando de la gestora al teniente Julio Burgueño Cortés, que se encontraba allí de vacaciones[52]. De la huella dejada por Castejón en el pueblo daría cuenta incluso gente de su propio bando, como el teniente González Toro, quien al pasar en octubre por allí le llamó enormemente la atención «las mujeres enlutadas y tristes, que son un exponente de la ola de luto que invade España y que nos indica que en Llerena, como en todas partes, ha pasado algo»[53]. El testimonio adquiere más valor si se tiene en cuenta a qué se dedicaba González Toro según sus propias palabras:
Pertenecer a una columna de limpieza es triste y poco brillante. Sólo mitiga esta tristeza el convencimiento de la necesidad de nuestra misión y el noble agrado con que en todas partes se nos recibe y que nosotros, desterrados forzosos de nuestros hogares, tanto agradecemos[54].
Objeto de la atención de gubernamentales y golpistas fue la línea férrea que nacía entre Fuente del Arco y Llerena y que vía Azuaga comunicaba con Peñarroya. Fue vigilada estrechamente por los sublevados en previsión de ataques e incursiones y bombardeada por la aviación republicana el día 15 de agosto. Algunos informes oficiales indican que este ataque supuso un intento republicano de reconquistar Llerena. Un comunicado de la Guardia Civil al Cuartel General de Franco en la mañana del 15 informaba de que:
Llerena había sido bombardeada produciendo víctimas y daños materiales de importancia. A 8 o 10 kilómetros se ven los grupos de camiones ocupados con rojos con fusiles y ametralladoras. Muchos de ellos con uniformes de Guardia Civil, Carabineros y Asalto, pero se ignora si efectivamente lo son. Dicen que el propósito es tomar el pueblo a mediodía y que es urgente el envío de refuerzos.
Desde el Cuartel General se animó a que resistieran ante los que «seguramente serían marxistas disfrazados» y se informó de que recibirían ayuda de inmediato. Efectivamente, la columna fue destrozada por la aviación sublevada antes de que llegara a la ciudad[55]. Por otra parte, el 17 de agosto fue trasladado desde Los Santos a Llerena el comandante Francisco Delgado Serrano[56], al mando de una Compañía de Infantería para relevar a los regulares de Alhucemas, enviándose al mismo tiempo a Los Santos un Tabor de regulares que, procedente de Guadalcanal, había intervenido en la ocupación de Fuente del Arco. También desde Sevilla se mandó otro grupo de unos cien hombres a Llerena. Todos estos movimientos tendían a frenar cualquier iniciativa que viniera del sector Azuaga-Berlanga-Granja y a garantizar en todo momento el tráfico por ferrocarril entre Sevilla y Mérida, básico para la estrategia de los golpistas y razón, en definitiva, por la que Llerena había sido tomada previamente.
Muchas de las autoridades huidas de Llerena se sumaron a la columna Cartón —doce camiones, cuatro coches y un número de hombres difícil de cuantificar—, procedente de Castuera, y que, según algunas fuentes, iba al mando del capitán Sediles y del teniente Victoriano Molina Esquivel. Esta columna tomó por base Azuaga e intentaría nuevamente el día 31 de agosto recuperar Llerena. La acción comenzó a gestarse desde el instante mismo de la huida y fue controlada en todo momento por los ocupantes de Llerena que, temerosos de cualquier iniciativa que partiera de Azuaga, nunca perdieron de vista aquel frente. Recelosos de encontrar un enemigo fuerte, optaron el día doce por ocupar Llera y Valencia de las Torres, lo que consiguieron sin dificultad alguna enviando a los regulares y causando entre el vecindario tres muertos y un herido en el primero y cinco en el segundo[57]. Días antes, uno de los derechistas presos de Llera, el propietario Rafael de la Gala Rodríguez, de cuarenta y seis años, había sido llevado a Valencia de las Torres, donde fue brutalmente asesinado. Tres días después de la ocupación, el 15 de agosto, se presentó una columna procedente de Azuaga y recuperó el pueblo de nuevo sin que el pequeño retén allí dejado ni las derechas armadas pudieran hacer nada. Cuando se retiraban, cayó en poder de los milicianos el falangista Rafael Fernández Pilar, que fue eliminado de inmediato. González Ortín menciona entre los dirigentes al alcalde Francisco Campos Castaño y a Antonio González Martínez, Juan Acedo Barragán y Antonio Abad López «el del Preso», dos de los cuales, Campos y Acedo, serían finalmente ejecutados en 1940. Pese a todo, desde el Cuartel General de Franco no se consideró oportuno ocupar Azuaga en momentos en que eran Mérida y Badajoz las que centraban toda su atención. En el ataque a Llerena los republicanos utilizaron tres piezas de Artillería y carros de Asalto, y se llegó a ocupar el barrio de las Ollerías. Puesto que hubo parte de la población que ayudó con sus disparos a quienes intentaban entrar, se practicaron numerosos registros. Los sublevados, que contaban con fuerzas de Infantería, Guardia Civil y Falange, requirieron finalmente la ayuda de una Compañía de Regulares y de un Breguet enviado desde Tablada, que bombardeó y ametralló a placer a la columna hasta provocar su retirada, mientras que los regulares se encargaron de los rezagados. Es decir, que en cuestión de poco tiempo y dada la gravedad del asunto, reunieron sin problemas una fuerza considerable —sobre todo regulares— procedente de Mérida, Zafra, Badajoz y Sevilla.
Las bajas de la columna Cartón no se conocen; las contrarias tuvieron tres[58]. Las fuerzas de Infantería ocuparon a los republicanos un blindado. En el lugar de la carretera donde fueron bombardeados, a unos once kilómetros de Llerena, también dejaron varios barriles de vino, cuarenta jamones, garbanzos, arroz y aceite. Según el informe del comandante Amador de los Ríos, que se acercó al lugar con sus regulares con intención de atraparles, iban ya adelantados, incendiando cuanto encontraban a su paso para dificultar la persecución:
Quedaron en nuestro poder algunos muertos, un carro de asalto del Regimiento de Carros n.º 1 y algunas municiones. Había soldados pertenecientes a los batallones llamados «Pedro Rubio»[59] y «Adolfo Bravo», iban bien uniformados y las municiones eran de este año[60].
Los presos —se habla de tres y de siete según los documentos— declararon que iban mandados por Sediles, el diputado Sosa y el alcalde Maltrana. Contamos también con el testimonio de uno de los militares allí desplazados para la defensa de la población:
Pronto entrarnos en contacto con el enemigo y más pronto aún emprende la huida dejando en nuestro poder varios muertos, entre ellos el jefe de la columna, un oficial de marina, cuyas tres estrellas doradas que ostentaba sobre el pecho se las coloca en el gorro nuestro capitán Blond. Abandona el enemigo, además de sus muertos, municiones, víveres, dos camillas y un hermoso carro de combate, completamente lleno de municiones y provisto de una potente ametralladora[61].
El comunicado de Cañizares a Franco fue, como siempre, más explícito: «… que al llegar a Llerena entabló contacto con el enemigo, le hizo huir produciéndole numerosas bajas, cogiendo muertos y siete prisioneros que han sido fusilados»[62].
Finalmente el primero de septiembre, reforzada Llerena con un tabor y parte de otro, se ordenó desde el Estado Mayor de Franco la creación de una columna formada por tres compañías y una batería al mando de la Comandancia Militar de Llerena y con la misión de vigilar la línea férrea que comunicaba Llerena, Fuente del Arco, Guadalcanal y Alanís[63]. Antes de que esto se llevara a efecto, el primero de septiembre, un avión republicano bombardeó Llerena y causó varios heridos y daños materiales. Esta posibilidad ya había sido prevista por un informe del capitán Comide, quien aconsejó que se localizase el aeródromo de Azuaga y se inutilizaran sus aviones[64].
Fuente de Cantos, un caso inusual
Varias horas antes, a las tres de la noche del cinco de agosto, la columna de Asensio, con la IV Bandera en vanguardia, abandonó Monesterio en dirección a Fuente de Cantos, donde llegaron sobre las siete. Como no había resistencia alguna —en el pueblo apenas había quedado gente y los pocos que permanecieron habían huido a causa del bombardeo fascista del día cuatro de agosto, que causó tres muertos y un herido— y ya se sabía que desde Badajoz se habían enviado tropas a Los Santos de Maimona, la columna decidió seguir hacia dicho pueblo no sin antes realizar las rutinas habituales y dejar en la localidad, por orden del Estado Mayor de Franco, una compañía de regulares. Para todo ello se nombra como comandante militar al capitán de la Guardia Civil Ernesto Navarrete Alcal, que se había sumado al golpe en Sevilla —primero al servicio de Ramón de Carranza y luego al de Castejón y Asensio— y que por su conocimiento de la zona se había encargado de designar a las nuevas autoridades. Una hora antes Franco había enviado a Asensio a través del general Queipo el siguiente mensaje:
Continúe avance dispuesto orden inicial activándolo en lo posible, llegado a Mérida depende de situación general ir sobre Badajoz o Talavera, noticias que adquiera sobre Badajoz y necesidades ayuda frente Madrid decidirán proyecto [de] encaminar otra columna mismo camino además de la de Castejón, que pueda detenerse sobre Badajoz[65].
La gravísima situación que se iba produciendo día a día no era desconocida en Madrid, donde ya esos días llegaban alarmantes llamadas de socorro del gobernador Granados solicitando aviones para la defensa de la capital y para atacar a los rebeldes, y artillería para repeler al enemigo.
Fuente de Cantos fue el primer pueblo de la ruta donde de manera excepcional, ya en la temprana fecha del 19 de julio, se produjeron hechos violentos en respuesta al golpe militar. Lo que empezó por las detenciones de rigor, concluyó en una matanza en la que, según parece y tal como reconoce incluso González Ortín en su Extremadura bajo la influencia soviética, jugaron un papel determinante los grupos armados de forasteros que desde el sábado 18 andaban de un pueblo a otro. Las detenciones comenzaron la misma noche del 18, cuando ya se conocía la dimensión de la sublevación. De entrada, y empezando por el Juez de Instrucción Francisco Herrera de Llera y su esposa Inocencia Chacón, fueron detenidas unas ochenta personas, obligadas a comparecer en el Ayuntamiento ante el llamado Tribunal Revolucionario, que decidía si ingresaban en prisión o no. Mientras tanto fueron asaltados y destrozados el Juzgado, la Notaría, el Registro de la Propiedad, la Comunidad de Labradores y el convento. Los presos, cuyo número difiere según las fuentes, fueron divididos en dos grupos: uno, de unas doce personas, fue conducido a la prisión del Partido; y otro, con unas 56, pasó directamente del Ayuntamiento a la sacristía a la una de la tarde del domingo 19. Esta, con puertas y ventanas cerradas, había sido previamente rociada de gasolina y de aceite pesado. Los escopeteros que rodeaban la iglesia iban con la cara tapada. Sobre las tres y media las campanas empezaron a dar el toque de muertos, momento en que se prendió fuego a la iglesia y empezó el tiroteo.
A las cuatro de la tarde las campanas de la torre tocaron a agonía. De repente se inició un tiroteo desde la torre contra el ayuntamiento; las puertas de la iglesia fueron cerradas y las descargas de las armas de fuego arreciaron contra la iglesia. En el interior, rociadas con gasolina, comienzan a arder las puertas y la sacristía, donde estaban los detenidos[66].
Entre el fuego y los disparos murieron doce personas, ocho de ellas carbonizadas, tres por disparos y una última arrojándose a un pozo al ser perseguida:
Francisco Álvarez Rojo, 49 años, obrero, Partido Republicano Radical.
Francisco Bermejo Rubio, 25 años, labrador, Jefe Local de Falange.
Fernando Carrascal Salamanca, 23 años, estudiante, falangista.
Antonio Díaz Lancharro, 32 años, comerciante.
Juan Esteban Pagador, 46 años, propietario, Acción Popular.
Andrés García Gómez, 56 años, viajante.
Luis Ibarra Pérez, 55 años, labrador, Partido Republicano Radical.
Manuel Iglesias González, 44 años, empleado-jornalero, Partido Republicano Radical.
Manuel Macías Tomás, 41 años, industrial, Partido Republicano Radical.
José María Manzano Marín, 46 años, comerciante, Partido Republicano Radical.
Fernando Pagador Rosario, 55 años, obrero, Acción Popular.
Manuel Sánchez Boza, 21 años, estudiante, falangista.
Otros muchos lograron escapar de la muerte pasando a una zona más protegida. Cuando la situación se calmó los sobrevivientes fueron trasladados, tras recibir atención médica, al Ayuntamiento y a la cárcel. Otro que murió también ese día al arrojarse a un pozo cuando era perseguido fue el industrial falangista Fidel Rodríguez Rodríguez, de treinta y tres años. Al mismo tiempo que ocurrían estos hechos gravísimos y en la más pura tradición de las viejas revueltas agrarias, al saqueo del día anterior siguió la quema de los papeles del Juzgado, de la Notaría y del Registro, cuyos restos quedaron por las calles, tras lo cual repitieron el proceso con las tres ermitas, destrozando las imágenes y sacando a la calle reliquias y ropajes. Según documentos de la Causa General fechados en noviembre de 1941 y procedentes del Ayuntamiento y de la Comandancia Militar, fueron responsabilizados de estos hechos, participaran o no directamente en ellos, Teófilo García Rodríguez (secretario de la UGT), Alfredo Hervia Sánchez, José Macarro Gala, Manuel Pizarro Murillo (concejal socialista), Luis Álvarez Berjano, Gregorio Lozano Barrientos (jefe de los municipales) y Modesto Hierro García. Sin embargo, sospechosamente, otro documento también municipal de marzo de 1943 elimina algunos de los nombres anteriores e incorpora los de Julián Alarcón González, Antonio Martínez Rodríguez, Tomás Valiente Álvarez (primer teniente de alcalde), y José Lorenzana Macarro (el último alcalde republicano), la mayoría de los cuales acabarían desaparecidos o procesados por consejo de guerra[67]. También se consideró responsables de los hechos a los funcionarios del Cuerpo de Prisiones Carmelo Pérez Gómez, Vicente Mata Herrezuelo y Julio Flores Serradilla.
Los hechos del domingo 19 y la oculta venganza posterior, en la que por cada víctima anterior cayeron otras veinticinco, marcaron por muchos años la vida de la localidad[68]. A estas alturas, por más que resulte evidente la responsabilidad de las autoridades locales bien por su intervención directa bien por dejación de funciones, resulta casi imposible recomponer la cadena de acontecimientos y responsabilidades que culminaron con el incendio de la iglesia con los presos dentro en fecha tan temprana como el 19 de julio. Lo particular de Fuente de Cantos no fue que existiesen deseos de acabar con los presos de derechas —lo que podríamos considerar como una especie de pulsión generalizada provocada por el golpe militar—, sino que los que tal cosa deseaban no encontrasen serios obstáculos para llevarla a cabo, a sólo unas horas del inicio del golpe y sin que todavía actuase en tal sentido la cercanía de los sublevados o los testimonios de los huidos sobre lo que venían haciendo pueblo a pueblo[69]. No obstante, parte de la leyenda maldita de los sucesos del 19 de julio en Fuente de Cantos surge de relacionar dos sucesos sin relación entre sí como son los crímenes de ese día y la gran matanza posterior. Los sublevados necesitaban acciones como las del 19 de julio para su campaña de propaganda, pero las mismas no modificaban sustancialmente su plan de exterminio. En otros pueblos de alrededor, como Zafra y Villafranca, no hubo esta clase de sucesos y sin embargo sí se produjeron matanzas similares. En este sentido, todo esfuerzo por exculpar a las autoridades locales de lo ocurrido para así eliminar la base de la supuesta venganza posterior será vano, pues ésta hubiera existido con o sin lo anterior. La excepción de lo ocurrido en Fuente de Cantos dentro de la provincia e incluso del suroeste —no hay relación alguna entre los casos de Fuente de Cantos y Almendralejo— fue convertida en paradigma por unos golpistas ávidos de poder mostrar unos hechos violentos que la realidad no les proporcionaba.
Mientras tanto, los que desde Sevilla, Huelva y los pueblos del sur de Badajoz marchaban ya hacía un destino impredecible sembraban con sus noticias alarmantes un miedo y un ansia de violencia cada vez más difícil de controlar. En Zafra, Almendralejo o Mérida, en medio de una total confusión, se era ya consciente de lo que se aproximaba, y por ello se hicieron llamadas como éstas:
Dicen anoche salió bastante fuerza leal de Badajoz y al llegar Llerena tuvo que retroceder por venir una fuerte columna huida desde Sevilla, se supone han cortado comunicación en Llerena, por tanto considero necesario envío auxilio, pues en Mérida no tienen armas y es un peligro por aviación enemiga (Mérida, 5 de agosto de 1936).
O ésta:
De gobernador civil a ministro. Ruega encarecidamente envío hoy aviación defensa esa capital así como para bombardear focos rebeldes e igualmente envío urgente artillería defensa misma. Encarece contestación urgente esta vía (Badajoz, 5 de agosto de 1936)[70].
Cuando este mensaje llegó a Madrid ya estaba Asensio a un paso de Los Santos, mientras Castejón dejaba Fuente de Cantos en dirección a Los Santos de Maimona con intención de llegar a Zafra y Puebla de Sancho Pérez. Asensio ya sabía desde Monesterio que las fuerzas de Badajoz lo esperaban en Los Santos, donde habían llegado sobre la una de la tarde. La carretera que llevaba a Los Santos estaba cortada cerca del paso a nivel y desde la Alcaldía se comunicó a Madrid que una columna formada por unos dos mil hombres y abundante material de guerra se encontraba a cinco kilómetros: «El Alcalde pide urgentes refuerzos pues es la única manera de cortar el paso a esta columna que avanza hacia Cáceres y Madrid»[71]. A pocos kilómetros de Fuente de Cantos la columna de Asensio atravesó Calzadilla de los Barros en medio de la calma más absoluta. Los catorce presos derechistas ya estaban en libertad. Los dirigentes (Juan Rojas Rojas, Antonio Rojas Rocha, Pedro Pichardo Alonso, Faustino Silva González, Pablo Rojas Acosta, Guillermo Gordillo Paradela, Antonio González Real, Santiago Méndez Lobato y Rodrigo Merino Domínguez) y otros cuarenta o cincuenta considerados milicianos habían huido.
Otros pueblos fuera de la ruta principal incorporados esos días a los golpistas fueron Villagarcía de la Torre y Montemolín, controlado el primero por la derecha local en cuanto desaparecieron los izquierdistas y ocupado el segundo por un oficial de la Guardia Civil que pronto cobraría fama por la enorme actividad desplegada en esos meses y, sobre todo, por la dureza de sus métodos, el capitán Ernesto Navarrete Alcal[72]. Los rojos de Villagarcía no atacaron la iglesia ni hicieron daño alguno a los 18 derechistas presos. Se limitaron a saquear un par de haciendas, quedarse con el dinero del cura y sacrificar ganado para alimentar a los aproximadamente cien milicianos que actuaron a las órdenes del Comité presidido por José Moreno Vejar. En Montemolín ocurrió otro tanto, siendo los mismos informes oficiales los que reconocieron que el trato recibido por los 19 presos fue «el que suele dar la gente de poca educación, pero sin bejaciones [sic] ni malos tratos y aun guardando algún respeto»[73]. De poco valdría, pues sólo un mes después ya había desaparecido, entre otros, todo el Comité presidido por Antonio Rodríguez Lancharro.
Choque en Los Santos
Más adelante, ya con Los Santos de Maimona a la vista, en la falda de la Sierra de San Cristóbal, esperaba a Asensio la columna enviada por Puigdengolas desde Badajoz, formada por unos treinta camiones y que se extendía sobre un frente de unos tres kilómetros, contra el que fueron mandadas de inmediato la Bandera y el Tabor en medio de un prolongado cañoneo. Al mando del comandante Bertomeu, la componían dos compañías de fusiles, una al mando del capitán Otilio Fernández y otra al mando del capitán Buenaventura Carpintero; y una compañía de Carabineros, un cañón al mando del teniente Ten Turón y una sección de ametralladoras al mando del teniente Jacinto Ruiz Martín. A esta columna, que había salido de Badajoz a las tres y media de la madrugada del día cinco y que tardó unas ocho horas en llegar a Los Santos, se unió una compañía al mando del capitán Almansa Díaz, que había sido enviada el día anterior a Fuente de Cantos con la orden de llevarse a Badajoz a la Guardia Civil, pero que, vistos los testimonios de los que venían huyendo, que hablaban de «la enorme columna que había ocupado el pueblo» y, sobre todo, debido al predominio de los partidarios de incorporarse a la columna de Sevilla (José Almansa Díaz, Anastasio Riballo Calderón y Jenaro Nieto Cabañas frente a Juan Terrón Martínez), se dirigió a Los Santos por orden de Puigdengolas. Sabemos que en esta operación tomó parte el diputado socialista Nicolás de Pablo por el sargento Joaquín Zafra Mill, quien contó que cuando iba camino de su casa con la idea de escabullirse de la operación tuvo la mala fortuna de cruzarse con un coche, en el que iba Nicolás de Pablo, y dos camiones cargados de milicianos. Como no supo qué contestar cuando De Pablo le preguntó hacia dónde se dirigía, se vio en la obligación de subir al coche y seguir para Los Santos[74].
El contacto entre las dos fuerzas, la de Sevilla y la de Badajoz, tuvo lugar sobre las trece horas. Mientras los regulares iniciaban una maniobra de envolvimiento, Asensio pidió también un bombardeo por aviación y efectivamente, sobre las cuatro y media de la tarde, las fuerzas de Badajoz fueron bombardeadas y ametralladas por varios aviones enviados desde Sevilla, provocando la desbandada. Desde la misma columna, en la que existían muchos militares que estaban deseando pasarse al otro lado, se indicó al avión que no bombardeara. Dos oficiales —uno de ellos el teniente Guillermo García Fernández— desertaron y se presentaron en Fuente de Cantos al todopoderoso capitán de la Guardia Civil Ernesto Navarrete Alcal; otros, como el sargento Barragán, el teniente Ruiz o el capitán Lucenqui, lograron escabullirse y se escondieron en una casa[75]. El teniente de Infantería Patrocinio Carretero López declararía más tarde que desde el grupo donde él estaba, al mando del capitán Otilio Fernández, no se disparó un solo tiro[76]; y el brigada José Menor Barriga dijo que «a pesar de tener a las fuerzas nacionales a la distancia de 600 u 800 metros en terreno completamente descampado» no disparó, «viéndolas evolucionar con la mayor alegría»[77]. Otro militar, el comandante Fernando Ramos, confesaría igualmente que antes de la operación fueron inutilizados varios cañones y que además quitaron los detonadores a las granadas[78]. Por su parte, el capitán José Almansa Díaz se jactaba de haber ordenado «desalojar y echar para el pueblo» a un grupo de paisanos armados que querían sumarse a sus fuerzas y cuando se le acercó alguien diciéndole que en Villafranca había 150 o 200 milicianos dispuestos a ayudar le dijo: «Déjeme usted a mí de milicianos y de historias»[79]. El alférez Domingo Mejías Rivera, «rodeado de milicianos que hacían fuego nutridísimo», pidió que lo relevaran, ante lo cual Bertomeu le espetó que era un cobarde[80]. Contamos con un dato más sobre las tensas relaciones entre militares y milicianos: el capitán Valeriano Lucenqui y el teniente Ruiz fueron obligados por el sargento Barragán y un grupo de milicianos a salir de una casa donde se habían metido para no participar en el combate[81]. El desprecio por las «milicias marxistas», que llega al extremo de prohibir a los milicianos que gritasen UHP o cualquier otra cosa, sería utilizado en su defensa por todos estos militares cuando tuvieron que justificar su actitud ante los instructores de Yagüe. Por otra parte, de las fuerzas de Carabineros que intervinieron, al mando del capitán José Gata Igartua, sólo actuó una sección, quedando la otra, la del teniente Cesáreo Torres Camacho, en las afueras sin actuar en ningún momento[82]. Asensio tuvo dos legionarios muertos —uno de ellos un teniente— y diecinueve heridos; en el campo contrario se recogieron un número indeterminado de muertos —se llegó a hablar de unos trescientos[83]— y se incautó abundante material de guerra. El pueblo fue ocupado sobre las ocho de la tarde del día cinco. Desde Zafra advirtieron a Madrid del combate y de algo más grave: si no se tomaban medidas urgentes antes de que llegaran a unirse los sublevados de Cáceres con los de Sevilla, Badajoz quedaría fatalmente aislada. La fuerza que volvió a Badajoz, parte de la cual ni llegó a intervenir, estaba formada por unos novecientos hombres entre milicianos (unos 500), soldados (250 de Infantería) y carabineros (unos 100) con un cañón y cuatro ametralladoras. El control de Badajoz quedó mientras tanto casi enteramente en manos de las milicias. Cuando el coronel Ildefonso Puigdengolas llegó a la ciudad envió al Ministerio de la Guerra el siguiente mensaje:
Hoy marché sobre enemigo que se encontraba fuertemente colocado en proximidades Santos de Maimona y entablando combate, me ha sido imposible romper resistencia enemiga por lo que me he retirado Badajoz sin perder ni hombres ni material. Causas fracaso por carecer de Artillería y morteros de los que el enemigo tiene en abundancia, aunque combate duró cinco horas no tuve más que doce heridos. Enemigo quedó su misma posición y supongo más tarde continuará su avance por lo que pondré estado defensa Ciudad Badajoz[84].
Asensio, como era habitual, esperó a la noche para seguir el trayecto tras dejar encauzada a su modo la vida local. Así, antes de partir, sus hombres practicaron numerosos registros y detenciones en sólo unas horas, y puesto que Zafra todavía no había sido ocupada, acordé con Castejón que dos compañías de la columna de éste avanzaran hasta la Sierra de San Cristóbal para evitar cualquier intento de penetración en Los Santos. En el parte de bajas del día seis mencionó trece heridos por un ataque de un avión contrario, el primero desde su salida de Sevilla. Los Santos fue otro de esos pueblos donde los días rojos no pasaron de las requisas e incautaciones de alimentos. Ante la levedad de lo ocurrido y para justificar la tremenda represión desencadenada, en uno de los informes de 1941 a la Causa General, el Ayuntamiento aseguró que existió el propósito de asesinar a los presos, pero que no dio tiempo. Los diversos informes concluyeron que los responsables de todo fueron los miembros del Comité presidido por Antonio José Hernández Castilla (alcalde y presidente de la Casa del Pueblo). Otras veintinueve personas fueron acusadas de maltrato a los presos, aunque como reconocía la Causa General, «no hubo extracciones o entregas de presos para ser asesinados fuera de las cárceles»[85].
En Mérida y Badajoz se vivió con enorme preocupación la caída de Los Santos y el fallido intento de frenar el avance de la columna. El temor era cada vez mayor. En la tarde del día seis el diputado Nicolás de Pablo informó a Madrid de que los sublevados estaban utilizando como campo de aterrizaje un terreno cercano al pueblo portugués de Amareleja, junto a Valencia del Mombuey, al suroeste de Badajoz. Otro diputado, Jesús de Miguel Lancho, presidente de IR, desde Don Benito, donde se encontraba por disposición gubernativa, describió la situación como crítica, resaltando el peligro que representaba la columna tan bien pertrechada, cuyo avance era protegido por otra similar y por la aviación. «Creo conveniente envío refuerzos Badajoz con Artillería y que mañana temprano aviación bombardee facciosos de Los Santos y Cuartel sublevados Badajoz», concluyó en referencia a la Guardia Civil. Paralelamente la UGT de Badajoz comunicó que era «urgentísimo cortar el paso de la columna enemiga que ya está en Los Santos de Maimona». Las quejas también se referían a la total tranquilidad con que estaba actuando la aviación de Queipo, bombardeando las fuerzas de los pueblos cercanos aún no ocupados.
Desde Mérida se mandaron de nuevo mensajes alarmantes a Madrid, insistiendo en que los bombardeos ocasionales no producían efecto alguno en una columna que constantemente podía subsanar bajas y daños. Mérida urgía la llegada de material de guerra y aviones. «Harían falta 500 fusiles. Gracias a los enviados anteayer puede sostenerse lucha. El enemigo tiene blindados», añadía. Al mismo tiempo desde Don Benito se avisó de que había concluido la preparación de un campo de aterrizaje y que los muchos hombres dispuestos a luchar poco podían hacer con los veinticinco fusiles de que disponían. También el alcalde de Zafra, el socialista José González Barrero, que comunicó haber captado una orden de salida del Tercio entre Marruecos y Cádiz, advirtió a Mérida de la inminencia de la columna que había ocupado Los Santos. Minutos después llegaba un mensaje de Puigdengolas solicitando urgentemente aviación, artillería, morteros y ametralladoras «para actuar con éxito»[86]. Desde Ciudad Real se dijo estar preparados para partir hacia Mérida en ayuda de las fuerzas del capitán de Asalto Carlos Rodríguez Medina; también desde aquí se pedían con urgencia ametralladoras y bombas.
La Guardia Civil se subleva en Badajoz
Antes de seguir conviene que nos detengamos en un suceso importante que conmocionó a la ciudad de Badajoz en esos mismos días. El 22 de julio, llamada a definirse desde otros puntos, la Guardia Civil de Badajoz, entre vivas a España y saludando a las fuerzas africanas, comunicó a diversas comandancias, y éstas a Franco, que se hallaba al lado del «Movimiento Nacional». Ante el cariz que tomaba la situación, el día 30 de julio, un numeroso grupo de guardias civiles de Badajoz y Mérida enviados a Madrid se sublevaron en la Estación de Medellín y se dirigieron a Miajadas. Ante esto, el Comité, resuelto a que los que quedaban no siguieran los mismos pasos, resolvió reducirles el armamento y mantenerlos en constante vigilancia. Puesto que el curso de los acontecimientos en la ciudad obligó a la Guardia Civil a esperar un mejor momento para sublevarse, su actitud inicial quedó en suspenso. Otro de los cuarteles sublevados fue el de Fregenal, donde el teniente Ramón Silveira Nieto, en complicidad con sus compañeros de Cumbres Mayores, se negaba a acatar las órdenes de sus superiores de Badajoz. Por ello, el día tres de agosto, una columna mixta, al mando del comandante José Vega Cornejo, se presentó en Fregenal, rindió el cuartel y se llevó a sus hombres para la capital. La llegada de Silveira Nieto, como señala Martínez Bande, no hizo sino «enconar el ánimo de rebeldía latente en todos los allí concentrados»[87]. Nada más ingresar en prisión, Silveira entra en contacto con el teniente de Asalto Fernando Acosta López.
Dos días más tarde, el cinco, animados por el fracaso republicano en Los Santos y por la cercanía de las fuerzas de Sevilla, a la que ya habían dado aviso de estar con la sublevación al solicitarles auxilio, una buena parte de la Guardia Civil y algunos jefes de Asalto —confiados en poder resistir hasta la llegada de la columna— decidieron sublevarse. En total se sublevaron 150 guardias civiles y un reducido grupo de guardias de Asalto, quienes se dirigieron al cuartel de los primeros dando gritos de ¡Viva España!, ante el estupor del vecindario. Disponían, pese al supuesto desarme, de unos cien fusiles, dos ametralladoras y escopetas y pistolas. A esta gravísima situación se sumó otro problema. Esa misma noche del cinco de agosto, con el sentimiento de impotencia cada vez más generalizado, fue asaltada la prisión Provincial de Badajoz, que hubo de ser defendida durante más de dos horas por las escasas fuerzas allí concentradas —unos veinte guardias de Asalto al mando del teniente Fernando Acosta— y por los propios funcionarios, uno de los cuales, Juan García, resultó gravemente herido. Temiendo un nuevo ataque el director, Miguel Pérez Blasco, exhortó a Gobernación que demandara a los gobernadores civil y militar el envío urgente de refuerzos. Cuando el día 12 por la noche se rumoreó que un grupo numeroso se dirigía a la prisión para exigir la libertad de Juan Miranda Flores (alcalde de Corte de Peleas), no sólo se prepara la defensa con las fuerzas existentes sino que, quizá previendo lo que se avecina, se da cierta libertad de movimientos a presos como Alejandro López Comide o Agustín Carande Uribe. No obstante la ayuda principal procede del propio gobernador Granados y de tres republicanos: el industrial Luis Pla Álvarez, el concejal Eloy Domínguez Marín y el médico Joaquín Vives Castrillón, asesinados tras la ocupación. La investigación policial posterior determinó que los responsables del ataque fueron Antonio Benítez Cano, de Salvaleón, Rafael Salcedo Gago, Pedro Cienfuegos Bravo, el comunista Manuel Flecha Rodríguez, el cenetista Gregorio Sáez «El Maño», Eulogio Casco «El Gaseosa», el cenetista Juan Moreno González «El Carbonero», Manuel de la Rubia Valdivieso Fernando Chaves Sánchez, Francisco Rodríguez García «El Belloto», Sebastián Bas Perera «Bocanegra», Leopoldo Soltero (el buñolero de la calle Abril), Obdulio Pérez Rodríguez «El Tulio», el socialista Vicente Galea (fiel de Arbitrios), Mariano Flores Román, hijo del alcalde de Talavera, José Prieto Herrero y el carabinero Celedonio Boch Villalobos, que huyó a Portugal. Al menos Cienfuegos, Casco, De la Rubia, Chaves, Rodríguez, Bas, Soltero, Pérez, Galea y Flores Román serían eliminados después del día 14[88].
En las primeras horas de la mañana del día seis, el teniente Acosta se dirigió con diez de sus hombres al cuartel de la Guardia Civil y, de acuerdo con el teniente Silveira y con el capitán justo Pérez Almendro —pese a las órdenes del comandante Vega Cornejo—, decidieron sublevarse. Eran las tres y veinte de la noche. El tiroteo comenzó de inmediato, y de manera rápida cundió la alarma en la ciudad. Franco comunicó a Mola estos hechos el día seis, sin dejar de señalar que mientras los guardias civiles de Badajoz juraban «ser leales», los de Cáceres informaban que sus compañeros eran «rebeldes». Cuando empezaron a llegar llamadas de socorro de Badajoz Franco las transmitió a Asensio, aconsejándole que comprobara su veracidad y adoptase las precauciones oportunas[89]. Sobre las cuatro de la tarde del día seis se acercó al cuartel de la Guardia Civil el coronel Puigdengolas acompañado de su ayudante, el capitán Guillermo de Miguel, del comandante de Asalto Luis Benítez Ávila y de unos quince hombres, quedando por momentos a la espera tropa y milicia sin saber muy bien qué hacer. El comandante Benítez arengó a sus hombres y concluyó diciendo: «Los míos conmigo y a nuestro cuartel»; obteniendo por toda respuesta que un guardia de Asalto llamado Expósito le apuntara con su arma y le dijera que se fuese él. Lo cierto es que no sólo fracasaron en su intento de abortar la sublevación, sino que, a consecuencia del desconcierto provocado por una explosión que hirió en el brazo al coronel Puigdengolas, pasaron a poder de Acosta y Silveira. El comandante Vega Cornejo estuvo allí también, intentó sin resultados evitar el conflicto y salió del cuartel. Una hora después, sobre las cinco de la tarde, se comunicó de Badajoz a Madrid que «en ese momento han [sic] un gran titiriteo [sic] que espanta» y al mismo tiempo la Guardia Civil de Badajoz enviaba repetidamente un radiograma a Cáceres, Sevilla y Tetuán con una llamada de socorro y el mensaje: «Nos encontramos fuerzas Guardia Civil y de Asalto sitiados en cuartel Guardia Civil»[90]. Desde Tetuán se les ordenó que resistieran «con dientes, uñas y cinturones, que para comunistas es bastante armamento». En Cáceres, sin embargo, el comandante Vázquez Ramos informó que lo más probable era que detrás de dichos mensajes se hallase el propio Puigdengolas, ya que era muy raro que fuerzas que hasta el día anterior habían sido hostiles y que ahora se decían desarmadas, hubieran apresado a su propio jefe. Las dudas que la supuesta sublevación planteaba en otras comandancias llegaron también a los propios sublevados de Badajoz, quienes se lamentaron de la situación: «He visto con dolor dudáis de que estemos sublevados pero yo les juro por mi honor que antes de traicionarles me hubiera volado la tapa de los sesos». El mensaje lo firmaba el cabo Medina, quien hubo de reiterar nuevamente su lamentación encabezándola con un «Yo le juro por la gloria de mis padres…». La confusión más absoluta reinó durante toda la tarde. Los de fuera no sabían qué había pasado y los de dentro no conseguían hacer efectiva la ayuda necesaria para alargar lo máximo posible la grave situación que habían creado. Lo único cierto es que desde que se supo de la sublevación la gente se lanzó a la calle dispuesta a evitar que la Guardia Civil se hiciese con el control de la ciudad. Un conato de sofocar la rebelión con dinamita fue cortado por el comandante Enrique Alonso.
Más tarde, alrededor de las veinte horas, y entre rumores de que la Columna de Sevilla se hallaba a 25 kilómetros, se informó de que las milicias rodeaban el cuartel de la Guardia Civil, que habrían detenido a algunos jefes y que disparaban con armas tomadas a los de Asalto. Dicho mensaje fue completado momentos después por otro todavía muy confuso en el que se hablaba ya claramente de una sublevación de Asalto y Guardia Civil, y del cese del tiroteo. Este mensaje concluye: «Ha sido y sigue siendo un tiroteo delante de Telégrafos. Estamos esperando confirmación y aclaración este incidente»[91]. Por su parte, el jefe de la Comandancia, el comandante Vega Cornejo, afirmaba que los sublevados tenían en su poder a Puigdengolas. Entre las 21 y las 22 horas los sublevados de Badajoz, sabedores de la posición que les otorgaba tener en su poder al jefe máximo, comunicaron a Tetuán que el teniente coronel de Carabineros exigía la liberación de Puigdengolas si no querían que se reforzara el sitio con dos compañías de carabineros y fuerzas militares y, sobre todo, si no querían que algunas de sus familias fuesen detenidas, como la del teniente de Asalto Acosta. Franco, en su estilo habitual, les envió el siguiente mensaje:
Resistencia toda costa ese puñado valientes a su frente será única garantía honor, vida y libertad España y familias que marxistas han aprisionado. No les conviene entregar prisioneros única garantía tienen en sus manos, para contener salvajes acciones marxistas. Entregados rehenes marxistas de cuyo honor no es posible fiar seguirían aprisionando sus familiares cometiendo iguales crímenes. Llegada próxima columnas leales resolverán definitivamente situación valerosa esas fuerzas[92].
Desde la Comandancia de Badajoz, a la espera de una ayuda que no llegaba —«urge llegada aparatos bombardeo», decían— y ante el rumor de que las fuerzas sublevadas andaban ya muy cerca, se envió un mensaje a Sevilla exhortando que las columnas apresuraran la marcha y llegaran a la ciudad lo antes posible. En todo este ajetreo de mensajes el general Queipo señaló a Franco que, dada la situación de Badajoz y «por conveniencias internacionales», convenía que mientras la columna de Asensio seguía para Mérida, la de Castejón y otra que saliera desde Cáceres marcharan sobre Badajoz. «Dígame si puedo disponer la operación», concluía el mensaje. Pero este mensaje no fue cursado pues Franco se adelantó y telefoneó directamente a Asensio. A las cinco horas del día siete los republicanos exigieron de nuevo la liberación de los rehenes amenazando con apresar a otros familiares; comunicada la amenaza a Franco, la respuesta de éste fue: «Que se conteste que no los entreguen». El día siete, al mediodía, ante la evidencia de que no llegaba fuerza alguna en su apoyo —sólamente un avión arrojó una bomba sobre el cuartel de Infantería— y advertidos ya de que un grupo de mineros de Azuaga dirigidos por Antonio Bugarín había iniciado los preparativos para la voladura del cuartel, los sublevados se rindieron. La sublevación de la Guardia Civil costó la vida a unos veinte milicianos[93]. De inmediato se comunicó a Madrid el resultado, abriéndose un procedimiento sumarísimo contra jefes y oficiales, del que serían encargados el coronel Enrique Segura Otaño, como instructor, y el alférez Enrique Gallardo Guerrero, como secretario. Los sublevados, protegidos en todo momento por fuerzas de Infantería y Carabineros, fueron salvados por los militares de la ira popular y encarcelados hasta que las fuerzas de Yagüe les dieron larga el 14 de agosto[94]. El jefe de la sublevación, el teniente de Asalto Fernando Acosta, fue detenido por un carabinero, identificado más tarde como José Sánchez Roque pero que en realidad se trataba de Andrés García Fustegueras, y por un miliciano, el sevillano Leandro Gómez Canchales[95]. Puigdengolas se limitó a llamarle canalla y a ordenar que lo llevaran al cuartel de la Bomba. La excepción sería el capitán Justo Pérez Almendro, quien, tras pasar por el convento de las Descalzas y por el Cuartel de San Agustín, desapareció. Su cadáver, vestido con mono azul, fue hallado después en el depósito. Al parecer fue asesinado por un grupo de milicianos en el lugar conocido por «Malos Caminos», en la carretera de Olivenza, cuando pretendía huir de la ciudad. Pérez Almendro, pese a que apoyó la sublevación desde un principio, habría tenido problemas más tarde por haber sido el que facilitó la salida de Puigdengolas y sus hombres cuando permanecían en poder de los sublevados[96]. Todos los detalles de aquella rendición —«¡A fusilarlos!», gritaba la gente— quedarían archivados en la memoria de los entonces vencidos, los cuales, una vez liberados por Yagüe, compensarían su fracaso buscando al que los machacó con los morteros desde la terraza de Correos y Telégrafos (el teniente Alfonso Ten Turón), al carabinero que les apuntó con la pistola, al miliciano que los insultó, al vecino que pidió que los fusilaran o al militar que los recluyó en San Agustín. También saldrían los méritos, como los del capitán Miguel Valaer, el que dirigió la compañía que protegió la salida de los detenidos, quien tras la ocupación declararía que al llegar a la altura del cuartel de la Bomba,
y con el fin de evitar el fusilamiento o matanza de los detenidos, los fue introduciendo en la caja de Reclutas y sacándolos por la puerta falsa al cuartel de Menacho, librándolos de esta manera de una muerte segura debido a la excitación de las hordas marxistas[97].
Sin embargo, los méritos de otros —caso del comandante Enrique Alonso, firmemente decidido a que no se aplicase la justicia popular a los sublevados o a que se volase el cuartel, o de la compañía de carabineros del capitán José Gata Igartua, que contiene a la masa en San Francisco por orden del teniente coronel Antonio Pastor Palacios, decidido a «proteger las vidas de los oficiales, clases e individuos que después de sublevarse se habían visto obligados a rendirse y no querían entregarse a las Milicias rojas»— pasarían desapercibidos[98]. Por su parte Queipo aportó su grano de arena, preparando el terreno sin duda para la gran jornada del día 14, al informar en una de sus charlas del día ocho que tras la rendición habían sido fusilados treinta y cinco guardias. «¡Qué canallas son esos marxistas!», concluyó.
Continúa el avance hacia Mérida
La columna de Castejón pasó de Monesterio a Los Santos entre los días seis y siete y marchó hacia Zafra a las tres de la noche de este día. Muy temprano solicitó a Sevilla veinte falangistas y veinte requetés «aptos para registros, detenciones, requisas de vehículos y persecución de personal huido», que le fueron mandados de inmediato[99]. Un lacónico comunicado, ya en la tarde de ese día, enviado como siempre al general Queipo de Llano, añadía que:
A las 5 empezó el cañoneo de la población y a las 6.30 horas se adueñó de Zafra. El pueblo tiene un espíritu levantado; han puesto bandera blanca. Reina ambiente de orden. Se ha nombrado Comisión Gestora y armado a las derechas. Hoy quedará en Los Santos y dice que sería conveniente bombardear Badajoz donde se oye cañoneo[100].
Castejón bombardeó la iglesia y el ferrocarril, y consiguió así neutralizar un tren que en ese momento salía de la ciudad. Antes de partir para Los Santos, con 5000 pesetas recaudadas (aunque esa cantidad es la que aparece en los documentos, en realidad fueron bastantes más), dejó allí una Sección de Regulares, otra del Tercio y otra de la Guardia Civil. Una memoria anónima nos relata lo ocurrido aquellos días:
La gente de Zafra empezó a desbandarse huyendo como fugitivos cada uno por un lado, pero con mucho miedo y sobre todo los que pertenecían al Partido Socialista y eran pobres en general porque ya se oían las cosas que venían haciendo cuando tomaban algún pueblo, que mataban a todo lo que [sabían] socialista y a quien no lo era, por donde el miedo era terrible[101].
Sabemos por José María Lama que el día 21 de julio, superada la sorpresa inicial, se creó, aparte del Ayuntamiento, el Comité de Ayuda al Frente Popular con el alcalde en cabeza y dos representantes de cada partido. Celebraban una reunión todas las noches de once a doce. Muy pronto el Comité ordenó las primeras detenciones, hechas como en tantos otros lugares tanto para proteger a la República como para proteger la vida de quienes pudieran ser objeto de violencia incontrolada. El alcalde González Barrero fue el más firme protector de los presos, ya fuera impidiendo su entrega a los grupos de exaltados que de sur a norte buscaban saciar el ansia de venganza, o incluso ordenando que se retirase una bandera republicana colocada por los milicianos en la iglesia que hacía las veces de cárcel por si a los golpistas se les ocurría lanzar allí alguna bomba.
La tensión acumulada desde el 18 de julio alcanzó su punto álgido cuando en Zafra se conoció que se pensaba frenar el avance de las fuerzas de Asensio en Los Santos. Allí acudieron el cinco de agosto un grupo de hombres, varios de los cuales entregaron su vida junto a los milicianos y los hombres de Puigdengolas. Después vino la gran desbandada. La entrada de Castejón en Zafra fue un paseo sólo interrumpido por un aislado defensor que cayó eliminado rápidamente. La investigación de José María Lama nos permite entender, por primera vez en el recorrido de la columna, las dotes militares de Castejón y la supuesta consumada estrategia militar de las fuerzas de choque del Ejército español comentada en ocasiones. El comandante se reunió en el Ayuntamiento con los derechistas más señalados de la localidad, la mayoría abogados y propietarios, para constituir una comisión gestora en la que tuvieron cabida desde mauristas y viejos políticos primorriveristas hasta monárquicos y falangistas. Se practicaron numerosas detenciones y registros, se desarmó a unos y se armó a otros, y algo más:
Castejón exige de las autoridades que él mismo ha nombrado un número de hombres cercano al uno por ciento de la población: sesenta. Poco a poco los nominados van siendo encerrados en una habitación de las Casas Consistoriales. A algunos que entran en esos momentos en la Alcaldía se les permite borrar de la lista, que poco a poco va engrosándose, tres nombres a condición de que escriba otros tres. El tira y afloja entre los militares y las nuevas autoridades, poniendo y quitando nombres de la lista, acaba según alguna fuente con 48 personas cuyos nombres han sido escritos y no borrados en la lista fatídica. A mediodía Castejón y parte de su columna salen de Zafra y se llevan atadas detrás al casi medio centenar de personas que no han encontrado valedor. Cada cierto trecho va sacando a siete personas y ordena que sean fusiladas[102].
Esto es lo que Castejón no contaba en sus partes a Queipo, ni esto ni los saqueos y robos practicados por las fuerzas a su mando. Estas actividades se daban por supuesto. Moros y legionarios, desde Cádiz a Madrid, sirven a la patria siempre de igual manera: primero roban y luego venden; los patriotas, mientras tanto, miran para otro lado. Todos ven, saben y callan, incluso algunos participan en la kermesse amparados en el ambiente, y todos —militares, periodistas y memorialistas— acuerdan tácitamente endosar todo lo malo a la «horda marxista». Las casas de los izquierdistas son saqueadas por gente de orden y conducta intachable y cada uno coge lo que puede, alhajas, adornos, muebles[103]… Ya dejó escrito Antonio Bahamonde, el que fue delegado de Propaganda de Queipo, que
el pillaje y el saqueo fue consubstancial con la columna. Pueblo en que entraban, pueblo que devastaban. En todos ellos se ven las huellas de su paso. Los moros y el Tercio, cuando iban a Sevilla, llegaban cargados de objetos de todas clases. Vendían, sin el menor recato, aparatos de radio, relojes, joyas, etc[104].
Salen ganando los mejor organizados, aquellos que por ir en grupo pueden apropiarse de manera efectiva de una cómoda, de una cama o de un ropero. Años costará a las mujeres de aquellos izquierdistas, como la de González Barrero en Zafra o la de Medel en Villafranca, recuperar algo de lo perdido. Y si tan gravísimo castigo mereció un pueblo como Zafra donde no habían existido delitos de sangre ni resistencia al ocupante, ¿qué ocurriría realmente en Llerena, Fuente de Cantos o Almendralejo?
También Lama nos sitúa el origen de la represión local, con la pronta aparición de listas y las aberraciones inherentes a su elaboración. Se llega a pagar dinero por sacar a gente de allí con la condición añadida de incorporar nuevos nombres, procedimiento que explica la eliminación de personas totalmente ajenas a la vida política por denuncias a cual más absurda. Se hacía mención antes a la venganza que cayó sobre los vecinos de Fuente de Cantos a causa, supuestamente, del asesinato de doce personas. Y tendemos a hacer esto como único recurso para justificar la represión, un fenómeno que nos desborda. ¿Qué hacer, pues, ahora en Zafra con los más de doscientos casos de personas asesinadas? ¿Qué se estaba vengando con tan brutal purga antiobrera, antirrepublicana, antilaica…? Se vengaban simplemente los cinco años de República.
Situado junto a Zafra, cayó ese mismo día Puebla de Sancho Pérez. Los dirigentes, el alcalde socialista Aquilino Barroso Cumplido, el concejal Leandro Muñoz Roblas (PSOE), Antonio Aguilar Zoido, el comunista Alejandro Rosario Márquez y José Muñoz Guillén (JJ. SS.), fueron acusados de practicar detenciones y registros en busca de armas, y de la destrucción de un vía crucis. El pueblo fue tomado por una compañía del IV Tabor de Regulares. Según un informe de principios de 1937, firmado por el alcalde Primitivo Ramos y por el jefe local de Falange Antonio Periáñez, los 24 derechistas presos no sufrieron «crueldades especiales» debido a que no «tuvieron tiempo de ensañarse por la pronta intervención de la fuerza salvadora»[105].
En las primeras horas del día siete de agosto Asensio puso en marcha su Columna con el II Tabor de Regulares en vanguardia. Al llegar cerca de Villafranca de los Barros, sobre las tres de la noche, como desde la Central Eléctrica se le hacía fuego ordenó que se lanzaran varias granadas y algún disparo de cañón y, después de ocupar la central al asalto, temiendo que la columna sufriera algún ataque a su paso por la localidad, se esperó a que amaneciera y se efectuó una rápida maniobra de envolvimiento para abrir paso que finalmente expulsó hacia Almendralejo a algunas concentraciones de milicianos. Desde el Ayuntamiento se había pedido ayuda a Madrid en varias ocasiones durante esa tarde. La última llamada de socorro se produjo a las tres y veinte, cuando se envió un mensaje en que se decía que en ese instante «los rebeldes atacan el pueblo». Este, casi vacío, permaneció toda la noche a oscuras. Cuando la gente se percató de que la columna había pasado de largo empezó a volver al pueblo en la creencia de que no había nada que temer. A falta de otros hechos violentos que mostrar, cuando unos años después las autoridades rellenaron los estados de la Causa General, falsearon los datos, de forma que allí donde se diera cuenta de «la relación de personas residentes en este término municipal, que durante la dominación roja fueron muertas violentamente o desaparecieron y se cree que fueron asesinadas» se incluyeron ocho nombres, ninguno de los cuales había perdido la vida en el pueblo.
Lo ocurrido en Villafranca nos muestra la estrategia básica de los golpistas en provincias donde no contaban con apoyo real. Cuando el sábado 18 se supo del inicio de la sublevación, los escasos falangistas locales y su jefe comarcal Diego Hernández-Prieta Aguilar acudieron directamente al cuartel de la Guardia Civil para ponerse a su servicio. «En esta ciudad estaba organizada la Falange local que actuaba secretamente en unión de las personas de orden en favor del Alzamiento y contra el marxismo», se leía en un informe[106]. Sin embargo, en las horas siguientes se comprobó que la guarnición militar de la provincia se mantenía dentro de la legalidad. A la una de la tarde del domingo 19, los falangistas hubieron de abandonar el cuartel, y dos de ellos, el mencionado Hernández-Prieta y el jefe local de Falange Francisco Corredera Vaca, emprendieron una huida campo a través que terminaría el día 27 de julio con la detención de ambos por izquierdistas de Villalba de los Barros, donde permanecerían encarcelados hasta que el siete de agosto fueran puestos en libertad. Tras ser detenidos y liberados nuevamente, pasaron a un domicilio particular en el que el día nueve fueron detenidos otra vez por la columna del diputado comunista José Martínez Cartón a su paso por el pueblo camino de Fuente del Maestre, localidad en la que, como luego se verá, serían asesinados. Los demás falangistas quedaron presos en el pueblo, donde en total fueron detenidas algo más de cien personas, unas 60 en la cárcel y 54 en la sacristía.
Cuando en la noche se oyeron los cañonazos de la artillería de Asensio, los milicianos, durante tres horas y antes de partir hacia Almendralejo, prendieron fuego a la sacristía con los cincuenta y cuatro hombres dentro, y efectuaron numerosos disparos desde el exterior y desde los balcones del casino situado enfrente. Esta repetición de los sucesos de Fuente de Cantos acabó en esta ocasión, afortunadamente, sin víctimas por diversos factores, entre los que hay que destacar la intervención personal del gobernador civil Granados, enterado de lo sucedido por el secretario del Juzgado Pedro Martínez; y la firme actitud de algunos miembros del Comité, cuyo presidente, Manuel Borrego Pérez, aseguró a los presos antes de partir que tenían garantizadas sus vidas. En la incertidumbre más absoluta y sin saber muy bien qué pasaba a su alrededor, los presos siguieron allí encerrados hasta la media tarde del día siguiente. La derecha, sin embargo, no se sintió tranquila hasta que en la madrugada del día nueve entraron en el pueblo un tanque y varias secciones de legionarios y regulares.
No obstante, como en otros pueblos, se repitió el argumento de que si no hubo una matanza es porque no les dio tiempo[107]. La realidad, pues hubo más de cien detenciones practicadas a partir del 18 de julio, demuestra que no existió verdadera voluntad de eliminarlos. En última instancia, los izquierdistas de Villafranca, como ya era habitual, sólo pudieron ser acusados del registro y saqueo de varias casas —como las de Justiniano Bermejo o la de Saturnino Fernández Miffsut— y cortijos —como «El Piojo» y «El Redrojo»—. También obligaron a los propietarios a pagar todos los jornales que no habían sido abonados. Los informes, realizados como casi siempre por derechistas presos elevados a los más altos cargos municipales, mencionaron —en relación con los presos— los nombres de Miguel Hernández Mena «El Hijo de la Noche», Manuel García Mancera «Pirulín», Antonio Díaz Morales «Patilla» y Pedro Morán del Valle «Perico el de la Fonda»[108]. El Comité estuvo formado, entre otros, por Manuel Borrego Pérez, Ángel Medel Carreras, Fernando Molano Segura, Blas Mesa González y Florián García García. González Ortín también menciona entre los «principales salvajes» al alcalde Jesús Yuste Marzo y a Evaristo Santiago. Prueba de la escasa fiabilidad de estos informes, hechos a posteriori, sería el caso del encargado del depósito municipal, Mateo Murillo Vara, de quien en un informe se decía que destacó en las groserías hacia los presos, y en otro que los presos debían la vida a «la hombría de un carcelero que se opuso al incendio en este lugar, acción que le valió salvar la vida al entrar el Ejército…».
Puesto que la columna siguió el día siete para Almendralejo, salvo un pequeño retén, y aunque sabemos que el día ocho una Compañía del II Tabor de Ceuta, establecida en Los Santos, se acercó para efectuar registros domiciliarios, debe considerarse el día nueve como fecha de la verdadera toma de Villafranca. Sobre las cinco de la mañana llegaron fuerzas de Asensio con las tareas habituales de registros y detenciones. Por la tarde, cuando ya se había detenido a varios centenares de personas, y siguiendo listas elaboradas previamente, se apartó a 56 —la cuota inicial— que fueron conducidas atadas de dos en dos por el centro del pueblo hacia el Cementerio, y finalmente asesinadas. Un documento oficial de los años cuarenta lo reflejó así:
El capitán Menéndez formó el primer consejo de guerra, que empezó rápidamente a funcionar. El capitán Fuentes con varios números del Tercio, Regulares y falangistas [empezaron] a limpiar el pueblo de lo que había quedado de rojo en él. Aquella tarde, la justicia militar, rígida, inexorable, descargaba su mano sobre 56 delincuentes. Primeros que sufrieron la justicia en esta ciudad[109].
Ésta es la justicia militar que se practicó a lo largo de la ruta y de la que hasta la fecha no ha sido posible encontrar rastro documental alguno. Si tenemos en cuenta que los izquierdistas más significados (más de 150) habían huido, podemos suponer la tremenda conmoción que estos hechos produjeron en el vecindario, ignorante de que lo que había de venir en los cinco meses siguientes dejaría el inicio en simple anécdota. Al día siguiente de la matanza, el diez, se presentó en el pueblo por la carretera de Fuente del Maestre la columna de Martínez Cartón, rechazada sin grandes problemas en poco tiempo por fuerzas locales y por un tabor de regulares enviado desde Almendralejo. Los vencedores, con tres víctimas frente a las 17 de los milicianos, celebraron ufanos aquella victoria e incluso dedicaron una calle, «Defensores del 10 de agosto», a fijar la memoria de aquellos hechos, pero eso sí, eliminando la clave obsesiva de los mismos: qué hubiera ocurrido si después de «lo del día anterior» hubiera ocupado el pueblo la columna izquierdista. Una de las acciones más celebradas de aquellos días fue la realizada por dos fascistas locales, quienes se acercaron en coche a Trujillanos cuando todavía no había sido ocupado y secuestraron a una de las maestras de Villafranca, que se encontraba allí de vacaciones, y a su padre. La maestra, Catalina Rivera Recio —«condenada a la última pena, … por haberse declarado en rebeldía contra el Ejército salvador de nuestra querida Patria»— fue asesinada poco después. Su domicilio fue saqueado y su máquina de coser Singer pasó a manos de Falange. De ella, como de tantos maestros sacrificados, se contará después el viejo cuento de que encerraba a los niños en un cuarto oscuro y les decía que pidieran a Dios que los sacara de allí, tras lo cual, y vistos los resultados, concluía: «Ahora pídeselo a la maestra…».
A las once de la mañana del día siete, pocas horas después de que las fuerzas de Asensio pasasen camino de Almendralejo, se recibió por segunda vez en el Ministerio —la primera fue seis horas antes— el comunicado siguiente: «Tropas enemigas han tomado Villafranca y están para entrar en Almendralejo, a 29 km de Mérida y hay que tener en cuenta que ésta es la llave de la provincia»[110]. Por su parte Castejón ordenó a Navarrete Alcal, que estaba ya operando con su columna desde Fuente de Cantos, que ocupase Medina de las Torres, lo que consiguió sin encontrar resistencia alguna.
La torre de Almendralejo
Así pues, el grueso de la columna, sabedor Asensio de que en Almendralejo le esperaba una mayor resistencia, siguió adelante. En los 14 kilómetros que separan Villafranca de Almendralejo hubo necesidad de desplegar las tropas de vanguardia en dos ocasiones. Llegó finalmente a las afueras de la capital de Tierra de Barros sobre las doce horas del día siete. La táctica de Asensio ante los defensores de Almendralejo fue la de siempre: bombardeo por tierra y aire, y maniobra de envolvimiento a cargo del Tabor y la Bandera. Deshechas las defensas en cuatro horas de lucha, ocurrió como en Llerena: la resistencia se concentró en la torre de la iglesia, convertida en garaje:
Pronto pude darme cuenta de que aquellos hombres estaban dispuestos a entretenernos más de lo conveniente. Su reacción al cortarles el agua fue la de decir que el vino les sobraba, y mostrar desde la torre, atados a unos palos, los jamones que se habían cuidado de llevar. Era una locura por su parte, pero que podía ocasionarnos cierta perturbación.
Efectivamente, la situación creada me obligaba a desprenderme de una Compañía de Fusiles para el asedio, si quería continuar el avance[111].
La aviación republicana hizo su aparición realizando tres bombardeos que causaron entre legionarios y regulares tres muertos y veinte heridos. Asensio no comentó en su parte las bajas republicanas, pero no cabe duda de que debieron ser las más numerosas hasta el momento. Por primera vez en el trayecto las amenazas hechas por los sectores más radicales de eliminar a los presos, si los golpistas atacaban la población, fueron llevadas a cabo. Todo ocurrió durante la invasión de la ciudad. Se prendió fuego a la cárcel y al convento, y entre el fuego y los disparos fueron asesinadas 28 personas:
Juan Alcántara Alcántara, 45 años, propietario, Acción Popular.
Máximo Álvarez García, 55 años, empleado.
Juan Pedro Arias Merchán, 52 años, propietario, Acción Popular.
Guillermo Barroso Álvarez, 35 años, bracero, Acción Popular.
Miguel Bordallo Vicioso, 53 años, industrial, Partido Republicano Radical.
Francisco Cabezas Gallardo, 60 años, propietario, Partido Republicano Radical.
José Cano Gómez, 44 años, industrial.
Alberto Elías del Toro, 40 años, maestro.
Domingo García Vélez, 55 años, industrial, concejal radical.
Manuel González Dorado, 33 años, bracero, Partido Republicano Radical.
Manuel González González, 45 años, contable, Acción Popular.
Manuel González Ojeda, 54 años, empleado.
Manuel Guillén Ramos, 30 años, chófer, falangista.
José Jiménez Marcos, 42 años, empleado.
Juan Limón Borrero, 40 años, industrial.
Antonio López Cabezas, 30 años, bracero, falangista.
José López Cabezas, 33 años, bracero, falangista.
Pedro López Cabezas, 38 años, bracero, falangista.
Ángel López Crespo, 26 años, comerciante, falangista.
Francisco Mejías Barrientos, 62 años, labrador, Acción Popular.
Antonio Merino Garrido, 26 años, estudiante, Acción Popular.
Saturnino Merino Garrido, 24 años, estudiante, Juventudes AP.
Javier Merino Martínez, 56 años, propietario, Acción Popular.
Agustín López Navarrete, 42 años, empleado.
Manuel Nieto Marín, 42 años, bracero, falangista.
Antonio Santos Alcañiz, 38 años, bracero, Acción Popular.
José Terrón Vargas, 24 años, estudiante, Juventudes AP.
Miguel Villena Ballesteros, 33 años, albañil, falangista.
Sabemos lo ocurrido los días anteriores por el trabajo de Manuel Rubio y Silvestre Gómez[112], quienes nos han contado las actividades del Comité entre el 18 de julio y el siete de agosto y la ocupación de la ciudad. Los focos de resistencia más importantes, aparte de las barreras establecidas en la carretera, fueron los situados en la torre, en la plaza de toros y en la Estación enológica. El armamento, varios centenares de fusiles, llegó en la noche del seis al siete, unas horas antes de la irrupción de la columna. Según alguna fuente la llegada del armamento fue celebrada con toques de campana[113]. Ciertos informes hablan de unos mil milicianos y de unos seiscientos fusiles, pero las cifras parecen excesivas. Sobre las dos de la noche sonaron las campanas y la gente acudió al Ayuntamiento a recoger armas y cada uno salió a donde creyó conveniente. Uno de los que partió al encuentro de la columna por la carretera contó a los autores antes citados la gran impresión que le produjo ver lo que se avecinaba:
Muchos habían pensado que venían cuatro curas y frailes pero ¡cuando dicen a presentarse moros, legionarios arremangados, vestidos de verde, con ametralladoras, camiones, artillería…! Estuvimos allí un buen rato, nosotros con los fusiles: pum, pum…; ellos con las máquinas: ta, ta, ta, ta…; total que nos iban echando el reor por la parte de la vía. Yo dije para mí: nosotros lo que tenemos que hacer aquí es echarnos los pies a cuestas; éramos muy pocos y ya habían caído algunos de nosotros, y ellos serían dos o tres mil o más. Salimos corriendo …[114].
Entre quienes divisaron la columna desde la torre estaba el capitán Rodríguez Medina, quien se dirigió a Mérida —según dijo— con la intención de volver con refuerzos. Las tropas irrumpieron en la población ya pasado el mediodía porraceando las puertas con las culatas, deteniendo a quien les parecía y conduciendo a los detenidos, a los que hicieron pasar por la cárcel para que miraran a los muertos, a la plaza de toros. Muchos lograron huir; otros fueron eliminados ese mismo día y abandonados sus cadáveres por calles y caminos. Las casas deshabitadas fueron saqueadas por moros y legionarios, que además las utilizaron para hacer sus necesidades. El cerco a la iglesia, en cuya torre se recluyeron unos cincuenta milicianos con fusiles y granadas y alimentos, se convirtió para los ocupantes en un problema sólo resuelto al cabo de varios días cuando se colocó una carga de trilita que destrozó la escalera y parte de la torre. Asensio hubo de reconocer en el parte del día ocho de agosto que los repetidos intentos de ocupar la iglesia no habían dado ningún resultado. Y añadía que
en vista de ello se ha dispuesto el incendio de la iglesia con paja húmeda y azufre para lograr efectos tóxicos, lo que ha permitido llegar hasta el coro, pero continuando el enemigo en alguna cámara que le ha aislado de los efectos del fuego, ya que ha continuado tirando bombas y tiros de fusil[115].
Franco escribe a Mola:
Prosigue avance columna a Almendralejo a cuya población se llegó anoche terminándose hoy, seria resistencia. Carreteras destrozadas … retrasan marcha. Columnas Sevilla operaron sobre concentraciones rebeldes Villanueva de las Minas y Lora de Río aplastando resistencia, estos pueblos fueron víctimas de asesinatos y atropellos espantosos, Almendralejo hicieron horrores con personas orden. Columnas castigan con ejemplaridad desmanes[116].
Recién tomada Almendralejo, Franco comunica a Queipo que la Agrupación de Columnas de Extremadura —cuatro baterías y una gran columna de municiones—, de la que se haría cargo el teniente coronel Juan Yagüe Blanco, precisaría de una Plana Mayor que podría ser mandada por el teniente coronel de Artillería Francisco Iturzaeta, «por lo que le ruego a V. E. si no tiene inconveniente haga esta designación»[117].
Ese mismo día ocho de agosto Franco ordena a Castejón, que se encuentra todavía en Los Santos, que se una a Asensio para las operaciones sobre Mérida y Badajoz. Significativamente, y puesto que cada columna iba por su lado como buscando gloria propia —no hay más que ver la documentación que se conserva de cada uno para saber la extremada parcialidad de su visión de los hechos—, le indica que en la ocupación de Badajoz no debe ir cada columna por un sitio sino que «las fuerzas de las dos columnas han de operar reunidas íntimamente ligadas órdenes teniente coronel Asensio»[118]. También, pensando ya en Mérida, Franco planteó a Cáceres si podría cooperar en la operación. Mientras tanto en Madrid se recibían a media tarde confusas noticias sobre las fuerzas que se dirigían contra Mérida: tres columnas, de las que sólo se tenía bien situada a la de Asensio, y que según se pensaba no pasaban entre las tres de 1300 hombres. A esta visión deformada del peligro que acechaba a las capitales extremeñas contribuían sin duda los mensajes que falseaban la realidad, como aquellos que hablaban de resistencia allí donde ya se había sucumbido. El deseo de no reconocer la potencia arrolladora del enemigo chocaba con el aireado heroísmo de los que pueblo a pueblo iban cayendo. También hubo comunicados más realistas que urgían refuerzos ante la impotencia de los actos heroicos de resistencia local, como el que tenía lugar en Almendralejo. A las seis de la tarde del día ocho llegó a Madrid el primer mensaje desde Mérida solicitando una vez más que se enviasen fuerzas para combatir al enemigo. La vanguardia de la columna de Asensio se hallaba a las puertas de Mérida.
También de ese día ocho disponemos de la copia de un informe, copia manual y sin firma, que describe a Franco la situación. El grueso de la Agrupación de Asensio permanece en Almendralejo pendiente de los que resisten en la torre y organizando a los voluntarios derechistas. Según el informe «por la gran población que tiene y por lo levantisco de los muchos elementos de izquierda que existen no se ha estimado conveniente seguir a Mérida dejando el pueblo en tales condiciones». La solución que se apunta es el envío urgente de guardias civiles y paramilitares para tareas de desarme y depuración. Tras quejarse de las averías y del desgaste de los materiales, el informe se lamentaba de que en la jornada anterior hubiera sido bombardeada tres veces la columna, con el consiguiente desánimo para el personal civil, pues resultó muerto «un chófer requisado». Se comentaba también que se procuraba recoger y quemar las hojas de propaganda y los ejemplares de periódicos madrileños que se arrojaban desde los aviones. Se pedía con urgencia artillería y «tropas de choque», que se le enviaron desde Sevilla escoltadas como siempre por regulares y legionarios. El final del mensaje era:
Sería conveniente el envío de granadas de mano y de mortero, y principalmente botes de humo, pues en Almendralejo ha habido casos de resistencia tenaz en algunos puntos en los que no se podía quemar paja y los botes de humo hubieran hecho excelente papel[119].
El día nueve Franco remite un comunicado a Tablada y a la División advirtiendo de que entre Almendralejo y Mérida no debían bombardear, pero que entre Mérida y Badajoz no había problema. Al mismo tiempo comunica a Asensio y Castejón que en la mañana del día diez les serán enviados dos Junkers con la instrucción de que «no tiren más que a petición de la tropa y a donde tire la artillería, y solamente momento entrar Badajoz y Mérida»[120]. El otro mensaje de esa jornada se destinó a informar a Mola de la buena marcha de las columnas. El parte de Asensio, también fechado el día nueve, ofrece nuevos detalles del asedio a la torre: habían quemado dos de sus puertas de acceso y la escalera con la finalidad de causar de nuevo «efectos tóxicos» sobre sus ocupantes. Pero con las bombas se continúa impidiendo el acceso a la torre, y además causaron siete heridos. Dejemos que sea Asensio quien cuente esta historia:
El día ocho lo pasé, pues, en Almendralejo, dedicado con todos mis afanes a terminar con dicha resistencia. A tal fin dispuse que la batería entrase en posición y que batiera la torre; pero como se trataba de un material poco apropiado para esta clase de objetivos, tuve que prescindir de él. Entonces opté por quemar la iglesia, ya que su profanación se había cometido por los rojos. Reuní paja y azufre, de lo que existía abundantemente en la comarca, y ordené prenderle fuego, aprovechando los coches y camiones que tenían los rojos en el interior. El humo que salía por la torre era tan denso que me hacía temer por la vida de sus defensores, pero cuando el calor permitió entrar en el templo, nos recibieron a tiros, como si nada hubiese pasado. Di cuenta de lo ocurrido al general Queipo, quien me ordenó continuar en el pueblo hasta el día diez, en que se incorporarían la Primera Bandera y la Columna del Comandante Castejón[121] …
Ocupación de otros pueblos fuera de la ruta principal
Mientras Asensio preparaba el asalto definitivo a Mérida, fuerzas de la columna de Castejón se acercaron a Ribera del Fresno, a unos kilómetros de Villafranca. Uno de los informes remitidos por las autoridades locales a la Auditoría de Guerra de la II División relataba los agravios acumulados entre el 16 de febrero y el 18 de julio del 36[122]: relación de personas asesinadas: ninguna; relación de personas con lesiones: ninguna; personas que fueron objeto de atentado frustrado: ninguna; y edificios destruidos, asaltados o saqueados: ninguno. La mayor parte del Informe se centraba en la cuestión agraria. Se recordaba que el 25 de marzo de 1936 la Junta Directiva de la Sociedad Obrera dirigió la ocupación de las fincas siguientes: «El Endrinal» (María Cabeza de Vaca), «Redrojuelo» (María Candela Fernández de Córdoba), «Redrojuelo» (Herederos de Wenceslao Olea), «Peñaovejera» (Mateo Sánchez-Arjona), «Redrojo» (José Jaraquemada Quiñones, Marqués de Lorenzana). Se añadía que la ocupación quedó sin efecto. La Junta Directiva de la Sociedad Obrera la componían José Antonio Delgado Campillejo, Diego Matamoros Cachadiña, Juan Godoy González, José Ponce Delgado, Fermín Rodríguez Rodríguez, Joaquín Gat Simó y Francisco Rodríguez Sánchez. El informe entraba también en detalles: por ejemplo, si había habido robo o destrucción de productos agrícolas. «No hubo propietario que no los sufriese», añadía. Los autores de dichos robos eran, según el Ayuntamiento de Ribera, trabajadores agrícolas socialistas entre los que se destacaban Miguel Bolaños Fernández, los hermanos Cruz Venegas, Eugenio y José Campos Lora, Isidro Martín Sánchez, Antonio Méndez Gordillo, José Payeta Ortiz, los hermanos Flores Alpiste, Juan García Hernández, Juan Pavón Ramos y los hermanos Uribe García. A continuación referían los agravios contra la religión, como la prohibición de actos de culto y ceremonias religiosas, y celebraciones de entierros, matrimonios o bautizos. La autoridad municipal prohibió las procesiones y otros actos públicos católicos, y se ofrecieron todo tipo de facilidades para que la gente prescindiese del ritual católico desde el nacimiento hasta la muerte. El informe revelaba, además, que cuando ciertos ritos se realizaban civilmente era el Ayuntamiento quien corría con los gastos. La Iglesia culpaba a la Casa del Pueblo de ejercer presiones, sin pensar en las que en su caso el transcurso de los siglos había convertido en normas de obligado cumplimiento.
Se reconocía que no habían existido coacciones electorales y que «tampoco ocurrió nada de particular contra los partidos y organizaciones derechistas». Como hecho violento se destacaba la paliza recibida por Antonio María Pavón a manos de los guardias municipales «marxistas» José Rebollo Sayago, León Martín Monzú y Álvaro Seco Ortiz; también se apuntaba la destitución de los funcionarios municipales Luis Santé, Valeriano Álvarez de la Hoz y Ana Ventura Rodríguez, y la de los guardias municipales José Pantoja Núñez, Antonio Hernández Merchán, Manuel Blanco Araya, Adriano Merino Rosa y Adriano Sánchez Díaz. Otras «provocaciones» destacables fueron la visita de elementos socialistas al Círculo La Unión con la pretensión de que se les despachara alguna bebida, y los cacheos nocturnos a ciertos derechistas por parte de la Guardia Municipal. Según el Informe, tras las elecciones de febrero, se organizaron milicias populares que realizaban por las tardes ejercicios de instrucción moviéndose por el pueblo al grito de UHP; de dicha instrucción se encargaron Juan José Godoy González y José Moro Rodríguez.
La manifestación del primero de mayo fue considerada como «acto de propaganda revolucionaria», y se denunció a los oradores que intervinieron: José Delgado Tavern (primer teniente de alcalde), José Antonio Delgado Campillejo (segundo teniente de alcalde y presidente de la Casa del Pueblo), Diego Matamoros Cachadiña y Francisco Rodríguez Sánchez. Según el informe urgieron al gobierno a que cumpliera su programa y abogaron por suprimir el ejército y armar al pueblo. Los concejales Francisco Rodríguez Sánchez y Fermín Rodríguez Rodríguez criticaron duramente a la Iglesia y a sus representantes en un quiosco situado junto a la ermita del Santo Cristo, como prensa extremista se citaba El Heraldo, Mundo Obrero, El Socialista, La Traca, El Frailazo y La Vanguardia. Se acusaba además a los izquierdistas de utilizar los servicios de personas afines. En otro apartado se narraba la firma del Pacto de Trabajo el 23 de marzo del 36 en presencia del delegado de Trabajo, sr. Lepe, con el Ayuntamiento ocupado y rodeado por la masa obrera, mujeres y niños inclusive. «El tono de sus expresiones y la violencia de sus actitudes no podían ser más coaccionadoras … Los patronos tenían que pasar entre ellos en medio de sus burlas, risas y amenazas». Como algunos patronos se retrasaron en llegar a la reunión, algunos elementos obreros se atrevieron a penetrar en el templo parroquial en busca de aquellos suponiendo que estaban allí ocultos. Las frases lanzadas por los coaccionadores eran: «Hay que dejarlos subir, pero de aquí no sale un señorito hasta que no firme», «aquí se firma con tinta o con sangre». Los patronos intentaron salir sin haber firmado pero los obreros lo impidieron, por lo que fue el propio alcalde, Ignacio Caña Exojo, quien les explicó que los patronos —entre los que se encontraban propietarios forasteros como Genaro Durán García y Antonio Vicente González— habían delegado en él. De participar activamente en esa «encerrona» fueron acusados José Guerrero Rodríguez (zapatero), Fernando Rodríguez, Antonio Monzú Solís, José Tavero Toro, Manuel Martín Monzú, Antonio Brazo González, Ángel Jiménez García, Isabel Ledesma Vargas, Cándida Fernández Ortiz, Luisa García Chavero «La Canaria», Pilar Ortiz Ledesma «La Mora» y Antonia Sáez Pavo. El acuerdo aprobado fue el de acoger un obrero por cada 1200 pesetas de líquido imponible, con un jornal de 4,75 hasta el 15 de mayo siguiente.
De la Corporación Municipal se decía que estaba formada por diez socialistas y dos radicales, los cuales dejaron de asistir al Ayuntamiento tras las elecciones. Su obsesión fue la reforma agraria y el pacto de trabajo. «Como los pocos obreros de derechas se veían desatendidos por las Autoridades y condenados al paro, en su mayor parte tuvieron que afiliarse al socialismo», se leía en el Informe. Tampoco podía faltar una valoración sobre el estado de la Moralidad Pública: se destacaban las blasfemias constantes, el ambiente irreligioso, la relajación del ambiente familiar, «la pérdida del recato y la acogida favorable del amor libre, la afición al lujo y al gasto inmoderado en las clases humildes», o la falta del respeto ciudadano. El Informe concluía con una breve nota sobre la «Actuación en las escuelas»: «No hubo nada anormal en ellas, excepción hecha de la supresión de la enseñanza de la religión, sin llegar a actitudes antipatrióticas, inmorales o contrarias a la religión directamente».
Por lo demás, sabemos que entre el siete y el ocho de agosto dos grupos de vecinos salieron hacia Villafranca y Mérida con la intención de frenar el avance de las columnas; sin embargo la falta de armas y la absoluta superioridad del enemigo acabaron con estas iniciativas. La llegada de fuerzas de Villafranca el día nueve de agosto provocó la salida de los izquierdistas. Unos días después, la noche del 15 al 16, pasó por Ribera la columna Sosa, compuesta por unos setecientos hombres en coches y camiones, y que, según unas fuentes como la Causa General, fue rechazada y tomó la dirección de Palomas y, según otras como la Auditoría de Guerra, penetró en el pueblo y llegó a entrar en el Ayuntamiento y en el Juzgado, llevándose además víveres de varios comercios locales. Según el falangista Rodrigo González Ortín —aunque corrigiendo en la medida de lo posible sus numerosos errores— «los más fieles Cumplidores de las órdenes del insano y corrompido Gobierno» fueron Ignacio Caña Exojo, Juan Delgado «El Tongo», Diego Matamoros Cachadiña «El Repulido», Francisco Hernández Sauz «Sierra», Manuel Tavero Toro «Fatiga» y Álvaro Seco Ortiz, casi todos los cuales serían asesinados posteriormente.
En Puebla del Prior, pueblo situado a pocos kilómetros de Ribera y también ocupado por fuerzas de Castejón en la incursión del día nueve, los veintidós presos de derechas fueron encontrados con vida, pese a lo cual se responsabilizó de su situación a Felipe Cruz González (alcalde), Isidro Sánchez García, Fernando Granado Salguero, Antonio Durán Rebollo, Juan José Perera García, Genaro Perera González y Roque Cano Pachón. «No emplearon malos tratos con los sometidos a su custodia», se leía bajo el paradero —«fallecido»— de varios de ellos. El Comité estuvo formado por Agustín Rebollo Rebollo, Antonio Machío Berrio, Isidro Sánchez García e Ignacio Cano Vega. Los golpistas anotaron en sus informes una historia muy repetida: la de que ante la inminencia del asesinato de los presos alguien se acerca a un pueblo ya «liberado» y advierte del peligro, dando lugar con ello a la llegada de las «fuerzas liberadoras».
Más al sur, y ese mismo día nueve, cayeron varios pueblos en poder de los sublevados. Casas de Reina, junto a Llerena, fue ocupado no sin cierta resistencia por un grupo de guardias civiles, soldados y falangistas procedentes de esta ciudad. Los «desmanes» se habían reducido a la detención de diez derechistas, y al registro en busca de armas en la casa de Joaquín Fernández Agenjo y de la finca Viar, de Cristóbal Jaraquemada, vecino de Bienvenida. Tampoco se olvidó a Luis Félix «Catorce», a quien se responsabilizó de la prohibición de la tradicional procesión del cuatro de mayo. De los dirigentes republicanos, el alcalde Florentino Madrigal Sánchez y uno de los dos concejales, Antonio Castaño Mena, pudieron huir; el otro, Manuel Carrascal Toribio, sería asesinado unos meses después. Otros izquierdistas relevantes, como Eugenio Madrigal Sánchez (fundador del PSOE), Mauricio Presa Sánchez, Baldomero Toro Ajenjo, Manuel Méndez Alejandre, Cesáreo Cabezas Méndez, Francisco Guerrero Tena, Tomás Fortunis Alcalde, Tomás Venegas Moreno, Claudio Guardado Castaño y Luis González González consiguieron también huir, pero acabarían finalmente prisioneros en diferentes centros del país. En Reina, la primera noticia sobre el golpe fue ofrecida por un ferroviario que contó que «los fascistas venían tirando gases asfixiantes». Cuando llegaron las fuerzas mencionadas, un grupo de guardias civiles, se encontraron un pueblo abandonado, por lo que dejaron la advertencia de que a su regreso dentro de unos días todo el vecindario debería estar presente. Efectivamente, cuando a los pocos días volvieron, reunieron a la población frente al Ayuntamiento y allí sonsacaron a unos y otros su voto en las elecciones de febrero; después un grupo de hombres fue atado «con no muy buenas intenciones», por lo que alguien avisó al propietario Francisco Maesso para que intercediera ante la fuerza, pero aún así se llevaron a un vecino, Juan Millán Rubio «El hijo del tío Placeres», que fue asesinado en Llerena[123]. De la detención y del trato —«malos tratos de palabra»— a los doce derechistas recluidos en la Escuela de Niños fueron acusados Juan Mateos Núñez, Manuel Santos Romero, Juan Izquierdo Delgado, Cándido Gálvez Gordon, Leoncio Mateos Méndez, José Millán Millán, José Millán Hernández, José Llorente Duqueso, Juan Mora Gallego y Juan Millán Rubio, todos ellos huidos en agosto del 36 al igual que otros muchos milicianos. De los componentes del Ayuntamiento permanecieron en el pueblo Fernando Cabezas Bernal, José María Vázquez Rubio, Cipriano Hernández Mateos, Estanislao Maesso Berro, Máximo Tena Maesso y el secretario, Fernando Barraca Moreno; huyeron Luis Almirón Fernández, Santiago Jiménez del Cacho y Emilio Rubio Moreno. Al día siguiente, diez de agosto, cayó el cercano pueblo de Trasierra, donde lo único relevante que ocurrió fue el asalto a algún cortijo y la detención de cino o seis derechistas. Las milicias utilizaron las armas requisadas a la derecha. Los componentes del Ayuntamiento —Abelardo Vinueso, Ramón Molano, Andrés Vinueso, Basilio Maldonado, Enrique Frieros, Aniceto Campanario, Antonio Carrascal y el secretario Ramón Burgos— continuaron en la localidad.
En Usagre, además de la iglesia y la ermita, destruyeron el archivo del Juzgado. El cortijo Matanegra, de Carmen Solís, y varios domicilios fueron saqueados en busca de armas y alimentos[124]. Los sesenta derechistas detenidos, que reconocieron haber recibido buen trato, fueron liberados el día cinco de agosto, cuatro días antes de la llegada de la columna del guardia civil Ernesto Navarrete Alcal, quien ocupó igualmente ese mismo día Bienvenida sin encontrar oposición alguna, y se llevó a Fuente de Cantos al zapatero José Eslava y al maestro Gregorio Buezas, uno de los fundadores de la Casa del Pueblo. Ambos serían asesinados de inmediato. Otro pueblo que también cayó ese nueve de agosto fue Hinojosa del Valle. Simplemente bastó que los izquierdistas huyeran para que la derecha local se hiciera con el control. El Comité se incautó de 200 arrobas de chacina, 218 de trigo y 60 de garbanzos, que fueron repartidas. La iglesia, al contrario que el casino principal, no sufrió daños. Los treinta presos de derechas sólo pudieron quejarse de insultos y amenazas. «Querían que dijéramos quiénes eran los fascistas», confesaron más tarde.
Otro pueblo que pasó a poder de la derecha por los acontecimientos de aquellos días fue Hornachos. Aunque en la Causa General fueron inscritas ocho personas como «personas residentes en este término, que durante la dominación roja fueron muertas violentamente», lo cierto es que en Hornachos no se derramó sangre antes de que el diez de agosto la derecha se adueñara de la situación tras la huida de los izquierdistas[125]. Cuatro días después, el 14, la columna del diputado Martínez Cartón, a la que se sumaron muchos de los que habían huido a la sierra cercana a la localidad, consiguió tras varias horas de lucha entrar en el pueblo, penetrar en ciertas casas y llevarse vehículos de todo tipo, causando tres víctimas entre los derechistas que se opusieron a la columna. La aventura acabó en cuanto llegó una compañía de la 2.ª Bandera del Tercio y guardias civiles provenientes de Villafranca, al mando del teniente Coloma Gallegos y del capitán Manuel Luengo Muñoz respectivamente. La información sobre estos graves sucesos se propagó de manera rápida y eficaz: de la Comandancia Militar de Villafranca al Estado Mayor de la II División y de éste al del general Franco, desde donde de inmediato se ordenó el envío de fuerzas. Más tarde, el once de septiembre, los huidos intentarían en vano entrar de nuevo en el pueblo, Durante la llamada «dominación roja» se habilitó la ermita de San Roque como prisión y aunque hubo a quien se le vio de un lado para otro con vestimentas eclesiásticas, el patrimonio de la Iglesia no sufrió daño. Las incautaciones afectaron a dos propietarios ausentes, Otilia de Llera Henao y Gregorio García Crespo; a otro de la localidad, José López Caballero, y al que llevaba la electro-harinera «Los Remedios», Rafael Galán Argüello.
En informes enviados a la Auditoría de Guerra de la II División se destacó como atropellos sufridos durante la República la clausura del casino, los repartos de obreros, la prohibición del toque de campanas y la retirada de crucifijos y libros de religión. Curiosamente otros informes matizan el panorama anticlerical de una manera que debía de ser bastante común a muchos pueblos. Así, se decía que
… las modificaciones que durante la dominación marxista se introdujeron en los centros de enseñanza de la localidad fueron decretadas por el Ministerio de Instrucción Pública de entonces, que como es sabido son la supresión del Crucifijo y de la enseñanza de la Doctrina Cristiana.
El funcionamiento de los centros de enseñanza durante este período fue totalmente normal, no habiéndose destacado ninguno de los maestros que ejercían su cargo en este pueblo por ideas disolventes o marxistas, como es buena prueba de ello que ninguno ha sido castigado por este motivo y todos han continuado una vez depurados al frente de sus respectivas escuelas.
Acerca del método pedagógico que se empleaba en la referida época tengo el gusto de participarle que difería muy poco del que en la actualidad (1944) se emplea, porque como ya apunto anteriormente todos los maestros de la localidad eran personas de orden y bastante católicos, razón por la cual si no se podía dar en la escuela como hoy Doctrina Cristiana ni hablar de ciertos otros asuntos, no por eso se coaccionaba a la infancia en sentidos marxistas y todos los maestros y maestras asistían a la Santa Misa los Domingos y días de fiestas.
Tampoco se empleaban libros que pudieran hacer gran daño a los niños por contener ideas disolventes y nuestras explicaciones se reducían a, apoyados en sistemas intuitivos y mediante procedimientos analíticos y sintéticos, hacer llegar a la mente de los alumnos lo más fácilmente posible todas las ideas que se contienen en las diversas asignaturas que integraban los programas escolares trazados de antemano y que son producto de una meditada y razonada exposición de lecciones de cosas dispuestas en orden cíclicoconcéntrico[126].
Uno de los propietarios encarcelados, Gerardo Sánchez Agudo, puso todo su capital al servicio de los sublevados.
Operaciones previas a la toma de Mérida y Badajoz
El día nueve de agosto Asensio comunicó a Franco que mientras él concluía la «pacificación» de Almendralejo, Castejón «caería» al amanecer del día siguiente sobre Torremejía, momento en que sus fuerzas se sumarían a la operación definitiva sobre Mérida, que tendría lugar al día siguiente. Ya para entonces Franco había dispuesto la creación de otra columna al mando del teniente coronel Heli Rolando de Tella (Heliodoro Tella Cantos) y compuesta, como las demás, por una Bandera (la I, en Sevilla desde el seis de agosto ocupando pueblos, al mando de Álvarez Entrena), un Tabor (el I de Regulares de Tetuán, al mando de Del Oro), una batería, servicios y Guardia Civil. Efectivamente, el día diez Castejón entró en Torremejía. El día anterior los milicianos habían disparado con sus escopetas de caza contra los aviones, uno de los cuales arrojó una bomba que causó un muerto. Unas horas después, los izquierdistas, conociendo que los sublevados habían llegado a Almendralejo, y después de liberar a los presos, partieron hacia Mérida; algunos de ellos incluso se llevaron a sus familias. Un informe posterior del Ayuntamiento señalaba que «ya de antemano por miedo de su actuación habían dado libertad a los detenidos de derecha bajo la amenaza de que se los llevarían consigo, cosa que no hicieron». En realidad fue el presidente del Comité, José Trinidad Cortés, el que el día siete por la mañana liberó a los presos, quienes padecieron «la vigilancia que hacían en cuanto a su incomunicación y las palabras groseras que en determinadas ocasiones proferían contra dichos detenidos sin que hubiese atentados personales». Pese a todo reconocieron por escrito que el trato recibido fue bueno. Los informes señalaron como máximos responsables a Juan Chaves Cortés, Miguel Sánchez Grajera, Andrés García López, José Trinidad Cortés, Juan Merchán González, José Ortega Blanco, Antonio Casillas González, Manuel Borreguero Puerto, José Trinidad Trinidad y Juan Lino Lavado Abad, «omitiendo algunos que se tienen noticias de que fallecieron al principio del Movimiento Nacional», concluía el informe de la Causa General[127].
Tomado el pueblo, Castejón, ahora a las órdenes de Asensio, siguió hasta Mérida para preparar el terreno. Cuando llegó al alto desde donde se divisa la ciudad, empezó a cañonearla mientras llegaban las fuerzas de Asensio. Ante ese ataque en la tarde del día diez, ataque en que también participó la aviación, todavía hubo en Mérida quien pensó que con una maniobra envolvente podrían apoderarse de la batería. Pero a las nueve y cuarto de esa misma noche la UGT de Mérida comunicó al Ministerio de Guerra que
se ha sostenido en el día de hoy fuerte cañoneo resistiéndose los embates del enemigo, pero que se han acabado totalmente las municiones de cañón y se necesitan más para fusil. La aviación no ha ido en todo el día. Mérida y Badajoz han sido bombardeadas por la aviación enemiga y si mañana nuestra aviación no cooperase a la acción de tierra sería muy posible que cayesen en poder del enemigo. Insiste en la importancia estratégica de Mérida y en los objetivos perseguidos por la columna enemiga. Es urgente el envío esta misma noche de las municiones solicitadas[128].
Desde Badajoz, y casi a la misma hora, se advertía del bombardeo a que habían sido sometidos y se lamentaban de que el avión que se les iba a enviar para proteger a la población de los ataques aéreos no había aparecido. Después fue el mismo Puigdengolas el que informó de que el bombardeo, el tercero habido, había causado estragos en paisanos y milicianos; además, la artillería enemiga se encontraba a ocho kilómetros de Mérida, «por lo que es urgente se envíen muchos aviones». Nuevos mensajes posteriores urgían respuestas del Ministerio.
En uno de sus comunicados a Mola, Franco, contento por el trato de «igualdad con Madrid» que iba recibiendo por parte de diversos países, le comentó que el reconocimiento oficial de Portugal tendría lugar tras la ocupación de Badajoz. La ausencia de dicho reconocimiento no impedía sin embargo que desde los últimos días de julio todo el paso de armamento de sur a norte se estuviese realizando por dicho país. Molesto por el retraso que la resistencia de Almendralejo había producido, decidió acelerar el avance de la columna de Extremadura otorgando el mando de la misma a Yagüe[129]. Y para que la unión de las fuerzas sublevadas del norte y del sur pudiera ejecutarse sin problemas, Mola protegió la línea Mérida-Cáceres-Plasencia-Salamanca aumentando la actividad en el frente de Plasencia-Barco de Ávila-Piedrahita-Ávila-Villacastín, para lo cual pidió urgentemente municiones y bombas que desde Ayamonte le llegaron por Portugal. Mientras tanto Asensio, que dedica el día diez a «requisas» de ganado y a la búsqueda de guías que ayudasen a sus fuerzas a atravesar el Guadiana en las operaciones que se avecinaban, era informado esa misma tarde de la situación en Mérida. Se le advertía de que si entraba por el puente romano, del que se rumoreó que sería volado, tuviera cuidado con la Alcazaba, donde se concentraban numerosos defensores.
Siguiendo la dirección del puente hacia el interior de la población por delante de la fachada de dicha fortaleza se encuentra inmediatamente la Plaza de la Constitución donde está el ayuntamiento, la iglesia de Santa María y un gran palacio ocupado por fuerzas rojas al parecer con ametralladoras y bombas[130].
Desde Lisboa informaron de que en Mérida contaban con muchas ametralladoras, dinamita, alambradas de alta tensión, y que habían minado el puente[131].
El parte de ese día diez de la columna Madrid, todavía al mando de Asensio, declaraba haber mantenido a lo largo del día el asedio a la torre de la iglesia de Almendralejo,
habiéndose intensificado la labor de destrucción para obligar a los defensores a rendirse mediante algunas voladuras con trilita en el interior. También se ha bombardeado la torre y tejado de la iglesia con una pieza de Batería de Montaña de 10,5 que se incorporó a las ocho horas de este día, destrozando la mitad de la torre y produciendo grandes averías en el tejado. A pesar de todo continúa la defensa resistiendo[132].
Hasta se permiten gestos de humor: una mañana los sitiadores contemplan un enorme jamón en lo alto de la torre. Finalmente, ya con la estructura del edificio semiderruida por los cañonazos y con el interior del templo arrasado por las llamas, una semana después de la irrupción de las tropas, coincidiendo con la fiesta de la Piedad, el día 15 de agosto, mientras unos se arrojaban de ella, otros se rindieron. El asedio a la torre, con un costo para Asensio de 38 bajas —casi todos heridos aunque se hace referencia a un oficial muerto— tuvo para éste peores consecuencias que la ocupación de la ciudad.
Para la operación de Mérida, planeada por Asensio y Castejón en la tarde del diez de agosto en un cortijo cercano, Asensio recibió también la I Bandera de la Legión al completo salvo una compañía, al mando del comandante Álvarez Entrena, de la columna de Tella, una de las fuerzas que habían intervenido en el asedio de la iglesia de Almendralejo. También informó Asensio de las llamadas de socorro efectuadas desde Villafranca y Zafra a las cuatro de la tarde por la amenaza que representaban las columnas republicanas que se movían por la zona de la Fuente o por Burguillos y Alconera. Para contrarrestarlas, Asensio, siempre sobrado de fuerzas, envió una compañía de Regulares a Villafranca y dos compañías de la IV Bandera para que se unieran en Los Santos a la columna de municiones del grupo de Castejón. Cumplidas ambas misiones y tras regresar a Almendralejo, Asensio envió al II Tabor de Regulares de Tetuán con artillería y elementos de Sanidad hacia el vado de Don Álvaro-Alange, y a la IV Bandera del Tercio por la carretera de Alange y la Zarza para proteger al grupo anterior y para intentar el paso en Camiones por el vado que unía La Zarza con Don Álvaro. Finalmente Asensio declaraba haber sufrido dos bombardeos ese día con el resultado de un muerto y siete heridos. La operación sobre Mérida y Badajoz comenzó esa misma madrugada del día once a las cinco horas, cuando dos Junkers bombardearon la estación y la muralla de Mérida, diversos puntos de la carretera hacia Badajoz, los cuarteles y la carretera hacia la frontera portuguesa[133]. Curiosamente, ese mismo día diez, el coronel Francisco Martín Moreno enviaba una nota a su jefe Franco para saber su opinión acerca de la petición que había formulado Queipo al gobierno portugués para evitar la salida por Elvas de quienes intentaran huir de Badajoz[134].