—Maldita babosa, maldito bastardo, maldito enemigo del señor. Igual que he encontrado la forma de convertirte en mi instrumento para acabar con ese simio traidor, encontraré la forma de borrarte para que la ciudad acabe como debe, despareciendo, como es el deseo del señor. Sé cómo eres, sé el mal del que eres capaz, matando a inocentes que sólo pensaban diferente de ti, personas que sí habían comprendido que estas también son criaturas de Dios enviadas para cumplir su voluntad de extirparnos del mundo. Respeto tu determinación, pero eres mi enemigo. Estás dispuesto a todo por salvar esta aberración que no debería existir. Si el Señor ha dictaminado el Apocalipsis, hay que aceptarlo y punto. No se puede discutir con el Señor, maldito engendro, no sabes lo que haces. El señor tiene sus propios instrumentos y formas de obrar. Él me mostró las drogas como arma para destruiros, pero confié en ese maldito bruto codicioso y tuve que hacer que lo mataras. Que fácil ha sido manipularte. Unas simples dosis fuera de tu control y mira lo que has llegado a hacer. ¿Cuántos has sacrificado esta noche? Qué gran herramienta del Señor hubieras sido si hubieras visto la luz, pero no. Eres mi Némesis. Quizá debería haberte matado aquella noche en el hospital, pero te hubieras convertido en mártir, y tengo que destruirte, destruir todo lo que representas. Tengo que demostrar que tu sueño es malo. Tengo que arrasar con todo lo que has hecho. Tengo que actuar en nombre del Señor. Crees que ganas, pero sólo me estás indicando el camino. ¡Tú no tienes la ayuda del Señor, yo sí, bestia pestilente! Tienes puntos débiles y ya sé cuáles son. Sigo teniendo muchas armas a mi alcance. Vas a caer y pienso humillarte por todo lo que has hecho, no sabes con quién has topado. Mi misión es sagrada. Padre mío que estás en el cielo, dame fuerzas. Amén.
Jack se incorporó tras rezar arrodillado y con una toalla se secó de sudor su cuerpo desnudo. Cuando terminó, encendió la luz, se vistió, echó un vistazo a los fardos de cocaína, a las libretas con apuntes, a las armas… Todo estaba correctamente y a salvo. Subió por la escalera fijada en la pared hasta el dormitorio situado justo encima. Apagó la luz, corrió la cama hasta dejarla encima del acceso al sótano y salió. Esa tarde iba a celebrarse una pseudo misa por los miles de muertos durante el incendio y él iba a dirigir las celebraciones. La gente estaba muy afectada por el incidente y necesitaban a alguien que les infundiera ánimos. Y bien pensado, ¿quién mejor que un hombre de Dios para dar consuelo?