CAPÍTULO IX

06/01/2041

Gonzalo apenas dijo una palabra mientras visitaban las cuatro casas en una inútil búsqueda de pistas de la cual sólo sacaron en claro que las letras, muy diferentes entre sí, habían sido realizadas por cuatro personas distintas.

—Nuevamente debe haber cientos de indicios —dijo Nacho en la casa de Calíope—, pero no tenemos los medios para encontrarlos y usarlos.

Abatidos, se dirigieron al palacio de Aguirre y mandaron llamar a todos los representantes. Nacho planteó la opción de mandar a buscar al marido de Rose pero lo descartaron por el bien tanto de éste como de sus compañeros. El resto de tiempo que pasaron esperando permanecieron en silencio.

El primero en llegar fue Isidoro Valverde, seguido diez minutos después por José Luis Ros y Pilar que llegaron juntos. Arturo Godoy llegó apenas cinco minutos después con mono de trabajo y finalmente Nicolás Riviera completó el aforo previsto, tras lo que Nacho repitió el relato sin escatimar detalles. Cuando terminó, el despacho quedó sumido en un silencio sólo quebrado por los sollozos de Pilar que no pudo reprimir las lágrimas.

—Hay cosas que no entiendo —dijo Nicolás finalmente.

—Pues es muy simple —le dijo Nacho—. Ya sabemos que «T» no era una persona como creíamos sino un mínimo de cinco. Y estas personas se han llevado a cuatro sustitutos designados de cuatro de los representantes porque estaban sin protección, lo que nos hace pensar que si Gonzalo no os hubiera puesto guardaespaldas, seríais vosotros los desaparecidos.

—Eso ya lo había pensado yo —le respondió Nicolás—, lo que no entiendo es cómo han sabido quiénes eran los sustitutos.

—Tampoco era ningún secreto —intervino Alejandro—. Cualquiera que hubiera estado un poco informado lo hubiera averiguado.

—Ya, pero ¿descartáis la posibilidad de filtraciones?

—No descartamos nada —respondió Nacho—. Como se decía en la otra vida, todas las líneas de investigación están abiertas.

—Habéis dicho que son mínimo cinco personas —intervino Isidoro—, ¿cómo lo sabéis?

—Fácil —empezó Nacho—, por un lado tenemos a Verficha, que ya no está en juego, y por otro las cuatro pintadas en las puertas, que fueron escritas por personas diferentes. Y no confirmo que ese número sea exacto porque el número de huellas ensangrentadas sólo resultaría determinante si supiéramos a qué hora fueron los ataques.

—Tres de las huellas en la casa de Miguel Ángel —continuó Alejandro—, pertenecían a su mujer y a las dos niñas. Y lo mismo con la mujer y el hijo de Andrés, pero en ambas casas nos hemos encontrado con dos juegos de huellas no identificadas.

—Pero en las otras dos casas no había ni sangre ni huellas —concluyó Nacho—, con lo cual es imposible saber si han sido las mismas cuatro personas las que han realizado los ataques firmando cada uno en una o si había aún más gente implicada.

—Entonces —preguntó Isidoro—, si no hubiera estado sustituyendo a Agustín y me hubieras puesto protección, yo sería uno de los desaparecidos.

—Seguramente —confirmó Nacho—, pero lo importante es que estás aquí. La parte esperanzadora es que seguramente los sustitutos estén vivos porque si no los hubieran convertido directamente como a sus familias.

—¿Y ahora qué? —preguntó Pilar secándose las lágrimas—. Hay que hacer algo con esos animales.

Gonzalo se levantó y se dirigió al balcón del despacho para abrir las puertas, dejando que el aire entrara a la estancia visiblemente cargada. Se había vuelto a imponer el silencio y pudo notar sus miradas clavadas en su nuca mientras salía al exterior. Consciente de que todos estaban esperando sus palabras, su guía, apretó con fuerza la barandilla de hierro forjado y respiró profundamente para intentar librarse de la tensión que le estaba comiendo por dentro. Cuando se sintió preparado entro y se dirigió a su mesa.

—Todos los aquí presentes juramos hacer todo lo posible por cumplir el sueño que esta ciudad representa —dijo tras sentarse—. Desde que nos erigimos oficialmente como Ciudad Humana, han muerto personas que compartían nuestros objetivos a manos de unos bastardos que ni sabemos quiénes son ni lo que quieren… y no puedo evitar sentirme responsable. Si os hubiera puesto protección desde el principio, tanto a vosotros como a los sustitutos, Pepe y su familia no hubieran muerto, Agustín no habría perdido la mano y nuestros amigos no estarían desaparecidos. Me temo que esta vez no soy tan optimista como Nacho y no tengo ni la más mínima esperanza de que estén con vida, pero os pido una cosa: quiero que me ayudéis en todo lo posible porque no voy a parar hasta que localice a todas y cada una de las personas que tengan alguna relación con lo que quiera que sea «T» y haga lo necesario para asegurarme de que nunca más vayan a ser una amenaza para nadie.

Una a una todas las cabezas fueron asintiendo a la petición de Gonzalo con vehemencia, conscientes de la seriedad de lo que les pedía y dispuestos a cumplir la promesa.

—Creo que hablo en nombre de todos —dijo Nicolás rompiendo el silencio—, al decirte que estamos al ciento por ciento contigo, como siempre.

Un murmullo de afirmaciones ratificó las palabras del cirujano.

—Bien —continuó Gonzalo—. Lo primero que vamos a necesitar es encontrar algo que nos sirva para descubrir qué significa esa maldita «T». Si averiguamos el significado, podría ayudarnos a sacar algo en claro: sus intenciones, lo que buscan, algo. Alejandro y yo vamos a acercarnos esta tarde a ver a los Freak por si pudieran orientarnos de alguna forma. Si se os ocurre cualquier idea por extraña o inusual que pueda parecer, hacedla, no podemos rechazar ninguna posibilidad.

—Hay otra cosa importante que no podemos obviar —le interrumpió Alejandro—. Demasiados problemas han generado las historias del zombi corredor, pero peor va a ser lo que va a generar la noticia sobre un asesino en serie. Ya había muchos rumores que se iniciaron cuando lo de Pepe, pero cinco asesinatos y cuatro desapariciones en una noche, y más con tanta gente al corriente, deja claro que nos podemos olvidar de secretismos. Hay que considerar una prioridad el intentar quitar tanto hierro al asunto como sea posible.

—Sí —corroboró Nacho—. Lo último que necesitamos es a los habitantes de una ciudad cuyo hobby es volar cabezas de zombi, en estado de paranoia. Cien mil personas armadas con el gatillo fácil es mala cosa. Además hemos hablado de aumentar un poco las medidas de seguridad…

—¡Gonzalo!

Nacho se interrumpió al escuchar cómo gritaban el nombre de Gonzalo desde la calle. Los rostros de los presentes dividían su atención entre el interpelado y el balcón de donde provenía la llamada. Sin saber muy bien qué pensar, Gonzalo volvió a asomarse al exterior donde se encontró con una imagen que le dejó totalmente fuera de juego. En la puerta del palacio, y con los dos z-men de guardia apuntándole con sus armas, se encontraba sir Conroy mirándole fijamente, mientras su mano derecha sujetaba un cadáver anulado con una de sus cuchillas asomando de su frente.

—¡Señor presidente! —gritó—. ¡Solicito audiencia, si es posible!, ¡ah, y sin que tus centinelas me disparen, ya puestos!

Gonzalo notó una súbita debilidad en las piernas y tuvo que agarrarse con fuerza a la barandilla. Asintió con la cabeza indicándole a los guardias que lo dejaran pasar y mientras subía se dirigió como pudo a su mesa, donde se sentó a servirse un vaso de agua que se tomó con manos temblorosas.

—¿Te encuentras bien, Gonzalo? —le dijo Alejandro, acercándose a él—. Parece que hayas visto a un fantasma.

—Mucho me temo que sea algo peor —le dijo con apenas un hilo de voz.

Todos los presentes cruzaron miradas de extrañeza entre ellos mientras Nacho se acercaba también a Gonzalo preocupado. Minutos después sir Conroy entraba en el despacho.

—Buenos días, señores y señoras, Feliz Navidad a todos —dijo sin un ápice de alegría—. ¿Qué les han traído los Reyes Magos? A mí me han traído esto.

Dejó caer sobre la alfombra el cadáver de un hombre de unos cincuenta años, aparentemente en buena forma y de aspecto saludable. Ojos claros, pelo cortado a cepillo, bien afeitado… Nada destacable salvo el cuchillo que sobresalía de su frente.

—Eh, machote, para el carro —le dijo Nacho mientras se encaraba con él—. ¿Tu mamá no te enseñó que era de pésima educación arrojar cadáveres en las alfombras de la gente? ¿Por qué no te relajas y nos cuentas a qué viene este numerito?

—Sólo te lo voy a decir una vez, matón de pacotilla —le respondió sir Conroy—. No vengo a hablar con mindundis, vengo a hablar con el jefazo en persona y a pedirle explicaciones, así que aparta.

Como si fuera poco más que un niño, sir Conroy lo empujó a un lado sin dificultad pero Nacho reaccionó con rapidez y recuperó el equilibrio a la vez que empezaba a desenfundar la pistola. Sir Conroy percibió el movimiento por el rabillo del ojo y sacó dos de sus cuchillas, usando una para desarmarle y poniéndole la otra en el cuello. Alejandro sacó su pistola y apuntó al hombre de negro mientras miraba a Gonzalo en busca de alguna reacción. Éste sin embargo parecía estar en otra parte, con la mirada perdida.

—¿Nunca te han dicho —preguntó sir Conroy apretando el borde de su cuchillo hasta hacerle aparecer un hilillo de sangre— que los niños no deben jugar a cosas de adultos?

Lejos de dejarse amilanar, Nacho se movió con una velocidad equiparable a la de su rival y le agarró las muñecas retorciéndoselas para obligarle a soltar los cuchillos. Aprovechando la sorpresa de sir Conroy, giró sobre sí mismo para coger su pistola del suelo y volver a apuntarle. Mientras volvía a la posición inicial, empezó a amartillar el percutor.

—¿Y a ti no te han dicho nunca —preguntó burlón— que no debes subestimar a tu oponente…?

La pregunta murió en sus labios cuando al encararlo se dio de bruces con una afilada hoja de metal que se encajó bajo su barbilla mientras otro cuchillo le arrebataba nuevamente la pistola.

—¿Y a ti? —le preguntó en tono monocorde—. ¿Te lo han dicho alguna vez?

La tensión, acrecentada por el silencio, se vio interrumpida por el clic de una pistola junto al oído de sir Conroy.

—Baja la espada y vamos a hablar —le dijo Alejandro—. Es evidente que vienes buscando respuestas y algo me dice que aquí hay quien te las puede dar, así que vamos a evitar que se cometa ninguna tontería y vamos a intentar hablar de esto como personas razonables, ¿te parece bien?

Como muestra de buena fe, Alejandro retiró despacio la pistola. Con expresión un tanto avergonzada sir Conroy paseó su mirada de los ojos de Alejandro a los del resto de los presentes y bajó la espada.

—Os ruego que me disculpéis —les dijo a todos—. Mi reacción ha sido muy desmedida.

Metió la espada por una abertura en el cuello de la gabardina y le hizo una inclinación de cabeza a Nacho.

—Sin rencores —le dijo mientras volvía a centrarse en Gonzalo—. Esta es la historia: anoche a la una de la mañana, alguien forzó la puerta de mi refugio y tras recoger un hacha de batalla del muestrario de armas medievales, fue hasta el sótano donde tengo mi dormitorio.

—Perdona, ¿muestrario de armas medievales? —le interrumpió Nicolás.

—Vivo en la antigua tienda de armas junto a la calle San Fernando. ¿Puedo continuar? —aclaró sir Conroy—. Tengo el sueño muy ligero, por lo que supe que estaba desde el momento en que atravesó la puerta. No puedo negar que tenía curiosidad por ver quién era, así que no me moví del sitio. De pronto encendió la luz y empezó a pegar gritos sobre que nuestro reinado de terror debía extirparse, que unos asesinos no debían gobernar, y que iban a cortar «las patas sobre las que se sostiene la ciudad de los asesinos».

—Ciudad Asesina —dijo Nacho—, lo mismo que dijo el que atacó a Agustín…

—Sí, Ciudad Asesina —confirmó sir Conroy—. Eso dijo, que iban a acabar con Ciudad Asesina. Sin más se lanzó hacia mí con el hacha en alto y gracias a que siempre duermo con un par de cuchillas bajo la cabecera el resultado fue el que veis.

—Es una lástima —comentó Nicolás—. Si hubieras podido capturarle con vida lo habríamos podido interrogar.

—Puede ser pero no tuve otra salida, se lanzó a matar como un animal y era él o yo. Pero no he venido a discutir sobre mi actuación. Lo que quiero saber es si alguien puede explicarme qué está pasando y por qué narices un loco intenta matarme porque considera que soy «una pata de la ciudad», ¿comprendéis? Y tengo la certeza de que alguien en esta sala tiene las respuestas que busco.

—Y, ¿quién puede ser el que las tenga? —preguntó Isidoro.

—Pues evidentemente, el hombre del momento, nuestro querido presidente —le respondió—. ¿O me equivoco?

Todos miraron a Gonzalo cuyos ojos estaban fijos en sus manos que reposaban sobre el escritorio. Su piel seguía pálida y la mirada parecía un tanto ida. Durante unos minutos no se escuchó ninguna voz hasta que Gonzalo agitó la cabeza como en un intento de centrarse y con evidente esfuerzo, habló.

—No, no te equivocas. Hemos temido la posibilidad de que hubiera filtraciones —dijo mirando a todos los presentes—. Pues bien, me temo que sí que hay un topo… Yo.

Al escuchar esas palabras Isidoro y Nicolás se quedaron sin aliento, Pilar se echó a reír nerviosa y José Luis y Arturo se levantaron de un salto exigiendo una explicación a gritos. Por instinto Nacho y Alejandro se pusieron entre Gonzalo y los demás tratando de calmar los ánimos y asegurándoles a todos que debía haber una explicación para ese comentario. Gonzalo se puso en pie y reclamó su atención.

—Tengo que explicároslo —comenzó—. Así que, por favor, sólo os pido que me escuchéis un momento. Sir Conroy, tú sí eres una de las patas o por lo menos lo eres en mis planes. Más concretamente eres o debías ser el sustituto de Nacho.

Los dos aludidos se miraron asombrados con los ojos como platos.

—¿De qué estás hablando, Gonzalo? —preguntó Alejandro—. Pensaba que lo tenías completamente descartado.

—Nunca te dije eso, sólo que él se había negado en redondo.

—Pues es evidente que lo has compartido con alguien —dijo el afectado—, porque han ido a por mí directos.

—No, no se lo había dicho a nadie, os doy mi palabra.

—¿Entonces cómo lo han sabido? —gruñó Nacho girándose hacia él—. ¿Micrófonos, médiums, son adivinos?

Gonzalo se pasó la mano por la frente para secarse el sudor mientras terminaba de aceptar el temor que le estaba devorando por dentro. Miró a Nacho, que estaba furioso y a Alejandro, cuya expresión era más de miedo que de otra cosa. Incapaz de sostener sus miradas ni un segundo más centró su atención en sus manos que temblaban entre sus rodillas.

—Sólo yo sabía lo de Conroy como suplente —dijo ignorando la pregunta de Nacho— y sólo había constancia de la idea en un sitio: en mi PDA.

—¿Pero no está en tu habitación? —preguntó Alejandro—. Llevas meses diciéndonos que la tienes arriba, que está sin cargar y no sé cuantas excusas más. ¿Te has molestado de verdad en verla o no tienes ni idea de dónde está? ¿Sabes por lo menos cuándo fue la última vez que la viste?

—El día de mi nombramiento, cuando metí una copia del discurso…

—Dios mío… —Nacho se llevó las dos manos a la cabeza y empezó a dar vueltas por el despacho—. Te la han robado. Te la han quitado y sean quienes sean lo tienen todo. La base de datos de todos los habitantes de la ciudad, los planes de ataque y defensa, la estructura del gobierno al completo… Dios, es una puta pesadilla. ¿Había algo más de importancia escrito de lo que no tengamos ni idea?

—No, eso es lo único. Había algunas cosas más, pero eran tonterías personales.

—¡Menos mal! —chilló Nacho—. A lo mejor les habíamos entregado algo más, como las horas a las que vamos a cagar normalmente, para facilitarles que nos pillen con los pantalones bajados.

—¡Ya os lo dije! —dijo Gonzalo mientras golpeaba la mesa con el puño—. Os dije que no quería una mierda de esas, que no la necesitaba.

—No, si ahora va a ser culpa nuestra que la hayas perdido. Venga hombre, no toquemos los cojones.

—Silencio, por favor —les interrumpió Alejandro—. Es una imbecilidad buscar culpables. Si ha sido robada tampoco se puede culpar a Gonzalo de eso. La culpa es del o de los ladrones que habrán querido recabar información. Ellos y sólo ellos son a los que tenemos que atacar. ¿Estamos de acuerdo? Además, hace un rato Gonzalo nos ha pedido nuestra ayuda para salir de esa crisis y se la hemos ofrecido. No vamos a retirársela al primer contratiempo, ¿verdad?

—No —dijo Nacho tras pensarlo un momento—. No podemos ni vamos a retirársela. Aunque hay una cosa que no entiendo, lo de Rose, la mujer de Harry. ¿Era la suplente de Nicolás? Pensaba que eso también estaba por decidir.

—No, el suplente debía ser Pepe. No sé si se la han llevado creyendo que además de sustituirle en procesado también lo hacía como suplente de Nicolás.

—Eso ahora es lo de menos —interrumpió Alejandro—. Los demás, ¿qué decís? ¿Podemos contar con vosotros?

Uno a uno todos repitieron su compromiso menos sir Conroy que observaba en silencio la situación. Cuando terminaron, Gonzalo, que daba la impresión de seguir sin estar muy centrado en lo que se estaba desarrollando a su alrededor, llamó a los z-men de guardia para que retiraran el cuerpo y les pidió a los demás representantes que le dejaran a solas con Alejandro, Nacho y sir Conroy. Sin añadir nada más, todos salieron dejando a los cuatro frente a frente.

—Creo que te debo una explicación y una disculpa —le dijo Gonzalo a sir Conroy—. Por mi culpa has estado a punto de morir. Lo siento.

—A decir verdad —le respondió—, tampoco estuve en demasiado peligro. No era muy profesional. No tuvo ni media oportunidad contra mí.

—Estás muy seguro de ti mismo —dijo Alejandro.

—Sé de lo que soy capaz. Llevo años entrenándome, conozco mis límites y ese matón no era más que un loco que pretendía aprovecharse de su ventaja atacando a un hombre dormido. Además, no tengo miedo a nada y eso siempre es una ventaja cuando peleas por tu vida.

—Vaya, y esa carencia de miedo, ¿cómo la consigues?

—De la peor manera posible. Una que no te recomiendo.

—No, cuéntamelo —insistió Alejandro no demasiado en serio—, a lo mejor me interesa.

—¿Tú crees? Yo creo que no, pero si quieres te lo explico.

—Adelante, ilumíname.

—En realidad es muy simple: sólo necesitas ver como todo aquel al que quieres desaparece delante de ti sin que puedas hacer nada por evitarlo. Ver morir a tu mujer e hijos notando como la impotencia te aplasta el pecho ahogándote mientras sus gritos te atraviesan los oídos… morir por dentro, vaya. Eso es lo único que necesitas para perder el miedo… ¿Sigues interesado?

Alejandro agachó la cabeza y retrocedió un par de pasos mientras murmuraba una especie de disculpa por el comentario.

—Hombre —intervino Nacho cambiando de tema—, lo que es evidente es que eres un cabrón muy rápido y un puto maestro con los cuchillos.

—Muchas gracias —le dijo sir Conroy—, tú también eres bueno. La verdad es que pensaba que eras más fachada que otra cosa y me has sorprendido favorablemente. Pero vamos al asunto. ¿Qué es eso de los suplentes y por qué yo soy uno de ellos?

—Como sabes —le explicó Gonzalo—, hay siete personas que se ocupan de lo que es la gestión a grandes rasgos de la ciudad. Pues los sustitutos se eligieron para cubrir sus ausencias si alguno de ellos no pudiera cumplir su función. Hoy por hoy hay sólo tres puestos por cubrir. El de Alejandro, que no tiene sustituto tal cual porque al fin y al cabo, él mismo es como si fuera mi sustituto, el de Nicolás, porque Pepe fue asesinado y aún no hemos decidido quién lo será y el puesto de Nacho, que no tiene a nadie designado.

—¿Entonces…?

—¿Recuerdas la mañana que nos encontramos al lado de tu casa y nos vimos enzarzados en una reyerta con zombis?

—Sí, claro que lo recuerdo.

—Pues no pasamos por casualidad. Álex no lo sabía, pero íbamos a buscarte porque iba a proponerte el puesto, aunque ante tu reacción con nosotros nunca llegué a hacerlo.

—No reaccioné bien al veros, no lo discuto, pero nunca he tenido verdaderamente nada contra vosotros, de hecho estáis haciendo un trabajo bastante bueno.

—¿Significa eso que hubieras aceptado el puesto? —le preguntó.

—No —respondió sir Conroy—. No lo sé. No os voy a mentir, por muy crítico que pueda sonar, respeto la carga que habéis asumido, pero no creo que yo sea el más indicado, por eso te dije que no la primera vez.

—Perdona —dijo Nacho—, pero Gonzalo raramente se equivoca eligiendo gente. Es cierto que no acertó al elegir a su segundo, pero en materia de jefes de seguridad sólo escoge lo mejor.

—No estoy de acuerdo en que no seas indicado —dijo Gonzalo—. Eres un luchador asombroso, un experto en armas cuerpo a cuerpo, arrojadizas y de fuego y un buen instructor, y lo más importante: te preocupas de los tuyos.

Sir Conroy le miró a los ojos y esbozó una sonrisa mientras negaba con la cabeza.

—Sé lo que quieres hacer pero mi respuesta sigue siendo no —le respondió mientras se levantaba y se dirigía a la puerta—. Si me necesitáis para resolver algo de este asunto contad conmigo porque es evidente que quiera o no ya estoy involucrado, pero una vez acabe todo, dejadme en paz, ¿vale? No quiero ninguna responsabilidad.

—Es tu decisión y la respetamos —dijo Gonzalo desanimado.

—Me alegro de oírlo —dijo, y se marchó.

Una vez solos, Gonzalo volvía a bajar la mirada y a abstraerse como si estuviera en trance. Nacho se sentó ruidosamente frente a él y Alejandro se colocó a su lado pero él ni se inmutó.

—Gonzalo —le preguntó Alejandro preocupado—, ¿estás bien, amigo?

Al escuchar su nombre levantó la mirada y vieron que tenía los ojos llorosos. Los miró a ambos y abrió la boca para hablar pero no salió sonido alguno. Suspiró, bebió un sorbo de agua y lo intentó de nuevo.

—Ha sido culpa mía, ¿verdad? —les preguntó—. Yo les he dado acceso a esa información. Soy el responsable de todo lo que ha pasado.

—Gonzalo —le respondió Nacho—, eso que estás diciendo es mierda y de la peor calidad. Tú no eres responsable de nada de esto. Tú no eres quien ha matado ni ha hecho desaparecer a los nuestros.

—Los habitantes de la ciudad me han otorgado su confianza —continuó como si no le hubiera oído—. Es mi responsabilidad defenderlos y en cambio les doy las herramientas para matarnos.

—Pero ¿qué estás diciendo? —intervino Alejandro—. Déjate de tonterías. Nadie lo habría hecho mejor en estos años. La gente confía en ti porque saben todas las cosas que les has dado.

—¿El qué? ¿El regreso de la droga? O ¿el grupo de psicópatas que están convirtiendo a la ciudad en un matadero?

—Tú no has traído ninguna de las dos cosas y nos estamos enfrentando a los problemas de la mejor manera que podemos.

—Dejadme solo.

—No sé si eso es una buena idea —le dijo Nacho.

—Necesito pensar, iros.

—Preferiría que lo habláramos —le dijo Alejandro—, tenemos que hacer algo cuanto antes y…

—Iros de una vez, por favor —le cortó.

Aunque su tono dejó claro que la discusión había terminado, Alejandro abrió la boca para continuar cuando Nacho apoyó su mano en el hombro y negó con la cabeza. Rendido a la evidencia y no deseando otro enfrentamiento como el que acababan de superar, optó por seguir a Nacho y abandonaron la casa en silencio dejando solo a Gonzalo hasta que éste estuviera dispuesto a hablar.

En el mismo momento en que escuchó cerrarse la puerta del edificio, Gonzalo se levantó y se dirigió a la escalera de caracol por la que ascendió hasta plantarse en la puerta del torreón. Sacó la llave que colgaba de su cuello y entró susurrándole a la oscuridad:

—No puedo bajar la guardia, no puedo permitirme olvidar…

Nadie volvió a ver a Gonzalo hasta el martes día ocho a las once y media de la mañana, momento en que todos los que se encontraban en las oficinas le vieron pasar en silencio hacia su despacho. Llevaba la misma ropa que la mañana de Reyes, iba sin afeitar y olía como cuando vivían en la carretera y no había agua corriente. Bajo su brazo derecho, apretado contra el costado, llevaba una hinchada carpeta de documentos.

Nadie dijo ni hizo nada al respecto salvo Isidoro que se acercó a uno de los z-men de la puerta y le pidió que avisaran urgentemente a Nacho y Alejandro de que Gonzalo había salido. Veinte minutos después, ambos llegaron.

—¿Está en su despacho? —preguntó Alejandro.

—Sí, desde hace un rato —respondió Isidoro—. Bajó con unos documentos y se encerró sin abrir la boca.

—¿No ha dicho nada a nadie?

—Nada en absoluto. Se ha encerrado ahí y nada más.

Nacho se acercó a la puerta del despacho y llamó tres veces con los nudillos.

—Jefe, ¿estás bien? —preguntó a la puerta—. Soy Nacho. Estamos un poco preocupados por aquí, ¿puedes abrir?

Se escucharon unos pasos y al momento salió Gonzalo.

—La puerta está abierta —dijo con cierta sorpresa—, como siempre. ¿Ocurre algo?

—Claro que ocurre algo —dijo Alejandro—. Llevamos dos días sin saber nada de ti y de repente bajas como si tal cosa.

—Bueno, como si tal cosa no —le interrumpió Nacho—. Hecho un desastre y con un cierto tufillo a humanidad. ¿Te has quedado sin agua arriba o algo?

—No —respondió obviando el reproche de Nacho—. Todo va bien con el agua, creo… es sólo que no he tenido tiempo para nada, he estado demasiado ocupado.

—¿Y en qué, si se puede saber? —preguntó Alejandro.

—Pasad un momento, tenemos que hablar —miró un momento por encima del hombro de Alejandro y les indicó a Isidoro y los demás que también se lo decía a ellos—, pasad todos.

Entraron al despacho y fueron acomodándose. Sobre la mesa de Gonzalo, una carpeta abierta con un fajo de informes en su interior y repartidas por la superficie, fotos de todos los sucesos ocurridos relacionados con «T».

—Bien —empezó Gonzalo—. Lo primero es confirmaros que mi PDA no está en ninguna parte de mi casa. La he desmantelado entera y no está. De hecho, creo que sé quién fue y cuándo me la quitaron.

Gonzalo les hizo referencia, sin entrar en detalles, a su escarceo la noche de la proclamación de la ciudad con una chica morena de la cual no sabía ni siquiera el nombre, expresándoles su convencimiento de que había sido ella quien se la había sustraído.

—Quiero reiteraros mis disculpas por todo lo que mi negligencia ha provocado, pero también quiero deciros que no voy a permitir que la culpa me ciegue. He estado pensando mucho y he decidido que mejor que en castigarme, debería emplear mi tiempo y energía en buscar la forma de hacerles pagar por todo lo que han hecho…

—Parece que nuestro intrépido líder se ha vuelto a poner las pilas —susurró Nacho al oído de Alejandro.

—Cuando lo he visto salir he pensado que había perdido la cabeza —le respondió éste—. Sin embargo me parece que está más centrado de lo que ha estado en meses.

Vieron que Gonzalo les miraba fijamente con gesto reprobador, así que se disculparon con un gesto y continuaron escuchando con atención.

—He estudiado detenidamente todas las fotos, la situación en la que se dieron los ataques, las frases que escucharon los dos supervivientes… Y no hay nada, no hay ni un solo dato que pueda resultar útil para llegar a ninguna parte. Me he exprimido el cerebro como nunca lo he hecho y nada. La única pista que tenemos, y no es muy aprovechable es la de la morena, por lo que creo que deberíamos buscar por ese lado. Isidoro, ¿sería posible que hicieras un apartado con todas las mujeres morenas de la ciudad?

—Hombre —respondió el interpelado—, es posible, pero pueden salir muchos miles, o sea que no sería una criba muy útil. ¿No hay ningún dato para ajustar más la búsqueda?

—No quiero poner ningún filtro a la búsqueda, porque no sé si algún detalle hará que me salte el recuerdo.

—Lo que puedes hacer —dijo Nacho— es tres grupos. Las que te tirarías encantado, las que dudarías en tirarte y las que nunca te tirarías. A continuación te centras en el tercer grupo, te pones hasta arriba de whisky y vuelves a repasar esas fotos, a las que no veas atractivas en ese estado, las descartas definitivamente, y entre las que de golpe te parezca que no están tan mal, seguro que está la ladrona.

—Vaya —dijo Gonzalo—, ¿y por qué descartas tan rápidamente a las integrantes de los otros dos grupos?

—Hombre, ¿tú te has visto bien la cara? No es por ofender, pero he visto zombis más atractivos que tú, y bastante a menudo. Claro que… ¿Y si la morena estaba cañón pero iba tan borracha que Gonzalo le pareció atractivo?

—Me gustan los paréntesis cómicos como al que más pero creo que no proceden ahora —le interrumpió Alejandro cortante—. Me parece tan buen punto de partida como cualquier otro, pero por supuesto habría que mirar todas las fichas.

—Y voy a empezar tan pronto Isidoro me haga la criba. También necesitaría que identifiquéis al atacante de sir Conroy para investigar sobre él…

—Siento interrumpirte —le dijo Nacho—, pero eso ya está hecho. Ayer nos ocupamos tu colega y yo: se trata de Juan Pedro Vera, y como en el caso de Verficha, no hemos obtenido ninguna información aparte de cuándo llegó y su asignación a limpieza viaria.

—¿Cuándo entró a la ciudad?

—Unos meses antes que el otro. Lo único que tienen en común es que él también llegó solo.

—Aparte de la afición por asesinar. Me alegro de que hayáis adelantado eso. Isidoro, ocúpate del tema de las mujeres morenas cuanto antes. Nicolás, ¿el cuerpo sigue en el hospital?

—Sí, sigue en el depósito —le respondió Nicolás.

—Quiero que se le haga una prueba de tóxicos y una autopsia centrándonos en su cerebro.

—¿Qué debo buscar?

—Si hay algún tipo de tumor en el cerebro o algo que le pudiera causar psicosis o alteraciones severas de la conducta.

—¿Lo hago también con el cadáver del otro asesino?

—¿De Verficha? ¿Aún lo tienes en el hospital?

—Sí, a instancias de Nacho decidimos quedarnos con el cuerpo por si alguien preguntaba por él o por si encontrábamos alguna pista que nos pudiera ayudar.

—Eso es perfecto, pues haz lo mismo.

—Pues si no te importa, me marcho y empiezo a trabajar ya mismo.

—Genial, muchísimas gracias. José Luis, quiero que poniéndoos de acuerdo con Nacho aumentéis la seguridad en los almacenes, porque tengo el presentimiento de que vamos a empezar a recibir los ataques con mayor frecuencia Después del éxito que han tenido con el secuestro de los sustitutos, es muy probable que se hayan envalentonado, por lo que deberíamos estar en alerta permanente. Lo mismo te digo a ti, Pilar: cuidado con todos los centros de procesado de alimentos. Por último, Arturo, Nacho también va a tener que asignarte más z-men para defender todos los sistemas vitales de la ciudad, principalmente agua y electricidad, primeros objetivos de los terroristas en la otra vida.

—Gonzalo —le dijo Nacho muy serio—. No contamos con suficientes efectivos en los z-men para realizar un incremento tan importante en la seguridad como el que estás sugiriendo.

—Lo sé, Nacho, tienes que hablar con José Luis y con doña Francisca y que tiren de archivo para ver a los ciudadanos que se quedaron a punto de entrar a formar parte de los z-men y que uses tu criterio personal para decidir si podrían ser útiles en alguna de las funciones concretas de los z-men.

—Me estás pidiendo que baje el listón, ¿no?

—No exactamente. Más bien te estoy pidiendo un esfuerzo para aprovechar mejor los recursos. Si ves a un candidato rechazado por una leve cojera, pues no valdrá para patrullar, pero a lo mejor de centinela en una puerta hace un estupendo papel. Otro que no tenga nada de puntería se le puede asignar a la torre de vigilancia. ¿Me sigues? Así, cogiendo gente concreta para puestos concretos, podríamos dejar a los más versátiles y preparados para otros menesteres como las nuevas tareas de protección y evitar que se malgasten en tareas que esos «rechazados» podrían realizar.

—Hombre —concedió Nacho—, la verdad es que la idea no es nada descabellada. Tiempos desesperados…

—Requieren medidas desesperadas —completó Gonzalo—. Así que os reitero que tenemos que estar atentos a cualquier cosa fuera de lugar que veáis, sea lo que sea, tenemos que cortar de raíz con este problema. ¿De acuerdo? Pues manos a la obra.

Animados por el cambio de actitud, todos respondieron afirmativamente a su discurso y volvieron a sus deberes. Alejandro cerró la puerta una vez todos los demás hubieron salido, y se sentó frente a Gonzalo.

—Y bien, ¿qué tal estos días? ¿Has hecho algo interesante?

—Sí. He renovado mi fe —le respondió sonriente—. He meditado mucho y fortalecido mi resolución. Ah, ¿me puedes acompañar a ver a los Freak Bros? Hay un par de cosas sobre las que quiero pedirles consejo.

—Con una condición: que subas, te duches y te arregles un poco, porque estás criminal.

—No será para tanto —dijo mientras se olía la camiseta—. Vaya, la verdad es que apesto. Dame veinte minutos.

—Te espero en la puerta tomando el aire.

Cuarenta minutos después, Gonzalo salió a la calle pareciendo un hombre nuevo. Le hizo un gesto con la cabeza a su amigo y empezaron a caminar juntos.

—La última vez que tomamos este camino para ir a verlos, acabamos en una trifulca de las buenas —comentó Alejandro—. A lo mejor hacemos una repetición de las mejores jugadas.

—Pues no sé si no me vendría bien —dijo Gonzalo con aire distraído—. Tengo mucha adrenalina para descargar.

—Pues cuando quieras, dímelo y en la primera salida de aprovisionamiento que tengamos, te apunto.

—Lo tendré en cuenta, pero me parece que de aquí a poco voy a hacer un poco de tiro al blanco.

Llegaron a la antigua librería Alcaraz cerca de las doce y para su sorpresa, la reja de la entrada estaba retirada aunque el local parecía completamente a oscuras.

—Esto no me gusta —dijo Gonzalo sacando la pistola.

—¿Tenías alguna mención de ellos en la PDA? —le preguntó Alejandro mientras sacaba la suya.

—Apenas una reseña como consejeros.

Se acercaron hombro con hombro a la puerta y Gonzalo la abrió despacio mientras Alejandro alumbraba con una linterna de bolsillo. En el mismo momento que entraron una música orquestal llenó el local a un volumen atronador. Sobresaltado, Alejandro trazó un arco con la luz en dirección a la fuente del sonido y soltó un grito cuando enfocó la cara de Alfy que le miraba fijamente. Súbitamente las luces se encendieron y Charly se plantó en la puerta frente a ellos.

—¿Hemos hecho algo malo, agente? —preguntó con sorna mirando a las pistolas y la linterna—. Le juro que todo es legal. No me arreste, por favor.

—Dejaos el cachondeo y pasad adentro —ordenó Alfy—. Y guardad las armas, demonios, que hay niños aquí.

La fuerte música se interrumpió y al entrar al local vieron que había sido redistribuido dejando un espacio libre que estaba ocupado por cuatro hileras de cinco sillas ocupadas todas por niños. En la pared frente a ellos, una gigantesca imagen de un hombre vestido de rojo y azul que trepaba una pared y en el techo, a un metro de la puerta, un proyector y dos viejos altavoces sobre una pequeña plataforma toscamente sujetada al techo.

—¿Habéis montado un cine? —preguntó Alejandro asombrado—. Esto es… alucinante.

—¿Dónde habéis estado viviendo estos días? —le dijo Alfy—. Empezamos el veintiséis y desde entonces nos tiramos el día entero poniéndoles películas a los críos según demanda.

—No tenía ni idea. Esa que tenéis puesta, ¿no es…?

—Sí, Spiderman VI, en la que hacen el cameo Daredevil.

—Pero esa no llegó a editarse en DVD, ¿cómo…?

—Internet era una herramienta poderosa, joven padawan. Bueno, ¿y habéis venido a hablar de cine o por algún otro motivo?

Gonzalo vio que Charly les decía algo a los niños para después dirigirse hacia ellos.

—¿Y bien? —preguntó Charly cuando se colocó junto a su compañero—. ¿A qué viene esta visita pistola en ristre?

—Perdón por lo de las armas —se disculpó Gonzalo—, pero al ver la reja quitada y la tienda a oscuras nos hemos puesto en lo peor.

—Supongo que es normal —le dijo Alfy a su amigo—. Teniendo en cuenta los últimos sucesos es lógico que estén con la mosca detrás de la oreja.

—¿Qué últimos sucesos? —preguntó Gonzalo—. ¿A qué os referís?

—A los asesinatos de vuestros suplentes, por supuesto.

—¿Cómo sabes que eran los suplentes? —preguntó mirando a Alejandro.

—Ya sabes que para Alfy todo es evidente, Gonzalo —intervino Charly—, sólo tuvo que sumar dos y dos y enseguida dedujo que eran tu equipo de respaldo. Supongo que serás consciente de que alguno de los tuyos les ha informado, ¿verdad?

—No hay ningún topo —cortó Alejandro—. Sacaron la información de una PDA que nos robaron.

—¿Y la habéis recuperado ya?

—No.

—Pues más os vale que ese dato no sea de conocimiento público, porque la gente está empezando a perder la calma con los de la «T» y nos le iba a hacer gracia ninguna muestra de descuido por parte de su gobierno.

—¿Tan mal están las cosas en la calle?

—Mejor sigamos hablando en el despacho —les indicó Charly—. Id pasando y ahora voy yo.

Entraron al pequeño cuarto de cristales que hacía de oficina y Alejandro observó a Charly hablar con los niños antes de volver a ponerles la película. Miró sus caritas y no pudo evitar asombrarse por el cariño que parecían tenerle al Freak.

—¿Quién iba a decir que bajo ese aspecto de ángel del infierno había alguien con ese tacto para los niños? —comentó Alejandro—. Parece que coman de su mano.

—Siempre fue así —le dijo Alfy.

—¿Tenía hijos antes de…?

Alfy le interrumpió con un gesto justo en el momento en que Charly entraba.

—La respuesta es que sí —dijo Alfy—. Los ánimos están muy revueltos. Hay mucho miedo en las calles porque no entienden qué está pasando ni por qué han secuestrado a esas personas mientras asesinaban a sus familias.

—Aún no han atado cabos —dijo Charly— pero aunque no lo hagan tan rápido como Alfy, más gente se dará cuenta de la relación y eso os dará una imagen de debilidad importante.

—Sinceramente —dijo Gonzalo—, ahora mismo la imagen que dé al exterior no es mi máxima preocupación.

—Pero debería ser una de ellas —le espetó Alfy—. La gente olvida pronto lo bueno y magnifica lo malo. ¿Querrías que Guillermo ocupara tu puesto?

—Para serte sincero hay días que sí.

—Sabes que no sería una buena idea —dijo Charly—. Quizá en otra vida, o incluso en un futuro podría ser un buen dirigente, pero no ahora. No está preparado para ayudar a la ciudad a sobrevivir.

—Me da miedo preguntarlo —intervino por primera vez Alejandro— pero ¿es posible que Guillermo tenga algo que ver con «T»?

—No —respondió al instante Alfy—. No tiene que ver. Hace lo que puede por descalificaros y haceros quedar mal, pero no quiere gobernar una ciudad dominada por la paranoia. Es el segundo más interesado en que los crímenes terminen.

—No sé qué hacer —dijo Gonzalo—. Estamos desesperados y no tenemos ni una sola pista. ¿Tenéis algún consejo?

—Lo primero que debéis hacer —dijo Charly—, es esperar a la demanda de rescate y ver si por ahí podéis empezar a enhebrar la aguja.

—Eso no creo que ocurra —dijo Alejandro tras mirar a Gonzalo—, hay cosas que no sabéis, como el ataque a sir Conroy.

—No, eso no lo sabemos —dijo Alfy muy interesado—. ¿Han matado a Conroy?

—No, un hombre entró a por él y Conroy lo despachó pero no antes de que el bastardo presumiera de que todos iban a servir de ejemplo para «Ciudad Asesina».

—Tú tenías razón entonces —le dijo Charly a su amigo—… como siempre.

Alfy encogió los hombros como quitando importancia al comentario y les preguntó:

—¿Dijo algo más?

—No, no hubo oportunidad de más porque Conroy le atravesó la cabeza antes de que él le atacara…

—¿Tenía razón en qué? —interrumpió Gonzalo—. ¿Sabéis algo que nosotros no? Si es así, decídmelo, cualquier migaja de información puede sernos de utilidad.

—No se refiere a eso —le aclaró Alfy—, lo dice porque había notado que me faltaba en la lista un suplente para el llanero solitario que tienes de jefe de seguridad y yo había apostado a que era sir Conroy.

—¿Nunca te equivocas? —preguntó Alejandro.

—Cuando se trata de temas realmente importantes y tengo tiempo de pensar sobre las cosas, no.

—Entonces no tenéis nada para ayudarme —dijo Gonzalo.

—Ahora mismo no tenemos nada de información —dijo Charly apoyando la mano en su hombro—. Hemos tratado de averiguar algo desde el asesinato de Pepe, pero no hay manera.

—Os lo agradezco igualmente —les dijo poniéndose en pie—, nos vamos a ir pero por favor, cualquier cosa avisadme.

—Por supuesto.

—Una pregunta —dijo Alejandro—, quizá quede un poco fuera de lugar, pero… ¿proyectáis algo de Disney? Es que me haría mucha ilusión que mi princesa viera alguno de los dibujos que yo disfrutaba de niño.

Charly le miró y una gran sonrisa le afloró al rostro.

—Todas las tardes a las seis ponemos una de dibujos de Disney —le dijo a Alejandro—. Muchos padres vienen preparados con las cenas y los pijamas para luego llevarse a sus niños ya dormidos a casa. Tú puedes venir cuando quieras, por supuesto, y por ser un pez gordo te dejaremos elegir el título.

—Pues te lo agradezco de verdad, además se nota que te gustan mucho los…

Gonzalo le pisó con fuerza el pie haciéndole callar. Desconcertado, Alejandro le miró y al no ver respuesta, decidió esperar. Se despidieron de los Freak y cuando se hubieron alejado lo bastante le preguntó:

—Dime: ¿En qué he metido la pata? Porque no creo que me hayas aplastado los dedos del pie por gusto, ¿no?

—No has metido la pata pero estabas a punto de remover ciertas heridas que es mejor dejar reposar.

—¿Tan grave fue lo que le ocurrió?

—Un día llegó de trabajar y se encontró a su mujer y sus cinco hijos transformados. Uno a uno, se tuvo que ocupar de anularlos él solo.

—Dios mío… ¿Y cómo pudo soportarlo? Creo que yo no hubiera podido.

—Ahí donde lo ves, Charly era un hombre religioso y su miedo al infierno le impidió suicidarse, pero a cambio se dedicó a probar todos los vicios que tenía a su alcance en una carrera hacia la autodestrucción. Alfy, que también acababa de perder a su mujer le ayudó a superarlo y desde entonces se han servido de apoyo mutuamente. Otra historia de Ciudad Humana.

—No tengo palabras. ¿Tu padre te contó todo eso?

—Está en sus archivos.

—¿Y que hay de Alfy? Es un poco raro, ¿no?

—Poco que contar aparte de lo que te he dicho.

—¿No te resulta muy extraño que supiera tantos detalles de lo sucedido?

—Siendo él, no. ¿Sabes que mi padre llamaba a Alfy «mi arma secreta»?

—No, ¿por qué?

—En la otra vida, Alfy era una de las personas más inteligentes del planeta —le explicó—. A día de hoy imagino que es la persona más inteligente del mundo. El caso es que su capacidad de deducción dejaría en pañales a Sherlock Holmes.

—Nunca dejas de sorprenderme. ¿Lo dejamos por hoy?

—Sí, tengo muchas cosas pendientes todavía con los demás.

—Nos veremos luego entonces.

Siguieron juntos hasta llegar a la altura del Paseo Alfonso XIII donde se separaron. Desde la puerta de Alcaraz, Alfy y Charly les seguían con la vista.

—Seguro que se han ido hablando de mí —dijo Charly.

—No eres el ombligo del mundo, amigo mío. Tienen otras preocupaciones.

—Supongo. Me caen bien los dos, están haciendo un buen trabajo. Hasta el sheriff me parece eficiente. Es peligroso e impredecible, pero hace su papel.

—Ya sabes que yo no me fío de ese matón.

—Tú nunca te has fiado de ningún matón.

—De ti me fío.

—Porque tú eres mi amigo.

Se quedaron en silencio unos minutos más mirando al punto donde Gonzalo se había perdido de vista.

—¿Qué crees que va a suceder? —preguntó Charly.

—Creo que ahora es cuando empiezan los verdaderos problemas pero que Gonzalo podrá acabar con todos ellos.

—¿Y si te equivocas?

—Si me equivoco, no creo que a esta ciudad le quede mucho.