—Pará de llorar que no te entiendo nada.
—Está todo mal, ¿entendés?
—¿Peor?
—…
—Contame, dale.
—Mi viejo…
—¡Le dijiste!
—¡No!
—Bueno, loca, no me grites que yo no te hice nada.
—…
—Bueno dale…
—…
—Dale, no llores.
—…
—Cortala un poquito así me contás.
—¡Mi viejo anda con una mina!
—¡No te puedo creer!
—Sí.
—Con esa cara de santo.
—¡Es un hijo de puta!
—¿Vos estás segura?
—Sí, leí las cartas de la mina.
—¿Dónde las encontraste?
—En el garaje, en el escondite de mi vieja.
—Entonces tu vieja sabe.
—Y se hace la reboluda. Mi vieja es la peor.
—¡Qué quilombo!
—Me da asco.
—Y vos que te preocupabas por contarle a tu viejo lo tuyo.
—Soy una pelotuda.
—Ahora andá y tirásela de una.
—¿Para qué?
—Para que te ayude por lo menos con la guita.
—¡Por mí que se meta la guita en el orto!
—…
—…
—Y qué, ¿en tu casa todo vida normal?
—Sí, son dos caretas. Duermen juntos y todo.
—Che, ¿y cogen?
—¡Yo que sé!
—No, porque hay que tener estómago para curtir con un tipo que sabés que curte con otra…
—…
—Disculpame, yo sé que es tu viejo, pero bueno, ¿es así o no?
—A mí de mi vieja no me extraña nada. Pero mi viejo… yo nunca pensé.
—Son todos iguales, te dicen a vos lo que tenés que hacer y después ellos hacen la que más les conviene.
—Yo también voy a hacer la que más me conviene.
—Sí, mandate con lo tuyo y no te des más máquina.
—…
—¿Juntaste la guita?
—Todavía no sé qué voy a hacer.
—Mirá que yo te presto eso que te dije.
—Todavía no sé qué voy a hacer.
—Pero se te viene la fecha encima.
—Sí, ya sé.