14/09/2040
En la esquina sureste de la Plaza de la Merced, más conocida como la Plaza del Lago, se encuentra el Palacio de Aguirre, construido a finales del siglo XIX por el famoso arquitecto catalán de nacimiento y cartagenero de adopción Víctor Beltrí, a petición del empresario minero Camilo Aguirre. Este palacete, que durante mucho tiempo fue sede del gobierno regional, fue revitalizado con la anexión de un museo que, aparte de las exposiciones programadas, permitía mediante cita previa, la visita a las zonas más relevantes del edificio como el salón de baile, la escalera imperial o el despacho real.
Debido a su uso como centro de mando durante los peores años de la guerra contra los zombis, el edificio fue tomando una importancia simbólica que desembocó en su reconocimiento oficioso como sede del gobierno de la ciudad, convirtiéndose también en la residencia del entonces líder provisional Javier Gutiérrez. Ante la necesidad de organizar el espacio de forma funcional, sucesivas reformas reconfiguraron el sistema de acceso entre zonas y plantas, uniéndolas mediante la ya mencionada escalera imperial de tal modo que la planta baja del palacio y toda la zona del museo eran de libre acceso para trabajadores y ciudadanos, la primera planta se usaba para albergar los despachos de los miembros del gobierno y la segunda planta y el torreón quedaron como casa de Javier el cual hizo que todas las puertas se pudieran abrir por dentro para salir pero necesitaran llave para entrar, siendo él y su familia los únicos con acceso a esa zona, así como a una escalera de servicio que conecta todas las plantas.
Alejandro recorrió el vestíbulo mientras dejaba que el olor a caserón antiguo le transportase a la época en que había sido construido, tiempos más sencillos, con muchas penurias y carencias, sí, pero mejores que aquellos en los que estaban inmersos. Pasó junto a otro par de guardias que charlaban sobre el día siguiente, los saludó y subió hasta el primer piso. En el recibidor de la zona de oficinas apenas se notaba la iluminación que proporcionaban las velas, absorbida por las sombras que inundaban la estancia, lo que provocaba un ambiente inquietante. Un escalofrío le recorrió la espalda y se dirigió directo al despacho real, apretando el paso involuntariamente. Escuchó voces que procedían de la puerta entreabierta. Llamó varias veces con los nudillos al panel de la puerta y entró en la estancia.
El despacho, de forma rectangular, tenía en un extremo una enorme mesa de madera de roble llena hasta arriba de papeles y presidida por un enorme asiento de cuero negro donde estaba sentado Gonzalo. Al otro lado de la mesa, dos sillones del mismo material, uno ocupado por Nacho King y el otro vacío. Sobre ellos, una lámpara de cristal de roca que ocupaba casi medio techo y en la esquina más alejada, flanqueada por dos mullidos butacones, una enorme chimenea que, junto a las velas, servía de fuente de luz de la estancia.
—Buenas noches —saludó Alejandro—. ¿Llego en mal momento?
—En absoluto, llegas a tiempo —Gonzalo le indicó con la mano el asiento vacío—. Estaba repasando con Nacho lo de mañana para asegurarnos que todo vaya correctamente. ¿Qué tal ha ido todo?
—Ha ido —respondió Alejandro a la vez que se sentaba—. Ya sabes lo que dicen: una misión sin bajas es una misión exitosa, así que no me puedo quejar. Hemos limpiado el almacén y la fábrica y cambiado los candados para tenerlo controlado. En la oficina no hemos entrado pero estaba bien cerrada, en otra incursión ya haremos limpieza.
Nacho soltó una risita por lo bajo y se removió en su asiento.
—Buenas noches a ti también, Nacho —dijo Alejandro un tanto a la defensiva—. ¿He dicho algo gracioso?
—No, no, qué va, me río porque me ha hecho gracia lo de «misión exitosa» teniendo en cuenta que no has hecho bien tu trabajo y no has asegurado toda la zona como es tu obligación —le respondió en un tono exageradamente alegre—. ¿Qué pasa, que te has hecho caquita al pensar que uno de esos malvados zombis te iba a dar un bocadito?
—No sabes lo que ha pasado, así que creo que deberías callarte antes de hablar, ¿no te parece?
—Sí, tienes razón, además —le dijo poniendo voz aflautada—, no puedo discutir con esos ojillos azules y ese rostro.
Sin darle tiempo a reaccionar, Nacho se lanzó hacia él con la intención aparente de besarle, ante lo que Alejandro reaccionó poniéndose en pie de un salto y volcando su asiento. Ante su expresión, Nacho no pudo contenerse, dejándose caer en su sillón mientras se retorcía de risa.
—Dios mío, tendrías que haberte visto la cara —dijo mientras se secaba una lágrima—. Te has acojonado, ¿eh? No deberías tenértelo tan creído, no eres mi tipo.
Furioso, Alejandro se abalanzó sobre él y le cogió por el cuello, levantándolo y empujándolo contra la pared.
—Te voy a partir la cara, payaso —le dijo.
—¿De verdad quieres hacerlo? —dijo Nacho fríamente—. Piensa bien la respuesta…
—Basta ya —dijo calmadamente Gonzalo—. Alejandro, suéltale. Y tú, baja eso inmediatamente.
La voz de su amigo le devolvió un poco la calma y Alejandro soltó el cuello de Nacho. Al separarse, el sheriff exhibía una sonrisa que a Alejandro le erizó la piel. En su mano derecha, su revólver amartillado apuntaba al corazón de Alejandro.
—No siempre vas a pillarme por sorpresa —le respondió en tono paternalista—. La próxima vez, a lo mejor soy yo quien agarra tu cuello, y a mí me cuesta más soltar a mi presa.
Alejandro miró a Gonzalo, que tenía los ojos clavados en Nacho.
—¿Qué pasa? —preguntó este último devolviéndole la mirada a Gonzalo—. Se lo estoy diciendo muy clarito, mierda. Me atacan, me defiendo. Y que dé gracias a que de esta sale intacto.
—Tú has empezado esto provocándole —le dijo Gonzalo—. Me estoy cansando de estos piques sin sentido entre vosotros. Tenéis que colaborar para que todo vaya sobre ruedas en la ciudad, ¿lo entiendes?
Nacho no respondió inmediatamente, sino que se puso a esquivar su mirada como si fuera un niño al que hubieran pillado en medio de una travesura.
—Te he preguntado si lo entiendes —insistió.
—Sí, lo entiendo —respondió a regañadientes.
Alejandro miró la escena sin poder evitar sorprenderse de cómo reaccionaba.
—Bien, pues espero que esto no se repita. Ahora, sentémonos.
Alejandro estuvo a punto de añadir algo, pero Gonzalo lo atajó con un gesto en un claro intento de cortar la discusión. Aún no estando conforme en absoluto, se mordió la lengua y decidió esperar.
—¿Podemos empezar ya? —les preguntó mientras desplegaba una cartulina con un rudimentario mapa trazado—. Cuando has llegado, estábamos viendo el tema de la tarima y la electricidad. Voy a poner z-men con extintores en todos los puntos con conexiones eléctricas para prevenir problemas en el acto. Asimismo, Nacho tiene preparados un par de docenas de bomberos voluntarios para el caso de que la puesta general de luz en la ciudad provoque incendios. Por último, él insiste en ponerme guardaespaldas, cosa que a mí me parece exagerada por no decir ridícula. ¿Qué te parece?
Aún desconcertado por el enfrentamiento que acababan de tener, hizo un esfuerzo e intentó centrarse en el tema que estaban tratando.
—Todo bien —dijo—, pero la idea de Nacho de ponerte guardaespaldas no me parece ridícula. Tienes muchos detractores, y en una ciudad donde el noventa y nueve por ciento de la población ha volado alguna cabeza, el término enemigo político cobra un nuevo significado.
—Sois unos exagerados. Tampoco creo que sea para tanto.
—Entérate, eres una figura de autoridad, y la autoridad está para discutirla.
Gonzalo se levantó y se acercó hasta la chimenea, donde permaneció unos minutos mirando el fuego en silencio.
—Voy a haceros caso —les dijo al fin—. Nacho, si consideras necesario que cuente con guardaespaldas, lo acepto, pero algo muy discreto, no quiero numeritos de ningún tipo. Y Álex, en cuanto a lo de esos enemigos, no me puedo quitar de la cabeza a Guillermo Palas, ¿sabemos algo de él?
—Por ese aprendiz de anarquista no te preocupes —dijo Nacho—. Me da a mí que mañana no va a dar por culo, porque creo que le han tocado servicios de vigilancia en la otra punta de la ciudad, una terrible casualidad…
—Parece que estás en todo.
—No, es que no quiero tonterías mañana.
Durante unos minutos permanecieron en silencio hasta que Nacho miró su reloj y se levantó.
—Es muy tarde, así que os voy a dejar para que repaséis vuestra parte. Además, antes de que pongan las calles ya estaré yo supervisando que todo esté bien organizado. Hala, que os folle un pez polla del tamaño de un ballenato hembra.
Sin esperar respuesta, se caló el sombrero y se dirigió a la puerta, aunque en el último momento pareció pensárselo mejor y dio media vuelta mientras sacaba una agenda electrónica de su chaqueta.
—¿Qué ocurre? —preguntó Gonzalo.
—Casi se me olvida pasarte el último censo que me ha dado Agustín —dijo mientras encendía el aparato—. Pon en marcha el tuyo y te lo paso.
—Y digo yo, ¿no me lo podrías pasar en papel y ya lo veo luego?
—Vamos a ver, jefe, tú eres el primero que insiste en el ahorro de papel y con estas maquinitas lo tenemos todo a mano. No sé dónde está el problema. Venga, enciéndela.
—Mira, me la he dejado arriba en el dormitorio y no me apetece subir ahora a por ella. Ya me la pasas mañana si eso, ¿vale?
—Eres increíble —intervino Alejandro—, sólo se han podido encontrar en toda la ciudad un puñado de esas máquinas que funcionen y en vez de aprovecharlas, tú te comportas como si fueran inventos del diablo.
—No me gusta depender tanto de la tecnología, ya lo sabéis. Parece que no aprendimos nada cuando perdimos la electricidad —respondió Gonzalo un tanto a la defensiva—. Esas cosas ya no son símbolo del futuro, ahora lo son del pasado. Además, era a mi padre a quien le chiflaban los cacharritos, no a mí.
—Atiende a razones, por favor —insistió Alejandro—. Es lo más cómodo y rápido para intercambiar y guardar datos.
—De acuerdo —convino—. Procuraré acordarme de llevarla encima, pero dejadme un rato tranquilo.
—Descuida, que yo me voy a dormir igual de bien —les dijo Nacho mientras atravesaba el umbral del despacho—. Señores…
Una vez hubo cerrado la puerta, los dos amigos se levantaron al unísono como si hubieran estado ensayando y se desplazaron a los sillones que había junto a la chimenea. Alejandro sacó dos vasos y Gonzalo los rellenó de agua.
—Por fin solos —dijo Alejandro con sorna—, creí que no se iba a marchar nunca.
Gonzalo no respondió. Alejandro le miró en busca de alguna reacción. Sus ojos parecían fijos en el reflejo del fuego en el vaso y daba la sensación de estar completamente ausente.
—Tú sabes que Nacho me mataría si pudiera, ¿verdad?
—No lo haría, Alejandro.
—Pues parece muy dispuesto.
—Lo sé, lo he visto.
—¿Entonces por qué no lo haría?
—Porque si yo supiera que existe la más mínima posibilidad de que lo hiciera, lo mataría yo antes a él.
La respuesta de Gonzalo hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. La tensión en su voz contrastaba con su expresión distraída, y aunque no sabía si era el mejor momento, no estaba dispuesto a dejar pasar lo que había sucedido.
—Quiero saber por qué se lo consientes.
—Por qué le consiento el qué.
—Que se comporte como un matón, que monte los espectáculos que monta, todo.
—Él no puede evitarlo, es así.
—Ah, vale, ya veo —dijo indignado Alejandro a la vez que se levantaba—: El síndrome de Bart y Lisa.
—¿Cómo?
—¿No te acuerdas? Ese síndrome que siempre mencionaba tu padre, lo que decía que intentaba evitar que pasara en tu casa, ¿recuerdas?
—Sí, pero eso ahora no viene al caso…
—Por descontado que viene al caso. Bart es un mal estudiante y Lisa una estudiante de diez. Un día Lisa saca un suspenso y sus padres montan en cólera. Cuando Lisa les pregunta la razón para ponerse así con ella cuando Bart lleva toda la vida trayendo ceros y con él nunca se encienden tanto, ellos le responden que Bart es Bart. Así que, como el señor King es así, vamos a disculpárselo todo y a intentar no ofenderlo, pero mientras, dejemos que nos mee en el pantalón. ¿Es correcto, jefe?
—¿Has terminado, Álex?
—No, sólo he empezado.
—¡No, Álex! —dijo Gonzalo alzando la voz—. Has terminado. Si me vas a venir con lecciones de psicología barata dignas de un niño de diez años, prefiero que te las ahorres.
—Pero…
—Pero nada. Dime una cosa: ¿preferirías que estuviera en nuestra contra?
Alejandro sostuvo su mirada durante unos segundos sin decir nada, consciente de que una vez más iba a ser Gonzalo quien iba a tener la última palabra.
—No —dijo al fin.
—Pues siéntate y hablemos —le dijo en tono calmado señalándole el sillón—. ¿Quieres más agua?
Rellenó el vaso hasta el borde y se lo tendió a Alejandro mientras se sentaba. Este, que no se había percatado de lo seca que tenía la boca, se lo agradeció. Ambos bebieron unos tragos.
—Lo que daría por tomarme un cubata como los de antes en un bar —dijo Gonzalo mirando su vaso—. Tranquilamente, con los amigos…
—Y yo —convino Alejandro—. La pena es que ya no hay ni Coca-Cola, ni bares, ni música…
—Sí, pero aún hay amigos.
—Muy cierto… y algunos podemos presumir de que tenemos a los mejores amigos del mundo.
—Efectivamente, tú puedes presumir de eso… —dijo Gonzalo fingiendo resignación—. La lástima es que yo no…
Alejandro le lanzó un falso golpe al brazo mientras sonreía. Ya más relajados, Gonzalo le preguntó por Carmela y por la niña, y escuchó atentamente el relato de las últimas monadas que había aprendido. Tras una hora más de charla intrascendente Alejandro se puso en pie dispuesto a marcharse.
—Mañana es tu día, amigo mío —le dijo a Gonzalo.
—Estoy cansado de repetirlo, es nuestro día, de todos.
—Sí, claro, lo que tú digas.
—Hasta mañana, Álex.
Gonzalo se asomó al balcón y le observó entrar en la Plaza del Lago donde le perdió de vista. Nuevamente estaba solo. Cerró el balcón y los contrafuertes y tras apagar el fuego, se dirigió a su mesa a recoger un candelabro. Junto a él había un sobre con algo escrito. Lo acercó a las velas y pudo leer en la letra de Alejandro: «No quiero que seas el último en verlo». Intrigado, lo abrió y sacó un folio doblado que parecía haber sido usado y borrado docenas de veces. En la cara utilizada, algo torcida, una fotocopia de un texto escrito a máquina:
DIARIO DE CIUDAD HUMANA AÑO 1 Nº 1 SÁBADO 15/9/2040
EDITORIAL:
Me encanta esa palabra: «Editorial». Posiblemente éste sea el primer editorial que se escribe en un periódico en varias décadas. Claro que también es posible que éste sea el primer periódico que se publica en varias décadas. Antiguamente, cuando la prensa escrita era de lo más común, muy poca gente leía los editoriales, que no eran más que una columna de opinión que el director escribía para compartir con los lectores. Recuerdo que, cuando surgieron los periódicos gratuitos esos de pocas páginas, (no voy a hablar de Internet porque la mayoría ni lo habéis conocido), ya no lo traían, sino que iban directamente a las noticias… Confío en que como a día de hoy esta publicación va a ser poco más que un folleto, la gente se lo lea todo, incluido este escrito.
La mayoría de los jóvenes de hoy, ocupados como han estado en sobrevivir, no han podido aprender a leer y no lo han notado, pero los de mi generación saben que la pérdida de la prensa escrita fue un tremendo varapalo no ya para el traspaso de información entre la gente sino por la pérdida de un soporte que recogiera todos los sucesos acaecidos durante la guerra que llevamos tantos años librando. Las poco fiables fuentes que hemos conseguido consultar gracias a los benditos radioaficionados que siguen sobreviviendo por el mundo, nos hacen estimar que de los casi siete mil millones de almas que poblaban el mundo en el año 2015, habrán muerto aproximadamente el noventa y nueve y medio por ciento, lo que supone unos seis mil novecientos sesenta y cinco millones de bajas, de los cuales un ochenta por ciento siguen arrastrándose por el mundo en su afán incansable de devorar a los vivos. Sólo aquí, en Ciudad Humana, hay censadas más de cien mil personas. Esto supone algo menos del uno por ciento de la teórica población mundial. Puede parecer poco, pero no lo es si tenemos en cuenta que según esa media, toda la población superviviente de la Tierra no daría para llenar España.
Hoy, tras casi tres años de duro trabajo, no sólo se publica este periódico, sino que se restablece la corriente eléctrica, el agua y la mayoría de los servicios básicos. Con algunas limitaciones, claro, pero mayormente funcionales. Y como colofón, por fin celebramos el nombramiento como presidente de alguien que no necesita presentación, un héroe para muchos y un salvador para casi todos: Gonzalo Gutiérrez. Espero veros a todos en la plaza del ayuntamiento.
Por último, sólo me resta daros la bienvenida a Ciudad Humana, el mejor lugar del mundo para vivir.